Justicia
La Justicia es una dama con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. A veces es lo malo, que esta señora, prima hermana de la esperanza, no vea (es ciega, se dice popularmente). Dicta sentencia al tacto, como el gigante Polifemo, que dejó escapar a Ulises y los suyos bajo la lana de los corderos. ¿Se puede decir que la Justicia mira como el buen cubero, grosso modo? ¿Se puede decir que la Justicia hace la vista gorda? ¿Se puede decir que la Justicia mira pero no ve? ¿o, por el contrario, que ve pero no mira?
Luigi Pirandello se preguntaba que "si el errar es propio de humanos ¿no es la justicia una crueldad?". Puede que sí, puede que la Justicia sea cruel, como cruel es el pecado, el delito y la injusticia. El hombre empezó a ser justo cuando empezó a dolerle que los demás hicieran con él lo mismo que él hacía con los demás. Y llegó el listo y se inventó la "Justicia Divina". Todo lo que pasara, bueno o malo, era achacado al cielo, se apelaba al triángular ambiguo ojo divino.
Fuen un paso, un importante paso, como el establecimiento de las leyes. En el Código de Hammurabi se dicta la Ley del Talión, el ojo por ojo, el diente por diente, toda una esquisitez. O sea si me empujas, yo te empujo; y si me cortas la cabeza, te corto yo a ti la tuya, o te la corta la Justicia que para eso está, pues yo no podré empuñar más un hacha (ni unas tijeras de punta redonda). O sea, se impone el castigo semejante, si me empujas, yo no puedo cortarte la cabeza, porque no es proporcionado, etcétera.
Todo esto viene a que esta mañana he recordado un cuentecito del poeta libanés Khalil Gibran (uno de los culpables, junto a Platón, de que yo empezara en esto de la escritura), en su libro El loco, llamado La guerra, que no tiene desperdicio. Os lo plasmo seguidamente.
LA GUERRA
Una noche, hubo fiesta en palacio, y un hombre llegó a postrarse ante el príncipe; todos los invitados se quedaron mirando al recién llegado, y vieron que le faltaba un ojo, y que la cuenca vacía sangraba. Y el príncipe le preguntó a aquel hombre:
-¿Qué te ha sucedido?
- ¡Oh príncipe! -respondió el hombre-, mi profesión es ser ladrón, y esta noche, como no hay luna, fui a robar la tienda del cambista, pero mientras subía y entraba por la ventana cometí un error, y entré en la tienda del tejedor, y en la oscuridad tropecé con el telar del tejedor, y perdí un ojo. Y ahora, ¡oh príncipe! suplico justicia contra el tejedor.
El príncipe mandó traer al tejedor y, al llegar éste al palacio, el soberano decretó que le vaciaran un ojo.
- ¡Oh príncipe! -dijo el tejedor-, el decreto es justo. No me quejo de que me hayan sacado un ojo. Sin embargo, ¡ay de mí!, necesitaba yo los dos ojos para ver los dos lados de la tela que hago. Pero tengo un vecino de oficio zapatero, que tiene los dos ojos sanos, y en su trabajo no necesita los dos ojos...
El príncipe entonces, envió por el zapatero. Y éste acudió, y le sacaron un ojo.
¡Y se hizo justicia!
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Bahú Bamba Lelë -