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Rasgos del Holandés

Rasgos del Holandés

Una de las características del héroe mítico es la ausencia de un retrato fidedigno que lo represente. Las conjeturas de su fisonomía en cambio muy a menudo son coincidentes por los detalles personales que se han ido resbalando de la literatura oral que alimenta esa hagiografía y, en no menos medida, de la minuta de los caracteres físicos que apuntan los mismos mitógrafos o su acercamiento al cuento, la música o al cine.

Me limitaré no obstante a describir al capitán holandés, Van Straaten o Vanderdecken, a través de los datos (nunca exhaustivos) que poseo.

Hay constantes que retratan al Holandés como un capitán maniático, obstinado y enloquecido, propenso a la ira y al fiero sacrilegio; condenado a recorrer el océano eternamente, sin descanso ni anclaje ni puerto de ningún tipo (el día del Juicio Final será reclamado por el Diablo), siempre en medio de una tempestad, provocando la muerte de todos aquellos que le vieran. Sin cerveza ni tabaco; su único alimento será hierro al rojo vivo o las brasas, su única bebida la hiel y el vinagre, aunque la provisión de pan y agua a bordo, dicen, es inagotable. 

Aunque sabemos de sus nombres y de su tierra, el capitán es un solitario sin nombre ni patria (¡Llámame extranjero!). Siempre está alerta, nunca duerme, porque al cerrar los ojos, siente como una espada traspasa su cuerpo.

El holandés es un tipo siempre joven, alto, flaco, con los ojos claros y el pelo negro (aunque la señora Van Oestjade, de Ámsterdam, a mediados del pasado siglo, lo soñó con el pelo blanco). Es callado e infinitamente triste. Suele andar descalzo, con un pañuelo rojo anudado en el cuello. Siempre tiene sed.

Lleva espada en el cinto, daga afilada y dos pistolas ricamente ­labradas ’que compró en Londres por tres monedas de oro que quemaron la mano del tendero al cogerlas’, por eso también es conocido como el hombre que quema. Casi todos los que entran en contacto con el Holandés Errante, si no terminan muertos, se vuel­ven locos. Su estocada, su señal, es un tajo en la boca de sus adversarios.

A todas las mujeres enamora a primera vista y luego las abandona, o desaparece, que no es lo mismo pero es igual (¡Acuérdate del Holandés, que nunca volverá!).

Es inmune (las afiladas hojas se quiebran como frágil cristal contra la carne del Errante) e inmortal hasta el día del Juicio o hasta que encuentre un fiel amor que lo ‘rescate’ (el señor van der Veen se atreve a señalar que “una sangre inocente, voluntariamente derramada por él, dando vida por vida”, puede ser el precio del rescate, cuenta Cunqueiro).

Tripula un tres palos de roble germánico pintado de negro, cargado de tesoros y por cuya cubierta corren luces amarillas. Alrededor del velero se levantan grandes olas y silba el viento aunque la mar esté en calma. Está envuelto en un temporal permanente que sin embargo respeta sus mástiles y sus velas en cruz.

Se sabe también que el Holandés es políglota. En Nápoles habló italiano, en Lisboa portugués, en Londres inglés y en Marsella francés. Si no nos entiende es por su aire melancólico y por su pura eternidad.

* En la imagen, Corto Maltes de Hugo Pratt.

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