Final de los cincuenta
A veces te imagino,
siempre te sueño.
Te veo en los atardeceres
despetalando margaritas,
con tu vestido blanco,
por debajo de las rodillas,
y la sonrisa puesta,
esperando a tu amado
en cualquier plaza,
y él regresaba
con el trabajo colgado en las yemas,
y los números y los bancos
encima de los ojos.
En cambio, la tinta y la pluma
se diluyen sin condiciones,
al primer beso de tacón alzado.
Y entrelazáis los flancos
para acudir al cine acaso,
donde estar más juntos si cabe,
para aspirar su aliento
en el silencio oscuro de la sala
y sonreír en blanco y negro
con manos volanderas.
De regreso, el frío os sigue apretando
hasta la puerta, que,
con un beso en la comisura,
bajo el paraguas,
si llueve, se despide
para la bendita rutina
del mañana postrero
en el que llegaré a existir.
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