El último gran Festival
Velada Flamenca de Armilla
La Velada Flamenca de Armilla, coincidiendo con las fiestas de San Miguel, a finales de septiembre, pasa a ser el último de los festivales de la temporada. Son los últimos coletazos de un verano que nos deja de la noche a la mañana. Es un gran festival con meridiana calidad y mucha cantidad. La asistencia fue escasa, el sonido tuvo deficiencias y el recinto limitó el desarrollo, es decir, puso hora límite de cierre, lo que redujo las actuaciones a dos cantes nada más en la segunda parte y el baile, lo más vistoso y completo, tuvo presencia tan sólo en una ocasión. Todo esto me da a reflexionar someramente sobre este tipo de encuentros y dejar claros algunos puntos que reflejan el parecer de bastantes aficionados. Primero, los festivales multitudinarios, de más de tres o cuatro artistas deben desaparecer. Segundo, cada artista debería hacer un mínimo de tres cantes, y no más de cinco o seis, para que se saboree el decir del cantaor y para que no se alargue demasiado. Tercero, el sonido es imprescindible; se debería mimar al detalle y darle prioridad ante cualquier otra circunstancia; sobre todo en el baile, esa gran asignatura pendiente. Cuarto, la fecha, el coste y la promoción, deben tener también su protagonismo para garantizar la mayor expectación posible… Dicho esto, a vuelapluma, podemos continuar con su desarrollo.
Tanto este festival, como el del día anterior en Monachil, como, me imagino, los próximos eventos de flamenco, están dedicados a la memoria del gran bailaor y coreógrafo Mario Maya, y así se manifiesta al principio del recital. Principio que abordan dos jovencísimos armilleros, Mª Ángeles Pérez y Jonathan Morillas, a la guitarra, su timidez e inexperiencia no desmerecieron su entrega por caracoles, tientos-tangos y fandangos. José Fernández y José Fernández “Niño”, en segundo lugar, dejaron su impronta y su buen gusto con unas cantiñas, una granaína y media de buena factura y algunas verdades en forma de fandangos. Hasta el cante gitano de Sara Heredia, arropada por Antonio “El Chonico” y sus seis cuerdas, el sonido no se despertó. Sara tiene momentos buenos y muchos del montón. El día a día en la cueva desgasta mucho. Hoy fue grande por levante, y bastante acertada en la soleá por bulerías y, sobre todo, en los tangos de Granada, en los que se erige una gran representante. Antonio Mejías, de Lucena, fue toda una sorpresa. Se templó con una soleá y solicitó compás para las alegrías y las bulerías, que bordó, en las que estuvo largo, incorporando cuplé y “La Salvaora” caracolera fuera de micrófono. Fue cuando nos cercioramos de que sin megafonía sonaba mejor. Terminó, a petición del público, con un par de fandangos. Pero donde el sonido hizo estragos fue en el baile de Patricia Guerrero. Los pies no se oían debidamente y los continuos pitidos afeaban las alegrías. De poco le sirvió el buen cuadro que llevaba atrás: Miguel Lavi y Manuel Heredia al cante y Luis Mariano y David Carmona a la guitarra. Ella, de dulce.
La segunda parte tuvo poco sabor por lo escaso. Un par de temas cada cantaor y pendientes de las manecillas. Comienza Miguel Barroso con su cante ortodoxo y bien modulado haciendo una granaína y después una soleá. El toque preciso y respetuoso de Manuel Carvajal le acompaña. La almeriense Montse Pérez, acompañada de Ramón del Paso, propone los caracoles de Chacón y se queda en Cádiz con unas sabrosas alegrías. Judith Urbano, temperamental y eminentemente festera, apuesta igualmente por aires de la bahía y termina por tangos. Carvajal acolcha su grito. El mismo guitarrista vuelve para formar, junto con Manuel Palma “El Zahoreño”, una de las parejas más conseguidas de la noche. Comienzan por soleares y, aceleran este mismo soniquete, para irse por bulerías.
Es el último gran festival. Con más carencias que verdades. Por su futuro, por su continuidad, debemos replantearnos bastantes cosas.
* En la foto María José Pérez en el XVIII Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en el que ganó el premio Antonio Chacón (© Toni Blanco).
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