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volandovengo

Las estatuas de la Avenida

Las estatuas de la Avenida

No se ha oído una voz más alta que otra que cuestione las estatuas del llamado boulevard de la Constitución en Granada, si acaso algún aplauso oficialista. Estamos tan acostumbrados a que nos den gato por liebre, sobre todo si el gato es hermoso (sinónimo de grande, no de bello), que cualquier atentado casposo pasa desapercibido, convirtiendo a la ciudad en una enorme recua de mulas.

A ver. Vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador (Jack the Ripper en inglés). Me parece bien cualquier intento de mejorar el aspecto externo de la ciudad (el interno requiere una reflexión más profunda de la que podría caber en este artículo); veo apropiado que la escultura, como ornato de privilegio, cubra nuestras plazas y rotondas, paseos y avenidas; reconozco que es una labor de justicia histórica vindicar a nuestros próceres; alabo incluso la idea de una ubicación determinada para tales acciones.

Lo que no comprendo es que, pasada la primera década del siglo XXI, se esculpa con visión pleistocénica. No entiendo que todas las imágenes sean de igual factura y de un realismo pueril. No llego a alcanzar la regla de por qué se han agrupado las diez figuras en algunos metros. Mi madre, cuando ya era mayor, decía que un viejo solo pasaba desapercibido, pero que un autobús de viejos quedaba muy feo.

No sé porque la mayoría están sentados, y se esculpen bancos y sillas, cuando ya tenemos a un sentado en el Parque de las Ciencias que allí tiene cierta relatividad (obsérvese el doble sentido de la palabra). No llego a discernir el reparto de maestros escultores a los que se ha acudido, teniendo en Granada una pléyade artística con una visión tan amplia como actual.

No concibo por qué García Lorca y Benítez Carrasco tienen la cabeza tan gorda y por que María la Canastera no se parece a ella, según me dijo Jaime que la conocía. No asimilo, por mucho que lo intente, el chorreo de gente que se para en estas figuras y las lee y estudia y se hace fotos con ellas.

No entiendo en fin el provincianismo en que está inmersa esta ciudad y la alabanza al anquilosamiento continuo al que nos castigan, pintando nuestras mentes de azul, cuando el rojo y el negro están marginados, en peligro de extinción, y la conciencia crítica no existe, ni en la política ni en los mass media ni en la sociedad.

Pero no me quedo en la Avenida. Me vienen a la cabeza las estatuas del Chorrojumo, la del Aguador, la de Fernando de los ríos o la patética granada de la carretera de Jaén (no la partiera un rayo y dejaran a las prostitutas en paz).

Se pueden hacer las cosas más malas pero no más feas.

1 comentario

Mario -

Y se te olvida el monumento a Quijote al final de la avenida Cervantes. Cuando me cito allí digo "donde el caballo feo." Feo sí que es me dicen mis concitados y concitadas.