Los símbolos del arte
60 Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Federico según Lorca
El universo alegórico de Federico se combina con el mundo simbólico de Eva Yerbabuena en casi dos horas de espectáculo. Como resultado, Federico según Lorca, es una obra tan críptica que crea anhelos. Deseos de aprehender todas las claves o necesidad de un libro de instrucciones que las universalice.
Eva lleva tiempo evolucionando hacia un intimismo existencial y contemporáneo, que despuntó abiertamente con Lluvia (2009) y más tarde con Cuando yo era (2010). Ese avance es fruto de sus vivencias, pero también de su herencia, su reflexión y sus lecturas.
Si le hacemos caso, los versos de Federico, el corpus lorquiano, lo llevaba en su regazo desde siempre (como, quizás todo granadino), con ganas de abordarlo, de explicarlo, de representarlo más con sentimientos que con palabras. Y llegó a él. Se topó con Federico de frente a frente, en su ciudad natal y entre sus paisanos, de los que ella también forma parte.
Un día, de principios de julio de 2011, cuando se cumplen 75 años de la muerte del poeta, Eva propone once momentos que se desdoblan a su vez para fundirse en el crudo Romancero, en el surrealista Poeta en Nueva York o en los personajes negros y reprimidos de las páginas de nuestro autor.
En el centro del escenario, un muro móvil constituye prácticamente todo atrezo. No sólo simboliza el de las lamentaciones, acercando un Jerusalén multiconfesional a la mente, sino también el de la represión, el de la intolerancia y la ceguera pacata del provincianismo convencido. El canto gregoriano pasa a ser llamado del almuédano, a la oración y a la lectura sinagogal o a todo junto, confirmando su presencia. Eva es un reloj que marca el tiempo, el que queda, el que se fue, que no volverá, mientras suenan unas seguiriyas.
El tratamiento musical de la obra en primer lugar puede que sea su mayor acierto. Paco Jarana, como nos tiene acostumbrados, ha vuelto a dar una vuelta de tuerca y construye un armazón sin abandonar la esencia digno de ensalzar. Los temas suenan como tales, pero el tempo que le imprime es desigual, casi siempre acelerado, que redunda en la belleza de la vanguardia.
Juan Diego en off recita un texto donde el poeta se cuestiona sus dobleces, cuando comienzan a sonar unos arpegios por cañas. El cuerpo de baile masculino (Eduardo Guerrero, Fernando Jiménez y Alejandro Rodríguez) interactúa con el muro en una interrogante continua.
La caña desemboca en una de las partes más conseguidas del espectáculo. Unos andamios de caña sitúan la escena en un lugar de la costa, que puede ir desde Cádiz a las Antillas, y todas las bailaoras (Mercedes de Córdoba, Lorena Franco, María Moreno), incluso Eva, acuden a danzar un popurrí desenfadado que recorre desde la guajira a las bulerías, pasando por el fandango, el garrotín, los caracoles, los tangos del Piyayo y hasta las sevillanas corraleras. Cada joven se hace su baile particular, con más acierto o con menos, posiblemente por debajo de los varones. Algunos pasos se repiten y las diferencias con la capitana, que baila en último lugar, son evidentes.
Nuevamente los bailaores salen a escena con sendas sillas de alto respaldo. En su coreografía trasciende una de las características de la creación Yerbabuena, que es el distanciamiento de la simetría y la búsqueda del equilibrio en el permanente movimiento. Los músicos han conformado una hilera a la izquierda, dando a conocer la excelencia de su implicación. Paco Jarana y Manuel de la Luz, a la guitarra, mantienen la perfecta tensión, acentuada por la percusión (Manuel José Muñoz ’Pájaro’ y Raúl Domínguez), necesaria para que los cantaores (Enrique ’el Extremeño’, José Valencia y Pepe de Pura), en plena forma, nos hagan sentir tan buenos momentos. Son sus colabores habituales. Se entienden y se implican como si fuese un todo. Y, al final de las bulerías, tanto Valencia como ‘El Extremeño’ se dan una graciosa pataílla.
La campanilla y los almireces en manos de las bailaoras dan motivo para introducir éstos en los preliminares de la vidalita con charles de batería de fondo. Las mujeres nuevamente de negro, que son Yerma y son Bernarda, rematan este cante de Valderrama.
Del negro al negro es sin duda lo mejor del programa, donde Federico no sabemos si llega a ser Lorca, pero Eva sí es Eva. La soleá es reconocible y abrumadora. Contiene la esencia de esta bailaora que más convence de flamenca que de experimental.
Una coreografía con manzanas, fruto de lo prohibido, desemboca en el Castigo del deseo por no vestir de negro (Adela vestida de verde), por no adaptarte a las normas.
Y de nuevo la voz de Juan Diego nos dice que no ha nacido, mientras un gigante/cabezudo atraviesa el muro y suena El pequeño vals de Morente, como homenaje a otro de los grandes que nos dejó temprano.
Acaba la obra con un baile coral, Esperando turno, con el muñecón recogiendo a todos los bailaores vestidos de rojo y Pepe entonando una serrana.
En mi parecer, una obra cíclica, quizá demasiado larga y enigmática, a la que posiblemente le falte rodaje. Cuando la volvamos a ver dentro de unas semanas, pues es la obra que ocupará los Jardines del Generalife durante este verano, encuadrado en el XI programa cultural Lorca y Granada, seguro que mejorará. Será completamente esférica o caerá en su propio abismo.
`Foto promocional del espectáculo.
3 comentarios
volandovengo -
contradanza granada -
José Manuel -