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Lejana sombra de Antonio Gades

Lejana sombra de Antonio Gades

Festival Internacional de Música y Danza

Carmen

Un espectáculo se valora en su conjunto, en su resultado final, y no en sus aciertos e individualismos. El ballet “Carmen”, inspirado en la obra de Prosper Mérimée, representado la noche del miércoles en el teatro del Generalife por la Compañía de Antonio Gades le faltó dinamismo y profundidad. Los abundantes silencios, las lecturas entre líneas y los momentos sobreentendidos, junto con un esquema de baile asombrosamente repetitivo y algunas escenas demasiado forzadas, imprimieron a la obra una laxitud inesperada. Incluso, los momentos cómicos resultaron deslavazados y algo burdos.

“Carmen” es una obra de sobra conocida. El público asistente, aparte del programa que añade algunas pinceladas, acudía de sobra aleccionado. Alguien, sin embargo, ajeno al texto, o a las innumerables producciones, de este drama francés, dudo que haya entendido el argumento. El concepto de amour fatal de una trabajadora en la Sevilla de principios del siglo XIX, su espíritu liberal y rebelde, su independencia y poder de decisión, quedan diluidos en la muestra. Porque, según Antonio en el estreno de esta obra en París en 1983, “Carmen no es una mujer frívola ni una devoradora de hombres sino una mujer honesta que cuando ama dice que ama y cuando no ama dice que no ama”.

La firma de Antonio Saura, que colaboró con Gades en el argumento y coreografía, no bastó para infundir valor al espectáculo. El prestigio de un espectáculo se lo da la puesta en escena y el reconocimiento del público. Los veinticinco actuantes sobre las tablas sólo ofrecieron un poder numérico. La sombra de Antonio se entreveía muy lejana.

Sin embargo, no cabe duda, que los bailarines o bailaores son espléndidos en su técnica y sincronía, tal vez demasiado parecidos entre sí, remedos del baile de Gades; que la música está conseguida, quizás a falta de riqueza cromática; y que los cantaores y guitarristas son de gran nivel; pero el resultado final, repito, fue monótono y aburrido. Lleno de aciertos, hay que reconocer, pero pobre para la ocasión.

Personalmente, me quedo con algunas coreografías puntuales, como la obertura con toda la compañía; me quedo con la perfecta sincronía del baile en grupo; me quedo con el vuelo de las faldas y el baile individualizado; me quedo con la soleá y las bulerías, con los tangos de Morente y las sevillanas, con el martinete inacabado y el Verde que te quiero verde por rumbas, aquel que popularizaron Manzanita y los Ketama en la película “Flamenco” de Saura.

Hay que reconocer también la parquedad y versatilidad del escenario, la calidad del sonido y el juego de luces; lo bien resueltas que están las coreografías de las dos, tres, peleas, ya sean a cuchillo o con bastón, que siempre han sido una asignatura pendiente en el baile; y, sobre todo, la participación de la protagonista, Stella Arauzo, ya fuera sola o en el baile a dos, en la que recaía el peso de la trama.

Un aplauso también, de ahora y de siempre, para la composición musical de Bizet, que sonaba en off durante algunos pasajes de la obra. Es lo que sirve de andamiaje a cualquier versión de “Carmen” siendo, como dijeron los creadores de esta representación bailable, “inseparables ya las dos versiones”.

Y una alabanza final a la entrega de toda la compañía que incluso, a la hora de marcharse, quisieron regalar unos bises cuasi improvisados al respetable.

 

 

 

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