No todo entra en el saco del flamenco
Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Gala de Flamenco
Una hermosa luna azul aparecía lentamente por encima del escenario, mientras dos, tres, generaciones de bailaores mostraban lo mejor de su cosecha. Un espectáculo para la ocasión. Un puzzle incompleto del panorama flamenco que, sin embargo, por sí sólo tiene sentido. No hay argumento, no hay trama. Tan sólo verdad, tan sólo flamenco, las entrañas del artista. Quizá parezca pastiche, quizá improvisado, cogido con alfileres, pero todos los años que quedan atrás, los miles, millones de zapateados, están presentes. Merche Rodríguez Gomero, “Merche Esmeralda”, con su única presencia puede acariciar el duende y brindárselo a cualquiera que huela sus volantes. Es la que más se prodiga. En la soleá, con un generoso remate por bulerías, con bata de cola blanca y verde, muestra sus nuevos intereses; la fragua de siempre y las concesiones a la danza contemporánea. Escarceos que lleva al límite en el paso a dos, con Nani Paños, en donde el flamenco se diluye y la belleza del baile no oculta los desvaríos. Sabemos que el norte no es un punto sino una dirección, pero este paso a dos se convierte en un paso atrás y la Gala de Flamenco pasa a ser aflamencada simplemente. Máxime con la voz de Diana Navarro, acompañada del piano de Chico Valdivia, que por buenos orígenes flamencos que consten en su haber, su entrega fue coplera y difusa. Al igual que su interludio musical a capela fuera de lugar.
Más en su estilo, pudimos disfrutar de los tientos tangos, bailados al alimón con el maestro Marín. La frescura y la gracia en sus movimientos, en el juego de muñecas y de manos, no han abandonado a esta gran bailaora sevillana, aunque no se mueva como antes.
Manolo Marín es un maestro, como digo, es un veterano del baile de raíz, de sentimiento. Él no deja resquicios. Su baile es sevillano, quizás el más ortodoxo de los que pudimos contemplar la última noche de junio en los Jardines del Generalife. Al contrario que su paisana, es el que bailó menos, posiblemente porque la dirección artística recayó sobre él. No en vano es un gran coreógrafo, con bastantes y variados montajes a sus espaldas. Sus pinceladas tangueras tenían todo el sabor de un arte recuperado.
Joaquín Grilo es quizá el bailaor bisagra entre las generaciones presentadas. No abandona la ortodoxia pero sus ojos siempre buscan nuevos caminos. Es un creador, un innovador con su propio lenguaje. Lleva tantos años experimentando que de él siempre se espera un guiño, la chispa de un nuevo pellizco jerezano. Fue, junto a La Moneta y a los tientos tangos de los maestros ya mencionados, el protagonista de la segunda parte, para mí la verdadera gala flamenca, el sincero espectáculo que esperaba encontrar.
Joaquín puso por alegrías de manifiesto su elegancia, su sentido del compás y su moderada comicidad. Su cuerpo se desencaja, se distorsiona, para volverse a componer, mientras sus pies elaboran un zapateado preciso, que reluce sobremanera en sus escobillas sin acompañamiento musical, si acaso tan sólo con el croar de las ranas nocturnas a lo lejos.
Fuensanta La Moneta fue la encargada de abrir esta lujosa segunda parte, que vino tras un descanso desmesurado, con unas seguiriyas que no dejan indiferente, quizá demasiado largas. Es su sello de presentación, es su plato fuerte, es el origen y el presente de una bailaora que no dudo en llamar nuestra esperanza blanca. Fuensanta está llena de fuerza y de sabor. Es completa y virtuosa, de pies limpios e imagen evocadora. Siendo la más joven del grupo, demostró con creces cómo se puede ser diferente, cómo arder con otro fuego sin renunciar a las mismas ascuas. La Moneta es una de las elegidas para participar el próximo mes de septiembre en la Bienal de Málaga.
Nani Paños se limitó a acompañar a Merche en el paso a dos del principio. Su baile está íntimamente ligado a la danza clásica. Los giros y tirabuzones, infrecuentes en el flamenco, con naturalidad los incorpora a su entrega, no sin algunos desequilibrios en sus peripecias y rodilla al suelo. Su baile es marcial, algo frío y encorsetado. Tiempo tuvo de lucir sus cabriolas, aunque gozara de un impecable zapateado, en el martinete, que sirvió para que cada actuante expusiera sus credenciales y en un programado fin de fiestas por bulerías.
* EN LA FOTO: Merche Esmeralda
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