La señora del baile
Flamenco Viene del Sur
Manuela no es una fiesta, porque no lo necesita, Manuela no recorre el escenario, porque no lo necesita, Manuela no viste colores, porque no lo necesita, Manuela no es futurible, porque no lo necesita. El baile de Manuela Carrasco es parco y digno, sin florituras ni aspavientos. Es un baile de raíz, introspectivo y gitanísimo. Su sola presencia, su sola imagen, su sola estampa sentada en una silla o en un desplante encierra una flamencura ilimitada.
Manuela Carrasco es “la diosa del flamenco”, como es conocida desde que así la llamó Juan de Dios Ramírez Heredia, es la señora del baile, a la que todos admiran, a la que todos imitan, a la que todos respetan. Manuela es elegante y bella, esbelta y moderada. Sus pies limpios y vertiginosos los dosifica para sus momentos. Mientras, una pose, un braceo, una mirada, arrancan el ole sentido del aficionado cómplice.
Suspiro flamenco es la obra que nos presentó este lunes en el teatro Alhambra. Un flamenco tan consistente como efímero, tan profundo como epidérmico, centrado en su porte de diosa gitana que aparece sentada en anea sobre plataforma. Sus músicos, Pepe de Pura, Emilio Molina y Luis Moneo al cante, Joaquín Amador y Paco Iglesias a la guitarra; y José Carrasco a la percusión, hilvanan con profesión un recorrido genérico por los estilos flamencos para que la bailaora sevillana demuestre su arte.
Unas bulerías abren la noche, donde impera el sosiego, a pesar de la fiesta. Con la caña se presenta el cuerpo de baile. El estilo visceral y arrebatado de El Choro, de Oscar de los Reyes y sobre todo de Rafael de Carmen, aunque discrepe de mis gustos, tiene sus adeptos. En conjunto o individualmente, son justamente aplaudidos.
A la gavilla por fandangos no le acompaña el baile. Apreciamos así mejor las guitarras y el juego de voces, puede que poco amplificado. Destaca la cadencia y entrega de Pepe de Pura, un cantaor que admiro desde hace tiempo, que suele acompañar también a Eva Yerbabuena.
El taranto de Manuela es desgarrado dentro de su apoteosis; los tangos de El Choro y Oscar de los Reyes coloridos en su conjunto; y las prolongadas alegrías de Rafael de Carmen un derroche de fuerza y compás.
La Hija predilecta de Andalucía, Premio Nacional de Danza 2007 y Embajadora de la Paz (San Remo 2008) remata su actuación con una soleá intimista y marcada, llena de sabor y de propuestas, que más que anclarse en el pasado alza el vuelo advirtiéndonos que Manuela Carrasco, con cera de 60 años, tiene aún mucho que decir.
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