La delgada línea de la razón
Por razones que no vienen al caso, me vi ingresado en el hospital militar donde calibraron mi aptitud para emprender el servicio militar, obligatorio en aquel entonces, con resultado positivo. O sea, me declararon inhábil, excluido total, inútil, en definitiva (nunca una limitación me fue tan provechosa).
Por razones que tampoco vienen al caso, estuve encamado en la sección de los desvíos cerebrales (por llamarlo de alguna forma). (Todos juntos íbamos en fila a cenar y, cuando nos preguntaban, decíamos que éramos los chalaos.)
Yo, sin ir más lejos, compartía habitación con alguien que sufría ataques epilépticos. Mi mente lo relacionó rápidamente con famosos epilépticos como Hércules, el semidiós, Julio César, Napoleón, Flaubert, Dostoevsky o Pío IX (inspirador del pionono de Santa Fe). Mientras estuvo allí no sufrió ninguna crisis.
En nuestro grupo había uno que estuvo destinado en la feroz intendencia de la cocina de un cuartel. No lo pudo soportar. Cuando entrechocaban platos, vasos, marmitas, cubiertos y demás cacharrería, el individuo se tapaba los oídos y se ponía a gritar. Lo ingresaron rápidamente. Era un tipo peligroso.
Un conocido mío, estudiando una carrera, supuestamente superior a su capacidad (o superior a su sensibilidad), acabó subido a una silla en medio de la habitación con todos los apuntes, rellenos de colorines, para facilitar el eidetismo, alfombrando el piso. Decía aprendérselos mejor así. Supongo que de esta manera tenía una visión de conjunto. Experimentaba, como si dijéramos, un aprendizaje panorámico.
Conocí a aquel que tiraba monedas desde el balcón de su casa a la calle, argumentando la alegría de quienes se las encontraran. Al menos, él, cuando se hallaba dinero en la calle, se ponía contento.
Supe del que dejó su trabajo para pasear simplemente. Había llegado la primavera. Se buscó un bastón de caña y un sombrero de ala ancha, típico de colono o habanero, para repartir sonrisas a quien se encontrara.
Supe de quien dilapidó una herencia en las tiendas de veinte duros y otros saldos similares.
He tenido relación con varios suicidados, que no es necesario enumerar ni mentar sus nombres, porque el mundo en un momento de sus vidas le venía grande o, todo lo contrario, les faltaba aire en un mundo tan angosto.
La carne es débil, pero mas frágil es la razón, el entendimiento. Depresión, neurastenia, esquizofrenia, alzheimer...
En nuestro cerebro se representa una circunferencia, más o menos perfecta, que coincide con nuestro grado de raciocinio. Cada estadio de sensatez o cordura va avanzando por esta línea hipotética. De forma que la genialidad más extrema cerrará el supuesto círculo coincidiendo irremediablemente con la locura más radical. El sabio y el orate se dan la mano.
Qué fácil es dar el salto final. Qué fácil es cerrar la mente. Qué delgada es la línea de la razón.
6 comentarios
volandovengo -
El Pinar -
Me ha gustado lo que has escrito en tu útimo comentario,y no sé por qué, pero me siento más tranquila.
volandovengo -
El Pinar -
Identidade -
n0n0 -
Lo cierto es que la fragilidad de esa linea o frontera acojona un poco.