Un estreno impresionante
Los veranos del Corral. XI Muestra Andaluza de Flamenco
La belleza viene en una cajita pequeña que, al abrirla, impregna todo con sus bondades. El marco hace mucho. Bailar en el Corral del Carbón es un dulce tanto para el artista como para el espectador. La monumentalidad recogida en el atrio, la cercanía y la calidez que ofrece el pequeño formato, la noche emparrada que se vuelve cómplice, la ubicación en pleno centro de Granada, una luz y un sonido cuidados hasta el extremo… conforman el ambiente perfecto para el éxito, parta tomar al duende con guantes de seda y recostarlo a nuestro lado.
Pero todo este ambiente se puede romper por falta de calidad, por excesiva parafernalia, por simpleza expositiva (que de todo hemos visto). No es el caso, de ninguna manera, de la propuesta de Fuensanta ‘La Moneta’ y Rafael Estévez este lunes, en el estreno de “Los veranos del Corral”. Con un montaje ex profeso para la ocasión (y, según aseguran, irrepetible) elevaron los niveles artísticos hasta altas cimas. Si esta Muestra continúa con la tónica que han impuesto estos dos bailaores, sin ninguna duda las noches del Corral se encumbrarán como el mejor flamenco del año en Granada, comparable, salvando las distancias, con la Bienal sevillana, el Festival de Jerez o el Suma Flamenca de Madrid.
Dos maneras muy distintas de entender el baile, que no el flamenco; dos maneras tan diferentes de crear y presentar la escena y, sin embargo, tan complementarios. Arropados por grandes músicos: las guitarras exclusivas de los hermanos Iglesias, Miguel y Paco, el cante tan de pellizco de Miguel Lavi y David ‘El Galli’ (ellos solos podrían haber llenado el aforo) y el compás de ‘El Cheyenne’ (raro es verlo sin su cajón) y de Antonio Gómez, ¡qué bien se viaja en primera! Un espectáculo redondo, sin pausas ni esperas, contribuyó al resultado. Los palos se van imbricando como si fueran un todo continuo, una misma función con escenas conexas.
El onubense Rafael, más experimental y contemporáneo, no abandona las tablas. Como mucho, sentado en su silla, a la izquierda, colabora con las palmas o da el contrapunto con su taconeo acompasado. La Moneta, más flamenca y visceral, cambia su vestido enriqueciendo las piezas que toca. Así, de unas alegrías rescatadas del siglo XIX, ralentizan sus pasos, a la manera de Eva Yerbabuena, para pasar a las tonás. En esos primeros momentos, choca el orientalizante juego de brazos de Estévez, que acompaña con su rostro, siempre en éxtasis. Poco a poco, sin embargo, se verán llenos de coherencia y con un cierto paralelismo conceptual en el azogue de su partenaire.
Las seguiriyas comienzan por los pies. Fuensanta baila entre dos machos. En silencio acaba para pasarle el testigo a Rafael, que apunta una granaína y remata con malagueña clásica, que se abandola y acaba en verdiales, bailando los dos juntos. La granaína que baila Fuensanta es antológica, de una delicadeza y, al mismo tiempo, de una fuerza especial. Los guitarristas cogen protagonismo por rumbas, antes de un fiel zapateado del bailaor en su puesto. Los tangos, que terminan mascándose con la cadencia de los tientos y empalman con la colombiana (bien por Paco), configuran otro bello paso a dos que destila frescura.
La soleá huele a fin. Si a alguien le cabe duda, que vea a La Moneta bailando por soleá y firma lo que sea. Los bailaores se van pasando el testigo hasta acabar con aires de fiesta, la guinda que faltaba para que dure el sabor. El símbolo postrero de intercambiase la silla es una declaración de intenciones.
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