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Puente de barcas sobre el Guadalquivir

Puente de barcas sobre el Guadalquivir

Las maneras lógicas de atravesar un río sin mojarse son cruzando un puente o en una embarcación. Lógicamente, al hombre se le ha ocurrido a lo largo del tiempo un híbrido entre estas dos soluciones: un puente de barcos, o sea, una pasarela flotante, bien anclada al fondo, bien afianzada entre las dos orillas.

Mi amiga Mayte de Sevilla me manda información sobre un puente de barcas que se practicó sobre el Guadalquivir en tiempos almohades, construido por orden del califa Abu Yucub Yusuf en 1171, a su paso por la capital, justo donde se encuentra el actual puente de Isabel II, conocido como Puente de Triana. Esta pasarela flotante unía Sevilla y Triana. Por él cruzaban los presos al castillo de San Jorge, sede de la Inquisición, con destino al quemadero de San Diego.

Estaba realizado, me escribe, con barcazas de madera ancladas al fondo y sujetas por garfios de hierro. Para paliar el efecto de las mareas en los extremos del puente se colocaron muelles flotantes sobre pieles de cabra hinchadas de aire. El puente estaba sujeto con dos grandes malecones. En ocasiones en las que había riadas, se llegaba a soltar aislando a Sevilla de Triana y de su entorno. (En realidad, se documentan varios puentes de esta guisa en aquellos tiempos a través del Betis.)

Con la construcción del puente actual, el de barcas se desplazó río abajo hasta el Muelle de la Sal, y sobrevivió hasta 1852, año en el que fue desmantelado.

Aunque esta idea viene de antiguo.

Ya Jerjes I, en el siglo V antes de Cristo, mandó construir un puente de balsas sobre el estrecho de los Dardanelos, que separa las partes europea y asiática de Turquía, por el que cruzó con su ejército de dos millones de hombres, cuentan. Este puente fue construido junto a la antigua ciudad de Abidos, en un punto en el que el mar se restringía a siete estadios (cerca de 1.200 metros). El puente fue destruido por la violencia del mar precisamente cuando los trabajos estaban casi concluidos. La ira de Jerjes se abatió entonces con dureza sobre los responsables de la construcción que fueron condenados a ser decapitados. Al mar, sin embargo, se le conmutó la pena de muerte por la de la flagelación..

Los ingenieros de Julio César, durante la guerra de los Galias, levantaron un puente sobre el Rin (500 metros de largo) en el tiempo récord de diez días, incluida la obtención de la madera necesaria para su construcción. Cuentan que las tribus germanas de la otra parte del río quedaron tan impresionadas por esta obra que se sometieron a Roma.

En tiempos de Calígula (año 38 o 39), el Imperio sufrió una grave crisis económica, y su consecuente hambruna, debida, según Suetonio, a que Calígula confiscó la mayoría de carruajes públicos, y, según Séneca, a que el Emperador impidió el uso de barcos para el transporte de cereales para utilizarlos como puente flotante.

Este puente flotante, que rivalizaba con el que levantó Jerjes I en el Helesponto, consiste en dos enormes embarcaciones, que figuran entre las más grandes del mundo antiguo (las cuales han sido encontradas en las profundidades del Lago de Nemi), a través de las cuales el Emperador hizo calzadas, plantó árboles y jardines, erigió un templo consagrado a Diana y edificó un palacio flotante con suelos de mármol y su propio sistema de cañerías.

Estos puentes existen hoy en día, como puede ser el Puente de Alfonso XIII, en Larache sobre el río Lukus, que fue abierto al tráfico el 23 de enero 1929; o el puente flotante de pontones sobre el río Kabul, en Pakistán, que se sostiene sobre barcas de quilla plana en lugar de utilizar pilares fijos.

* Puente de Barcas en 1851, en el emplazamiento que tuvo desde el inicio de las obras del puente de Isabel II, hasta su desmontaje en 1852.

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