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Una zambra particular

Una zambra particular

I Festival de las Cuevas

A estas alturas no creo indispensable hablar del baile decidido de Ana Calí. Muchos años lleva perfeccionando esta bailaora su sentido del compás, la implicación efectiva de todo su cuerpo, la limpieza en sus pies y, en definitiva, su flamencura. Igualmente ha ido depurando una imagen muy particular, muy arraigada en la tradición de su tierra, pero al mismo tiempo con un punto contemporáneo fuera de dudas. La elección de su vestuario, sus caracolillos y el floripondio en lo alto de la cabeza, hacen que veamos en ella la raíz, el Sacromonte y la cueva, aunque en ellos no estemos.

El caso, sin embargo, no fue ese, sino todo lo contrario. El martes bailó en pleno barrio de los gitanos de Granada y rodeada de cuevas, con un espectáculo propio y a medida. La inteligencia se destila en éste De cobre y lunares, una granaína bailando por Graná, recreando una zambra para un solo actor, con las desventajas y los ventajas que ello tiene. El espíritu coral, por ejemplo, que esta fiesta rezuma, no existe, sin embargo, la distracción en el conjunto, los altibajos de los danzantes, la repetición cansina de un baile rutinario, el encorsetamiento en los mismos cánones… no los vemos. Por otro lado, nos ahorramos el explícito casamiento que a veces resulta casposo y forzado en este ceremonial de la boda gitana, como es la zambra. Y, agárrense, prescindimos de la “danza del vientre” o de alguna otra concesión oriental que algunas zambras se han obligado a ofertar como símbolo exótico del origen arabesco de esta fiesta.

De cobre y lunares, como reza su presentación, nos roba el tiempo, para trasladarnos a esas postales, ilustrándolas con algunos de aquellos bailes… De hecho, el espectáculo comienza con una secuencia de vídeo que, con grabaciones y fotografías de época, ilustran el espíritu de la obra que vamos a ver. Un buen intento que quizá esté de más y lo suyo hubiera sido incorporarlo como trasfondo callado al baile mismo, que Ana comienza con una cachucha introduciéndonos de lleno en el corazón sacromontano, que pasan a ser tangos de la tierra como gran exponente de nuestra identidad, integrando las aportaciones morentianas como parte inseparable y enriquecedora de ese toque tan moruno. La guitarra de Alfredo Mesa es limpia y pinturera.

Seguidamente, la granaína, aunque nacida en Jerez, es cante obligado en nuestra tierra. Cante que aborda con paladar y conocimiento Sergio Gómez ‘El Colorao’ con la guitarra de Alfredo. La soleá y las bulerías también son morentianas, que Ana aborda de negro con una complicidad, entrega y familiaridad encomiables. La bailaora se siente en casa y con su gente. Se siente a gusto y con una soltura poco común durante un estreno como el que nos toca.

La segunda parte comienza con la zambra, propiamente dicha, de comienzo y un remate caracolero (La Salvaora) y un cuerpo que se asoma a los tangos del lugar. Baile que ya vimos, creo que por primera vez, en la peña de Cúllar el año pasado y que le sienta tan bien a esta bailaora. Calí, con vestido rojo de corte oriental, con adornos sonoros y delantal blanco, borda un baile que puede ser la piedra angular de todo el espectáculo.

Iván ‘El Centenillo’, como segundo cantaor, interpreta, con toda la gracia que ellos tienen, los casi olvidados tangos del Petaco, antes de pasar a los fandangos de Granada, tal y como los hacía Frasquito y terminar por cantiñas, un cante de Cádiz que se ha instalado con todas las de la ley, por sus aires de fiesta y su bondad bailaora, entre nuestras artistas.

Como bis programado, para no perder la perspectiva, con una pincelada, Ana nos muestra la pícara mosca, dejándonos el regusto montuno, que es de lo que se trata.

Una buena obra, en definitiva, totalmente exportable, dándole un buen repaso de lija, en cuanto a la coordinación de todo el cuadro, la puesta en escena, la dinamicidad del conjunto o el ensayo general.

* Foto de Juan Güeto©.

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