El abrelatas
Por las tardes, para atravesar las horas de más calor, mi hijo y yo buscamos una película online y la vemos cómplices en nuestra pantalla de mediano formato. No tenemos preferencia, aunque nuestros intereses se decantan por la historia y el mito o directamente por el humor en sus múltiples épocas y facetas.
El otro día estuvimos viendo Amor en conserva (1949), de los Hermanos Marx, con una jovencísima Marilyn Monroe, que no parece ni ella, luciendo piernas y talento. Una apuesta segura, aunque los números musicales nos aburren un poco. Somos incondicionales de Groucho y las payasadas de Harpo tienen su punto, para mí asaz trasnochado.
No es mi intención desvelar la trama u opinar de la película y su desarrollo; ni siquiera mostrar nuestra interacción con ella o sus diferentes gags. Tan sólo comentaré que todo el filme gira en torno a una lata de sardinas, marcada con la cruz de malta, que contiene un collar de diamantes.
Son varias las conservas de pescado las que se abren en directo. Pero (y aquí radica lo extraordinario) no se destapan con la actual anilla de abrefácil y tampoco con los abrelatas conocidos, por muy primitivos que sean. Nos remontamos posiblemente al primer abridor de la historia que consiste el una llave de alambre rígido con una ranura en medio de su fuste que se introduce en una pestañita de un lateral de la lata, preparado para el efecto, y, dando vueltas sobre sí, dicha tapa se va enrollando destapando consecuentemente el producto. (Creo que se entiende el mecanismo y, los mayores reconocerán conmigo haberlo usado.)
Durante mucho tiempo, entre mis objetos guardados, atesoraba yo una llavecita de este tipo. No con una actitud melancólica o de coleccionista, sino porque alguien, que conocí cuando niño y no recuerdo, tenía una aplanada en los raíles del tranvía y la empleaba como fiel ganzúa para abrir cualquier tipo de cerradura. Mi intención era, cuando pudiera, encaminarme a la estación del ferrocarril y tender mi llave en una de las paralelas a la espera de que un tren la aplanara para hacerla maestra y acceder a cualquier aposento encadenado. Pero la pereza, la falta de ocasión o la poca necesidad de descubrir lo que otros han ocultado, mantuvieron mi alambre tal cual. Mi llave continuó siendo abridor, aunque ya sin lata preparada para abrirse con tal mecanismo, hasta que se perdió definitivamente, sin dejar hueco su ausencia.
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volandovengo -
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