El mimo del baile
Flamenco Viene del Sur
Málaga tiene un tesoro que se llama Carrete. Carrete es único y es personal; cuenta una historia en cada uno de sus bailes y tiene un sentido del ritmo sobresaliente. A sus 72 años reconocidos (¡quién sabe!) goza de un espíritu joven y de una energía encomiable. Zapatea, se agacha y desafía como un bailaor en sus mejores tiempos. Y, sobre todo, salpica sus bailes de un finísimo humor que lo define y sobrepasa la idea convencional del artista flamenco. Si a esto unimos un cuadro escaso, pero bellamente escogido, tenemos todo un espectáculo: Carrete en vivo, la función que nos brindó este malagueño el lunes, 22 de abril, en el teatro Alhambra.
Rafael Rodríguez abre la noche con un solo de guitarra. Es Momento de calma, una zambra rotunda, muy arabizante y agradecida.
Como artista invitada, Mª Ángeles Gabaldón, aborda unos tangos de málaga, cantados con aire por La Repompa y principiados con guiño a las guajiras. La bailaora sevillana se muestra correcta y académica. Quizá presionada con la frialdad del momento.
Carrete aparece con traje, sombrero y bastón, con el que marca el compás por alegrías y con el que interactúa hasta que lo suelta, lo mismo que se desprende del sombrero y aun de la chaqueta, mientras cuenta la historia que nos trae. Carrete es expresivo como un mimo. Su gracia y su dominio hacen que su baile sea un paseo, un recorrido que alegra y admira, como un artesano al que no puedes dejar de atender.
De nuevo Gabaldón vuelve por seguiriyas con vestido de media cola negra y acompañada por palillos. Es esbelta y rotunda; redonda y entregada, aunque le falta el dramatismo que requiere la pieza, que recuperará hacia el final con el cambio de Curro Durce. Juan José Amador, al cante, no está tan fino como acostumbra.
Para los tarantos, Carrete, con traje blanco, utiliza una silla como estático partenaire, al que después le da alas. Primero convencional, con ese juego de manos (grandes manos) nada ortodoxas, para acelerarse a su mitad y llegar a sentarse, haciendo un alarde de su compás exagerado, y pasear la silla y santiguarse, como al final de cada uno de sus bailes, y brindarnos la faena y rematar dos o tres veces y hacer mutis casi con trabajo.
A la hora exacta llegan los saludos y el generoso y repetido fin de fiestas por bulerías, donde todos, contagiados con la comicidad del protagonista, hacen sus pinitos y donde Mª Ángeles, en su brevedad, se suelta el pelo y podemos atender a su valor y su chispa.
Aquí quedó Carrete, un bailaor elegante, saleroso y personalísimo, como digo, al que, visto lo visto, le quedan aún muchos años para darnos satisfacciones.
* Foto de Antonio Conde©.
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