El alma de las mujeres
Hasta hace relativamente poco tiempo (¿siglo XVIII?) las mujeres no tenían alma. Creo que fue Aristóteles quien planteó por vez primera la aberración de que “la mujer no tiene moral, no tiene alma, por tanto no es humana”. En su Ética a Eudemo, nos dejó esta joyita: “ La mujer, sin duda, es inferior al hombre, pero su relación con éste es más íntima que la del hijo y la del esclavo, y está más próxima a ser de igual condición que su marido”. Esta sentencia, y otras muchas, hizo las delicias de más de un misógeno, entre ellos del proselitismo religioso (que determinó el paso de un panteón matriarcal al determinante dominio del Dios padre), y relegó a la mitad de la población a un segundo plano. (Aunque es peligroso aventurarse por estos caminos y frivolizar de cualquier forma, ya que no fue una chispa lo que diferenció los sexos, sino una serie de circunstancias socio-biológicas a través de milenios de historia, que quizá se remonten al homo erectus.)
Tertuliano, en el siglo III, llegó a sentenciar que “la mujer es la puerta del infierno, es una permanente tentación. La mujer es el pecado”.
En el Diccionario Infernal, de Collin de Plancy, citado en el Bestiario de Ferrer Lerín, en el apartado Monstruos (junto con los hermafroditas, el licántropo , los pigmeos o las sirenas) se cuenta que “el prelado Macon sostenía que las mujeres no podían ni debían ser calificadas de criaturas humanas. También, el sabio Acidalio Valens, mantenía la misma opinión poco galante en su tesis intitulada: Mulieres non esse homines, traducida por Guerlon al francés bajo el título de Problemas sobre las mujeres. Después de los descubrimientos de Cristóbal Colón algunos casuistas probaron que las mujeres del Perú y de otras regiones de la América, eran una especie de animales, seductoras en verdad, pero sin alma y sin razón; de cuya opinión se valió un papa para preservar a los cristianos del crimen de brutalidad, dando a las mujeres americanas el título de mujeres dudosas de una alma racional y destituidas de todas las cualidades que constituyen la naturaleza humana. Arstoto y otros autores dicen que la presencia de una mujer en ciertos días corrompe la leche, agría la nata, empaña los cristales, seca los campos por donde pisa, engendra culebras y produce la rabia en los perros”.
La larga marcha de la razón dibuja la natural equidad y desempaña una injusticia de inexplicables abismos. La conciencia y la educación son las únicas armas. La luz al final del túnel se vislumbra, pero vamos dando pasitos hacia adelante y pasitos hacia atrás.
* René Magritte, The Great Family, 1963.
4 comentarios
volandovengo -
Rossy -
Raul señor la fe nos regala el don de la libertad
Carmen K. -
Raul -