Quiero tu nombre olvidar
Quiero tu nombre olvidar es una de las más bellas bulerías que se han grabado últimamente. Pertenecen al disco Un ramito de locura de Carmen Linares (primus inter pares), editado en 2002. Aunque realmente un nombre no dice nada, es tan convencional como la señal de stop. A un amigo mío que se llama Manolo, siempre le digo Paco, y caigo en el error cuando ya lo he llamado. A mi primo Ignacio lo llamamos Macareno y de Anselmo no recuerdo su nombre verdadero. A mi padre le dio un tiempo por saludarnos con un advervio. Decía: "Hola tú" y el interfecto se daba por aludido. Eso sin contar con los miles de apodos, motes, alias o sobrenombres que existen. En el mundo flamenco es raro el personaje que se conoce con su verdadero nombre. Yo, sin ir más lejos, en el pueblo de mis padres sería ’Garrote’ o ’Cohete’ (nunca han sabido definirme con meridiana exactitud).
Es difícil olvidarnos de las personas que han dejado huella en nuestra vida, aunque su nombre se evada entre las tinieblas del olvido. Hay quien tiene más memoria y recuerda los nombres y hasta los apellidos y el zapato que calza. Está el buen fisonomista, a quien una cara no se le olvida. Mi memoria está muy limitada. Como Cernuda, sólo recuerdo olvidos. Sé lo que he leído y donde, pero pierdo la trama (sin embargo recuerdo párrafos e incluso la página donde se encuentran).
Hay tres formas de olvido, estudiaba en BUP: por interferencia, por desuso o por voluntad. Cuando tienes un número en la cabeza y te proponen, ponemos por caso, que acompañes a unos amigos a un merendero, el número desaparece enterrado por la propuesta inmediata, pensando en el local más propicio para esos expontáneos comensales. Si conocías en tu infancia los ríos de España, sus afluentes, y algún que otro arroyo del Miño; los olvidas grosso modo porque no entran en la conversación habitual de cada día. "A propósito -les dices a tus amigos a los postres en el mesón La Bodeguita- sabéis que el río Tinto, de mil setescientos treinta kilómetros, desemboca en el Guadiana, exactamente en la Ría de Huelva?".
Después hay otro olvido: por voluntad, que casi nunca me da resultado. Lo que deseo olvidar con todas mis fuerzas, se muestra de manera más nítida en mi cerebro. Si pienso que no quiero pensar, ya estoy pensando. Así, quienes nos han hecho daño, los malos tragos, las veces que hacemos el ridículo... no se evaden de ninguna forma de nuesros recuerdos.
Por extensión, hay una suerte de remembranza, que el lenguaje galaico-portugués denomina bellamente saudade, y que la palabra española que más se le acerca es nostalgia, que, según Luis Alberto de Cuenca, "es el dolor muy maquillado", como el desamor, que pretendemos olvidar sin quererlo. Es la vena romántica, es la muerte blanca, son las palabras pensadas por te hieren de muerte en un duelo.
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Maite -