Cuento a tres voces
Hace unos días hice referencia a las Hojas de Navidad. En una de ellas, motivado por los acontecimientos recientes e influido por el hablar de los Martes y 13, publiqué este cuentecito.
Quizá todos sepan, excepto los pocos románticos que quedamos en el mundo (un sudamericano, otro que se ha muerto y yo), que los Reyes Magos trabajan tan sólo una vez al año y se hacen un viajazo de envidia. Es francamente (suizamente) difícil comentar todas las vicisitudes de estos soberanos, que aparecieron en la historia junto con la Era. Así que contaremos sólo los episodios que todos conocemos (por eso los contamos, si no los conociéramos no los podríamos contar).
Pues bien, nuestro relato comienza precisamente en ese primer año (1 d.C.), en el cual nuestros tres personajes se tuvieron que esmerar de verdad como para sentar un precedente que durará toda la vida.
Ellos, oportunistas como reyes y con visión de futuro (*) como magos, se dirigieron a ayudar al parto a María, madre del Rey de los Judíos, de nombre Jesús y de apellido Herrera, aunque más tarde fue carpintero (obligado por su padre, pues con los milagros y todo eso no daba ni chapa). En aquel entonces siguieron a una estrelia de la suerte que los llevó a su destino (algunos dicen que fue un cometa y que, de camino inventaron el pararrayios unos siglos antes que Franklin), actualmente se guían por un conejilio del Play-boy montado en un misil tierra-aire. Y se dirigieron a Belén (**) montados en unos camelios de segunda mano que les vendieron en un taller de chapa y pintura.
Los Reyes, en un Santi-amen, improvisaron unos regalilios en el mercado negro. Entraron con lintennas y buscaron el puesto más cercano. Al bajarse de los camelios tuvieron que adquirir unos pañulilios de papel que les vendió un chiquilio moreno. De presente llevaron al portal, como todos sabéis, oro, incienso, petróleo y mirra (***). El portal estaba cerrado y el portero automático no funcionaba y le metían todos los goles. Así que aprovecharon para echar una meadilia mientras Balta-sal gorda vigilaba.
Rápido y veloces, como magos que eran, convirtieron a unos pastores que por allí había en laúdes, flautilias, zambombas y panderetilias y al perro en un bocadillo de escabeche porque Melchós tenía hambre (¡contra, Melchós, ya tendrás tiempo de comer!). Y más rápidos y más veloces, como reyes que eran, se los dieron a los pajecilios para que improvisaran una rondalia. Cantaron aquello de: "Asómate, asómate al balcón..." Se asomó José y dijo que cantaran más flojilio que su mujer estaba de parto. ¿Departo de quién? Se aventuró a preguntar Gaspal (****). ¿De parto de quién va a ser, no querrás que sea de una paloma?, ¡no te fastidia! [risas ahogadas]
Pidieron permiso para entrar, le abrieron la puerta, entregaron los regalilios y se abrieron, no sin antes haberse tomado un vaso de pura leche de vaquilia (aunque algunos historiadores dicen que era un buey). Bueyno, aquí acaba la historilia. Así que, fueron felices y comieron cormoranes y persicolas en el Golfo Pérsico, que se los dio Sadam. Y lo que sa-dam no se quita porque sale una Pepita Rodríguez y eso ya es otra historia.
(*) Es de saber popular que todos los magos usan abrigos de visión.
(**) Recomendamos con ahínco que se recuerden las encantadoras campanilias de Belén.
(***) Saboreen la famosa cancioncilia del aquel entonces: "Mirra que erres linda...".
(****) Este rey, inventaría años más tarde un explosivo con gas napalm (¡GASPAL, mata suave! De venta en farmacias).
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volandovengo -
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