Blogia
volandovengo

Lo que cuenta el siete (1)

Lo que cuenta el siete (1)

En el año 2003 escribí una introducción a un cuaderno de poesía llamado "Siete Samurais". En dicho preliminar no hablé ni de la poesía ni de los poetas convocados. Tampoco traté de la elección del título ni del guerrero samurai (lo cual guardé para la presentación de este librito). A sugerencia de Alfonso, divagué extensamente sobre el número siete.

He recordado este número (pues los números siempre nos persiguen), he aumentado ese texto y he llegado a la conclusión de que el siete no es lo que parece. Aunque, formalmente, el siete sigue siendo el siete, un dígito que sucede al seis y precede al ocho. La suma del cuatro y el tres o del dos y el cinco. Indivisible, solamente por sí mismo...

Simbólicamente, empero, el siete es un número indefinido, que se puede referir a un buen puñado incalculable, que muy bien puede rozar el infinito, lo que matemáticamente se llama la letra ene. O sea, en determinados momentos, decir siete es decir ene. Siete o setenta veces es como hablar de la enésima vez.

Debido a su extensión, publicaré el escrito al que me refiero en varias partes. He aquí la primera:

 

El siete es con mucho el número más extenso que existe. Bueno, además está el tres, el trío, la Trinidad, el triángulo, el trípode, el menage... y el cinco, la quintaesencia, el lustro, el pentagrama, el Pentateuco, los sentidos, los dedos de la mano... Siempre impares. Aunque también está el dos, el eco, la pareja, el dúo, la simetría, el reflejo, el conflicto, la obligada capicúa... Pero igualmente el doce, la docena, los meses, el zodiaco...

Déjenme, sin embargo abogar por el siete: número místico y simbólico como ninguno desde el principio de los tiempos, en todas las civilizaciones, en las diversas religiones y escuelas espirituales de Oriente y Occidente. (Por contra, en la Masonería y en algunas tradiciones rosacruces predomina el número tres antes que el siete. Sin embargo, una logia masónica es llamada “perfecta” cuando está formada por siete miembros, aunque con cinco se puede abrir una.) Existe, en otro ámbito, una tribu africana que con toda sensatez adopta el siete como primer dígito contable, pues los seis primeros están sobrentendidos, es decir, se controlan con un simple golpe de vista. Verbi gratia, si en un prado hay seis vacas, no hace falta contarlas para saber que seis rumiantes están pastando.

Según el concepto teosófico –basado en las tradiciones orientales– el número siete es el número del universo pues todos los ciclos cósmicos están regidos por él. La cábala nos dice que el siete representa la “Ley divina que rige el Universo”. No en vano, Dios creó el mundo en siete días, de un tirón y a vuelapluma, aunque el domingo, según las Escrituras, sólo lo empleó para descansar, para echarse en la cama y sólo pensar que todo lo que había hecho era bueno. Esto estipuló los siete días de la semana, seis de trabajo y el séptimo de asueto (¡como Dios!).

De esta forma el mundo es creado, haciéndose el hombre dueño y señor de la Tierra, hasta que Jehová decide castigarlo por su iniquidad (por otra parte, también creada por Dios entre los dones otorgados al hombre). Elige entonces a Noé para preservar las especies animales en un arca, encomendándole una misión: De todo animal limpio tomarás siete parejas, macho y hembra (...) también de las aves de los cielos, siete parejas (...) para conservar viva la especie sobre la faz de la Tierra. Porque pasados aún siete días, yo haré llover (...) y raeré de la faz de la Tierra a todo ser viviente que hice (Génesis 7:2-4). Es el artista disconforme (o sobrepasado) por su obra que se ve obligado a destruirla o a reutilizarla, creando en su interior deliciosos palimpsestos, que el futuro descubrirá.

El servidor de Dios obedece y el diluvio universal se cierne sobre el planeta al séptimo día del último aviso divino (Génesis 7:10). El arca navegó un tiempo hasta que reposó el mes séptimo (Génesis 8:4) y Noé envió a una paloma para divisar tierra firme, esperando siete días, y volviendo a enviarla fuera del arca siete días después. (Génesis 8:10).

“Mi arco he puesto en las nubes”, le dice entonces Dios a un Noé, obligado naviero, después del chaparrón (Génesis, 9: 13). Un arco que pretendía ser la señal del pacto de paz entre el cielo y la tierra. Era el arco iris, de siete colores (rojo, amarillo, naranja, verde, azul, añil y violeta). (En la mitología griega y romana, Iris era la enviada de Hera.) Así, siete es la gama esencial de los colores y también de los sonidos, las notas del pentagrama –cinco líneas, siete notas y la clave de sol presidiendo– (do, re, mi, fa, sol, la, si). Consta de siete puntas la estrella que representa la conexión del cuadrado y el triángulo, por superposición de éste, la conexión del cielo con la tierra.

3 comentarios

volandovengo -

Es un poco enigmático tu comentario, Marcelino. Pareces alabarlo. Lo de "hijo de la viuda" no sé cómo encajarlo. Y lo del "TAF" no sé qué significa.

Marcelino Camiño -

sobre el número 7, se ha hecho un muy buen trabajo,justo y perfecto,digno de un hijo de la viuda. Un TAF.:

Patón -

Siempre impares. ¿Por qué será? ¿Por que el mundo es imperfecto?