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Cuestión de estilo

De esta agua no beberé

De esta agua no beberé

Es una cuestión muy simple. Palabras como agua, águila o acta son radicalmente femeninas. Sin embargo, el artículo determinado que las antecede en su presente de indicativo es masculino, concretamente 'el'. Así: el agua, el águila, el acta.

Podemos dar una razón apócrifa sobre este tema, que sería simplemente que es una forma de evitar la cacofonía. Sin embargo, la razón es menos razonable. La Real Academia nos dice que "Por herencia histórica, los sustantivos femeninos cuyo significante comienza por /á/ acentuada [prosódico u ortográfico], utilizan el significante /el/".

"Se incluyen en este comportamiento, continúa la RAE, los sustantivos que comienzan por /há/ acentuada: el hambre, el hacha, el hada, el habla, etc.". Se exceptúan los nombres de las letras: la a, la hache... y los nombres genéricos con posibilidad de confusión: la ácrata/el ácrata, la árabe/el árabe...

Esta regla no afecta a los plurales, que recuperan su significante femenino: las aguas y no los aguas; ni a adjetivos como esa agua, esta agua, aquella agua. Es incorrecto, por lo tanto, el uso de otras unidades con esos sustantivos (ese agua, aquel área).

También, si entre el artículo y el sustantivo estudiado aparece otra unidad, el artículo recobra su forma femenina. Así: la bella hada o la clara agua.

En 1993, Fernando Lázaro Carreter, denunciaba el abuso de esta confusión entre "diarios, telediarios y radiodiarios". Después de algunos ejemplos, el catedrático de la lengua, comentaba que incluso entre profesores de Filología había oído expresiones como ese aula.

Estamos hartos de escuchar ese dislate por quien se cree con la verdad. Aunque la verdad es que se formula de esta agua no he de beber, y no de este agua no he de beber. Craso error.

Paje, traje, dopaje, equipaje

Paje, traje, dopaje, equipaje

Una de las normas más claras, sencillas y aprendidas del idioma español es que se escribe con jota ('j') toda palabra que termine en 'aje' (y en 'eje'), como coraje (o hereje).

Asombrosamente, como digo esta norma está completamente asumida por los hispano escribientes en los mass media habituales (además, el corrector ortográfico del ordenador no lo pasa por alto). Sin embargo, es habitual encontrarnos por la calle letreros del tipo 'garage' o 'reciclage', por poner un ejemplo. O sea, la norma trasgredida.

El 'age' con ge ('g') es un francaísmo (o galicísmo, si queremos). De hecho 'garage', como tal, es una palabra francesa que ha sido adoptada en nuestro idioma, castellanizándose como 'garaje', según la norma. No escribirlo así es un error lingüístico y, si se pronuncia correctamente, fonético.

Aunque, para que no creamos discriminada esa gangosa letra, podemos apuntar que se escriben con 'g' las palabras que terminan en gia, gio, gía, gión, gional, gionario, gioso, gen, gélico, genario, género, genio, génito, gesiman, gésimo, gético, giénico, gimal, gíneo, ginoso, gismo, ogia, ógico/a, ígeno/a, ígero/a, con sus femeninos y plurales, excepto aguajinoso, espejismo, salvajismo, bujía, herejía y lejía (los ejemplos de cada terminación os los dejo a vosotros).

Mi más sincero agradecimiento

Mi más sincero agradecimiento

Una de las bondades del idioma, al menos del español, es su versatilidad tonal. Digo, que a veces el tono empleado nos evita más de una coletilla superflua. Por ejemplo cuando pedimos un vaso de agua, por poner, con un tono lastimero: me podría poner un vaso de agua, es como si añadiéramos un por favor, sin necesidad de expresarlo.

En este sentido, hay palabras que ya son definitivas, como gracias. Se admite muchas gracias, pero gracias sinceras, es como si existieran agradecimientos falsos, que no fuesen de verdadera intención, lo cual contradice el término, la expresión y sobre todo el sentimiento. Además, dice poco de nuestra persona (si alguien acostumbra a darme las gracias sinceras y en algún momento me manda sólo las gracias, permítanme que sospeche de sus intenciones).

Rizar el rizo sería decir mi más sincero agradecimiento. O sea que tiene agradecimientos pequeños (o en poca cantidad) y agradecimientos enormes y colectivos. Curioso, no obstante.

Admitamos, como he dicho anteriormente, las muchas gracias, como frase hecha (el very thank you anglosajón), pero detengámonos en la soera prudencia. Con gracias basta y sobra, que a buen entendedor...

Este pequeño atentado puede enmarcarse en lo que yo llamo superlativísimo, del que hablaré más adelante, en otra entrada, en otro momento.

Algunos monosílabos

Algunos monosílabos

Una de las características de las lenguas del mundo es su viveza, su continua evolución. Las lenguas crecen, se enriquecen, se depuran.

Hace siglos, las lenguas, como las cucarachas, nacían, crecían, se morían y desaparecían, como el cahuarano en América, el elamita o el acadio en Asia o el gálata y el protovasco en Europa.

Sin embargo estamos acostumbrados a otras lenguas llamadas "muertas", que son el latín y el griego arcaico. Son lenguas que se siguen estudiando, se siguen traduciendo y se siguen hablando. Si no en su totalidad, sí en sentencias y decires (así los latines o latinajos con que sembramos los sesudos textos para aumentar las posibles dudas que tengamos).

Hay otra lengua que nació ya muerta (o por lo menos moribunda sin llegar a ser nonata, como las transcripciones de Tolkien). Me refiero al esperanto. Miles de esperantistas que lean esto se me echarán encima. Pues el esperanto existe, hay una liga mundial de esperantistas, se escriben libros y canciones en este idioma y hay congresos donde no se habla otra cosa que esperanto. Yo lo he estudiado.

Bueno, intenté estudiarlo por correspondencia, con altas calificaciones, pero con la frustración de no poder practicarlo con nadie. Como mucho, decirle a los amigos: ¿sabéis que el esperanto cuenta solamente con dieciséis reglas de ortografía? Y acompañar esta sentencia con una parrafada en esa lengua de vocación universal.

Cuando yo era pequeño (y muchos de los libros antiguos que gravitan en los anaqueles de esta habitación así lo corroboran), los monosílabos que conforman el pasado de los verbos en su tercera persona se acentuaban. Es el caso de 'fue' o 'vio', que antes se escribían con acento. Así 'fué' y 'vió'.

Muchos, sobre todo las personas mayores que no están muy acostumbradas a escribir, siguen acentuando estos monosílabos que, repito, desde hace unos cincuenta años estas palabras no llevan tilde que valga.

Lo que no ha estado acentuado en la vida ni estará es el pronombre 'ti'.

Una de las reglas especiales de la lengua castellana dice que los monosílabos se acentúan para distinguirlos de sus homónimos. De esta manera, pondríamos la tilde a 'más' (adverbio) para diferenciarlo de 'mas' (conjunción) o 'dé' (verbo dar), 'de' (preposición) o 'té' (infusión), 'te' (pronombre)...

Pero nunca 'tí', término que no tiene homónimo. Su uso acentuado es de los errores más corrientes. Me parece sencillamente imperdonable.

Un problema de fechas

Un problema de fechas

Hasta hace poco diseñaba y maquetaba una revista de una asociación de abogados. La imprenta, que no quería intermediarios y comerse ellos el pastel, y el rastacuero del presidente de dicha asociación que quiso soplar las velas sin apenas sombras, me liberaron de esa tarea.

La cuestión que deseo anunciar no es ésa. Sino el escrito de los juristas, allegados y otros gremios. Durante cuatro o cinco años llegaban a mis manos artículos y textos, sentencias y doctrinas con errores históricos, imposibles de erradicar, simplemente porque así estaba establecido y quién era quien para cambiar la costumbre y menos un asalariado por obras y servicios (por llamarlo de alguna forma).

Uno de estos problemas asumidos e inamovibles era el formato de fecha. Los años siempre aparecían con un punto y los meses en mayúscula (y los días de la semana y las estaciones del año).

Bien sabido es que los nombres propios se escriben con mayúscula. En su contra, lo común, lo genérico, lo vulgar, si quieren, utiliza la minúscula. Por tanto, los meses del año son comunes, son minúculos (permítaseme el término) (y los días de la semana y las estaciones del año). No hay razón para tal encumbramiento. Es un anglicismo sin más el empleo de la mayúscula en estos nombres que no son propios.

Sólo irán en mayúscula si se refieren a un mes concreto de una fecha exacta. O sea, aparte de las reglas generales de ortografía, un mes aparece mayúsculo si es claro y distinto de los demás. Así los "Idus de Marzo" o las "Madres de Mayo" o la "Feria de Abril".

Sin embargo, la Real Academia en su Ortografía, complace a los agresores con su manga ancha, diciendo: "Se recomienda escribir con minúscula inicial los nombres de los días de la semana, de los meses y de las estaciones del año".

Igualmente los años no llevan punto. Es una forma de distinguirlos de las cifras. De esta forma, 2007 es el año en que estamos y 2.007 es un símbolo contable, que pueden ser euros (que no vienen mal) o peras o años que faltan para el 4014.

Me imagino que hasta el año 999 no tenían este problema, pero al acercarse al supuesto fin del mundo del año 1000, se planteó la duda.

MAYUUUSCULAS

MAYUUUSCULAS

Gutenberg inventó la imprenta. Pregunta regalo en un examen de cultura general. A principios del siglo XVI. Aunque existen sus detractores. Aparte de los precedentes habituales a cada invento y de los chinos, que utilizaban algo parecido, la imprenta de tipos móviles de hierro la inventó el doctor Faustus.

La imprenta era considerada como un invento diabólico, propio de la creación mefistotélica de este personaje alemán (del que da buena cuenta Goethe). Gutenberg sólo se quedó con la patente, con no muy buenas artes, todo hay que decirlo: robo, extorsión, compra fraudulenta, intercambio con su alma (por eso el infierno está lleno de propaganda panfletaria)...

En estas primeras imprentas cada letra, con sus variantes, necesitaba un tipo diferente, una matriz individualizada. Así una vocal podía tener cinco o seis piezas diiferentes: con acento, diéresis, circunflejo, tres puntitos, etc. Las mayúsculas, al ocupar toda esta pieza entera, dificultaban tal variedad.

Después, ya en época moderna, apareció la máquina de escribir que, igualmente, impedía colocar el acento en las letras capitales. Con lo cual nos otorgamos una tácita dispensa a la hora de acentuar las mayúsculas en escritos mecánicos. La comodidad e incultura popular, trasladó esta bula a los textos manuales.

Así, se ha creído, desde hace bastantes años que las mayúsculas no se acentúan. Craso error. La Real Academia en su Ortografía dice: el uso de mayúscula no quita la obligatoriedad de la tilde exigida por las normas.

Señores, nunca ha existido esa oficial vista gorda, nadie ha decidido tal barbaridad, que atenta contra las buenas formas. Las máquinas de hoy día, los ordenadores y demás artilugios de la palabra escrita, no tienen problemas para tildar las letras, sean del tamaño que sean. No acentuar una mayúscula, por tanto, es una falta de ortografía inexcusable.

Ese puntito

Ese puntito

No sé hasta qué punto me puedo erigir adalid de la lengua. No sé hasta qué punto puedo dar lecciones gramaticales, de ortografía, de léxico. Y digo que no, porque no soy ningún experto, ningún profesor, ningún especialista.

Soy aprendiz de mucho y maestrillo de nada. Lo suficiente para que me calle lo que ignoro y me pronuncie cuando sepa. Que ya es bastante. Gracián, en una cita que no encuentro, denunciaba esta cuestión. Decía más o menos que el sabio calla hasta lo que sabe y el necio dice hasta lo que no sabe.

En España, sin embargo, como en el resto del primer mundo, cada vez se sabe más de menos y, como dijo alguien, hasta que sepamos todo de nada.

O sea, inauguro una sección, un tema nuevo, que lo doy en llamar Cuestión de estilo, donde me propongo sin ninguna intención catedralicia plantear algunas cuestiones de la lengua escrita que rozan el desequilibrio.

Quiero empezar, sin ningún orden ni exhaustividad, por ese puntito redundante que se le pone a la frase interrogativa o exclamativa después de su signo correspondiente.

Estamos cansados de ver en los periódicos, revistas, circulares y demás documentos (incluido internet), que cuando acaba una frase con el signo de interrogación (?) o el de admiración (!), el personaje en cuestión, con toda la soltura que le confiere la autoría de su texto, añade un punto al punto ya existente.

Señores, estos signos ortográficos ya llevan el punto incorporado. Añadirle otro punto es redundante e innecesario, aparte de caer en un error gramatical.

Sí puede llevar, sin embargo, una coma, dos puntos o cualquier otro diacrítico, según la continuidad de dicho escrito.