Sobre nuestros demonios
A diferencia de Sartre, que opinaba que “el infierno son los demás” (A puerta cerrada), Dostoyevski afirmaba en Los hermanos Karamazov que “todos los hombres llevan un demonio en su interior”. Lo mismo decía san Hilario “los principales demonios habitan en la cabeza de las personas, y las tentaciones son los demonios que tientan a los mortales”.
Torrente Ballester va más allá e insinúa en el prólogo de su Don Juan que el infierno somos nosotros mismos. Quizá por eso Clemenceau exclamara “quien tiene genio, tiene mal genio”.
Cavafis, por su parte, poetizaba en Itaca: “A Lestrigones y a Cíclopes, / y al fiero Poseidón no los encontrarás, / si no los llevas dentro de tu alma”.
Todos tenemos la dualidad en nuestras entrañas. Todos somos potencialmente buenos, como soñaba Rouseau, pero también ‘lobos’ para nosotros mismos, como Hobbes dejó escrito. (Una de las frases más conocidas de la artista holiwoodiense Mae West, maestra del doble sentido, dice “cuando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala, soy mucho mejor”.)
Todos somos el doctor Jekyll, pero también mr. Hyde. No sólo hacemos daño sin querer o por venganza o por defensa o por despecho, sino también por gusto, por el placer del sufrimiento ajeno, por el poder que nos otorga el sadismo. Nuestra cabeza está bien enrevesada y en nuestro corazón hay rincones bien oscuros: alma de malvado, de castigador, de ladrón, de pirómano, de asesino. Sólo falta dar el paso. Dicen que quien mata una vez ya le es más fácil seguir matando.
Cada cual sabe de sus bondades y de sus fobias, de su simpatía y de su crueldad. “Si los espejos reflejan las cosas en su apariencia, detrás de los espejos debe haber fabulosamente el ángel o el diablo, la verdad o la mentira”, escribía Joan Perucho en La sonrisa de Eros. Nadie se salva. Somos yin y yang, noche y día, hombre y mujer (aunque nuestra participación del otro sexo sea mínima, aunque admitamos esta dualidad).
Así, la imagen animada del diablito que nos tienta, en lucha continua con al angelito que nos marca el buen camino, no es tan fantástica como creemos. Tenemos alas celestiales que nos elevan, pero también un largo rabo infernal que nos arrastra y ennegrece. Mujica Láinez en El Laberinto sentencia que “de la tentación sólo escapan (a veces) el santo y el filósofo”. ¿Pero acaso queremos escapar?
5 comentarios
Carmen K. -
volandovengo -
Rossy -
volandovengo -
Carmen -
El demonio interior crece conforme envejece el ángel. Las tentaciones nos sirven para saber quienes somos, sin tentación no sabríamos nunca qué es lo que realmente queremos, porque, estoy segura, la parte rousseaniana del alma es un invento social.
El que odia vive mejor. El amor nos destruye.
Muy buena esta entrada, George. Lo que es capaz de hacer un ruso con la cabeza de un lúcido como tú...