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Cristina Hoyos, el vuelo de un haiku

Cristina Hoyos, el vuelo de un haiku

Octavio Paz nos comentaba acerca del haiku, ese poemita de tradición japonesa que consta de dos versos pentasílabos que encierran a oto heptasílabo, que su comienzo es el silencio, la calma, el vacío, mientras que el segundo verso es lo contrario, el ruido, la estridencia, la luz, para desembocar en su efecto, en la huella que el grito deja en la noche o la estela que el reactor dibuja en el espacio.

Como un haiku, Cristina Hoyos, nos propone un “Viaje al Sur” con tres movimientos bien definidos. La alegría y la tragedia se funden para engendrar la pasión. El Sur es eso, puro arrebato entre risas y dolor, entre fiesta y quejío. El Sur es rojo, pero también es blanco y es negro en sus entrañas.

Las palabras de Luis Cernuda, recitadas por la misma Cristina, introducen cada una de las partes. Las primeras letras del poeta, encerradas en melodía de vals, dan paso a la apoteósica presentación. El escenario, lleno de luz y alegría, rebosa frescura. Unas acuarelas proyectadas en su fondo, con motivos naturales, ayudan a componer el sentimiento y unas maletas indican la necesidad del viaje, la necesidad de regresar al sur. Un velo blanco, que después será negro para terminar rojo, cae al piso del escenario alumbrando el espíritu abierto que nos cautiva en esa primera parte, en la que sobresale un vestuario crudo, que nos trasporta a otros tiempos, a otros lugares. El cuadro de atrás sostiene a la perfección toda la trama y una cantaora, Reyes Martín, con pellizco gitano, hace las delicias del más exigente. La música no descansa y un tema se imbrica a otro como parte de un mismo sueño. De la guajira pasamos al zapateado y de éste a las alegrías, quizá demasiado largas, que termina bailando con sabia maestría El Junco que, de vez en vez, se le reconocen guiños a Mario Maya.

El segundo tiempo, como el primero, lo introduce la maestra con bata de cola negra bailando por soleá. Su juego de brazos es exquisito y la pose a destacar, pero ya no responde como antes, parece un paréntesis dentro de la obra en su conjunto, a veces fuera de lugar. El negro se impone en la tragedia y el cuerpo de baile comulga con la soleá por bulerías, con la toná y con las serranas.

Con la pasión terminan los momentos propuestos. El rojo de la sangre, el rojo del fuego, nace con la fuerza del poema “Gracias a la vida”, de Violeta Parra, que es cantado por bulerías con todo el arte que destila Reyes Martín. El escenario es una fiesta, pero ya no tan inocente como al principio, más madura y desairada. Una soleá por bulerías, bailada dos a dos con ayuda de las mesas, nos acercan al final, que viene en forma de tangos con el éxito de Alejandro Sanz “Corazón partío”. A veces todo resulta un poco tópico. Concluye el espectáculo con un fin de fiestas por bulerías que, en coda final, nos canta el viaje de Cristina Hoyos, dejando claro que el Sur no es sólo un lugar en el espacio.

2 comentarios

volandovengo -

Hueso, próximamente (cuando me deslíe, si lo logro) publicaré en este blog un artículo sobre flamenco y jazz e intentare contestarte.

hueso -

Dos dudas. ¿Te ha gustado el Tomatito con Miches Camilo? ¿Has escuchado a Niño Josele haciendo de Bill Evans?