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El flamenco prendido de Eiko

El flamenco prendido de Eiko

XV Muestra de flamenco. Los Veranos del Corral

Eiko Takahashi es como si ya fuera de aquí. Sus treinta años de continua visita, empapándose del todo lo que huela a flamenco (cuanto más de raíz mejor) y codeándose continuamente con los granadinos lo avala.

No es primicia ni descubrimiento alguno que el flamenco cautivó Japón. Es posible que en Tokio existan más academias de baile que aquí; amen de tablaos, salas de fiesta, publicaciones especializadas… Con ese poder de mimetismo, los japoneses abrazan nuestro arte y lo reproducen con pasmosa exactitud.

¿Objeciones? Sí, puede haber muchas, como también hay sorpresivos aplausos. Basta con mirar el plantel de bailaores o tocaores nipones que están afincados en España.

El flamenco para Eiko comenzó aprendido; después, como alma inquieta y pasional, fue aprehendido; para terminar, el miércoles pasado pudimos verlo en el Corral del Carbón, el flamenco ha prendido en el saber y el trasmitir de esta gitana oriental.

Sus miradas recorren todo el panorama del baile flamenco durante medio siglo. Su propuesta es clásica y respetuosa. A veces demasiado marcial y encorsetada; otras, tan libre como los pájaros. La técnica y el remedo la invaden en un comienzo, pero nos descubre a los postres una capacidad de improvisación inesperada. Su necesidad de contar es vital; su trabajo, evidente; su entrega, verdadera.

Con sus sesenta años ya cumplidos, Eiko ha sabido dar y recibir, respetar y agradecer, escuchar y gobernar. Se rodea de un cuadro contundente. La seguridad de la guitarra de Marcos ‘Palometas’, que a veces rellena el espacio como si fuera dos; la voz rotunda y segura de Manuel Heredia; y la prodigiosa de Sergio Gómez ‘El Colorao’ (encomiable por levante); y las palmas y jaleos de Mati Gómez (lástima que no cantara, aunque para el fin de fiestas se dio una graciosa pataílla por bulerías).

Dos bailes conforman un trabajo de encaje. Dos bailes que se desglosan como el jardín de Borges para mostrarnos su globalidad. Así, comienza por malagueñas, que encierran tangos de Triana y del Piyayo, y sabores de farruca, para desembocar por rumbas y por fiesta. Tanto el baile, como el vestuario y la expresión del rostro son muy cuidados. A veces, en algunos movimientos o vuelos de manos, trasciende el alma oriental y la delicadeza de quien contempla una flor sin arrancarla de su tallo.

Después de los tarantos de Sergio y de unas bulerías de Utrera de Manuel, en las que se acuerda de Perrate y de Fernanda, vuelve la bailaora a repartir emoción con una soleá de Triana, unas cantiñas y unas bulerías de Cádiz en una misma pieza, posiblemente un poco largas, quizá un cante de cisne agradecido.

* Foto de Naemi Utea©.

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