Las Pléyades
Un grupo de siete estrellas pertenecientes a la constelación del Toro, cuya estrella más brillante es Aldebarán, a la que no debemos mirar muy seguido porque hace violento, eran hijas del titán Atlas, quien, con sus hombros como pilares, mantenía la Tierra separada del cielo, y, con Diana, compartían la afición a la caza.
Los griegos pensaban que las Pléyades eran palomas (de ahí su nombre), los latinos que una gallina con su pollada, para los árabes fueron un pezón de Turayya y, en mi historia inédita de Septimio de Ilíberis, no eran más que "un racimo de uvas bien lustroso para alegrar los cielos y mantener la copa de Júpiter, el amontonador de nubes".
Aunque las llaman 'virginales', las Pléyades fueron amantes de los dioses. Zeus amó a Maya, con la que concibió a Hermes; a Taigete; y a Electra. Poseidón estuvo con Alcione, abuela de Orión; y con Celano. Ares sedujo a Estérope. Y la séptima, Mérope se enamoró de Sísifo, el único mortal, hijo de Eolo, quien terminó arrastrando perpetuamente una piedra en el Tártaro cuesta arriba y, cuando llegaba a la cima, volvía a caer, como castigo de haber promulgado los amores de Zeus con una ninfa.
Tras la persecución libidinosa de Orión, que no respetaba ni a su abuela, Zeus las convirtió en las estrellas que son, en brillantes 'palomitas' en el firmamento. Sólo una brilla menos, Mérope, avergonzada, según cuentan, de su amor humano. Por eso, a simple vista parece que son seis en vez de siete.
Las Pléyades se ocultan durante cuarenta días y cuarenta noches, indicando a los labriegos de antaño el tiempo de labranza.
“Tanto el arado, como la siembra y la cosecha hay que realizarlas desnudo, como dictó Deméter, de hermosas trenzas, para agradar a la tierra y obtener buenos frutos”, aconseja el padre de Septimio en la novela indicada.
* Las Pléyades, por el pintor simbolista Elihu Vedder (1885).
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