Surtido de especias
Las crónicas cuentan que el gran visir persa Abdul Kassem Ismael (936-995), apodado por su trato siempre afable Saheb ‘el Camarada’, se hacía acompañar en sus viajes por 400 camellos en rigurosa fila india, para mantener en orden alfabético los 117.000 libros que gravitaban sobre sus jorobados lomos y que conformaban su biblioteca ambulante.
Para mayor incidencia topográfica, cada uno de estos animales portaba a su vez un bote de especias o aditamento culinario, en la misma jerarquía aludida. Así, la marcha se abría con el agraz y se cerraba con el acidulante conocido como zumaque, de modo que incluso cada rumiante era conocido por el aliño que transportaba.
De este modo, no sólo los camelleros bibliotecarios podían disponer inmediatamente en manos de su señor el volumen que solicitase, sino también acercaban con gran eficacia el condimento preciso que de las cocinas se demandara.
El visir cobró fama a través de los tiempos de gozar de un alimento exquisito tanto para el estómago como para la mente. Placeres que, sin ninguna duda, compartía tanto con sus visitas de altura, como con el común de sus amigos.
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