Derecho a la educación
En el libro Escultismo para muchachos (1908), de Baden Powell, recuerdo que había un capítulo dedicado a la observación que tomaba como base los aprendizajes de Kim de la India en la novela del mismo nombre (1901) de Rudyard Kipling.
Aquí se decía que era posible averiguar el estatus social de las personas mirándoles los zapatos. Se refería al abismo entre las clases sociales en Inglaterra a principios de siglo.
Esta prueba de análisis estaría vigente durante algún tiempo, pero cuando yo leí la obra del fundador del movimiento Scout, todo el mundo llevaba los zapatos iguales.
No hemos tenido que esperar mucho, sin embargo, para resucitar el arriba y abajo entre la ciudadanía. El nivel entre las personas lo determina el dinero, no la sangre. El derecho de explotación crece con la desigualdad de las leyes. El acceso al poder económico, a la igualdad y a la solidaridad incluso lo dicta la educación.
Pero la educación es elitista. Los recortes y las exigencias están limitando, como antaño, el acceso al ‘saber’ a las personas pudientes.
(En México había una familia con siete hijos que acudían al colegio por turnos porque sólo poseían un par de zapatos para todos los niños.)
Quien no tiene dinero para una matrícula que no estudie. Quien no tenga suerte de recibir una de las limitadas becas del Estado que no estudie. Quien no pueda adquirir los libros exigidos que no estudie. Quien tiene que ganarse la vida para pagarse la carrera porque sus padres no tienen ni para comer que no estudie.
La Constitución española preconiza en su artículo 27 el derecho a la educación. Este derecho está contenido en numerosos tratados internacionales de derechos humanos pero su formulación más extensa se encuentra en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, ratificado por casi todos los países del mundo. El Pacto en su artículo 13 reconoce el derecho de toda persona a la educación, no sólo en la enseñanza primaria, sino también en la secundaria y en la superior la cual “debe hacerse igualmente accesible a todos, sobre la base de la capacidad de cada uno, por cuantos medios sean apropiados, y en particular por la implantación progresiva de la enseñanza gratuita”.
Antes estudiabas para ser abogado y eras abogado. Estudiabas para maestro y eras maestro. Hay quien elige sus estudios sin saber qué acontecerá. Hay quien estudia una cosa u otra o se apunta a un módulo de Formación Profesional o entra en una academia donde expenden un título de nosequé, o se apunta en el paro y empieza a buscar un trabajo incierto.
Si la ‘crisis’ ha servido para algo ha sido para aumentar la empatía, la solidaridad entre los que menos tienen, el altruismo entre quienes menos necesitan.
Vemos a familias regalando libros de años pasados o cambiándolos por otros o vendiéndolos a bajo precio. Hay profesores que no exigen libros o que proporcionan fotocopias o que comparten manuales.
Sin embargo, el otro día lo vi en un instituto de Granada, una profesora exigía un ejemplar nuevo, sin subrayado ni marca alguna, sin excusas para el segundo día de clase. El texto cuesta cincuenta euros. Uno de sus alumnos puede que no coma en varios días, pero si quiere asistir a clase y poder meter la cabeza en nuestra sociedad capitalista, debe comprarse el librito.
Puede que volvamos a distinguir el estatus de las personas mirándoles a los zapatos.
2 comentarios
volandovengo -
Carmen -
El derecho a la educación, como el derecho a la vivienda, esos dos derechos que recoge nuestra constitución (y tantos otros tratados internacionales, como dices) se están quedando por debajo del derecho. Al final, efectivamente, parece ser que con carrera o sin ella, has de buscar la manera de encontrar dinero antes de dedicarte a hacer lo que has elegido. Y esto, en el mejor de los casos, en el caso de los que acaben estudiando algo o formándose: y es que hemos acabado viendo cómo la pescadilla nos muerde la cola.