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Flamenco

Desde el cielo

Desde el cielo

II Temporada Granada en Danda, Al trasluz

Mi opinión de este espectáculo, en principio, aparece algo sesgada, pues tuve la fortuna de presenciarlo desde un lugar remoto.

Desde que retiré mi entrada y vi que se trataba de la fila seis, me dispuse a hacer un buen trabajo de observación y crítica, pero, cuando me confirmaron que era la fila seis del segundo anfiteatro, empecé a dudar de mi buen criterio.

Es verdad, en la localidad lo pone, en la esquina inferior izquierda: ‘anfiteatro II’, y debajo, entre paréntesis: ‘visibilidad reducida’. Limitada, no sólo porque unas barandillas opacaban parte del escenario, sino que, desde esa distancia y altura, los actuantes se veían como cuando mi niño juega con los Playmobil. Así, desde el cielo, me atreveré hacer balance de la obra que cierra la segunda temporada de Granada en Danza.

Tampoco el sonido estaba fino. Una considerable merma de eficacia una música que, me consta, era de sobresaliente alto, pues Lucía Guarnido se rodeó de un cuadro de especial eficacia. Al cante, dos de las mejores voces que tenemos de su generación en Granada, Sergio Gómez y Alfredo Tejada. Cantaores que se complementan y se imbrican a menudo, creando una polifonía de agradable factura. A la percusión, Miguel ‘el Cheyenne’, un gran músico, respetuoso y comprometido. Y, sobre todo, a la guitarra, Luis Mariano, maravilloso creador musical, desde hace algún tiempo, de toda función flamenca que se precie en nuestra ciudad.

Al trasluz es una obra muy personal sin ningún argumento. Es un espectáculo maduro en el que Lucía Guarnido vuelve a las tablas, desde su reciente maternidad, para expresarnos lo que lleva dentro. Al trasluz es una apuesta de continuidad, según sus palabras, después ‘de dar a luz’ y ‘cómo al trasluz, o con la luz apropiada, las cosas se ven de otra manera’.

Lucía comienza con guajiras, con abanico y gracia colonial. La guajira siempre ha acompañado a esta bailaora. Es, en cierto modo, una de sus piezas estrella, que siempre redondea y dispensa sonrisas.

Los cantaores, haciendo gala de su dominio, de sus conocimientos y sus relimas, se regodean en las interpretaciones a palo seco, y, en los interludios entre baile y baile, proponen unos cantes de labor (trilla y aceituneras) y más tarde unos pregones que acaban solapando las voces, como digo, en una coda emocionada. También expondrán, ya con el resto de músicos, unas alegrías a boca de escenario.

Guarnido, con bata de cola blanca, aborda con sentimiento unas granaínas, rematadas con fandangos del Albaycín, haciendo honor a su tierra; a lo que seguirá una creación con guitarra, del maestro Luis Mariano, y unos tangos, con mandil y flor sobre la cabeza, muy de nuestro estilo. La concepción del espacio de la bailaora y su dominio simbólico son encomiables.

La sorpresa de la noche vino de la mano de Esther Crisol, interpretando primorosamente La llorona, con aires de fiesta, ese clásico del folklore hispanoamericano, recordado en la voz de Chavela Vargas.

El espectáculo termina con la bailaora de negro, vestido que se coloca en el mismo tablao, enriqueciendo la puesta en escena, cargada de detalles, por solea y bulerías.

* Foto de Juan Antonio Cárdenas Martín©, extraída del facebook de la bailaora.

Me llamo Manuel

Me llamo Manuel

Flamenco Viene del Sur. Recital flamenco

Algún aficionado, desde las últimas butacas del teatro Alhambra, gritó en el ecuador del concierto: “Juan, canta por malagueñas”. El Pele, con el control y la parsimonia que le caracterizan respondió: “voy a cantar unas malagueñas, pero no me llamo Juan, que me llamo Manuel, como Jesús”. Y cantó por Málaga. La empezó por el Mellizo, para después proponer lo que él llamó una ‘ensalada’ donde adaptaba la malagueña a sus formas y a sus quejas, para rematar por abandolaos.

Decir que es el cantaor más en forma que tenemos es quedarse corto. El Pele es un artista con todas las facultades que se desean: voz, afinación, sentimiento, personalidad, riesgo, capacidad de improvisación… El Pele está viviendo su mejor momento; su madurez artística. Su universo es propio y lo brinda de todo corazón, con toda la entrega de que es capaz. Cada recital de Manuel Moreno es como si fuera el último.

El Pele ya ha entrado en el universo de los grandes. Es aplaudido y reconocido por todos, grandes y pequeños, ortodoxos y modernos, gitanos y payos. Verlo en directo es trascender. Muchas veces nos preguntamos por la evolución del cante flamenco y, antes de pensar en fusiones y otros inventos, simplemente tenemos que atender a este cantaor de Córdoba.

El programa de mano, como era de prever, no servía para nada. El pulso de la noche iba pautando las intervenciones y latidos de Manuel. Así comienza por una bella canción, Tengo el alma triste, cercana a la zambra caracolera; para seguir con unos aires de Arcos, dedicados a la memoria de Enrique Morente (Di, di Ana por qué bordas sábanas como el jazmín), que cantaba el lebrijano Pedro Peña, rematados por soleares, de cortos tercios, llenas de pellizco y abandonos del micrófono; constante que marcó su actuación hasta el final del espectáculo.

Continúa con unas seguiriyas por petición de sus músicos, Antonio de Patrocinio y Víctor a la guitarra y José Moreno, su hijo, a la percusión, que disfrutaban y se sorprendían como los mismos espectadores. Esta vez sentado. Aunque duró poco. El Pele es alma inquieta y no reposa ni un segundo, ya baila un poquito, ya se agarra a la silla, como Toronjo, ya se retuerce sobre sí mismo, y se arrancaría la piel si pudiera, ya juega con los rincones, ya sube las escaleras, en medio de las alegrías, hasta la fila ocho o diez, donde saluda a un aficionado antes de bajar.

En los fandangos se acuerda de su nieto; y, una de sus canciones estrella, El Alma, compuesta por su sobrino, Lin Cortés, y grabadas en el disco de éste, Gipsy Evolution (2014), la interpreta con su paisana Lucía Leyva, venida para la ocasión.

Las cantiñas, impregnadas de Córdoba, se las dedica a los guitarreros de Granada. Improvisa, recorre el escenario de esquina a esquina y, como digo, abandona la escena y sube los peldaños acordándose nuevamente del maestro Enrique, cuando adapta a Alberti (Si mi voz muriera en tierra) o sentencia: Deseando una cosa, parece un mundo...

Cuando, después de los aplausos, vuelve a las tablas, es para rematar por bulerías, dedicadas a otro de los grandes, Manuel Molina, que, decía, estaba enfermo. La fiesta es un cúmulo de invenciones al modo de Manuel, mezcladas con sus propias composiciones y un poquito por cuplé.

Todo un espectáculo. Una exhibición de maestría y poder. La mejor manera de culminar el ciclo Flamenco Viene del Sur, que este año nos ha dado grandes satisfacciones.

La sombra alargada

La sombra alargada

Alegoría flamenca, De la raíz al aire

Desde una involuntaria perspectiva acuñada por el vértigo de los días, le dedico unas palabras al concierto debut que nos brindó Álvaro Pérez ‘el Martinete’ hace más de una semana, en concreto el 16 del presente en el teatro Isabel la Católica. A pesar de la distancia e interferencia, una sonanta bien templada se impone en el recuerdo. La limpieza aguda y añeja, la exactitud en el dígito y una madurez sorprendente en un músico tan joven son monedas habituales en su entrega.

Dejadme, sin embargo, que lo prefiera en solitario (granaína, rondeña o vals) o con el ligero aire de un compás o breve instrumento que con la orquestación que se rodeó que a veces abigarraba el discurso por el excesivo e innecesario hórror vacui.

Una segunda guitarra, Rafael Soler, le confiere una réplica precisa que le ayuda a mantener el equilibrio; y un calor que se cuaja en el zapateado de Esteban de Sanlúcar arropado por su maestro Miguel Ochando.

Los violines, David Gómez y Ángel Bocanegra, añaden el punto vanguardista que se debe tener, así como el impecable bajo de Julián Heredia, lleno de compás y flamencura.

Las voces son necesarias, aunque ni Alicia Morales (que sobresale en la vidalita) ni Jaime ‘el Parrón’, como artista invitado en lo más jondo, estuvieron totalmente acertados.

La percusión (Antonio Gómez) se impuso a veces sin razón. Pilar Fajardo, al baile, ya en sombra ya visible, rubricaba bellos momentos.

Completa la noche, intercalándose con lo ya mencionado, unos tangos del Sacromonte y una zambra, reivindicando su origen granadino; unas malagueñas y verdiales, que se asoman a la ciudad vecina; y unas bulerías que ponen el punto y final a una noche, que nos asegura la largura de su guitarra, que, como la sombra de Miguel Delibes, también es de ciprés.

Lo que permanece

Lo que permanece

Flamenco Viene del Sur. Caprichos del tiempo

Salvador Dalí dijo: ‘La moda es lo que pasa de moda’. Isabel Bayón huye de lo novedoso, de la corriente, para quedarse con lo imperecedero, con el sentir que deja huella, con un baile que se ha aferrado a su epidermis tan fuerte como su identidad. Y es que Isabel está atravesando un momento de plena madurez artística, de seguridad y convencimiento. Tiene una forma pausada y concisa. Prefiere la permanencia a la espectacularidad.

Caprichos del tiempo obtuvo el Premio de la Crítica en el Festival de Jerez de 2013 y se presentó con meridiano éxito en la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla. El lunes de esta semana lo pudimos ver en el teatro Alhambra de Granada con igual recompensa, tanto para la bailaora y sus acompañantes, como para el público aficionado. Ya que, desde su primera obra personal, La mujer y el pelele, pasando por su penúltima propuesta, En la Horma de sus zapatos, se la recibe con agrado y seguridad.

Al preguntarle por su cuadro de músicos en una entrevista, en días pasados, que le hice para la radio (La Voz de Granada), con verdadera emoción respondió que era un gusto rodearse de primeras figuras, David Lagos y Miguel Ángel Soto ‘Londro’ al cante; Jesús Torres y Juan Requena a la guitarra; y José Carrasco a la percusión. Y es verdad que componen un cuadro excepcional, cada uno con sus logros individuales y su trayectoria.

La obra da comienzo con sonidos de reloj, grillos y campanas que nos muestran a una bailaora descalza, como reflexionando, hasta desembocar en una silla, donde se coloca los tacones y se acuerda de Mario Maya en sus formas, mientras los dos cantaores le hacen compás por fiesta, hasta que, puesta en pie, propone un zapateo a distinta velocidad e intención, ilustrando la malagueña de Chacón con la que empezó un verdadero homenaje a la ciudad costera, a sus montes y sus verdiales.

La farruca tuvo una generosa introducción de guitarra, en la que la sevillana, con sombrero cordobés, se muestra comedida y variable. David Lagos, reciente Lámpara Minera, le pondrá voz a un comienzo añejo, con sabor a Sabicas, para pasar, con los melismas del ‘Londro’, a un concepto contemporáneo a gran velocidad.

Recordando a Paco de Lucía se arrostran las guajiras, que son largas, con abanico y agradecido juego de caderas, la sensualidad y flirteo con sus músicos, incluyendo, como otras veces el beso a Jesús Torres en los labios.

En off seguidamente suena la voz de Vallejo, acompañado por Montoya y Antonio el bailarín, proyectado al pie del tajo de Ronda. Isabel bailaba por seguiriyas, que canta el ‘Londro’ y un inmenso David Lagos cuajado de gusto. Isabel remedó el martinete de Antonio en Ronda la vieja, con los cinco músicos rodeándola y haciendo compás.

Acaba la función con el mismo tic-tac de un comienzo que nos retrotrae a Isabel niña proyectada, hace 35 años, bailando con bata de cola rosa, con todo  el arte y la madurez que se puede tener a esa edad. Isabel, la de ahora, se mira en ese espejo del pasado y borda unas cantiñas de antología.

Bastantes minutos de aplausos arrancaron un simpático final de fiestas por bulerías, donde todos al unísono se dieron su pataílla.

* Foto de Alejandro Espadero©, tomada del programa.

Veinte años de recuerdos

Veinte años de recuerdos

20 años de Ballet Flamenco de Andalucía. Imágenes

Cuando se asiste a una obra rodada, se corre el riesgo de abrazar ideas preconcebidas. Imágenes celebra los veinte años de Ballet Flamenco de Andalucía. Se estrenó en la Bienal Flamenco de Sevilla y visitó el Festival de Jerez. Las opiniones, como es natural, se han multiplicado y la crítica pesa. Que si es repetitivo, que si se abusa de la propuesta coral, que si roza la frialdad, que si hay un exceso de taconeo, que si se extralimitan los tiempos, etc.

Yo romperé una lanza a favor del Ballet Flamenco y de su directora, Rafaela Carrasco. Puede que a lo largo de la función las dudas antes mencionadas sean razonables. Pero la elección de los momentos, el espíritu y la calidad de los participantes, el concepto minimalista de su directora y la proyección de futuro, creo que son gratas razones para apoyar su propuesta.

Rafaela Carrasco por suerte ha vivido estos veinte años de la compañía, en el cuerpo de baile, como repetidora y ahora en el pescante de la diligencia. Ella misma ha elegido las piezas, de modo muy personal, y les ha dado un carácter más novedoso, sin olvidar el origen y a sus creadores, los cinco directores que le precedieron, haciendo de la obra un todo armónico y con sentimiento.

Descubrimos así, no sólo la trayectoria del ballet en cada uno de sus montajes, sino que entrevemos, de manera más o menos acertada, el camino que ha decidido proseguir, el de la experimentación, el de la vanguardia, el de la sorpresa.

Imágenes fue galardonada en la última Bienal de Sevilla con el 'Giraldillo al Mejor Espectáculo', en la que hay que destacar la parquedad en los colores, tan sólo negro y blanco, maculados de vez en vez con detalles en rojo (unos tacones, una faja, un mantón o un vestido); la obra coral y las pinceladas individuales, la imbricación de cada uno de los temas y ese continuo dejar las puertas abiertas tanto a lo que vino como a lo que ha de venir.

Comienza la noche evocando a Mario Maya, Del Maestro (1994), y su tremendo juego de banquetas con fondo de martinetes. En la oscuridad (dedicado a María Pagés, 1997) deslumbran los solistas Ana Morales y David Coria, que se alumbran con farolillos por romances mientras una nube púrpura cruza la luna.

En Leyenda (dedicado a José Antonio Ruiz, 2002), Rafaela evoca a Carmen Amaya con una bata de cola blanca de varios metros (terminará colgada al fondo del escenario, como homenaje perpetuo), atravesando el escenario, con un baile parsimonioso, para adentro, mientras, enorme, Antonio Campos canta a capela unos tientos. Antonio es un cantaor de oficio, que se toma en serio su profesión y se autoexige constantemente.

También es preciso destacar la gran aportación del segundo cantaor, Gabriel de la Tomasa, y de los guitarristas Jesús Torres y Juan Antonio Suárez ‘Cano’.

El Viaje al Sur, de Cristina Hoyos (2005), cargado de maletas, se convierte en Mirando al Sur, donde el solista Hugo López, individual o en conjunto, redondea la pieza.

El espectáculo termina con Las cuatro esquinas que remeda el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Rubén Olmo (2013), donde por romeras y cañas se impone, quizás demasiado, el mantón. Final que rubrica con esbeltez Rafaela Carrasco poniendo un punto seguido a su labor y mostrando el buen pulso de su ballet.

* Foto tomada de la web de la Junta de Andalucía.

Una labor necesaria

Una labor necesaria

Granada en Danza. II Temporada. No pausa

Hay días que me propongo disfrutar sin mayor trascendencia y acudo a los espectáculos ligero de equipaje y con los sentidos vírgenes. Hay días que mi papel de crítico pasa a un segundo plano y me abandono en la propuesta, en aprehender más que analizar. Hay días que, a conciencia, me olvido el bolígrafo en la casa y la maleta abierta.

El viernes fue uno de estos días. Quise absorber las propuestas de Daniel Doña con la inocencia con la que se desnuda un niño, pues no tengo obligación de nada. El poso de la función quedaría en el archivo de mi memoria. Pero la profesión va por dentro y no me resisto a tomar nota mental de mis impresiones y a plasmarlas en este blog para dejar constancia.

Por eso, por la ausencia de propósito, no podré hacer una disección minuciosa, como acostumbro, sino dar una panorámica, una visión general de su latido.

No es la primera vez que veía a Daniel y sus propuestas dancísticas. La última de ellas en este mismo ciclo, acompañando a Teresa Nieto, el 6 de febrero. Pero es ahora cuando lo vemos de protagonista, de gobernador de su propia compañía (María Alonso, Cristina Gómez y Cristián Martín) y de coreógrafo avezado.

La danza española (como la escuela bolera) se ha convertido en un arte marginal dentro de las propuestas escénicas de nuestro país. Unas manifestaciones que otrora han gozado de una imprescindible presencia en nuestros escenarios, ahora se encuentran poco menos que ninguneadas (como el arte en general, como la cultura, pero más extremo si cabe); ausente de programación y de circuitos. Las señas de identidad de una España que se desmorona, precisamente son esas: el flamenco, la danza española, la copla y la escuela bolera. No sabemos que la expresión artística más completa que existe es la danza, el ballet, la compañía de un coreógrafo, de unos bailarines.

Impresiona en primer lugar —me conmueve sobremanera— la exactitud en los movimientos de los cuatro bailarines que desarrollan la obra; la verticalidad y elegancia de la que gozan; el sentido del equilibrio, tanto personal (aún más difícil en un escenario de tipo italiano, como es el del teatro Isabel la Católica, ligeramente volcado hacia el público), como de conjunto, en contraposición a la simetría, que a veces también impone su dominio; la concepción del espacio, donde la escena cobra vida y el vacío es un recuerdo.

Porque en No pausa (estreno absoluto) se impone el movimiento sin roce, la búsqueda continua de esa energía que permite avanzar sin descanso. Lo demás es belleza.

Desde la primera pieza, con música española en off, donde se muestra todo el cuadro de baile, sentimos esas sensaciones, reconocemos algo muy nuestro, de esa delicadeza que comienza en el dieciocho y termina en los últimos segundos, como pudimos comprobar en la deslumbrante creación contemporánea que expusieron Daniel Doña y Cristián Martín en el ecuador del espectáculo. Este último, sin embargo, no sedujo como se esperaba en los cantes de levante, que danzó con una de las bailarinas.

La guitarra de Francisco Vinuesa fue precisa, pero el cantaor, lamentablemente, hacía agua, lo que se evidenció sobre todo en la petenera. Más tarde, en cambio, pudo demostrar sus dotes (potencia de voz y dominio, sobre todo en los altos) en los cantes de labor.

Siguieron deslumbrando, ya individualmente, por parejas o por grupos, con castañuelas y platillos, en los abandolaos, en la zambra y zorongo, coreografiada por el estupendo bailaor Marco Flores, y con los verdiales, y su serie de instantáneas, que pusieron el punto final a una noche necesaria.

Al principio fue la luz

Al principio fue la luz

Flamenco Viene del Sur. P’atrás

La historia del flamenco es ancha, más por sus lagunas que por sus certezas. Las hipótesis se suceden y las luces siempre están veladas. Sin embargo, reconocemos pilares inamovibles, señas de identidad generalmente admitidas. Existe un origen remoto que, como el norte, no es un punto, sino una dirección. Y a esa dirección apuntan los estudiosos y amantes de este arte.

Los flamencos a veces, cada vez más, no son meros intérpretes. Bucean en la historia del flamenco, en los cantes y grabaciones antiguas, en los nombres y sus logros, en los orígenes y en los rincones.

Conociendo estos andamios, no se canta mejor, no se toca mejor, no se baila mejor; pero se canta, se toca y se baila con más fundamento, con la seguridad de un terreno firme y la dignidad de quien camina en dirección a ese norte.

Ana Calí, bailaora granadina, curtida por los años y el oficio, consciente de está búsqueda, nos propone en esta nueva entrega de Flamenco Viene del Sur P’atrás, una mirada, retrotrayéndose desde mitad del siglo pasado hasta el más remoto pre-flamenco, yendo un poco más allá del mero espectáculo. (La primera función en este ciclo fue hace un par de años con De cobre y lunares, donde desgranaba el más añejo baile granadino.)

En 1942, cuando empieza nuestro periplo, Ana y los suyos se trasladan a Nueva York, donde Carmen Amaya les brinda unos cantes de levante. ¿Puede que la granadina, en esta primera pieza, estuviera algo nerviosa? No así su cuadro, rotundo y seguro, donde una guitarra (Alfredo Mesa) se impone como imprevisible partenaire de limpieza y precisión, y unos cantaores (Sergio Gómez ‘El Colorao’ y Alfredo Tejada), posiblemente de lo mejorcito de esta tierra, le infunden conocimiento y seguridad.

De la Gran Manzana descienden, en 1898, al Puerto de la Havana (sic), en Cuba, en donde interpretan unas guajiras, mientras dan el salto a la Península para proponernos unos Juguetillos por cantiñas en las costas de Cádiz (El Puerto y Sanlúcar). Reconocemos ya a una bailaora segura e integral, en la que destacan su limpieza de pies, su juego de cintura y su apego a la tradición.

Los acordes en off de la soleá de Matías Jorge de Rubio, de 1860 (quizás la soleá más antigua grabada), estrenada por el almeriense Julián Arcas en 1867, reciben a Alfredo Mesa en el centro del escenario para interpretarla, en un solo de guitarra memorable, aunque sea un remedo de la misma pieza grabada po Javier Conde hace unos años.

Madrid-Cádiz- Granada es un viaje obligado a principios del siglo XIX, donde el Polo Tobalo toma protagonismo en las voces exactas de los dos cantaores haciendo los ayes al unísono, antes de participarnos, hacia 1835, unas Playeras, o plañideras, que son la puerta de entrada de las seguiriyas.

La Zarabanda, el Romance y la Arbolá son sólo bellas pinceladas al baile de esencia que nos preparan para el final, La Gitanilla, basada en la obra cervantina de 1605, que llega con el pregón de Macandé y el romance del Negro del Puerto.

Una gran obra que irá creciendo con el tiempo; una buena propuesta la de Ana y los suyos, que nos aparta un poco más ese velo ancestral con que cubrimos el flamenco y nos muestra que al principio fue la luz.

Con el alma en las manos

Con el alma en las manos

Presentación del disco Sentimiento de Miguel Soler

Hay quien se desnuda en público sin ser un exhibicionista. Hay quien cuenta sus verdades con el alma en las manos. El tiempo, entonces, no sigue siendo como hasta ahora; cuenta con un nuevo desgarro que quizá nos identifica y, en todo caso, nos remueve el corazón.

Sentimiento, el disco que presentó Miguel Soler el viernes, en el teatro de Isidoro Maíquez, no esconde nada; es, como anuncia, puro sentimiento; representa un puñado de amor sincero que desborda su voz y se expanden desde su piano a través de las yemas de sus dedos.

María Martín Romero, Coordinadora Provincial del Área de la Mujer de Izquierda Unida, fue la encargada de abrir la noche, presentando al artista y leyendo unas palabras que, para la ocasión, compuso la poeta Mercedes Elorza, haciendo alusión a la ‘verdad’ del cantor (el grito herido si herida estalla / y el vuelo ensimismado de su canto) y la reciprocidad con quien lo escucha.

Ocho temas propios, interpretados a piano y voz, abren el disco e inauguran la noche. Ocho verdades tan sencillas como la luna, tan profundas como la luna. Sólo los títulos de este racimo de cantes, Abrázame, Seguramente Samantha, Llora la aurora, Sin nada a cambio, Cambio, Sinceramente, Las musas del verso, La luz de Nuria y La fuente del corazón, manifiestan la intimidad del trabajo.

Lo demás es gozo. Gozo de ver a un hombre sensible trasmitiendo su anhelo, gozo de escuchar un piano acertado que vibra con sus manos, gozo de melodías intemporales, gozo de una voz potente y dulce, franca y flamenca en los quejíos, en los silencios y en el espíritu que trasciende.

La segunda parte está dedicada a canciones prestadas. Al igual que dona sus palabras, se apodera de los decires de otros autores, que son también sentimiento y los hace suyos, alargando los tercios, ralentizando el tempo, recreándose en la coda final repetida hasta las lágrimas; acompañadas por las guitarras precisas y eminentemente flamencas de Miguel Ángel Corral y de su hermano Rafael Soler, que fueron en sí mismas otro espectáculo, otra pasión.

A capela comenzó este tiempo con El breve espacio en que no estás, de Pablo Milanés, que inauguró una nueva vuelta de tuerca en la velada.

Para el Romance de Curro El Palmo, de J. Manuel Serrat, requiere la compañía de Juan Trova, su primer invitado. ¡Estremecedora!

Siguen Las simples cosas, de Armando Tejada y César Isella, y Contigo aprendí, de Armando Manzanero, con Ángela Muro, su segunda invitada, que interviene también en el disco, con un feeling especial.

Con Veinte años, de Guillermina Armburu y algunas composiciones de trabajos anteriores, se anuncia el final, que llega de la mano de Federico García Lorca y El pequeño vals vienés, musicado por Leonard Cohen y aflamencado por Enrique Morente.

Unos cuantos fandangos de Huelva, de libre interpretación, y otro de sus temas tradicionales, sirvieron de bises para cerrar una noche cargada de sensaciones.

Otro camino, la misma posada

Otro camino, la misma posada

Flamenco Viene del Sur. Por qué cantamos

Rocío Márquez presentó su espectáculo, Por qué cantamos, en el teatro Alhambra, en el ecuador del ciclo Flamenco Viene del Sur. Ella misma se responde en el programa de mano: “Cantamos desde el respeto a la tradición y desde la necesidad de hacerla nuestra. Desde la poesía y para sus autores; desde sus autores para la poesía. Cantamos por y para Mario Benedetti, William Shakespeare, Jorge Manrique, Daniel Olmos, Teresa de Jesús y Juan Ramón Jiménez. Cantamos por y para todas estas razones. Porque es nuestra manera de comunicarnos con el mundo; para que este no se nos escape”. Esas inquietudes nos las quiso traspasar el lunes a todos sus fieles y a los no tan fieles.

Rocío tiene un destino que es la búsqueda. Rocío ha cogido el camino nada fácil de los creadores en el flamenco, de los que miran más allá desde el respeto a la tradición. Rocío es vanguardista sin abandonar ese poso de conocimiento y ortodoxia que ya dejó sentado en sus primeros trabajos discográficos, en sus cientos de recitales y en esa Lámpara Minera que le alumbra desde 2008.

La primera lanza que rompe es a favor de las letras. ¡Hay tanto escrito de belleza sin par! Rebusca en los libros y los autores que de una forma u otra llegan a su cabecera e impregna con ellos su música, que tampoco es convencional. Dándole una vuelta de tuerca a las formas clásicas, experimenta algo nuevo. Es morentiana en su apuesta.

El recital comienza con una granaína invertida con textos de Benedetti. Se trata de una granaína donde la voz hace las veces de la guitarra y viceversa. Pieza interesante, que pronto se convierte en la Jotilla de Aroche y en una suerte de fandangos, que llama de infancia, donde hace un recorrido por los pueblos de su tierra onubense.

Para los tangos se acuerda de Morente y adapta letras de Shakespeare, santa Teresa de Jesús y otros. Su voz es dulce y laína, con una potencia lírica muy agradecida. A su lado, un gran cuadro la arropa. El granadino Miguel Ángel Cortés, a la guitarra, es un derroche de efectividad e inventiva; Agustín Diassera, necesario en una percusión que recoge el latido de la noche; y ‘Los Mellis’ a los coros y palmas, no sólo dimensionan el conjunto sino que lo espolvorean de calidez.

Uno de los momentos que me entusiasmó fue cuando interpretaron Otra Rosa, hermana pequeña de las alegrías, con letra de Juan Ramón Jiménez y un glorioso estribillo coreado.

Trajo a García Lora con la milonga y a Daniel Olmos, un poeta amigo, con Chocolate con pan, antes de embarcarse en las creaciones de Pepe Marchena. El Romance a Córdoba es un decir de mucha dificultad, donde el recitado y la copla se dan la mano en un continuo esfuerzo de habla y canturreo. Rocío sale triunfante de este reto, aunque, quien se acuerda de Marchena, puede poner alguna objeción. Mi ole vaya por delante.

Acercándonos al final, el versátil Niño de Elche sube al escenario, planteándonos con la artista una Performance polifónica a capela de bastantes quilates, siendo lo más extremista e incomprendido de la noche, en el que recita, sobre efectos sonoros repetidos, grabados en directo, el Salmo 21 del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.

La seguiriya ¿Por qué cantamos?, con textos de Benedetti cierra la noche y un círculo cuanto menos interesante que empezó a trazar al comienzo de la velada.

Un par de fandangos naturales, como bis, rubrican otra entrega sobresaliente del flamenco sureño.

Haciendo canastas

Haciendo canastas

Flamenco Viene del Sur. ¡Pastora baila!

Pastora llegó este lunes con ganas de bailar. Quiso darlo todo para un público que la busca, que vibra con ella. Porque Pastora es muy canastera, con un baile gracioso, lleno de pellizcos y fantasía.

Trajeada con vestido negro, de vez en vez maculado con chaquetilla corta, pañuelo o mantón, no abandonó en ningún momento el escenario, como si estuviera en una fiesta, una divertida fiesta entre amigos, y ella fuera la anfitriona.

Su danza es tradicional, gitana y olística, aunque participa puntualmente del toque rompedor que impuso su hermano, Israel Galván, sobre todo en algunas posturas, en alguna instantánea o cuando en los tangos volcó la silla en la que descansaba en sus silencios, haciéndola rodar y sonar a voluntad.

Ramón Amador, a la guitarra, goza de ese clasicismo, de esa fuerza, sobre todo en el rasgueo, y de esa disciplina necesaria parea un baile hilvanado prácticamente de principio a fin, lleno de cortes y de efectismo.

La noche comienza por pregones. Los dos cantaores, Cristián Guerrero y Jesús Corbacho, se suceden en la copla e interactúan con la sevillana entrando y saliendo del escenario. Ella muestra sus cartas y termina voceando el último pregón, que pronto se convierte en seguiriya, donde se muestra más introspectiva y más enraizada.

La mariana termina por corraleras tildándolas con un punto simpático, antes de abordar las malagueñas, que son territorio de Corbacho. La eficacia de este cantaor se tambalea con un babeo incomprensible.

Cristián toma el testigo y propone unos fandangos, que acercan el final en forma de soleá por bulerías, donde se supera a sí misma. Sus manos son palomas y no abusa del tacón punta. Es una pieza generosa y rebosante de sal. Sin duda la mejor entrega de la noche.

La fiesta continúa por tientos-tangos, trianeros pero también extremeños y de la tierra, que, con mantón arrollado al cuerpo, vuelve a seducir con su roneo, su controlada bastedad y sus caídas.

En un fin de fiestas por bulerías, Jesús Corbacho se convierte en partener de la bailaora que así despiden la noche granadina.

* Foto de Manuel Montaño©.

Un paso decisivo

Un paso decisivo

El joven cantaor paduleño, Tomás García, que el viernes pasado debutó en el teatro Isabel la Católica, ha dado un paso decisivo en su carrera, un salto sin retorno. A sus diecisiete años se viste de largo y actúa en solitario ante doscientos espectadores, tal vez más. Desde este momento, el cuidado de su persona y el uso o abuso de su voz, entran en una nueva dimensión.

La apuesta solapada en general hablaba de inmadurez y apremio. Los dedos estaban cruzados tras los primeros compases de Luis Mariano, a la guitarra, animando la malagueña, que Tomás aborda con seguridad y prestancia. Se sabe la lección y un momento no es mejor ni peor que otro. Comienza por la Torre de la Vela, haciendo honor a su tierra, y termina por Los peces de Gayarrito, que popularizó Bernardo. Se abandola por jaberas y rondeñas.

Ya, templado, borda seguidamente la soleá de Cobitos, en la que demuestra haber sido fiel ganador del ‘V Certamen Andaluz de Jóvenes Flamencos’ en la última edición del concurso del Instituto Andaluz de la Juventud. Puede que sea su entrega más flamenca. Se siente bien arropado entre la enorme guitarra de su veterano partenaire y la percusión considerada de Chema del Estad.

Para los tientos-tangos, para las alegrías y para los fandangos de Huelva requiere la presencia de dos jóvenes cantaoras, Nazaret Marcos y Aroa Palomo, que vigorosas le escoltan con las palmas y a los efectivos coros. Hay que destacar en estos temas festeros el guiño simpático de elegir letras tomadas de palos distintos de los que habitualmente se cantan; por otra parte, en momentos, aparecen coplas gruesas para cantaor tan joven.

Hay que decir en este punto que, quizá con el jaleo y la velocidad de las palmas, la percusión y una guitarra habituada sobre todo al baile, la voz del protagonista de la noche osciló brevemente, aunque bien supo colocarla en su sitio con asaz profesionalidad.

De nuevo a solas. Luis Mariano introduce con generosidad los preliminares de la zambra de El gitanillo errante, de Luis Mejías, que interpreta Estrella Morente en su trabajo Mujeres (2006), que da pie a una breve zambra caracolera con temática de Semana Santa.

La pareja prosigue musicando, con aires de bulerías, la conocida canción Lucía de Joan Manuel Serrat, grabada por primera vez en su disco Mediterráneo, en 1971, rompiendo una vez más la ortodoxia y demostrando la versatilidad y la firmeza de mirar hacia delante sin olvidar las raíces.

La noche acaba por bulerías, dando puntual protagonismo al resto de sus acompañantes. Los bises, como no podían ser menos, son un par de fandangos naturales.

Una velada, al fin y al cabo, sorprendente y prometedora, donde destacan además la puesta en escena, la ordenación de los cantes y el planteamiento genérico del recital.

¡Arza, Tomaza!

¡Arza, Tomaza!

Flamenco Viene del Sur. Así canta Jerez

Con toda la gracia, los palmeros de Tomasa Guerrero, La Macanita, (El Chicharro y El Macano),  no dejaban de jalear, como parte inherente a la fiesta. Con su acento gaditano, arropaban a una jerezana que fue creciendo con la noche. Puede que sea la primera vez que la viera tan segura y tan a gusto ajena a su tierra que, como pájaro enjaulado, no cantara como cantase.

Empezó con algo de timidez (si se puede tildar con este adjetivo a quien lleva más de cuarenta años alzándose a un escenario). Su cante es previsible y numerado, el ambiente y su estado de ánimo es lo que cambia. Los palmeros, como digo, y sobre todo la guitarra limpia y sin fisuras de Manuel Valencia, en vez de los habituales Morao o Parrilla, dieron la confianza suficiente para sentirse hogareña.

Los tientos-tangos son de su dominio y gloria. Su poderosa presencia, el aguardiente en su voz, el evidente sentido del compás y la galanura de su potente garganta hicieron el resto. Porque La Macanita es lo que es, lo que vemos, lo que esperamos. Es de esas gitanas imprescindibles que hacen del flamenco que sea como lo entendemos.

Un remanso de paz y de quejío es la soleá. Esa soleá que se canta en Jerez, llena de pellizco y de intrínsecos oles que no descansan, pues la cantaora liga los tercios como en un corrido. Es su manera.

“Y ahora tengo flores en la ventana y una nueva vida que me llama, tengo brillo en la mirada”, es el estribillo de unas bulerías emocionadas (Volver a verte), que le escribiera Fernando Terremoto, con las que comienza el disco Sólo por eso (2009).

Los palmeros se ausentan brevemente cuando se recrea en la malagueña de Manuel Torre, con una generosa aportación de la sonanta, pues tornan rápidamente al compás de las alegrías que van presagiando el final del concierto.

De pie, como mandan los cánones, suenan las bulerías, que son generosas, preñadas de cuplé, abandonos puntuales del micrófono, que no desmerecen, y graciosas incursiones en la danza, a modo de Paquera o de Lola. La bulería es ‘patrimonio’ de su tierra y con ella nos quedamos y proseguimos con un fin de fiestas donde sus tres acompañantes por orden se dan una pataílla.

* Fotografía: deflamenco.com©.

Dos guitarras, doce cuerdas

Dos guitarras, doce cuerdas

Flamenco Viene del Sur. Diego de Morón y Pepe Habichuela

Entrevisté a Pepe Habichuela para la radio, el jueves pasado, y me aclaró que lo que íbamos a presenciar eran dos recitales de guitarra y no un espectáculo conjunto, que cada uno iría por su lado y no tendrían ninguna colaboración o un fin de fiestas que fusionara a los dos guitarristas, tan identetarios cada uno de su tierra.

Ayer, lunes, dio comienzo el ciclo Flamenco Viene del Sur, en el Teatro Alhambra, como siempre, con este concierto a que me refiero. Para copar el tiempo con sólo guitarra, apenas ilustrada puntualmente con algo de compás, resultó tan ameno y brillante, que hasta se hizo corto.

La primera parte la presidió Diego de Morón. Comenzó y terminó por bulerías, con el apoyo de las palmas del bailaor Pepe Torres. También hizo soleá, alegrías, rondeña y seguiriyas.

Por su lado, Pepe hilvanó soleares, tarantas, tientos-tangos, seguiriyas y alegrías, estas dos últimas piezas con Juan Carmona a la percusión.

Fueron dos grandes muestras, que pueden avalar cualquiera de los guitarristas que estaban presentes en el teatro.

Cada uno a su estilo: el de Morón, con un soniquete argénteo, se aferró al clasicismo; Pepe, con su reconocido rasgueo, busca un nuevo lenguaje, sin olvidar la tradición. Sin embargo, en las alegrías, el de Granada, fue menos contemporáneo. Los dos bien jondos. Pepe, bastante conocido y esperado. Diego sorprendente por lo ignorado, aunque la herencia de su tío, Diego del Gastor, estaba presente.

Ambos sin cejilla, aprovechando las bondades del mástil en su extensión. Ambos afinando de oído, como antes, al principio de cada pieza.

Diego desnudo. Habichuela a veces con excesivo reverb. El de Morón, con improvisadas aristas. Nuestro paisano redondo en su entrega.

Contemporáneos los dos, de 67 y 70 años, respectivamente, representan una generación imprescindible en el toque flamenco, que, si bien se hallaba encubierta por la figura de Paco de Lucía, hay que tener en cuenta en la historia grande del flamenco.

Por lo demás, una noche cargada de duende y de sentimiento en la que Diego nos recordó a algunos cantaores occidentales, no sólo de Morón, sino también de Jerez o Utrera, que hubiera acompañado, en su tiempo, Diego del Gastor; y Pepe, inevitablemente, invocó entre sus cuerdas al inolvidable Enrique Morente, del que fue compañero, de grabaciones y escenario, desde los años setenta.

Paso a paso y otro paso

Paso a paso y otro paso

¿La Moneta? Fantástica, como siempre. Bastantes años llevo contemplando a esta artista, sus propuestas y evoluciones. Tengo la fortuna de tenerla cerca y de seguir paso a paso los pasos que ella da. Esta obra, incluso, la he presenciado, desde su estreno en la Bienal de Sevilla, en 2012, tres o cuatro veces, y siempre es distinta. A veces llama la atención más una pieza que otra, pero siempre estremece su entrega, su complicidad y su efectiva factura.

Por otra parte —o siguiendo la enumeración—, posee el grado de humildad y generosidad que tilda a los grandes. Es humilde porque está para todos, es accesible; se autoexige y sabe que, por muy buenos cimientos que tenga, sin el trabajo constante se desmorona el castillo. Es generosa porque no acapara todos los focos, sino que los reparte entre su cuadro y entre sus invitados, sintiéndose ella una pieza más para que el engranaje siga funcionando.

Paso a paso, como ella dice, es fruto de la reflexión. El espectáculo, que se representó el 7 de febrero en Granada, está dividido en tres partes bien argumentadas. En la primera interactúa con la guitarra, desde la farruca a las fantasías morentianas. Nunca me cansaré de encomiar las virtudes de Luis Mariano como músico, compositor y arreglista. Su sonanta huele a la tierra mojada del Camino del Monte.

En la segunda parte —posiblemente la más rica—, abre las puertas a sus invitados y se deja impregnar de otras formas. Así presenta el Laboratorio Coreográfico de Flamenco Urbano, un acertado experimento de fusión e implicación artística en el día a día, que, aunque ya inauguraron la velada, es ahora, con un acercamiento al Sacromonte de Enrique Morente (1982), cuando se viste de largo.

Esta agrupación, que coordina la misma Fuensanta, aunque eficaz, le resta dinamismo al conjunto, haciendo que se alargue innecesariamente. Me parece excesivo, abigarrado, por otra parte, cerca de veinte componentes en el escenario limitado del Isabel la Católica. De todas formas, no deja de ser una buena propuesta. Un aplauso personal a Tomás García con el cante y otro a la guitarra rockera de Paco Luque, perteneciente al grupo de flamenco-metal Fausto Taranto, que ya se acercó al flamenco participando en el disco Omega, en 1996, con los Lagartija, ofreciendo un contrapunto interesante a la guitarra sin fisuras de Luis Mariano.

En esta segunda parte, la intervención del bailaor Javier Latorre, es un bocado de gourmet. En silencio, sólo con su cuerpo y sus pies, introduce una soleá que pronto se hace música, para componer un paso a dos con la bailaora protagonista, vestida de cola blanca. El contraste de la exacta parquedad y la sublime esbeltez del maestro de Córdoba, con la fuerza y la sangre, la continua agitación de la granadina, alcanza bastantes quilates.

La última parte consiste en un acercamiento al cante como pura esencia del flamenco. Suenan, con voz propia —perdonadme la redundancia—, los ecos de tres cantaores de bandera que, en realidad, han ido demostrando su calidad durante toda la noche. El gaditano Matías López ‘el Mati’, con su gusto y aguardiente, ya demostró su buen hacer por malagueñas; el jerezano Miguel Lavi, estudioso y comprometido, es uno de los cantaores más interesantes del panorama actual, destacó en la soleá y, sobre todo, en el corrido en solitario; y el granadino Juan Ángel Tirado, poderío y afinación donde los haya, no deja de sorprendernos con la actualización de sus letras y el control escénico.

Por último quisiera hacer mención a otra de las guindas de la noche, los tientos-tangos, comenzados por zambra, donde La Moneta es la reina.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Las braguitas de las bailaoras

Las braguitas de las bailaoras

Un fotógrafo amigo, dedicado al mundo del flamenco, me comentó en confidencia que tenía una colección de fotos de baile en las que la artista se subía la falda en extremo. El baile flamenco siempre ha sido sensual y seductor. Es un conjunto de insinuaciones y desplantes que, como en una ceremonia de trance, llega a abducir la mente del espectador a través de sus ojos.

Desde siglos pasados, una de las atracciones que ofrecía la danza era su desparpajo, su descaro, su picardía. Los visitantes acudían a un tablao o a las cuevas del Camino del Monte para dejarse atrapar por esos movimientos distendidos con ropas desceñidas (el soniquete de unos tangos ’paraos’ complementaban el roneo). Con advertir la esclavina del tobillo o incluso el pie desnudo ya era una apuesta de libertad, que se enriquecía, en noches aciagas, a la luz de una fogata, con la pierna ennegrecida de gitana trabajada, o incluso más arriba, donde la carne y el encaje se confunden.

Por eso, al presentar Rafaela Carrasco su visión de la zambra granadina, con La mosca a su final, echamos de menos ese revoleo de faldas y palmada en el muslo que incita al libidinoso sueño, por otra parte inocente, que termina o empieza con la puntilla, la blonda o el elástico de una siempre perfecta braguita.

No así como entre las bailarinas de contemporáneo, donde la muestra de sus interiores parece formar parte de la danza en sí. Una de las preocupaciones que manifestó Blanca Li cuando presentó hace años un ballet en el Carlos V —que no intento datar, por no forzar la memoria—, era la necesidad de comprarle a todas las artistas, que se contaban entre la decena, braguitas iguales para, en el momento de enseñarlas despreocupadamente, que no desentonaran en su conjunto.

Para la bailarina de clásico, con el tutú enhiesto sobre la cintura o la faldita de de vuelo ancho, forma parte de su vestuario el intocable níveo culero.

Barajo entre los primeros recuerdos de pequeño, en una caseta del Corpus, cuando la feria ocupaba los terrenos del Salón, en la ribera del Genil, de la que mis padres eran socios fundadores, que una niña de mi edad, con un vestido de volantes, que en mi memoria aparece de color claro, daba vueltas al ritmo de la música, con los brazos elevados y juego de muñecas sobre el tablado postizo. Su padre se le acercó entonces levantándole las faldas hasta el cielo, diciendo que para bailar flamenco se debían enseñar las piernas. Creo que fui el único que advirtió la lección y el tenue rubor de la niña, arreboles sonrosados en su carita suave, que contrastaba con el encaje inmaculado de su ropa interior.

Guardé ese recuerdo privado como el regalo sorpresivo de un joven voyeur, hasta que en este momento, venido al cuento de la distancia, lo expongo a la luz de mis contados confidentes.

Hoy quizás los robos de la instantánea visión hayan perdido su fuerza. El destape manifiesto de nuestro tiempo ha emborronado el deseo fugaz del atrevimiento. Puede que la pornografía haya desbancado al erotismo, aunque, permitidme que me incluya en la amplia minoría de población ‘trasnochada’ de los que preferimos lo que se adivina a lo que le enseña, lo soñado a lo evidente, la captura efímera del sin querer queriendo al manifiesto escaparate.

Pienso, en esta misma suerte, que, entre las muestras más sublimes del erotismo, se encuentra ese triangulito blanco (siempre blanco, aunque también se admite el negro y, en ocasiones, el rojo o el rosado) en la entrepierna de la femenina diosa.

El Corral del Carbón terminó de arder

El Corral del Carbón terminó de arder

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Tercera semana

El viernes acabó la tercera y última semana de Los Veranos del Corral con una calificación de sobresaliente. En sus dieciséis años de existencia, esta muestra se ha destacado por su calidad artística, por su especial cuidado, tanto a actuantes como a usuarios, y por su esmero en la programación de cada temporada.

Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en un concierto de cante como con el de El Pele. Deseo comenzar este artículo con su presencia carismática y su posición en el mundo del flamenco, aunque su actuación tuvo lugar hasta el miércoles. Porque, sin lugar a dudas (cualquiera que estuviera allí presente lo puede corroborar), Manuel Moreno Maya ‘el Pele’ dio un concierto de antología, que lo sitúa al lado de los grandes, entre los cantaores míticos de estas últimas décadas.

Este cantaor cordobés goza de una potente voz y de un timbre muy flamenco que, aunque agudo, se pasea con soltura por los bajos y las tonalidades intermedias. Es personalísimo en sus formas, en su expresión, en el decir de sus tercios, que de pronto preña con ayeos floreando el sentimiento. Lo mismo estalla en un grito desgarrador, que se rebusca en los adentros y retuerce su cuerpo para soltar el quejío oportuno. Él mismo definió el duende como la magia, como ese estado anímico del cantaor, del guitarrista o del bailaor para expresarse con la connivencia de un público respetuoso.

El Pele subió a escena como si saliera al patio de su casa para regar los claveles o departir con algún vecino. Tras un apunte de guitarra de Patrocinio Hijo, para dar el tono, el cantaor se arranca por tonás. Con este primer cante ya hubiéramos estado servidos.

Para la soleá, que acomete seguidamente, reúne a su grupo al completo. A Patrocinio se le suma el también cordobés Manuel Silveria (los dos, grandes guitarristas); Matías López ‘el Mati’ y Roberto Jaén, a las palmas y a los coros; y su hijo, José Moreno, al cajón. La mitad de estos compañeros no estaban en el cartel, arropan al maestro simplemente por el gusto de acompañarlo y compartir las tablas con él. El Pele es personalísimo en sus formas, en su expresión, en el decir de sus tercios, que de pronto preña con ayeos floreando el sentimiento.

Después de unas tremendas seguiriyas y cabales felicita a sus músicos como un director de orquesta al primer violín, a la soprano o al titular de un solo memorable. Y después se dirige al público alabando su silencio y afirmando que es la consideración que se debe tener hacia “una de las culturas más bonitas del mundo”.

Antes de un par de malagueñas anunciadas, recita un poema de su autoría, dedicado al maestro Morente y su familia, con los arpegios de Silveria de fondo. La malagueña de La Trini se acelera a los postres acercándose a los verdiales. Remata este tema con fandangos del Albaicín.

Las alegrías, que les dedica a las bailaoras de Granada, son especialmente particulares; así como su poema El alma, cantado con gran sentimiento, en el que El Mati y Jaén le hacen los coros. El Pele canta de pie, se mueve por el escenario, improvisa su camino. Se nota su bienestar.

Un poquito por Huelva nos acerca un generoso final por bulerías, donde el mismo cantaor se da una pataílla. El patio, en pie, se cae de aplausos y ovaciones. Es curioso que el espectáculo más sorprendente y aclamado del Corral sea de cante clásico.

Pero todavía queda un apoteósico remate por zambra de Caracol, a quien confiesa su padrino, ilustrado al baile por La Moneta, en traje de calle, que arranca improvisadamente de entre el público.

Siendo Málaga una ciudad meridianamente grande y definitivamente turística y cultural, no tiene gran movimiento flamenco o, el que hay, está deslavazado. Ya lo denunciaba La Lupi en una entrevista, la semana pasada, en el periódico Ideal, en la que dice que su tierra “nunca ha tenido una escuela de baile marcada”.

Aunque sea cierta tal afirmación, también es cierta que de la ciudad de Picasso, de vez en vez, se desprenden algunos nombres a tener en cuenta en el mundo de la danza. Véase por ejemplo la presencia del incombustible Carrete, la de Rocío Molina o la de la misma Susana Lupiáñez.

El lunes 11, pisaron las tablas del Corral otros dos malagueños: Adrián Santana y Águeda Saavedra, que comienzan su entrega por tonás y seguiriyas. Él, con traje corto; ella, con bata de cola negra; ambos con palillos en las manos. Realizan un paso a dos agradable, con detalles satisfactorios (como cuando él salta la cola en uno de los giros de ella), aunque en conjunto se viera algo encorsetado.

Hay que esperar a la segunda pieza, unos tientos-tangos, para contemplar a Águeda en solitario más libre y primorosa. Su discurso es efectivo, su baile completo y el movimiento profundamente pausado de sus manos una apuesta de personalidad y estilo.

Adrián, por su parte, abordará una caña, rematada por el polo Tobalo de Ronda. Inusualmente en un bailaor, sale a escena con manila, que maneja con fuerza y estilo, aunque no aporta nada nuevo. El juego de pies es un punto a su favor. La pieza se alarga más de lo deseado y cobra excesivo brío cuando se desprende del mantón.

El buen cuadro que los arropa, David Carpio y Miguel Lavi, al cante, y Fran Vinuesa, a la guitarra, introduce bulerías al golpe, que, en su ecuador, recibe nuevamente a los dos protagonistas con más soltura y confianza.

En el fin de fiestas por bulerías se centró en Miguel Lavi, que se dio una graciosa pincelada de baile.

El martes, desde Morón, Pepe Torres nos hace pasar otra buena velada. Pepe es un bailaor de raíz, sobrado de compás y un soniquete en los pies envidiable. Su baile es escueto y seguro, ausente de todo artificio y ajenas florituras. Por eso, siendo cabeza de cartel, ofrece desmedido protagonismo a sus acompañantes.

Una generosa entrada con el cajón del Cheyenne estalla por bulerías, en las que se presenta el bailaor tan sólo dando una pincelada que supo a poco. Tras esto, bastantes minutos habrá que esperar de nuevo que vuelva por alegrías y un destacado sentido del espacio y del ritmo. La soleá y la bulería final, sonó un poco redundante.

Entre medias, sus músicos, algo desordenados, harán: tientos-tangos y un par de fandangos (Guillermo Manzano); seguiriyas (David ‘el Galli’); y un solo de guitarra por malagueñas (Paco Iglesias). Todo reconocible y, como el bailaor de Morón, eminentemente clásico.

El jueves, redundando en el exquisito gusto de la semana, vemos un bailaor de bandera. Manuel Liñán es creativo y minucioso. Sus pasos son tan importantes como su ausencia y sus desplantes igual que los estallidos llenos de pellizco que va sembrando. Es un bailaor completo, de manos a pies, de hombros, de cintura, pero sobre todo de cabeza. Podría tildar su baile de inteligente, de los que hacen escuela. Asombra su verticalidad, su dominio del espacio, la sonrisa de su propia entrega.

Saluda al público bailando unos cantes de labor, y después unos tarantos preñados de novedades y, a la vez, acariciando la tradición, que demuestra cuando se convierten en tangos y Manuel recuerda su origen sacromontano.

Seguidamente se alegrará por cantiñas, para rematar la noche con soleá y bulerías.

Sus músicos rellenaran los intermedios. Paco Iglesias propone unas mineras a solas con la sonanta; David Carpio entona la malagueña de la Peñaranda y Miguel Ortega se le suma en los abandolaos. También le acompaña a las palmas su inseparable Ana Romero.

El viernes, como viene siendo habitual en el Corral del Carbón, se dedicó la noche a “Japón y el duende”. Ayasa Kajiyama viene pisando fuerte. La vimos bailar hace unos meses en Granada, a raíz de una Semana japonesa. Su profesionalidad y su gracia ya nos asombraron. Características que ahora, con espectáculo propio, no ha abandonado. Su baile es completo, metódico y muy cuidado. Impecable en su presencia, abre la noche por tonás y seguiriyas. Un detalle habla de su disciplina. Cuando se desprende de la chaqueta corta, camina hacia el fondo del escenario para colocarla en un sitio seguro. Una bailaora local se la habría dado a un músico o directamente la habría arrojado al suelo.

Repite a la guitarra un Paco Iglesias templado y seguro, con su toque clásico y preciso. Al cante David ‘el Galli’ y Quini de Jerez son una apuesta segura. En las piezas sin baile apuestan por levante y por Málaga.

Con bata de cola blanca (bien movida, por cierto), la bailaora se supera en las alegrías. Aunque moldea su expresión, su cara sigue siendo algo estática. El final por soleares lo hubiera firmado sin contemplaciones cualquier profesional de Andalucía.

El flamenco es universal y la humanidad, como decía Enrique Morente, es patrimonio del flamenco. Buenos artistas hay repartidos por el mundo. Los japoneses, con su gran remedo y pasión, se sitúan entre los primeros.

* El Pele ante la mirada de su hijo (foto de Joss Rodríguez©).

El Festival de las Cuevas se afianza

El Festival de las Cuevas se afianza

Por cuarto año consecutivo, en el Museo Cuevas del Sacromonte (singular espacio que corona Valparaíso), se ha celebrado el Festival de las Cuevas, organizado por el mismo Museo, la empresa de imagen y sonido La Flamenquita y, encargados sobre todo de la parte artística, la escuela de flamenco Carmen de las Cuevas.

Es un festival eminentemente granadino e independiente (ninguna institución lo respalda). Es una cita imprescindible en las noches de verano cuando la Alhambra se hermosea bajo las más grandes lunas del año.

Dichos encuentros no sólo se han convertido en un reclamo para turistas y locales, sino también en el lugar endógeno de ensayo, donde los protagonistas se visten de largo y, quizás, por primera vez presentan espectáculo propio, al cual le dedican ilusión, esfuerzo y muchas horas de ensayo.

Por otra parte, el escenario ha mejorado notablemente en cuanto a luz y sonido. El espacio al aire libre, en plena naturaleza, a bastantes metros por encima de la ciudad y con vistas exclusivas a la Alhambra y al barrio del Sacromonte es impagable.

Cuatro espectáculos, entre julio y agosto, han tenido lugar en este ciclo, que terminó la semana pasada. Su esencia es eminentemente de baile, que es la manifestación flamenca más completa, pues aglutina en sí misma las demás disciplinas, aunque también tienen cabida el cante y la guitarra solista. Este año, como los pasados, ha tenido gran éxito de público y una calidad sorprendente.

La propuesta comenzó el 23 de julio, miércoles, con el bailaor Raimundo Benítez, que presentó su obra Resurgir, como resultado de su pronta recuperación de una caída en la que se fracturó tibia y peroné, y el cirujano le alarmó diciendo que era difícil que volviese a bailar. Lejos de abandonarse al funesto resultado, Benítez asió con fuerza su mundo y en cuatro meses comenzó a bailar con un nuevo planteamiento. Ahora se enfrenta a las tablas con más calma y conciencia, escuchando el cante y el gemido de la guitarra, sintiendo a cada paso el latido del arte.

En Resurgir encontramos ese Raimundo renacido, donde su baile, a menudo circense, se ha refinado, sin abandonar su brío, su verticalidad y esa necesidad de hablar con los pies lo que la cabeza manda.

El bailaor granadino estuvo acompañado a la guitarra por Jorge el Pisao y Marcos Palometas, al cante por Sergio el Colorao y a la percusión y a las palmas Antonio Gómez y Coral Fernández respectivamente.
El viernes de esa misma semana, la bailaora Vero ‘la India’ estrenó Sonakai, que quiere decir ‘oro’ en caló, donde hizo su debut igualmente como protagonista de su obra.

Vero es una gitana del Sacromonte que reivindica su origen y el baile telúrico de sus mayores. Es una bailaora pura, sin pulir, se deja llevar por los sones de sus ancestros. Es salvaje en su entrega. Su naturalidad brilla como con pies descalzos.

Gitanos también la arropan. Su padre, José Fernández, y el tremendo Juan Ángel Tirado al cante. La guitarra de Manuel Fernández de Santa Fe y la percusión de ‘El Moreno’.
Firmará taranto, soleá y seguiriya con su sello prácticamente único, aunque ya se detiene y deja que su cuerpo, sus ojos y sus manos adornen los silencios. También se advierten en su propuesta adaptaciones de otras formas flamencas que emborronan el resultado.

Con el caló seguimos, pues  Yemandró a Graná, que viene a decir Extremadura y Granada (la procedencia de sus protagonistas), es la obra que presentaron Esther Marín y Luis de Luis el viernes, primero de agosto.

La obra propone un encuentro entre estas dos orillas del flamenco, sus diferentes ritmos y estilos y sus semejanzas en el sentir de los bailaores.

Una presentación en común más recatada, da paso al generoso baile individual de cada uno. Así, entre levante, fandangos albaicineros, granaínas y jaleos, se van alternando llegando a hipnotizar al público expectante.

Esther representa el sosiego, pero también la sangre y la gloria del camino andado hasta llegar a nuestra tierra. Luis es único en su especie. Único e irrepetible. El compás le corre por las venas. Sus pasos y desplantes no se encuentran en ninguna enciclopedia.

A la sonanta marca el ritmo Rubén Campos. Al cante vuelve Juan Ángel Tirado acompañado por José de Pinos.
Acaba el ciclo el viernes, 8 de agosto, con la guitarra exclusiva de Rafael Habichuela, que se presenta con una obra intimista, llena de matices y detalles, titulada Del corazón a mis asuntos, un verso de la Elegía de Miguel Hernández, que grabó Enrique Morente, con Pepe Habichuela, en su álbum Despegando, de 1977.

Con su toque especial, calmado, rico en falsetas y jazzítico en su medida, Rafael va desgranando soleares, granaína, vals flamenco, farruca, fandangos de Huelva, taranto o bulerías, con la colaboración especial en el baile de la gaditana Pilar Ogalla. Como segunda guitarra, le acompaña José Fernández, al cante Sergio ‘el Colorao’ y, a la percusión, José Antonio Carmona y José Cortés el Indio.

Destaca en este guitarrista su profundidad y sus silencios en solitario y el respeto cuando acompaña.

* Luis de Luis en la foto (Joss Rodríguez©).

La noche más granadina

La noche más granadina

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Gala flamenca de Granada

El jueves, último día de la segunda semana de Los Veranos del Corral, tuvo lugar la presentación de cinco jóvenes flamencos granadinos, que, desde hace años, vienen empujando con fuerza. Como nexos en común, aparte de su juventud, tienen unos mismos mitos referenciales, centralizados en la figura de Enrique Morente; y un claro afán por renovarse, basado sobre todo en el estudio.

Marta ‘la Niña’ y Alicia Morales, al cante, nos dejan voces bien templadas, ricas en altibajos y de gran conocimiento. Eficaces por separado, pero al unísono no terminaron de cuajar, aunque también la inseguridad de un primer momento o de un escenario de tal categoría puede que las intimidase.

Desde el primer piso del Corral del Carbón, sobre la balconada, que los efectos de luz la hizo florida, las cantaoras abren boca con unas tonás al alimón que despiertan a un público atento.

Alicia, consciente y modulada, accede en solitario a las tablas, y, acompañada a la sonanta por Álvaro ‘el Martinete’, nos propone en primer lugar granaína y media, en la que se acuerda de Vallejo, y abandolaos; y remata su entrega correctamente por seguiriyas.

Marta ‘la Niña’, más clásica, y con voz más aguda y potente, quizá más segura, hará en su turno una milonga dedicada a su abuela y una caña, en la que se acuerda claramente del maestro Morente y su amor por este palo, que incluía en casi todas sus apariciones. Estuvo arropada por la guitarra de Antonio de la luz.

Álvaro ‘el Martinete’ y Antonio de la luz presumen de un toque limpio y lleno de matices. Mientras el primero, con la fantasía Benamargosa de Riqueni, se inclina por una guitarra de corte concertista, al igual que su maestro Miguel Ochando. Antonio, con una rondeña, goza de las bondades del Sacromonte, con el rasgueo y los arpegios especiales de sus convecinos. Con estas dos muestras, el futuro de la bajañí en Granada está asegurado.

El baile, la naturalidad y la gracia, se llamó Rocío Montoya. Afincada en Norteamérica y perteneciente a la compañía Heartbeat of Home es una bailaora creativa y eficaz. Su entrega por levante y tangos supuso un ejemplo del arte por el arte, donde su disfrute fue extensivo al respetable, aunque su arranque fue poco más que cumplidor. A los postres, con más tronío y presencia, dará una graciosa pincelada por bulerías. Una cuestión empero tengo que objetar a esa costumbre, por desgracia de uso común, de abandonar el micrófono y cantarle a la bailaora en la boca del escenario. Estéticamente será efectivo, pero la voz, que es lo que interesa, se pierde y las o los cantaores hacer un sobreesfuerzo inútil, que sólo sirve para rozar sus gargantas. También eché de menos que se pronunciaran algunas palabras a lo largo de la noche.

Tras los aplausos, el quinteto aún se marcha por fiesta.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Los caminos de Patricia

Los caminos de Patricia

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Touché 

No puede poner en duda Patricia que es una hija querida en Granada. Un patio rebosante de seguidores y el aplauso continuo así lo avalan. Pero si no fuera por el trabajo que hay detrás y el anhelo de superarse día a día, esta afición no sería nada. Igualmente sorprenden la coherencia de sus pasos y su afán de renovación, hasta poco a poco ir logrando un lenguaje propio. Por eso festejé con ganas su propuesta en el Corral del Carbón el pasado miércoles.

Touché es una apuesta rompedora y vanguardista, en la que quedamos ‘tocados’ de verdad, donde el violín eléctrico de Bruno Axel cobra un protagonismo especial y sinuoso paralelo a la apuesta de la bailaora. En ocasiones, pienso que, sin embargo, se abusa de él.

El baile sin fisuras de Patricia (posiblemente lo mejor de la semana) comienza por seguiriyas, donde incorpora una gran dosis de delicadeza y madurez. El violín, en sus sones, se acuerda de Morente, rompe el hielo, hasta que aparece la bailaora rellenando el espacio y descubriéndonos pasos ya conocidos y otros por conocer que inciden en una coreografía redonda. Patricia, metida en el papel, sin embargo, es sumamente circunspecta. Sus manos hipnotizan, los brazos y la cintura le acompañan y las vueltas sobre sí misma son un grácil acierto.

Le arropan José Ángel Carmona al cante, Paco Iglesias a la guitarra y Agustín Diassera a la percusión, que también merecen sendas felicitaciones

Después de un solo de guitarra, la entrega viene en forma de soleá apolá, cercana a la que cantaba Cobitos, estuvo marcada en su comienzo tan sólo por el violín y la percusión. Seguidamente entrará la guitarra y el baile, con destalles singulares y un ‘efecto moviola’ a su final bastante considerable.

La sorpresa, después de que el cuadro firmara unas bulerías, tiene forma clásica. Con violín convencional, Axel interpreta el segundo movimiento de La Chacona de Bach, mientras un romance por tonás lo aflamenca por encima, y Patricia, con cola negra, borda la pieza.

Acaba la noche por tangos, donde Bruno vuelve a enchufarse, incorporando el loop, técnica de autograbarse en directo y doblarse a sí mismo, para lograr ecos admirables. La bailaora, con vestido rojo de corte helénico, rebusca en pasos conocidos y de libre creación, exponiendo una coreografía de bastantes quilates.

Visto lo visto (y lo que ya conocemos), el nombre de Patricia se leerá pronto con letras capitales en la historia reciente del flamenco.

* Foto tommada prestada de su facebook (Teresa Montellano©).

Una asignatura pendiente

Una asignatura pendiente

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Anabel Moreno y Jesús Fernández

Hacía siete u ocho años que Anabel Moreno se fue de Granada buscando un hueco en la capital de España que aquí no encontraba. Y, aunque la hemos visto en momentos puntuales, no fue hasta el martes que trajo espectáculo propio a las maderas del Carbón acompañada, como pareja de baile, al gaditano Jesús Fernández. Su seguridad en el escenario, su identidad artística y su convencida madurez son evidentes.

Las palmas y los jaleos de los tres cantaores, Trini de la Isla, El Mati y Alfredo Tejada y la guitarra correcta y precisa de Jesuli del Puerto, hace innecesaria la presencia de la percusión.

Con unos romances y corridos se prueban las voces de los tres cantaores. Componen un buen cuadro de temple y facultad. A veces, sin embargo, el exceso de grito, desdibuja toda intención.

Los bailaores presentan un primer paso a dos original y despierto. Su entrada resulta algo tensa, pendiente y artificiosa, quizá por traicioneros nervios, aunque se irá limando a lo largo de la noche. Es grato atender el poso granadino que conserva Anabel en su juego de hombros, en su roneo (sobre todo en los tangos), en su caída (que será manifiesta en la soleá).

Un solo de guitarra precede a las prolongadas bulerías por soleá que aborda en solitario Jesús Fernández. Detenta un claro sentido del ritmo y una técnica vital cuajada de brío, pero es en los silencios, en los guiños de un cuerpo en reposo, cuando este bailaor rubrica con notoriedad.

Un generoso preámbulo por tangos de Granada, que se encierran en el éxito de Bambino No me des guerra, recibe un nuevo paso a dos en el que un versátil bastón sirve de excusa. Suavizado el frío de un comienzo, la entrega es auténtica y reconocida. Anabel, con la flor en lo alto de la corona y el galanteo aludido, reivindica su origen.

Una rueda de fandangos naturales, exacto en las tres voces, anuncian el final, que llega de la mano de Anabel Moreno por soleá y bulerías. Aunque suene repetido con la entrega de Jesús, tal vez obedezca a un paralelismo intencionado, a una simetría voluntaria. La tensión no ha disminuido; la velada ha ido creciendo hasta el final. La gente levantada y los minutos de aplausos son merecidos.

* Foto de Joss Rodríguez©.