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Sobre la traducción

Sobre la traducción

Aunque no le he prestado nunca demasiado interés a los traductores de libros, le he tenido siempre mucho respeto y admiración. No sólo deben trasladar, de una manera fidedigna, el texto original a nuestro idioma, sino que deben de saber escribir coherentemente, deben construir las frases correctamente y, lo más difícil, deben trasmitir el espíritu del libro original y el pulso narrativo del autor original.

Cualquier lector, mínimamente atento, advierte estos extremos y, si sabe disfrutar, disfruta doblemente con una traslación cuidada que con una literal.

Anécdotas tengo unas cuantas. Por ejemplo, cuando quise leer por primera vez gran parte de los escritos de Nietzsche, que me compré parte de su edición en una feria del libro. Nada más empezar (por El crepúsculo de los dioses, creo que fue), su prosa pueril y mal construida vetó mi lectura.

Con Dublineses, de James Joyce, me pasó algo parecido, aunque culminé sus páginas. El texto estaba lleno de leísmos y de laísmos, y de algún otro atentado a las buenas formas.

También abordé, en este mismo año, una revista dedicada al plagio y a sus afueras, donde una de sus propuestas era un poema de Shakespeare con al menos una docena de traducciones distintas, y posiblemente todas eran exactas.

Disfruté en su día cuando pude ver la película de Cyrano de Bergerac (uno de mis héroes), donde Gerard Depardieu hacía el papel protagonista, sobre todo por sus diálogos versificados. La autoría de la exquisita traducción recayó en el poeta catalán Pere Gimferrer y, al decir de los entendidos, en este aspecto era mejor la versión española que la original francesa.

¿Puede, de esta forma, una traducción superar a su modelo en lengua vernácula? Es posible, si no cierto. Depende mucho de la altura del intérprete. En música puedo decir que prefiero a Antonio Vega cantando el Romance de Curro el Palmo que el mismo Serrat o que Enrique Morente dignificó a don Antonio Chacón con su disco homenaje.

Ahora he leído, a modo de experimento, un mismo cuento, de Truman Capote, traducido por dos personas diferentes. Las diferencias son mínimas, pero muy interesantes y aclaratorias. Desde el mismo título, que uno traduce Ataúdes artesanos y otro Ataúdes tallados a mano hasta que el primero traduce los nombres propios y el segundo los deja en su idioma. ‘Prairie Motel’ es en el primer cuento ‘Motel Pradera’.

Curiosamente, hallo entre mis papeles sin fin, un texto de juventud que puede concatenar con este post. Apunto su comienzo a continuación:

«Ocurrió después de leer Alicia en el País de las Maravillas y me preguntaron ¿qué? (quizá fuera yo mismo el que pedía mi opinión, posiblemente mi subconsciente interrogaba a mi consciente).

Ese qué aislado, único y concreto, en realidad abarcaba un número indefinido de preguntas, un cuestionario cargado de items agudos y perfectamente estructurados para explicar mis más ínfimas apreciaciones sobre el libro de Carroll.

Argumente una gran impresión al enfrentarme con el libro y un buen sabor de boca al mismo tiempo. Me sorprendió gratamente, pues no era ni mucho menos lo que yo esperaba. Alicia llegó a ser un compañero de mi niñez, como Gulliver, Blancanieves o el Oso Yogui, y lo identificaba con un personaje bastante etéreo y divertido, un vapor rosa que pulula por un mundo al revés, medido y rimado como un soneto, con ritmo, como un vals... Sin embargo lo encontré real. Vi una niña actual, con sus preocupaciones y con sus sueños (todo fue un sueño). En realidad, pensé muchas cosas, pero sólo dije (sólo me dije): es inglés. Es un cuento anglosajón, de la segunda mitad del siglo pasado. Es una respuesta comprometida, resbaladiza. ¿Es que se caracterizan los cuentos según dónde se hayan escrito? ¿La literatura, desde el momento que puede ser traducida, no pierde la nacionalidad, no distingue fronteras y pasa a formar parte del patrimonio de la humanidad? Y si fuera eso, ¿los autores no están por encima de los rasgos distintivos nacionales, no pasan a ser espíritus libres, personas apátridas, ciudadanos del mundo, capaces de hablar un idioma internacional? Pisaba en tierras movedizas, en una especie de gelatina que me envolvía y amenazaba con no dejarme salir.

Pero de pronto me sentí muy seguro en mis afirmaciones. Mi intención traspasaba el plano de la hipótesis y pasaba a ser una teoría muy certera. Como comparar la prosa nórdica de Laguervich, Hesse, Mann, Grass o Ende, con la latina de Pirandello, Euxepery, Mendoza, Pessoa o Seferis, o con la suramericana de Borges, Márquez, Rulfo, Carpentier o Allende, o con la eslava de Dostoyesky, Tolstoy, Makarenko o Pasternak...».

* Alice Liddell. Fotografía: Lewis Carroll.

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