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Escritos antiguos

Escritos antiguos

Hace unos años abrí una carpeta en mi escritorio a la que llamé Escritos antiguos en la que ir agregando todas las notas, poemas y relatos que aparecen entre las carpetas y papeles que conservo. Llevo unos días alimentando este archivo y fechando lo más acertadamente posible estos textos que, en la mayoría de las veces, aparecen como una frase suelta, un aforismo o una idea.

Ayer añadí al título del recopilatorio la coletilla: “para mi vergüenza”. Hay escritos, la mayoría, que dejan mucho que desear (a veces todos). No hay por dónde cogerlos, están plagados de tachones, faltas de ortografía, incongruencias y carencias de estilo. A veces creo que mi hijo, de once años, lo haría mejor (salvando las distancias). Pero, pienso, que esos eran mis comienzos, hay cosas rescatables, como si fuera una gran base de datos de mi pasado.

Son cuadernos, en general, grapados e ilustrados (antes dibujaba), llenos de erratas y limitaciones, como digo, que abarcan desde los diecisiete o dieciocho años hasta los veinticinco más o menos.

No me arrepiento, pero no creo que trasciendan. Descansaran en la sentina de mi ordenador y haré uso de ellos conforme los necesite.

Gozan, sin embargo, de una frescura y flexibilidad, que quizá ya no tenga, de una agudeza y de un compromiso que la vida me ha hecho olvidar.

Valga como ejemplo esta pequeña muestra, fechada es 1982, cuando tenía diecinueve años. La titulé: No sólo la guerra y leva el subtítulo de: Luchando conmigo. Dice así:

No, no por mucho luchar vamos a vencer, aunque ganemos la batalla. Pensemos por un momento en los otros, en el otro bando, los contrarios, el enemigo. Ellos, como nosotros, sacrifican luchadores, que pierden o ganan, añorando, queriendo, rogando la victoria. Pero no basta…

A menudo nos preguntamos: quiénes somos y quiénes son ellos. A menudo nos preguntamos e interrogamos a nuestro entendimiento: ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos? ¿Ellos o nosotros? ¿Nosotros o ellos?…

¿Y si todos hiciéramos el bien, o, por el contrario, todos fuéramos aliados del mal? Unos huyen primero y otros después. A veces nos persiguen y otras tantas perseguimos.

Ahora, cuando la batalla está en ‘auge’ (seguramente por el elevado número de miseria, muerte y dolor), miramos en nuestro interior y nos encogemos de hombros ante nuestro inmaduro corazón y, sin esperar respuesta alguna, le preguntamos si luchamos por y para nosotros o por y para otros, o para nada, para intereses ajenos. ¿La guerra es nuestra o no nos pertenece?

No, no sabemos quién lleva más razón y quién menos. No adivinamos quién tiene más derecho a ganar y quién menos. No nos explicamos por qué estamos nosotros aquí y ellos allí…

Preguntamos y volvemos a preguntar, y ¿quién responde?

Yo lo sé, nadie responde.

¡Si en la pelea no sabemos cuál es nuestro bando es inútil luchar!

Me encuentro un compañero herido. ¿Qué hago? Me tropiezo con un enemigo herido. ¿Qué hago? Hiero a alguien. ¿Qué hago? Me hieren. ¿Qué hago?

Y, en mi interior, mi corazón, Jorge y yo nos lamentamos y gritamos: ¿por qué?

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