Caer
El vértigo es la insoportable necesidad de seguir cayendo
Milan Kundera
Ya no estoy seguro de nada. No sé si lo que voy a relatar sucedió como lo cuento o difiere mucho de lo que aconteció. Aun no sé si ocurrió realmente. No comprendo siquiera si estoy escribiendo o se trata del último sueño de un moribundo aferrado a la vida, las fantasías de un reciente cadáver, de un fallecido asomado al alféizar de la vida, a la que le une el filamento de una conciencia poco tranquila e insatisfecha.
Creo que todo ocurrió esta misma mañana. Como todas las madrugadas desde que recuerdo, me levanté a estudiar con más inercia que vocación. Como si fuera un ritual, abandono el cálido abrazo de la cama y, sin llegar a vestirla de nuevo hasta más tarde, me dispongo a desayunar (¿o es al revés, salgo del ayuno nocturno y de camino compongo la cama?), me lavo un poco para enfriar el sueño y preparo los apuntes. Estudio toda la mañana e imagino cosas. Mis pensamientos se evaden de los folios garrapateados, resaltados de multicolores. Escucho la radio y pienso cómo sería mi vida en otras circunstancias, con un trabajo estable, con otros estudios; si fuera un virtuoso del violín, o si me dedicara a vagabundear pidiendo un par de euros a todo el que se cruzara en mi camino...
Pues bien, no llegué a sentarme a desayunar esa mañana, cuando oigo un jaleo en la calle, bajo mi ventana abierta que el calor precisa. Y comienzan a acercarse sirenas indefinidas (nunca he distinguido el sonido exacto de los coches de emergencia). Me asomo al exterior, perdiendo el interés del examen inmediato. Los vanos de mi alrededor están del mismo modo llenos de observadores que miran alternativamente a la calle y hacia donde yo oteo. ¿Estaré mal vestido, me habré puesto el saco del revés o no me he puesto ropa alguna?, pienso.
A mi ventana llega mi madre y mi hermano, algo menor que yo, que la abraza fuerte, que la agarra (no parecen verme). ¡Hola madre! (ni escucharme). Parece que alguien se había arrojado de madrugada. Ella llora y repite: “¿por qué lo has hecho?”. Llaman a la puerta, es la policía y un señor con bata blanca y un bombero y una comitiva de mil vecinos, que dicen si podemos bajar a identificar a la víctima. Mi madre parece una Magdalena y mi hermano llora también, golpea las paredes y traga saliva. Yo bajo tras ellos.
En la calle, bajo la ventana de mi habitación, el de la bata blanca levanta la sábana que oculta un bulto amorfo. El hombro de mi hermano se ha convertido en pañuelo, papel secante, muro de las lamentaciones, confesionario de mi madre que se está cayendo.
Yo me alzo en las puntas para ver el cadáver. Me asomo y descubro con asombro que el suicidado soy yo.
* Otro cuentecito existencialista de juventud, fechado en junio de 1990.
6 comentarios
volandovengo -
encarna -
volandovengo -
Joven llanos, supongo que es una broma. Garrapatear es hacer garrapatos, que debemos entender como hacer letras o rasgos mal trazados con la pluma.
joven llanos -
un saludo
n0n0 -
Con patines -
besos