Nieve de primavera
Hace unos días vi por televisión un paisaje de cerezos en flor en no sé dónde, creo que en nuestro levante, pero no podría precisar. El caso es que recordé un libro de Yukio Mishima, Nieve de primavera, que siempre pongo como ejemplo para expresar la delicadeza en la escritura. (Describir en varios párrafos cómo un pañuelo de seda cae al suelo es un ejemplo de ese preciocismo.)
Siempre asocio con ese libro la distribución espacial de la calidad de las aguas para calentar el té. Los orientales clasifican el agua en tres estadios según su pureza, en tres niveles diferentes. Contemplan el agua de la tierra, el de los hombres y el de los dioses.
Las primeras aguas son las de los ríos y la de los lagos, las que se arrastran por el piso. Las aguas de los hombres están a media altura. Son las de los manantiales y las fuentes. Las más puras, evidentemente, son las que caen del cielo, que son las de los dioses.
Estas divinas aguas evidentemente llegan con la lluvia y, rozando la perfección, con la nieve. El té por excelencia es el que se hace con la primera nieve de primavera que cae sobre las hojas del cerezo.
Después está la ceremoni del té, que viene a ser una de las exquisiteces que impuso el zen para dulcificar el budismo, junto con la poesía, el teatro no, el ikebana o la composición de los jardines.
No insistiré en esta ceremonia. Lo que sí es relevante es su dimensión social. Y, como curiosidad, se sirve la infusión pegando la boquilla de la tetera a la taza para trasmitir el calor de una porcelana a otra, frente al té árabe que se suele verter desde lo alto para producir espuma, a la vez que oxigenamos la mezcla.
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volandovengo -
Jesus Lens -