Blogia
volandovengo

Cuestión de estilo

Más gitano

Más gitano

Entre las primeras canciones que escribió (1922), En el café de Chinitas, exclama García Lorca: "Soy más valiente que tú / más torero y mas gitano."

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su cuarta acepción, dice que ‘gitano’ coloquialmente es el que estafa u obra con engaño. Sin embargo, esta definición no nos vale por, además de discriminatoria y políticamente incorrecta (como, con perdón, perro judío), porque no se acerca ni por la tangente a la expresión.

Interpretando las palabras de Lorca y entreviendo una tradición tácita en nuestra tierra andaluza, ‘gitano’ sería un sinónimo de torero (como el poeta redunda), o sea, de valiente y arrojado o, según el DRAE, gallardo, airoso, desenvuelto.

Para Borges el gitano sería como el mítico gaucho de la profunda argentina, con su “vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripa y la bota de potro”, que recorre la Pampa no más para pelear con quien tiene fama de más hombre. Sin conocerse si quiera, cruzan sus aceros y abren labios de sangre en la piel curtida de su adversario, si no lo matan con el acero, advirtiendo algunas reglas básicas, las suficientes: “los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro”.

En las cuevas del Sacromonte, en cierta ocasión, presencié una pelea verbal, en un principio, donde uno de los contrincantes zanjó la discusión diciéndole al otro: “que yo soy más gitano que tú”, como afirmando que tenía más coraje, que era más arrojado y que no temía a las consecuencias.

Duelo a garrotazos de Goya (1819-1823).

Vale

Vale

La interjección vale se usa, según el Diccionario de la Real Academia, para despedirse en estilo cortesano y familiar. Y, Gregorio Sánchez Doncel, en el Diccionario de latinismos y frases latinas, sigue el dictado de Corominas, traduciéndolo como ‘adiós’, comentando que es una forma de saludo, usada en singular.

Cervantes se despide así en el Quijote, como muchas obras de la época, y, en La Galatea escri­be: “Hizo una sepultura en el mesmo lugar do el cuerpo estaba y dándole el último vale, le pusieron en ella”.

Asimismo Suárez de Figueroa, en El pasajero, expone: “Besé mil veces el mármol, y dejándole anegado casi todo con mis lágrimas, vio las amadas reli­quias el último vale con una canción...”.

‘Último vale’ también lo recoge el DRAE, como voz en desuso, referida al “adiós o despedida que se da a un muerto, o el que se dice al remate o término de algo”.

Sin embargo, Néstor Luján, con justa indignación, reconoce, en Cuento de cuentos, que vale significa en latín ‘consérvate sano’, y no se explica cómo “muchas gentes desconocedoras de la etimología creyeron, sobre todo a partir del siglo pasado, que la palabra vale puesta al final de las posdatas de las cartas y sin repetir la firma y rúbrica, quería decir que lo añadido valía; o sea que vale, en este caso era del verbo valer”.

El filólogo catalán, Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, hace derivar esta partícula del verbo valer, y lo traduce como ‘adiós’, avalándose en Calderón y en el Diccionario de Autoridades, pero que deriva del imperativo latino valere, ‘estar sano’.

Hoy se desacredita igualmente toda etimología y vale vuelve a provenir del verbo valer, con el significado de ‘de acuerdo’.

Elegancias e inconvenientes

Elegancias e inconvenientes

Empezaré por las bondades. Una flaca memoria atiborrada, por otra parte, hace que se me olviden detalles puntuales de nombres y fechas (si es que alguna vez los supe).

La primera anécdota la relató Rosa Montero alguna que otra vez en sus dominicales de El País. Se trata de un noble francés condenado a la guillotina, lo cual sitúa el suceso probablemente en el siglo XIII.

Los guardianes, cuando lo van a acompañar, de madrugada, de su celda al patíbulo, lo encuentran leyendo.

El caballero se levanta y, a la hora de abandonar el libro, delicadamente dobla la esquina de la página por donde deja la lectura.

La segunda de estas historias la leí hace bastante tiempo en un curioso libro llamado El perfume (oHistoria del perfume) de Eugène Rimel, pionero en las industrias de belleza y el cuidado de la salud. También trata de un noble de su tiempo (s. XIX) y de su discreta elegancia.

Rimmel cuenta que este señor acudió a una fiesta galante y, nada más llegar, una dama de alcurnia, después de experimentar un vaporoso besamanos, comentó lo elegante que venía el marqués (creo que era el título que ostentaba).

—¿Se nota mucho? —preguntó el noble ligeramente azorado.

Ante el halago afirmativo de la doncella, tal señor se marchó a casa y regresó al banquete con ropajes igualmente estilosos pero menos llamativos.

En cuanto al lado inoportuno, puedo relatar también algunos ejemplos que, poniéndonos en situación, son perfectamente explicables (o sea, inexplicables).

La primera historieta la releo en el libro epistolar La mesa moderna, del doctor Thebussem y un cocinero de Su Majestad. El síndico, en misiva redactada en Medina Sidonia, el 15 de mayo de 1877, cuenta el hecho de que, en una visita a una de las principales bodegas de Jerez de la Frontera, Carlos IV, después de haber probado algunos de los excelentes vinos que aquellas paredes custodiaban, le comentó al dueño de las barricas:

—Son muy buenos…

—Superiores los tengo —replicó el cosechero.

—Pues, señor mío —respondió el monarca— guárdelos para mejor ocasión.

Lady Ascott, cambiando de tema, acérrima detractora de Churchill le dijo en cierta ocasión:

—Sir Winston, si yo fuera lady Churchill, pondría unas gotas de cianuro en el café con leche de su desyuno.

—Querida señora —respondió el político inglés—, si usted fuera lady Churchill, yo me bebería con gusto ese café.

El último acontecimiento, lo he relatado en variada ocasión. Lo conozco de segunda mano, aunque parece que lo estoy viviendo en este momento. Tiene que ver con la noche, las copas y el flamenco.

A altas horas, entró Enrique Morente en un céntrico local granadino con un grupo de amigos a tomarse la ‘penúltima’. El camarero, ya sin música, recogiendo las mesas, después de haber cerrado la caja, concedió servirles unos vasos si los apuraban con premura. Los clientes estuvieron de acuerdo. Pero, al mediar las consumiciones, Enrique comenzó a hacerse compás con los nudillos sobre la barra y a entonar a media voz una sentida soleá.

El encargado se le puso en frente y, con sus ojos de vidrio, le espetó:

—¡Si vamos a empezar con los cantecitos nos vamos!

marse la ‘penúltima’. El camarero, ya sin música, recogiendo las mesas, después de haber hecho la caja, concedió servirles unos vasos si los apuraban con premura. Los clientes estuvieron de acuerdo. Pero, al mediar las consumiciones, Enrique comenzó a hacerse compás con los nudillos sobre la barra y a entonar a media voz una sentida soleá.

El encargado se la puso en frente y, con sus ojos de vidrio, le espetó:

—¡Si vamos a empezar con los cantecitos nos vamos!

Albóndiga, almóndiga y alhóndiga

Albóndiga, almóndiga y alhóndiga

Ayer, hablando de los continentes de las palabras para concluir en un mismo significado, salvando el sinónimo que es evidente, como atril y facistol, y barajando legaña o lagaña y otras palabras de similar fonética, incluso acera y el desusado hacera, llegué a proponer albóndiga y almóndiga, a lo que Ana sugirió alhóndiga. Curiosa palabra, curiosa coincidencia, para no tener nada que ver.

Albóndiga viene del árabe bunduqah, que significa ‘bola’. El Diccionario de la Real Academia describe con todo detalle: “Cada una de las bolas que se hacen de carne o pescado picado menudamente y trabado con ralladuras de pan, huevos batidos y especias, y que se comen guisadas o fritas”. Si buscamos almóndiga, nos remite a la palabra anterior, más común y más usada.

Generalmente, no obstante, el vulgo piensa que almóndiga es precisamente un vulgarismo inexcusable como caramales o mondarinas.

Corominas apunta que almóndiga o almóndega es la variante castellana de albóndiga. No así, alhóndiga, que no tiene nada que ver, sino que es “casa pública destinada para la compra y venta del trigo", de donde proviene fonda (‘lugar donde se recibe a todo el mundo’).

Sin embargo almona (‘fábrica o almacén público’), que posiblemente proviene de almoneda (venta pública de bienes muebles con licitación y puja; venta de géneros que se anuncian a bajo precio; local donde se realiza esta venta) y no de almunia (huerto o granja), sí tiene que ver con las raíces de almóndiga o albóndiga.

Total, cuestiones etimológicas. (¡Si san Isidoro levantara la testuz!).

* San Isidoro en la imagen.

El hombre de las dos rajas

El hombre de las dos rajas

Hay en Granada desde hace un tiempo una campaña de la UPA (Unión de Pequeños Agricultores) en los autobuses urbanos que, desde el principio, me chocó. No por el mensaje o la desnudez del anunciante, secretario de tal asociación, ni por la simplicidad del montaje ni por emplear el escudo antiguo de la Diputación (aunque como ya volvemos a ser de derechas…) y ni siquiera por el escorzo en una foto que termina por parecer deforme.

Es el texto en sí que, además de ser provinciano hasta la saciedad, atenta contra cualquier construcción lógica de la lengua.

El mensaje dice así: “Consumir frutas y verduras de España es… Natural y las de Granada excepcionales”.

Admitimos como buena la primera frase, con el patrioterismo intrínseco o los innecesarios puntos suspensivos. Pero el segundo enunciado no hay por dónde cogerlo. Se supone que tiene que concordar con el primero, entre otras cosas en número. Si en un principio se habla en singular, por qué finaliza en plural. Y cuál es el verbo, elíptico, por lo que se entiende. ¿Consumir también? ¿Acaso ser? No me encaja.

Por último, excepcionales, o excepcional, que crea un paralelismo ripioso con natural, no tiene nada que ver con el primer adjetivo, pues la intención, deduzco, es la de formular un superlativo.

Se me ocurren varias formas de enunciar tal campaña, pero me voy a limitar sólo a denunciar.

Cantista

Cantista

Creo que no hay nada peor para un idioma que el abuso de las palabras. Los políticos son expertos en rebuscar términos y expresiones y después emplearlas discriminadamente (aunque también los comentaristas de radio y televisión).

No es el caso, pero un día, oyendo Radio 3, oí el nombre baterista en vez de batería, que es lo habitual en nuestro popular almacenaje de palabras. Lo ví bien, incluso más acertado. Lo mismo que quien toca la guitarra es un guitarrista y el que toca el piano es pianista, lo normal es que quien toque la batería sea baterista.

Esto choca con cuestiones culinarias. Paellera, por ejemplo, que es lo que conocemos por el recipiente donde se echa el arroz, resulta que en realidad es la cocinera que lo guisa y la sartén es la paella, que también denomina a este menú valenciano tan extendido. Aunque todo esto contradice en gran medida a la Real Academia.

Ahora, en Radio Clásica, oigo la palabra cantista, refiriéndose al cantor o cantante (el que canta, especifica el diccionario). Baterista ya es una buena concesión, pero cantista...

Hoy mismo, sin embargo, incluyo la palabreja en el artículo que he mandado al periódico, que saldrá mañana o pasado. ¡La carne es débil!

* Qué hambre me ha entrado al poner esta foto.

El cuchillo de mesa

El cuchillo de mesa

El cuchillo de mesa es un arma de doble filo.

Es un cubierto que sirve para ayudarnos a comer (a cortar, a untar, a empujar la comida), pero no para comer con él. Su posición en la mesa, al lado derecho, entre las cuchara y el plato (con el corte mirando a éste), para indicarnos que se ase con la diestra, puede impulsar a usarlo como pincho o tenedor y llevárselo a la boca.

Puede que, junto con limpiarse con la manga y lanzarle migas de pan al resto de comensales, comer con el cuchillo sea lo más feo que podemos ver en una mesa.

El cuchillo para ayudar a comer se emplea desde el paleolítico (al igual que una rudimentaria cuchara), pero no se generaliza su uso hasta la época clásica, aunque no había cuchillo para todos y se compartía, como se compartían los platos y los vasos (procurando no dejar marcas de los labios en éstos).

(En el Imperio Romano se intentaba conciliar a dos enemigos invitándolos a un banquete y haciéndolos compartir el mismo plato.)

En la Edad Media era habitual que cada invitado llevara su juego de cubiertos. Los hombres en una taleguita y las mujeres en la misma cadena que llevaban las tijeras y el acerico. Aunque los alimentos solían ya llegar trinchados a la mesa, los caballeros presumían de su precisión y limpieza en este arte.

Después vino el tenedor, de tres puntas o de cinco, nacido en Italia y popularizado en Francia. Fue un gran paso para la humanidad. Pensar que tres pinchos eran más eficaces que uno para sujetar la comida y llevársela a la boca fue todo un logro.

Durante el renacimiento había artesanos cuberteros que fabricaban verdaderas joyas para la mesa. Ahora tendemos a la funcionalidad (aunque el diseño tiene mucho que decir).

¿Dónde estarán las cuberterías de plata de nuestras abuelas?

La cucharilla del café

La cucharilla del café

Una de mis manías (o inclinaciones o costumbres o intereses, sin llegar a ser alarmista) es la corrección en la mesa. Más bien atendiendo a mí mismo que a los demás (como la escritura, casi).

La cucharilla del café debe ser proporcional a la taza. Y la taza proporcional al plato. (Aunque hay tendencias estilísticas que, a propósito, diseñan platos desmedidos con respecto a la taza, pero tienen una incisión o algún detalle que indican que son compañeros, que es así como encajan.)

Con la cucharilla del café no se debe echar el azúcar, para eso está la del azucarero, con la que no se moverá nunca el café.

Después de marear el café, en el sentido que se quiera, o alternando, procurando no hacer ruido, aunque a veces es inevitable (la cucharilla del café no es un badajo), se saca la cuchara y se coloca en el plato, sin sacudir sobre ta taza, que está muy feo, aunque más feo está chupar la cucharilla.

Se ha impuesto la costumbre de tomar el café con hielo, lo cual es admisible, aunque no muy ortodoxo. (Dicen que no es muy bueno para el hígado.)

En esta modalidad del café con hielo, se puede servir en vaso, que admite más cantidad. Se pondrá al lado un vaso con hielo y, una vez azucarado y removido el café, se vertirá con cuidado en este segundo vaso con los cubitos.

Después está el carajillo (¡carajo!), que es el café cortado con un poco de licor, comunmente brandy, pero también licor de whisky.

Una tarde aciaga (recuerdo una tarde aciaga), que era tarde para tomar café y temprano para encajarme un vinito, pedí un café cortado con Baileys. El camarero me preguntó si el café era con leche. Un poco confuso por cuestión tan peregrina, le dije que no, desde luego. Él respondió a su vez: "entonces un carajillo" ("sí"), porque si fuera con leche sería un trifásico ("¿?"). En mi tierra llaman trifásico al café con leche y un poco de alcohol.

De dónde eres, me vi obligado a preguntar. De Barcelona, dijo mientras blanqueaba el café con un chorreón del licor solicitado.

A mal tiempo buena cara

A mal tiempo buena cara

Me alucinan en estos días pasados las declaraciones de las gentes del norte afectadas por el mini stunami de hace unos días, que, entre risas, comentan todo lo que han perdido.

Me recuerda a cuando Miguel Gila comentaba "Las fiestas de su pueblo". Un padre decía, ante la broma que acabó con la vida de su hijo: Ma beis dejao sin hijo pero me reío.

* Gran ola de San Sebastián 

Siglas

Siglas

Entre las muchas cosas que hemos heredado del siglo XX son las siglas. El veinte fue un siglo de siglas. Todo se resume en las dos, tres, cuatro letras con las que empiezan sus palabras.

No es necesario soltar una parrafada, generalmente en inglés para referirnos a un objeto o entidad, basta con conocer sus siglas. Tanto es así que este nombre reducido es más conocido que su extenso significado.

De esta manera, son tan populares que no hace falta explicar algunas siglas como ONG, CD, DVD, ONU... y así miles y miles, que van incrementando casi a diario.

Todos las entendemos y las escribimos. El problema es cuando nos referimos a ellas en plural.

¿Qué hacer? ¿Tratarlas como normales sustantivos y pluralizarlos como tales? Es decir, ¿con la 's' o la 'es' dependiendo del caso? ¿O con la aborrecible fórmula, tan extendida, del apóstrofo 's', en pequeñito, para afear un poco más la expresión y patear indiscriminadamente la ortografía?

La solución es simple Las siglas hay que dejarlas como están, tanto en singular como en plural.

Ejemplo: No me funciona el DVD. Frase sin problemas, pues va en singular. Pero, en el caso del plural, ya lo he dicho: Ayudemos a las ONG.

La Ortografía de la Lengua Española de la Real Academia lo expresa muy claro en el punto 6.1.9: "El plural de las siglas se construye haciendo variar las palabras que las acompañan".

El Libro de estilo de ABC dice que "Las siglas carecen de plural. No es correcto escribir OPAs o LPs, a la inglesa. En este caso es preferible sustantivar el término: las opas, los elepés".

El País abunda también en el error de querer pluralizar las siglas con la 's'. Y añade que, cuando no son siglas reconocidas, lo suyo es repetir cada letra para señalar su pluralidad. Así en EEUU (Estados Unidos) o SSMM (Sus Majestades). Nunca separadas por puntos, por favor.

La importancia de una proposición

La importancia de una proposición

Las proposiciones carecen de intención (sería pretencioso).

La honestidad o deshonestidad dependen de la respuesta a esa proposición.

* EN LA FOTO: no recuerdo quién es esta actriz, española creo, lo puedo tener en la punta de la lengua.

La importancia de una preposición

La importancia de una preposición

No es lo mismo decir:

"Me caí en un segundo",

que:

"Me caí de un segundo".

* El sinónimo también hace mucho, en este caso, incluso.

** Dibujo sacado de la web: www.mariposafuriosa.com.ar

Epítetos

Epítetos

Al lado de mi calle hay otra calle. O sea, mi calle desemboca en otra, algo más grande. Al abandonar mi calle y al entrar en la otra calle, a la izquierda, la práctica totalidad de los buzones se identifican como tales. Son buzones preciosistas, como de loza, de Fajalauza granadina, con una gran abertura para las cartas y una palabra bien grande bajo esta ranura que dice "BUZÓN".

Es innecesario, quizás tan sólo decorativo, pero redundar en la evidencia se me antoja vano y de una visceral simpleza.

Como si en el parque pusieran "banco" al banco, "estatua" a la estatua, "fuente" a la fuente o "árbol" al árbol.

Servirían, no obstante, para reforzar al niño que está aprendiendo a leer.

No son epítetos realmente. Pues el epíteto (el epíteto constante, para ser certeros) es un adjetivo o participio que resalta las características intrínsecas de un sustantivo, no añade ninguna información suplementaria a la del sustantivo con el cual concuerda. Así, la nieve blanca, el acero frío o el flan blando (como decía mi padre: cuando le traían un flan que temblaba en el plato, preguntaba con sonrisa guasona si estaba blando).

Creo que era Alfonso Ussía quien denunciaba a esos comensales que alababan el marisco, diciendo, por ejemplo: "Estas gambas están exquisitas", dando por sentado que, las gambas o cualquier otro fruto marino, debe estar bueno. O sea, el comentario está de más, es innecesario, es una ordinariez, me parece que lo calificaba el agudo conservador.

El epíteto es característico del idealismo platónico renacentista. Garcilaso de la Vega escribía:

Por ti la verde hierba, el fresco viento
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera me agradaba.

* FOTO: "Exquisitas gambas".

O

O

O es la decimosexta letra del alfabeto (contando la eñe, of course). Es la cuarta vocal (velar abierta, para más señas). Su nombre es femenino, y su plural es oes (vulgarmente os).

Es una conjunción disyuntiva, que son las que denotan opción entre las cosas, o sea, confiere al enlace un valor de alternancia, según reza la "Gramática de la Lengua Española" de Alarcos Llorach.

Es decir, su función principal consiste en unir palabras o proposiciones que se sustituyen entre sí. (Seguramente no haga falta dar tanta explicación.)

El problema ortográfico (pues semántico hay varios) estriba en una simple rayita, en una mota que pende sobre tal monosílabo en forma de tilde.

Por regla general, como vimos en entradas pasadas, los monosílabos no se acentúan, a no ser para distinguirlos de su homófono (simplifiquémoslo así). La partícula o, desde luego, nunca lleva tilde. Si acaso existe cierta connivencia cuando aparece entre números y se escribe a mano, pudiendo dar lugar a una confusión con el dígito cero.

El Libro de estilo de El País lo explica muy claro: "Esta conjunción disyuntiva no lleva acento cuando se utilice entre cifras (...). Aunque válida para un manuscrito, la norma de su acentuación huelga cuando tipográficamente".

Es un error, por tanto, encopetar ese nexo. Aunque, como vemos, entre cifras es asumible, es un atentado, en definitiva, cuando la o se acentúa entre palabras o frases.

* IMAGEN: Famosa escena de Hamlet (to be or not to be) interpretada por David Warner en 1965.

Maratón

Maratón

Una de las virtudes de la industria cinematográfica americana es el poder de seducción en gran parte de sus seguidores, que es como decir, en su influencia mundial. Sus propuestas fílmicas, las grandes producciones, vienen acompañadas de un importante mercado temático.

El merchandising que viene aparejado a las propuestas más punteras de Hollywood, la publicidad y todo el espíritu que las rodea, hace que nos interesemos, aunque sea puntualmente, temporalmente, efímeramente, por los dinosaurios, por la vida extraterrestre o por pasajes de nuestra historia.

En la actualidad, a través de la película "300", estamos más familiarizados con las Guerras Médicas, entre el Imperio Persa y algunas de las ciudades-estado griegas, durante el siglo V a.C., que con nuestra Guerra Incivil.

"300" recrea, como sabemos, la batalla de la Termópilas, pero, a lo largo de 10 años, se desarrollaron algunas más con resultados dispares, como la de Salamina o la de Platea.

El primero de estos enfrentamientos fue en Maratón, que tiene una historia conmovedora. Su origen se encuentra en la gesta del soldado griego Filípides, quien en el año 490 a.C. murió de agotamiento tras correr unos 40 km desde Marathon hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa. En honor a esta hazaña, se creó una competición con el nombre de "maratón".

Pero el maratón, para información general, es masculino y siempre ha sido masculino. La moda de escribir "la maratón" que veo y oigo casi diariamente en los noticiarios, es una discordancia de género. Se admitiría si anteponemos la palabra 'carrera' a maratón, por ejemplo. Así: la carrera maratón.

Lázaro Carreter escribía al respecto: "La veleidad flexiva patente en el Maja desnudo también produce miasmas cerebrales entre nosotros, que dan origen a las antípodas o la maratón, feminizando el masculino con singular violencia de género".

* EN LA FOTO: final desenfadado del XVI Medio Maratón naturista en Argentina en 2005 (permitanme la licencia).

Tres palabras

Tres palabras

Tan sólo una reflexión.

El otro día pudimos ver por televisión, varias veces repetida, una contestación, a modo de advertencia, de la Vicepresidenta, Fernández de la Vega, al Lehendakari Ibarretxe, en la que terminaba con el siguiente epifonema:

"Sólo le diré tres palabras: constitución, constitución, constitución".

Sin estar muy preparado, se puede colegir que se trata de una palabra repetida tres veces y no de tres palabras repetidas una sola vez (o sea, sin repetir).

La Vice se podría escudar en que es una fórmula metafórica, dable en el lenguaje político, pero a mí me recordó a cuando el torero Jesulín de Ubrique dijo eso de "en dos palabras: im presionante".

Uso y abuso de los puntos suspensivos

Existe una abundancia de textos, a veces sesudos y harto literarios, con un mal empleo de este signo diacrítico. Encontramos a veces una multiplicación ilógica de dichos puntos como refiriendo que lo omitido es de mayor identidad, como si lo que quedara por decir superara lo previsto, como si la duda fuera mayor.

Otras veces los puntos suspensivos los encontramos precedidos de espacio. O en cambio, no les sigue ninguno y la palabra siguiente va unida a ellos como si fuera una sola palabra compuesta. O, asombrosamente más común, aparecen los tres puntos a continuación de la abreviatura etc.

Y esto sólo por citar algunos de los atentados lingüísticos contra el derecho consentido de omitir.

Recopilo y expongo brevemente el significado y uso de este socorrido signo de ortografía.

Los puntos suspensivos señalan algo que se deja por expresar, bien porque se sabe o bien porque se prefiere callar.

1.- Los puntos suspensivos son tres, nunca menos ni más.

2.- Los puntos suspensivos que siguen a una palabra y dependen de ella o de la oración o período de que ella forme parte, se escriben a continuación de la palabra, sin espacio alguno.

3.- Tras ellos siempre se dejará un espacio.

4.- Los puntos suspensivos van después de los signos de interrogación y de exclamación, excepto cuando no se termina una palabra o la oración no tiene sentido completo (¡Qué barbaridad!... o ¡Cuántas veces tengo que decirte...!)

5.- Cuando se emplea el etcétera o su abreviatura (etc.) (Pepín Bello, amigo de Lorca, Dalí y Buñuel en la Residencia de Estudiantes, lo escribía ‘ect.’), no se ponen puntos suspensivos. Es una redundancia, aparte de una afrenta.

Hacer agua

Hacer agua

Hacer agua es una frase hecha, una expresión marinera que, metafóricamente ha invadido el lenguaje, tanto el coloquial como el culto.

Se dice que un buque, o cualquier otra embarcación, hace agua cuando es invadido por ésta a través de alguna grieta o abertura. O sea, que si no se achica rápidamente, el barco se hunde, se va a pique.

(También, siguiendo el mismo argot marinero, hacer agua es hacer aguada, surtirse de agua potable la nave en cuestión.)

Por extensión, como ya he dicho, hacer agua se dice de un proyecto, generalmente que presenta debilidad o síntomas de ir a fracasar. También, familiarmente, aunque no es lo suyo, se puede aplicar a las personas, a sus vidas, a las parejas o sociedades, tomando éstas como si de un proyecto se tratara.

Hasta aquí todo bien. Lo malo es cuando intentamos pluralizar el dicho. Hacer aguas, popularmente aceptado con el mismo significado que su homólogo sin ese, no tiene nada que ver. Nada con los barcos, nada con los fracasos y nada con los marineros, a no ser que estos alivien sus vejigas. Porque hacer aguas significa ni más ni menos que orinar, es decir, expeler la orina.

Así, cuando hace poco escuché en la radio que tal equipo de fútbol hacía aguas, no tuve más remedio que partirme de risa al imaginar a todos sus jugadores orinando en la linea de fuera de juego.

* EN LA FOTO: Barco hundido en el Lago Ness.

Grosso modo

Grosso modo

Leo con asombro, nada menos que en Torrente Ballester (La saga / fuga de J.B., página 71 de mi edición), la expresión: "a grosso modo". Conociendo que esta locución, como otras, por ejemplo motu propio (nunca con a o con de), tiene implícita la preposición, me extraña sobremanera en pensador tan veraz. O sea, al traducir grosso modo (o motu propio) siempre le añadimos el prefijo apropiado.

De cualquier manera, por si acaso, acudo en seguida a mis volúmenes de consulta e intento justificar esta creencia.

Grosso modo viene del latín (es de perogrullo) 'grosus -a -um', que significa 'grueso', 'gordo', 'recio' y del adverbio modo que, para el caso que nos ocupa, lo podemos traducir por 'sólo', 'solamente'.

Así, en conjunto, significa: aproximadamente, a grandes rasgos, en líneas generales, sin detallar o en conjunto. O, directa y burdamente, como a grueso modo. Es decir, castellanizándolo con la correspondiente proposición.

El libro de estilo de El País lo expresa con claridad: "...En cualquier caso, se escribe en cursiva y nunca anteponiéndole la preposición a". Y el de ABC redunda en la misma recomendación: "No debe usarse esta locución latina precedida de a". Aunque ninguno da una clara explicación.

El error me parece inapropiado en un escritor de oficio como don Gonzalo, que domina los latinajos a las mil maravillas. El desliz, con la mano en el fuego, se lo podría achacar a algún copista despistado o a un corrector pretencioso, pero al maestro gallego nunca.

Ante la imposibilidad de encontrar otra edición de esa misma obra en este momento y casi seguro que no ha utilizado esa locución latina en otras obras (como Los gozos y las sombras uno, dos y tres), recurro a otros autores de prestigio y, por tanto, padres de la lengua, como pueden ser los argentinos Borges y Bioy Casares que, en Seis problemas para don Isidro Parodi, se puede leer: "Le expondré los hechos grosso modo, sin subterfugios que son ajenos a mi carácter."

Así, grosso modo, queda explicada la expresión grosso modo.

Antípodas

Antípodas

Antípodas es una bella palabra casi siempre mal usada. Antípodas, gracias a los medios de comunicación, ha quedado en reconocerse como un sinónimo de Nueva Zelanda o Australia. Y lo peor es que se feminiza el término. Así leemos, por ejemplo: Fulanito de tal emprendió ayer un viaje a las antípodas.

Bonito, ¿verdad? Si no fuera porque antípodas es un sustantivo masculino. O sea: los antípodas. Describen a los habitantes del lado diametralmente opuesto del planeta (y, por extensión, los países donde viven).

"Es voz griega, apunta el Diccionario de Autoridades, que vale tanto como pies contra pies". De lo que se deduce que antípoda es el que apoya sus pies (podos) en el otro extremo (anti) del mismo eje de la tierra.

Quedaría como: Fulanito de tal emprendió ayer un viaje a los antípodas. Siempre en masculino. Podría variarse el género, sin embargo, si se le antepone un sustantivo femenino, tal que así: Fulanito de tal emprendió ayer un viaje a las tierras antípodas.

De forma que nuestros antípodas son los neozelandeses tanto como nosotros somos los antípodas de aquellos.

También, sin ningún problema, se usa en singular (el antípoda).

"Figuradamente, nos dice el Libro de estilo de ABC, significa que se contrapone a la persona o cosa en cuestión". Es dable encontrar que en el PP se encuentran los antípodas del PSOE.