Superlativísmo
Leo en El sueño del celta, de Vargas Llosa, novela carente de la magia de sus historias tropicales (Lituma en los Andes, La casa verde o Pantaleón y las visitadoras), la expresión “muchísimo más después”, lo que en un Nóbel de Literatura (2010) me choca un tanto.
Ignoro si esas fórmulas de extender el superlativo son válidas, o sea si están o no admitidas (él sabrá que es académico de número). Quizá en su habla local sea común o se haya dejado llevar por las nuevas corrientes de que todo es super o es mega, si no las dos cosas (supermegadivertido).
En julio de 2007, en este mismo blog, en un artículo llamado Mi más sincero agradecimiento ya denuncié el abuso de esta redundancia innecesaria, pero es hasta ahora que no me lo encuentro en la pluma de una autoridad mediática. No sé, no obstante, si en realidad este desliz es intencionado, como el claro loísmo o la repetición machacona de alguna palabra. La cuestión es que estas manchas pasan a ser faltas en un texto, tanto más graves cuanto más ancho sea el nombre del que las comete.
Es igual que cuando leemos en un cartel de la calle: “Se ofrece persona muy responsable…”. La responsabilidad es una y completa. El ‘muy’ sobra. Aunque quien ha fijado ese aviso en la marquesina de un autobús, por razones evidentes está excusado.
En general no deben tener superlativo las palabras que ya expresen los extremos. El universo no puede ser muy infinito, ni Dios bastante eterno…
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