Walt Whitman, el profeta de Long Island (1)
En el frutal año de 1992 y armado con un ramito de hierbabuena, impartí en La Tertulia, para quienes quisieron oírlo, y un grupito de incondicionales, unas palabras sobre el ’hermoso’ neoyorquino Walt Whitman.
Aún no había mediado el mes de octubre y, con más ganas que acierto, fui desgranando parte de sus versos.
’El profeta de Long Island’ rezaba el subtítulo y unas palabras del prólogo de la segunda edición de Hojas de hierba encabezaban a manera de cita dicho escrito: Camarada, esto no es un libro. / Quien lo toca, toca un hombre.
Los tópicos, no por ser tópicos dejan de ser verdad. ¡El mejor homenaje que se le puede hacer a un poeta es leerlo!
El mismo Whitman escribía en Yo y lo mío: Exijo que no haya teoría o escuela fundadas sobre mi persona; / os exijo que dejéis todo libre, como yo he dejado todo libre.
Se negaba a que lo analizaran, a que lo estudiaran, a que lo endiosaran. (Flaco deseo, pues lo analizan, estudian y endiosan continuamente.)
Su poesía es gruesa y difícil, de versos largos y proféticos, poemas muy largos o excesivamente cortos llenos de preguntas sin respuesta (nos recuerda a Cavafis), como en ¡Oh, himen! ¡Oh, himeneo! (traducido por Borges):
¡Oh, himen! ¡Oh, himeneo! ¿Por qué me tantalizas así?
¿Por que me punzas un instante y me dejas?
¿Por qué no puedes proseguir? ¿Por qué cesas ahora?
¿Será porque si duraras un solo instante más me matarías?
Hay quien dice de sus versos que pueden formar un todo independiente, que cada uno de ellos tiene una fuerza y un sentido únicos.
Traducciones al castellano hay varias: León Felipe, Borges, Concha Zardoya, Pablo Mañé, José Valverde...
Influencias en Rubén Darío (bello como un patriarca sereno y santo), L.A. de Villena (poeta de la libertad, del versículo y de la homosexualidad viril), Lorca (viejo hermoso Walt Whitman), Borges (poeta de vastedades cósmicas u hombre plural e infinito)...
Comenzó a escribir en 1855, a los 37 años, seguro de lo que hacía. Y no que decidiera hacer poesía, sino que la Poesía en forma de musa inspiradora se apoderó de él. Fue una necesidad vital, no sólo para él sino para todo el pueblo de Norteamérica. Era un pueblo joven que ya contaba con Emerson como filósofo, con Melville como narrador, con Thoreau como insurgente y con Mark Twain como humorista. Le faltaba el poeta.
Él mismo se nos presenta en el primer poema de Canto de mí mismo:
Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás; me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.
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