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El amante lesbiano

El amante lesbiano

Hace ya algún tiempo leí esta obra de José Luis Sampedro, de la que saqué la conclusión que, a la vejez, este barcelonés gozaba con devaneos sexuales prohibidos. Podías pensar varias cosas, o la abogacía por una apuesta del amor libre en sus diferentes estadios o el canto del cisne de un erotómano posiblemente más teórico que empírico. Ahora estoy leyendo La vieja sirena, de este mismo autor, una novela entre histórica y fantástica, mitológica incluso, desarrollada en la Alejandría del siglo III, donde ya apuntaba la idea del amante lesbiano, centrada en un hombre que se hace mujer empitonado por una mujer (¿una tríbada?) a la que le gustan las de su mismo sexo.

Entre poético y cargante, con una fina concesión a la vulgaridad, este libro consta de más de 700 páginas posiblemente prescindibles, pero necesarias para contemplar la arboleda del pensamiento sampedriano, si se me acepta el término. Cuando acabe (voy por la mitad del volumen) podré opinar con perspectiva.

El otro día, departiendo con Jesús Ortega y otros amigos, sobre las ideas de este catedrático de estructura económica y, sin embargo, pensador, recordé lo más interesante de El amante lesbiano, al menos para mí, que es la teoría antedicha sobre las relaciones en el amor (en el sentido más espiritual y visceral, al mismo tiempo, que se puede tener). He querido citar de primera mano, pero, por más vueltas que le he dado a la novela, no he encontrado donde relacione las ocho formas propuestas de comportamientos amatorios.

Sampedro hace la clasificación desde lo heterodoxo, por abundante y tradicionalmente admitido, hasta lo más ladeado, por su combinación extrema. Así tenemos al hombre que siente como hombre y ama a una mujer y a la mujer que siente como mujer y ama a un hombre, que son los heterodoxos; al hombre que siente como mujer y ama a un hombre y a la mujer que siente como hombre y ama a una mujer, que son los homosexuales; al hombre que siente como un hombre y ama a otro hombre y la mujer que siente como mujer y ama a otra mujer; al hombre que siente como mujer y ama a una mujer (el amante lesbiano) y a la mujer que siente como un hombre y ama a un hombre.

Aparte de estas combinaciones, el catalán se interna por las infinitas bifurcaciones del sexo, sin llegar a Sade, y habla sin pudor tanto de formas y juegos, como la sumisión o el sadismo, hasta las prácticas entre dos o más actuantes (menages), pasando por la acumulación de las varias formas de sentir antedichas en una misma persona, admitiendo la bisexualidad y la androginia, e incluso el hermafroditismo.

Los ángeles, para ser ángeles, siempre lo he pensado, no pueden ser asexuados sino hermafroditas.

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