Un paseo
Acabo de leer en el blog de Enrique Ortiz el agobio diario que se padece para ir y volver del trabajo. Él vive en las afueras de Madrid y su trabajo coincide en que está también en las afueras de Madrid, pero en el otro extremo. Con lo que se ve obligado a coger todos los días el coche y aguantar atascos, prisas, conductores intolerantes, enfebrecidos, estresados, esquizofrénicos, amargados, belicosos...
Es, sin embargo, un problema que no le afecta sólo a mi primo. La inmensa mayoría, por no decir todos, de los trabajadores que conozco necesitan el coche, o el trasporte urbano, para desplazarse hasta su puesto laboral. Todos, o casi todos, apuran hasta última hora. Los coches van vacíos, con uno o incluso con ningún ocupante, parece. Los autobuses van a rebosar.
El trabajo es el mismo, el horario es el mismo, el camino es el mismo, el atasco es el mismo, el agobio es el mismo, el sufrimiento es el mismo...
Somos suicidas en potencia.
Cada vez me alegro más de haber cogido este trabajo por la mañana. Aparte de todas las bondades que tiene una ocupación que te gusta (Baudelaire decía que, bien mirado, trabajar es menos aburrido que divertirse), está tan sólo a diez minutos de mi casa andando. ¡Diez minutos! Un paseo para ir, otro para volver. Es un valor añadido.
A veces compro el pan, el otro día caminé en dirección al arco iris que había salido (sólo un pedacito, sólo algunas dovelas), esta mañana he visto como un gato amagaba para cazar un gorrión y como se frustraba su desayuno...
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