Aventuras
Inma me decía que estaba sobrestimulado. Desde poco después de que mi hijo naciera, cuando comenzó a tener razón de uso, como saben muchos seguidores de este blog, le he ido relatando, según el momento, cuentos e historias, leyendas y anécdotas, dudas y verdades.
Así, Juan Fernández, tan grande como la ínsula chilena que lleva su nombre en el Pacífico y que albergó las aventuras de Robinson, está familiarizado con Aquiles y Sigfrido, con el basilisco y el monstruo de Bodegones, con la constelación del Toro y su brillante estrella Aldebarán, a la que no debes mirar muy seguido porque hace violento, y con la genealogía de los reyes persas.
También es motivo de su atención mi devenir hasta el punto querer conocerme al detalle y aún más. Quisiera saber mis aventuras, reales o no tan reales (con la edad tendemos a romantizar nuestro pasado), y los detalles de cada día, para comprender quizá el presente y el mobiliario de mi cabeza o simplemente para ir decorando la suya.
Le hablo de mitos universales y de pasajes de la historia, de personas célebres y cuentos inmortales. Le cuento de mi infancia y de mi juventud. De mis intereses y mis razones.
De cuando en vez, le relato sobre mi pasado montañero (una actividad que necesito recuperar, a la que di de baja cuando mis noches comenzaron a alargarse) y mis experiencias de soledad ante el abismo.
Hace poco, por no sé qué conversación sobre la temperatura del agua, me vinieron a la cabeza los baños en las lagunas de la Sierra, el frío extremo, los cero grados que cortan la circulación, la alegría de salir del agua y el abrigo, la limpieza de poros, la relajación extrema.
En una ocasión, en verano, subí a un pedazo de hielo que sobresalía del margen de la laguna de la Caldera, a los pies del Mulhacén. Aposté dos grandes piedras en su centro para alzarme sobre ellas y, golpeando con otro trozo de pizarra, fui separando el bloque de la orilla. Con el viento creciente, rápidamente comencé a navegar hasta el centro del centro de aquel ojo de agua, del que tuve que volver a nado.
El corazón se me encogió y se me paralizaron los miembros. Pero la distancia era pequeña. Sin gran esfuerzo pude regresar junto a los compañeros que hicieron la foto que precede este artículo y arrojaron también alguna piedra (se pueden ver las ondas concéntricas) quizá para ayudar al empuje de la brisa.
Antesdeayer encontré por casualidad el testimonio de la aventura, la foto que hace verídica esta historia y con ella algunas anécdotas más de las que no quedó constancia.
6 comentarios
volandovengo -
Rossy, aunque siempre he sido delgado, tendría en esa foto veintipocos años. El corazón, sin embargo, lo tengo ancho y siempre caliente.
Rossy -
Ana -
volandovengo -
Rossy es incondicional y sus característicos comentarios siempre aplaudidos.
GFP -
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