Chicote
Conozco a más de un chicote. De apellido Chicote o de sobrenombre Chicote.
Chicote, o chicota, viene de chico, que coloquialmente es la persona de poca edad, pero robusta y bien formada.
Pero también puede provenir del francés chicot, que viene a ser el cabo o la punta de un cigarro puro ya fumado y, por extensión, el mismo puro.
Para los marineros, el chicote es el extremo, remate o punta de cuerda. Hay un nudo naviero que se conoce como vuelta de chicote, que no recuerdo muy bien cómo es (tendría que buscar en mis apuntes).
En algún lugar de Sudamérica, chicote es la trabilla o tira de tela que sujeta el cinturón y, por Vargas Llosa, en El sueño del celta, me entero de que también es un látigo o azote, “emblema de la colonización africana”, que denunció su héroe Roger Casement.
Los invasores en África iban colonizando, cuenta Mario, “quemando y saqueando aldeas, fusilando nativos, desollándoles las espaldas a sus cargadores con esos chicotes de jirones de piel de hipopótamo que habían dejado miles de cicatrices en los cuerpos de ébano de toda la geografía africana”.
Más adelante, el novelista peruano-español, intenta explicar: “¿Quién inventó ese delicado, manejable y eficaz instrumento para azuzar, asustar y castigar la indolencia, la torpeza o la estupidez de esos bípedos color ébano que nunca acababan de hacer las cosas como los colonos esperaban de ellos, fuera el trabajo en el campo, la entrega de la mandioca (kwango), la carne de antílope o de cerdo salvaje y demás alimentos asignados a cada aldea o familia, o fueran los impuestos para sufragar las obras públicas que construía el Gobierno? Se decía que el inventor había sido un capitán de la Forcé Publique llamado monsieur Chicot, un belga de la primera oleada, hombre a todas luces práctico e imaginativo, dotado de un agudo poder de observación, pues advirtió antes que nadie que de la durísima piel del hipopótamo podía fabricarse un látigo más resistente y dañino que los de las tripas de equinos y felinos, una cuerda sarmentosa capaz de producir más ardor, sangre, cicatrices y dolor que cualquier otro azote y, al mismo tiempo, ligero y funcional, pues, engarzado en un pequeño mango de madera, capataces, cuarteleros, guardias, carceleros, jefes de grupo, lo podían enrollar en su cintura o colgarlo del hombro, casi sin darse cuenta que lo llevaban encima por lo poco que pesaba. Su sola presencia entre los miembros de la Fuerza Pública tenía un efecto intimidatorio: se agrandaban los ojos de los negros, las negras y los negritos cuando lo reconocían, las pupilas blancas de sus caras retintas o azuladas brillaban asustadas imaginando que, ante cualquier error, traspié o falta, el chicote rasgaría el aire con su inconfundible silbido y caería sobre sus piernas, nalgas y espaldas, haciéndolos chillar”.
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