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volandovengo

Honorio Bustos Domecq

Honorio Bustos Domecq

Una colección de kiosco de los años 80 (Literatura Contemporánea Seix Barral), en la que compraba ejemplares sueltos, según autor, título y posibilidades económicas, me llevó a interesarme por un título harto estimulante para mi vanidad investigadora. Se trataba de Cuentos de H. Bustos Domecq, que hacía el número 48 de esa serie posiblemente centenaria. Lo adquirí, además de por sus autores y por su trama, una aventura detectivesca urdida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, por la curiosa coincidencia de mi apellido con el del supuesto autor de las historias de raciocinio, pues de densa deducción se trata.

En varias ocasiones, a lo largo de estos años, he intentado abordar su lectura, pero su prosa densa y terriblemente porteña y erudita, plagada de francaísmos y latines, me lo impedían. En una reciente visita a mi biblioteca, escudriñé este volumen, entre otros más de su colección, oculto en una segunda fila por libros más recientes y, sin duda, más vistosos.

Reconozco que me ha costado entrar, pero, a sabiendas de que cuando le cogiera el pulso narrativo iba a colmar mis expectativas, no he cejado en su lectura.

Llevo unas cuantas decenas de páginas y sus propuestas, inventiva, dinámica e imágenes reconozco que me atrapan. Hay detalles que saboreo con placer e incluso me hacen sonreír.

Honorio Bustos Domecq es el autor ficticio de los relatos que componen este libro, que consta a su vez de tres obras: Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), Un modelo para la muerte (1946) y Crónicas de Bustos Domecq (1967).

Comienza la primera parte con unas notas biográficas de este escritor argentino, que empezó a escribir a la edad de 10 años y que publicó sus obras en la prensa de Rosario.
El origen del pseudónimo, leo en la wikipedia, consiste en la reunión de los apellidos de la abuela paterna de Bioy (Domecq) y de un bisabuelo materno de Borges (Bustos), lo que fantasiosamente me emparienta (o emparenta) con mi admirado invidente.

En el segundo relato de Isidro Parodi (que resuelve los casos desde la celda 273 de una penitenciaría de Buenos Aires), un actor, Gervasio Montenegro, que singularmente también prologa el libro, gana al poker trescientos quince pesos y cuarenta centavos y el diamante de una princesa rusa. Para celebrarlo, cuenta Montenegro: “llamé al mozo y le pedí ipso facto la carta de vinos. Un rápido examen me aconsejó la conveniencia de un Champagne El Gaitero, media botella”.

Varias razones me levantaron el belfo (con todos mis respetos). Dos mentes privilegiadas piensan en una marca de espumoso tan exótica como exclusiva. El Gaitero no es un champagne sino una sidra (aunque, en honor a la verdad, más adelante en el relato lo llaman de esta manera). Además es una bebida asequible, de andar por casa, y nada sofisticada.

(Puede, no obstante, que el champagne al que los autores se refiera, no sea el mismo que yo conozco, lo que estaría justificado por su parte y asaz escurridiza por la mía.)

2 comentarios

volandovengo -

Pueden ser sinónimos para el común, B, como si dijéramos 'espumoso', pero para el entendido medio y para el mundo de la enología existe una diferencia abismal.

B -

Jorge, parece que tiene ambas denominaciones, sidra y champagne.
http://blog.hola.com/rimaquealgoqueda/2007/12/la-sidra-el-gaiterofamosa-en-el-mundo-entero-ya-se-vende-en-china.html