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Flamenco

La Lupi, de vuelta

La Lupi, de vuelta

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – RETORno

La madurez artística de Susana Lupiañez, ‘la Lupi’, es innegable. Es una bailaora malagueña autodidacta, a la que le sobra sangre. Lleva años en escena y, aunque siempre ha sido corredora de fondo, ahora es cuando empieza a “deslumbrar” (deslumbrar entre comillas, pues quienes la conocen, los que la han seguido, siempre han reconocido su arte). Es quizá, a una llamada reciente para acompañar a Miguel Poveda, que el retumbar de su nombre se ha hecho campana.

Últimamente rueda una obra que se llama Retorno, en la que echa un mirada hacia atrás y se fija en las bailaoras de siempre, en esas que, como ella, no han aprendido de nadie, de lo que han visto, de lo que han experimentado. El viaje de ida ha sido realizado, ahora La Lupi está de vuelta.

Cargada de comicidad, hace un recorrido por la forma de bailar en los diferentes centros neurálgicos de Andalucía, exagerando las formas, los tópicos, haciendo parodia de cada esquinita, pero con el respeto que le otorga el trabajo que hay detrás, el conocimiento y la entrega. De esta manera, la bailaora hace un sobreesfuerzo; expone la seriedad de un trabajo repensado y, al mismo tiempo, el guiño grotesco a las constantes de cada forma de bailar. A la larga sin embargo resulta cansino.

Como acompañantes, Antonio Campos y Antonio Núñez ‘el Pulga’, dos grandes del cante de atrás que, sin embargo, no estuvieron al cien por cien; Curro de María, a la guitarra, es el alma, junto a la protagonista de esta historia; David Galiano, respetuoso con el cajón; y Nelson Doblas, con memorables quejíos de violín.

Comienza en Granada. La voz en off de una vieja gitana habla de años pasados y se detiene en la palabra “máscaras”, como definiendo el mundo. La Lupi aborda unos tangos del Camino. Es desorbitada, graciosa y provocativa, casi vulgar, con esa apertura de piernas, con esas miradas, con ese continúo subirse la falda y enseñar los pololos.

Un par de letras por malagueñas (quizá la mejor entrega de los cantaores) deriva en los verdiales acompañados tan sólo con palmas, violín y los palillos de la bailaora, que sigue en su tónica de arañar la tradición.

Para un nuevo intermedio, Antonio Campos y Curro de María, se van alternando la guitarra para hacer apuntes, sacromontanos, de los Habichuela y de Marote, el uno; de Niño Ricardo y Diego del Gastor, el otro; antes de darle paso a El Pulga para cantar unas bulerías de Cádiz, que pronto pasan a ser alegrías que reciben a la bailaora vestida de mar. Con vestido de cola blanco y azul va sembrando la sal de la Bahía en las tablas del Carbón.

Un solo de guitarra muy versificado precede la caña con la que La Lupi se asoma a Córdoba. De campera, con vestido negro, chaquetilla corta y sombrero cordobés, va desgranando marcialmente los ayes de esta pieza. Hay que reconocer también un juego de voces imbricadas interesantes.

Termina la noche dándole juego a un mantón mientras Antonio Núñez interpreta una zambra caracolera, con letra de difícil digestión, “después de tus besos, morir por España” (sic).

La sonrisa de la bailaora no se desprende de sus labios; sus escobillas y sus desplantes, como digo, tienen doble mérito, aunque el repetido abuso de la mofa desvanece toda intención. Su vista está centrada en el pasado y el porvenir, en lo importante y en lo superfluo, cuando vuelve a oírse la misma voz en off del comienzo, insistiendo en la idea final: “máscaras, máscaras, máscaras”. Quizá eso sea todo.

* Foto de Joss Rodríguez©.

La perfección vive arriba

La perfección vive arriba

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Mayte Martín

Es curioso que Mayte Martín se acordara de Lole y Manuel en la bulería que, a modo de bis, cerró el espectáculo del último día de julio en el Corral del Carbón, en el que ella misma se acompañó con la guitarra. En concreto se trata de Un cuento para mi niño, un poema de Juan Manuel Flores, que hacía el corte tercero del primer álbum Nuevo día, de 1975, de la pareja sevillana revolucionaria, aún sin saberlo si quiera. Es curioso, como digo, porque Mayte siempre me ha recordado a Lole Montoya, por su voz dulce, limpia y afinada; por su aparente inocencia y por su poder hipnótico. Aunque la cantaora andaluza gozaba de una calidez somática de amplio espectro, mientras que a la catalana le arropa una asepsia recuadrada. Las dos operan a corazón abierto, Mayte en la sala fría de un quirófano, Lole en un improvisado hospital de campaña.

La perfección, que ambas rozan, sin embargo, parece que se ha trasladado más arriba, de las orillas del Guadalquivir a la Ciudad Condal. Porque el concierto no tuvo fisuras. Todas las piezas encajaban en su sitio, como en un sencillo rompecabezas, desde el sonido, con técnico propio, hasta el excelente guitarrista, Juan Ramón Caro, un tocaor a la medida, pulcro, exacto, suave. Parece que acaricia la sonanta y no la rasca, aunque sabe sacarle el quejío que una seguiriya precisa o el auge de la fiesta por Cádiz. Mayte lo ensalza en su altura, hablando durante toda la función en plural, pidiéndole consejo y guía.

El recital, por su parte, fue clásico y previsible; lineal dentro de la excelencia, parco en su exposición: guitarra y voz. Aunque definitivamente no se necesitara más.

Por peteneras comenzó su entrega, a la que siguieron malagueñas, que se abandonaron por rondeñas y unos valientes fandangos del Albaicín que levantaron al público de sus asientos.

En las seguiriyas, al seis, se acordó de Manuel Molina y de Cagancho, y acabó con la cabal de ‘El Pena’, antes de pasar a los generosos fandangos de Huelva y al garrotín.

La noche se fue animando, sin ese punto de pausado sentimiento con que Mayte tiñe todos los temas. Así, el cante más festero nace para ser escuchado, aunque también es habitual ver a esta intérprete cantarle al baile. Sus facetas son tan grandes como su sensibilidad e igual se embarca en el flamenco, su fuerza vital, como en el bolero, la poesía libre o la canción de autor. Quizá por eso se echaron en falta algunos arriesgados devaneos que trascienden el flamenco.

Con todo y con eso, fue un concierto redondo, un encaje de puntillas metódicamente impecable. Como en las cantiñas o en las bulerías finales que acabaron en los hermosos cuplés María de las Mercedes, que cantara en su día Marifé de Triana, o Un compromiso, del maestro Javier Solis.

Con este recital culmina exitosamente la primera semana de ‘Los veranos del Corral’, un ciclo de categoría que va in crescendo año tras año, una referencia ineludible en el mundo flamenco, que la ciudad de Granada no puede permitirse la frivolidad de perderlo.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Cuando el trío suena

Cuando el trío suena

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Dorantes

No hay como una gran banda para improvisar. David Peña Dorantes, aunque ya estuvo en el Corral hace bastantes años con Eva Yerbabuena, es la primera vez que viene como solista. Desde un primer momento sabe que entra en una cajita de bombones, un escenario “precioso”, según sus palabras, en una ciudad “preciosa” y con un público “precioso”. Con apenas 250 localidades en el patio nazarí, cualquier concierto se convierte en familiar, en un recital entre amigos y para los amigos. El espíritu del Carbón es ese, desde sus inicios. El músico, los músicos, tienen hora y media para exponer sus intimidades, para confesarse, sobre todo a ellos mismos, para comulgar con un público entregado, al que un sonido y unas luces medidas al extremo lo envuelven. El artista se desnuda. Se juega todo y no se juega nada. Expone sus cartas: un poquito de lo vivido y un poquito de lo por vivir.

Dorantes lo tiene claro y se calza guantes de algodón para hacer algo nuevo e irrepetible, de notas y melodías que se agolpan en su cabeza, pero también de las músicas que le dictan los hados en el momento.

Con una formación clásica y rompedora, con un carácter abierto y contemporáneo, pero sobre todo con un espíritu libre, el pianista lebrijano, se deja llevar y, arropado por dos cómplices, Francis Posé al contrabajo y Javier Ruibal a la batería, que vienen acompañándolo de antiguo y están perfectamente compenetrados, va hilvanando un tema con otro, bordando una noche machadiana.

A decir verdad, el jazz se impuso al flamenco. Salvo un guiño a la zambra caracolera en la pieza de apertura y alguna solapada incursión en la fiesta o la nana, todo fue libre creación jazzística.

Haciendo un ejercicio mental, también podríamos distinguir aires de guajiras en el segundo corte. Pero no nos engañemos, el flamenco está en la sangre de este músico, el pellizco está asegurado y el ole se escapa casi sin querer. Dorantes se asoma a los ritmos caribeños, como se asoma al bolero o a la balada.

El baterista toca con escobillas o con la mano abierta, que es la mejor forma de estar sin estridencias. El contrabajista es discreto, pero cuando le toca el turno de improvisar va cantando sus notas a la par que acaricia las cuatro cuerdas. Ambos con solos memorables.

Aunque también, en cierta manera libres, el trío no dejó de asomarse a composiciones ya grabadas, de su tercer y último trabajo discográfico en especial (Sin muros, 2012). Como Errante, unos tangos dedicados a los gitanos de Sevilla, interpretados en el disco por José Mercé; o la bulería Sin muros ni candados, en los que rasca las tripas al piano y el bajo es tañido con arco y los timbales conocen las baquetas de peluche.

Es el espíritu que le guía. El nomadismo de su pueblo ya no es físico y en carreta, sino anímico y creativo. Sin muros quiere decir sin ataduras, sin un destino definido, pero con un claro pasado, con una conciencia de raza y con la seguridad de que todas las músicas tienen un mismo nexo de unión.

Después de los aplausos, como regalo, Dorantes interpretó el Orobroy, tema identitario del compositor sevillano, perteneciente al disco del mismo nombre de 1998.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Buenos vientos para el flamenco

Buenos vientos para el flamenco

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral – Jorge Pardo 

Jorge Pardo sonríe desde que sale a escena. Habla con su gente y organiza el combo como si estuviera en un club de jazz. Habla con el público, presenta los temas, duda sobre cómo proseguir, admite propuestas. Se siente cómodo, aunque parece su estado habitual. Cuando cesa su actividad y deja que sus compañeros se extiendan, disfruta con ellos  marcando el ritmo en la culata del saxo tenor o en la banqueta que le sirve de apoyo.

Como los grandes músicos, es humilde y generoso. Su mundo conocido es el jazz; su mundo creado es la fusión. Comenzó con el flamenco en el sexteto de Paco de Lucía, en el que fue sembrando escuela. Al igual que el cajón, que se introdujo por la puerta grande en flamenco de la mano de Ruben Damtas, de la misma agrupación del de Algeciras, los vientos, con este músico, adquirieron autenticidad y compromiso.

Jorge es versátil y creativo. Ha grabado con numerosos jazzístas y flamencos, como Ketama, Ray Heredia o La barbería del sur, pero también con músicos menos conocidos, como con el pianista granadino Jesús Hernández.

El escenario vacío recibe a Jorge Pardo con su travesera. No tardamos en identificar los primeros compases de la Danza del Fuego de Manuel de Falla con un ritmo festero. Parece que este tema haya sido escrito para flauta. El fuego crepita y, en su mitad, requiere a Bandolero para que una sus fuerzas a este brujo amor. La percusión es precisa y completa con cajón y batería. A veces había que asomarse para comprender todo el cumplimiento. Con los pies manejaba los dos pedales, el bombo y el charles, con una mano baqueteaba el redobles y con la otra palmeaba la caja, sin perder un ápice de frescura y naturalidad.

Terminado el ritual del fuego, como si fuera una invocación, Josemi Carmona, solo en las tablas, interpreta una granaína en honor a la tierra de sus mayores. Desde su padre, Pepe Habichuela, también guitarrista, hasta el cantaor José Luis o el percusionista José Antonio, varios Carmona se arraciman en el patio de butacas. Josemi recuerda constantemente su disco Las pequeñas cosas (2011), incluso algunos temas pertenecen a este trabajo. También acude a la técnica del loop. Intentaré explicarlo. El loop es un anglicismo (se puede traducir como ‘bucle’), muy empleado en el jazz o en la música electrónica, que consiste en autograbarse, por medio de samples, para reproducir continuamente esta secuencia, ocupando uno o varios compases, para permitirse tocar por encima. Hay que tener habilidad para usar esta técnica para tocar sin desajustes.

La madre de Camarón, recuerda el saxofonista madrileño, cantaba unas alegrías dedicadas a la Perla de Cádiz, que son reproducidas a continuación. Los vientos de Pardo hacen las veces del cantaor y, conociendo el tema, no es difícil que recordemos este tema conforme va sonando. Un tema que desemboca, como casi todas las entregas de la noche, en puro jazz, con sus incursiones individuales y su buena dosis de improvisación.

Dos apagones de luz y unas décimas de silencio perturbaron una noche de entrega y afición, cuando el saxo es indiscutible protagonista en la soleá por bulerías, con una aplaudida coda jazzística.

Seguimos con la fiesta. Unos tangos, que se asoman al camino y terminan como en balada, definen a un trío compacto. Se entienden a la perfección. Una simple mirada determina el camino.

De nuevo con la travesera, ya hasta el final del concierto, Jorge aborda un bolero que es un popurrí, que comienza con Historia de un amor de Los Panchos y termina con las notas de Summertime, pasando por el Gwendoline que cantaba Julio Iglesias.

Antes de continuar, a petición del público, sonó un fragmento de la bulería Almoraima, grabada por Paco de Lucía en 1976, y que acompañó al sexteto en todas sus giras. Unas bulerías que se prolongaron hasta el post festum, pues pronto pasaron a ser Los cuatro muleros de García Lorca y después a bulerías más tradicionales en el bis que, a los postres, continuó haciéndole guiños a Federico con el Zorongo gitano o el Anda jaleo.

Definitivamente, soplan buenos vientos para el flamenco.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Un agradable paseo

Un agradable paseo

XVI Muestra de Flamenco. Los Veranos del Corral

Permitidme que personalice este artículo, pues, llevo tanto escrito de La Moneta, que me he convertido oficiosamente en uno de sus biógrafos. Por eso no voy a repetir que es una bailaora completa, a la que le bailan hasta las pestañas, que tiene un sentido del ritmo más que preciso. Por eso no quiero hacer hincapié en el brillo de sus ojos, en el poder hipnótico de su mirada, en su fuerza telúrica, en sus silencios estremecedores, en esos desplantes que son desafíos al público que la mira, al cielo que la envuelve, a ella misma que está tan segura en su cuerpo como en un regazo. No quiero tampoco incidir en su vena contemporánea, que cada vez se nota menos, pero que tiñe su baile de un color muy personal, ni en los detalles adaptados de sus mayores, de sus maestros, que son patrimonio de todos, que son hitos en la danza, que forman parte de sus movimientos como una bolita verde en su cadena de adeene. El sentido del espacio, la manera de bailarle al cante, el reparto de responsabilidades y protagonismos entre sus músicos, tampoco es novedad. La sutil improvisación, la redondez de sus piezas, el minutaje perfecto, el estudiado final…

No, no voy a insistir en nada de eso. Sólo deseo comentar una cuestión latente que, aunque la observo de lejos, ha quedado en mi manga como los ases de un tahúr. Ver a Fuensanta la Moneta es como pasear por el parque, como ver a un niño corriendo, o mejor, como contemplar el agua que brota de una esquinada fuente. Quiero decir que es tan natural, tan fresco, tan limpio, como eso. La Moneta es agua que mana o que cae de las nubes, que a veces es llovizna y a veces torrente, y es tan natural la gota como el aguacero.

La bailaora granadina así no actúa; está pero no está encima de un escenario, preocupada de sus pasos o de las acotaciones de un guión. Fuensanta (‘La Fuensi’) pasea, se deja arrastrar como esa lluvia comentada que la tierra ya no puede asumir. Nosotros, espectadores, nos dejamos empapar como niños con botas nuevas. Pisamos los charcos con alegría y esperamos el arco iris por levante que anuncia un sol que, lo han adivinado, es ella misma.

Desde hace años esta bailaora inaugura o la clausura la Muestra flamenca del Corral del Carbón. Viene a ser la guinda del festival, el tácito buque insignia esperado. El lunes, con un lleno absoluto (aunque con menos sillas que de costumbre, cosas del Patronato), La Moneta abre la noche por cantiñas. Con los colores de Andalucía en su vestido, más blanco que verde, baila las propuestas de un cuadro escogido. Porque los músicos forman una piña y asistir a su actuación es presenciar también la guitarra sacromontana de Luis Mariano y la percusión de Miguel ‘el Cheyenne’, los dos excelentes intérpretes de la tierra, creadores incansables y suplementarios; y el cante nuevo y viejo del jerezano Miguel Lavi, un cante que sale de las entrañas con más o menos dolor y se filtra por el aguardiente de sus cuerdas vocales para saber exactamente donde pellizcar. Otro u otros cantaores le acompañan, que van variando según la época, según la función. En esta ocasión, el gaditano Matías López ‘el Mati’ complementa con voz rota, y sentimientos a la par, los requiebros rebuscados y las letras no convencionales de Miguel Lavi. Un excelente cuadro que funciona pon sí solo, pero que en ocasiones se vio descompensado en su amplificación. Al principio las voces tenían poco volumen, la guitarra se saturaba en otros momentos, el yembé imponía su latido como el trueno.

La imagen de Paco de Lucía proyectada sobre el escenario supone la dedicatoria del espectáculo al tocaor de Algeciras. Con motivos granadinos, estas representaciones fílmicas, rellenaban innecesariamente la escena.

El Mati comienza a capela la seguiriya de Enrique Morente Mírame a los ojos, de su disco Despegando, de 1977, para seguir con otra serie de tonás y pasarle el testigo al Lavi, que finaliza con el martinete En el barrio de Triana, grabado por Tomás Pavón en los años 40. Estos cantes ‘a palo seco’ desembocan en seguiriyas. La Moneta, de oscuro, vuelve a dar una lección de dramatismo y control en esta pieza que siempre ha sido su carta de presentación. Pero, como dijo Camarón, no hay cante chico ni grande, para nuestra protagonista no hay gradación en sus propuestas. Cada baile es único y es supremo. Si no, basta con atender a los tangos del final, que fueron una verdadera fiesta.

Antes de ellos, sin embargo, unas bulerías de Luis Mariano, sirven de interludio entre los dos últimos bailes. Unas bulerías que comienzan acordándose de la coda de Fernanda y Bernarda del maestro Enrique y que ofrecen un momento de especial lucidez al percusionista.

Los tientos-tangos, en su comienzo, se asoman a la zambra, con ese dejillo moro inconfundible en el soniquete de Granada. La Moneta firma, con mano infalible y juego de cintura, el mejor roneo que podemos hallar sobre un escenario. Sus caídas son aciertos, sus dedos orientales, su sonrisa cómplice.

Tras los aplausos, abundantes y merecidos, aún hubo tiempo de un fin de fiestas por bulerías que, dentro de su espontaneidad, pareció parte del programa.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Échale carbón

Échale carbón

Los Veranos del Corral 2014

Granada tiene tres eventos flamencos a destacar, tres ciclos imprescindibles que se van jalonando a lo largo del año para satisfacción de los aficionados y visitantes en general. La cita de primavera se llama Flamenco Viene del Sur; entrando en el verano, se nos presenta el Festival de Música y Danza; y, en pleno estío, a caballo entre julio y agosto, contamos con Los Veranos del Corral, que vienen ofreciéndonos desde hace dieciséis años lo más granado del flamenco joven, y no tan joven, de nuestro país, que se complementa con la serie Lorca y Granada que se asoma a los jardines del Generalife.

Gozando esta tierra de noches benignas en la época donde aprieta el calor, nos podemos permitir la programación de actividades al aire libre en los múltiples rincones con encanto e historia que se arraciman en la ciudad.

Los Veranos del Corral, subllamados Muestra Andaluza de Flamenco, como su nombre indica se desarrollan en el Corral del Carbón, una alhóndiga nazarí del siglo XIV, en pleno centro de Granada. Este escenario tiene verdadera magia por el lugar en sí y su poso histórico, pero sobre todo por su cercanía, apenas 250 butacas, y por la calidad del sonido que, como un elemento vital, siempre se ha observado.

La vanguardia del baile a escala nacional ha tenido un referente en la ciudad de la Alhambra, aunque sin olvidar otras disciplinas. El flamenco tiene tres patas. Junto al baile, protagonista de estos encuentros, se acomodan el cante y el toque, y, ya sea todo junto o por separado, en el Corral siempre han estado presentes.

La decimosexta edición, que se expone desde mañana, 28 de julio, hasta el viernes, 15 de agosto, ha querido apostar este año por figuras relevantes, por músicos de primera fila en el panorama nacional. Es más, son los mismos flamencos los que dicen de acudir a formar parte de los nombres que ya han pisado y disfrutado de las tablas del Corral.

Como decimos, mañana a las diez y media de la noche, abrirá la muestra la granadina Fuensanta La Moneta una de las bailaoras más prestigiosas de nuestra actualidad, llamada sin lugar a dudas a ocupar un puesto en el disputado olimpo del baile flamenco. El martes, 29, el Corral se tizna de jazz, con el versátil saxofonista madrileño Jorge Pardo. Desde hace tres décadas, todas las formaciones, tanto flamencas, como jazzísticas o de otras disciplinas, se disputan los vientos de este músico que vendrá acompañado de la guitarra de Josemi Carmona (ex Ketama) y la percusión de ‘Bandolero’, que tanto arropó a Enrique Morente.

El piano flamenco, un instrumento que parece que ha nacido para ser gitano, tiene un nombre indiscutible. David Peña ‘Dorantes’ paseará el arte de las teclas y el sentimiento jondo por este patio el miércoles día 30.

Se cierra la semana con la voz dulce y afinada de Mayte Martín y la guitarra precisa de Juan Ramón Caro. Si buscamos sensibilidad y estremecimiento no tenemos más que escuchar a esta catalana.

El mes de agosto, aunque con nombres menos mediáticos, alcanza el mismo prestigio que su precedente. El lunes 4, abrirá el escenario La Lupi, bailaora malagueña de peso y gracia, que vendrá acompañada de dos grandes del cante de atrás, Antonio Núñez ‘el Pulga’ y el granadino Antonio Campos, que podemos ver estos días en el espectáculo del Generalife.

Los días 5, 6 y 7, estarán centrados en propuestas granadinas. Por orden veremos bailar a Anabel Moreno y Jesús Fernández; y a Patricia Guerrero el miércoles; así como una muestra de jóvenes promesas el jueves: Marta ‘la Niña’, al cante, Álvaro ‘el Martinete’, a la guitarra, y Rocío Montoya, al baile.

La segunda y última semana de agosto, será una continuación de la primera. El lunes 11 podremos ver el baile de Adrián Santana y Agueda Saavedra; para continuar con la sangre en el baile de Pepe Torres al día siguiente.

El miércoles tendremos otro peso pesado del cante, el cordobés Manuel Moreno Maya ‘el Pele’; y, cerrando el ciclo, tenemos a un bailaor y coreógrafo que quita el sentío. Se trata del granadino Manuel Liñán.

Al programa hay que añadirle un día (viernes 15) dedicado al flamenco más oriental, que, sin embargo, tiene mucho que decir. Japón y el Duende viene de la mano de la bailaora Ayasa Kajiyama.

Son trece espectáculos exclusivos que no hay que perder. Cualquier aficionado que desee sentir el pulso actual del flamenco no tiene más que asistir los próximos días, a partir de las diez y media de la noche, al Corral del Carbón.

Granada, zona cero

Granada, zona cero

En la memoria del cante: 1922

Aquí empezó todo. El flamenco, denostado por la autoridad y condenado al vulgo, se vistió de largo y adquirió un marchamo de dignidad y atención cultural en el patio de los Aljibes de la Alhambra, en 1922. Aunque ya se habían interesado por este arte algunas figuras de nuestras letras, como Gustavo Adolfo Bécquer o Demófilo, padre de Antonio y Manuel Machado, no es hasta la fecha antedicha, que un grupo de intelectuales, también extranjeros, encabezados por Falla, y seguido por Zuloaga, Lorca o Ginés de los Ríos, organizaron el primer concurso de cante jondo de la historia.

Fue aquí, en Granada, donde se dieron cita lo más granado del flamenco de la época y los valores emergentes. Fue en esta cuna, más que le pese a occidente, donde se dio un paso superlativo en la continuidad y profesionalización del cante y, con él, de la guitarra y la danza.

Rafaela Carrasco, al frente del Ballet Flamenco de Andalucía, trae al Generalife, dentro del ciclo Lorca y Granada, una visión muy personal de aquel evento y de su repercusión, de la mano de sus protagonistas, con una estética más bien estática y carente de sentido espacial, dadas las dimensiones del escenario.

La bailaora sevillana nos presenta una obra madura, estrenada en enero y representada ya por media España y en Francia, que, sin embargo, no muestra claramente ese bagaje.

Comienza el espectáculo con un aleccionado cuerpo de baile zapateando al vacío y a ese viento que se debió filtrar a través de la alcazaba en los días 13 y 14 de junio de 1922. Pronto el silencio se convierte en el Manifiesto del 22 leído para la ocasión. Francisco Suárez presta su voz en off.  

La Presentación del jurado, con cantes pregrabados de Chacón, Manuel Torre o La Niña de los Peines, que bailaron los tres solistas, David Coria, Ana Morales y Hugo López, se hizo un poco larga entre el celofán de la pizarra y los altibajos en las mezclas. Minutos sobrantes que se dejaron ver en algunas de las piezas restantes.

El artista invitado, la estrella mediática, José Enrique Morente, con una voz clara y modulada, sobresale en los abandolaos que a los postres se convierten en Fandangos de Frasquito, a la manera que los abordan los Morente, sin atender a la respiración pero con eficacia suma. El joven José Enrique tendrá otros momentos gloriosos dentro de la función en los que, a modo de romance y a capela, desgrana algunos poemas de Federico con personalidad y empuje, en los que hace notar los mismos mediotonos que supo sembrar su padre.

La Rondeña de Ramón Montoya, es una pieza delicada, un mineral precioso, al que Rafaela ha sabido sacarle un partido elegante en su parquedad y equilibrio. Para mí, quizá, la mejor entrega.

Hugo López, en solitario, baila la Seguiriya de Manuel Torre. Su baile es certero y merecidamente aplaudido, aunque el sonido de la guitarra no fuera todo lo pulcro que hubiésemos deseado. Prácticamente todas las piezas tienen parte de memoria y de actualidad contemporánea evidenciando que de esos troncos estas ramas.

La escena entonces se viste de color y se asoma de lleno al Sacromonte, proponiendo el Cuadro de La Zambra, como homenaje a María la Gazpacha. Algo tópico y pedestre, pero justificado y al gusto común. Alboreás, tanguillos, cachucha o tangos del Petaco se sucedieron y se acabó con La Mosca, sin ese toque de picardía que identifica a este baile. Rafaela tiene el buen gusto de no incluir, ni en éste ni en otros momentos, ningún elemento de percusión, aparte de las palmas.

Un poco por tarantos, rematados por tangos, dan paso a la Saeta de Pastora Pavón, La Niña de los Peines, precedido por el cante morentiano e ilustrado, con verdadero estremecimiento, por Ana Morales, apoyada por todo el cuerpo de baile a su final. Segundo momento glorioso.

Los correctos cantaores, Antonio Campos y Miguel Ortega, se reparten alternos las Tonás de Manolo Caracol, mientras el cuerpo de baile, de exclusivo traje negro, incidiendo en la igualdad, zapatean orillados, casi marginales, el ritmo por seguiriyas que conviene a este cante.

La Malagueña de Antonio Chacón, con la guitarra acelerada en su culmen, mientras la voz sigue su camino; la caña, que interpreta Antonio Campos, alusiva al Concurso; y la Soleá de Diego Bermúdez el Tenazas, ganador de aquel certamen, precedida por el poema Pueblo de García Lorca, recitado en off, nos acercan al final de la mano de la capitana de este barco que empieza a navegar con brisa inestable (la única de sus incursiones). Rafaela Carrasco aborda las Cantiñas de Juana Vargas La Macarrona en las que encierra toda la filosofía de la obra, atravesando en su baile desde lo más novedoso y contemporáneo hasta lo más añejo. Destacable es su juego de hombros y el control de su imagen. Lástima que sus tacones estuvieran poco sonorizados.

Bastantes días quedan para seguir rodando esta obra cuajada tanto de buenas ideas como de grietas subsanables. Bastantes días quedan para hacer un examen con perspectiva para que más pronto que tarde esta obra consiga la esfericidad que este encuentro precisa.

* foto tomada de Huelva Ya©.

Las cositas del Tomate

Las cositas del Tomate

Festival de Música y Danza de Granada

Soy Flamenco

Si Paco de Lucía tornó a la raíz de su labor creativa con Cositas buenas (2004), Tomatito vuelve la vista igualmente y, después de algunas incursiones en el jazz o en el tango argentino (para distinguirlo del tango flamenco), hace un disco íntimo de puro flamenco. Sin embargo, como estaba anunciado, la entrega total de Soy flamenco (2013) no fue interpretada. Tan sólo algunos cortes a lo largo del concierto, sobre todo de fiesta, determinaron su intención.

Soy Flamenco es el sexto trabajo en solitario del tocaor almeriense; carrera personal que emprendió en 1987 y que le ha supuesto tres Grammy latino, el último de ellos por este disco. Supone una declaración de principios, quizá como Camarón de la Isla, su descubridor y guía, en Soy gitano (1989), y una reivindicación de su origen y su estado, que, aunque flirtee con otras músicas, nunca lo ha abandonado, porque José Fernández Torres tiene ese duende añejo, ese pellizco sabroso y esa nota de bronce y de agua que siempre suena a gitano, que siempre suena a flamenco.

De una u otra forma, en directo, remasterizado o en esencia, algunos referentes de Tomatito se asoman al disco. Como el mencionado Camarón, que le presta una seguiriya, la primera seguiriya que graba el tocaor del barrio de La Chanca, que, ¡lástima!, no pudimos oír en directo el Patio de los Aljibes el pasado miércoles; y unos tangos, que se convierten en bulerías a través de la magia de Paco el de Algeciras. También participa el cantaor extremeño Guadiana, que hace unas bulerías muy pausadas (“es la bulería más lenta que he grabado en mi vida”, declara el guitarrista), llamadas Despacito. Una gozada, interpretada en el ecuador del concierto, que empieza con un trémolo más veloz que la misma bulería.

También se acuerda del desaparecido Moraíto Chico, de su peso y de su aire jerezano, en una bulería desdoblá, que quiere decir que cada guitarra lleva un camino distinto, que las dos se complementan sin que ninguna sea la principal; o del jazzista George Benson, al que trata de señor (Mister Benson); y del contrabajista Charlie Haden, con ese tema tan hermoso, Our Spain (‘Nuestra España’), incluido en el disco Missouri (1996) de Pat Metheny, que, aunque anunciado en el programa, no llegó a tocar. Es la pieza que realmente eché de menos, aparte, aunque fuera pregrabado, de un poquito del genio de la Isla.

Pero también (y sobre todo), el trabajo discográfico y el recital en sí, ha servido de presentación y puesta de largo de la nueva generación ‘Tomate’, que apunta con fuerza. Los hijos de José, José Israel Fernández, con un gusto heredado en la guitarra (según su padre, toca, o tocará, mejor que él) y Mari Ángeles Fernández, al cante, con una voz afinada y canastera, muy limpia y con esa belleza especial que dulcifica lo que entona, aunque ya ha participado puntualmente en otras grabaciones anteriores.

Reforzando la guitarra, como tercera voz, estaba El Cristy; y a la percusión, Israel Suárez ‘Piraña’, el exacto latido de fondo que tanto acompañó en sus directos y grabaciones al maestro Enrique Morente.

Las voces de la noche se complementaron con Simón Román y Kiki Cortiñas, efectivas por separado, pero que, cuando se conjuntaban, sonaban borrosas. En verdad, siguiendo la tónica acostumbrado del festival, el sonido no estaba ajustado, las voces se perdían en un celofán profundo y a la guitarra, en los primeros temas, le faltaba brillo. 

Quizá demasiadas bulerías sonaron que, aunque fueran concepciones diferentes (“como hay diferentes quesos”, diría Tomatito en una entrevista reciente), redundaban en una misma fiesta a la que otros estilos no estaban invitados.

Sonaron rondeñas y alegrías, antes de Two much, un tema especial, un momento mágico de la velada, adaptado con Michel Camilo para su disco Sonata Suite (2010), aunque ya lo incluyó en parte en Spain, del año 2000.

Otras bulerías dedicadas a Paco de Lucía preceden a un tango argentino, después del cual se olvidó completamente del folleto de mano, exponiendo temas sin orden y despistando a quien siguiera la chuleta.

La sorpresa, sin embargo, en una noche que cumplía todas las expectativas estaba por llegar. Los goces de los expectantes estaban cubiertos y la calidez de la función, a pesar del fresquito que se empezaba a levantar, asegurada. Mari Ángeles Fernández, exquisita y sensible, abordó el Romance de Curro el Palmo, una balada de Joan Manuel Serrat, con aliño de bulerías.

Un Mix de cantaores (sic) por tangos y bulerías, donde se turnaban las tres voces, acordándose continuamente de Camarón, y una soleá, ilustrada por el baile rotundo y equilibrado, vivo y salvaje, de la gaditana Paloma Fantova, que también intervino en las alegrías del principio, remataron la noche.

No hizo ningún bis.

* Carátula del disco.

El Generalife no llegó a arder

El Generalife no llegó a arder

Festival de Música y Danza de Granada

Fuego de Antonio Gades 

La historia es simple. En un poblado chabolista gitano de los años 70 surge el amor entre Candela (Mª José López) y Carmelo (Miguel Lara), que se lo disputa un tercero, que muy bien pueden ser las sombras de la duda o las cadenas del pasado, a las que Gades llama Espectro (Miguel Ángel Rojas). El sentimiento vence, como es natural, cuando el chico le da muerte a ese fantasma, con la ayuda indirecta de Ángela Núñez ‘la Bronce’, en el papel de Hechicera, con voz destacada y buen juego de manos.

Dos pandas se miden las costillas a garrotazos, cuando la luna de una navaja abre unos labios de sangre en el vientre del competidor. Y así comienza la obra. Empieza por el final donde se ve la mano de Carlos Saura, encargado con Gades de la escenografía, proponiendo una moviola que reconstruye la historia retrospectivamente hasta ese final predicho.

La cinematografía se sucede. Muchas estampas, momentos muertos o excesivamente ralentizados funcionarían a través de las cámaras, pero en escena rozan la impaciencia.

La granadina Stella Arauzo, en la dirección artística, que hizo el papel de Candela hace 25 años, cuando Antonio la estrenó en París, ha intentado mantener el espíritu del coreógrafo alicantino. Nos muestra la obra tal como él la concibió. Pero no está Gades ni su compañía de entonces. Ha llovido, y el compromiso de su amor brujo, al que bautizó Fuego, aparece un tanto diluido.

Fuego se estrenó por primera vez en España, homenajeando a su creador en el décimo aniversario de su desaparición, el pasado 6 de julio, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, con un aliciente determinante que aquí no hemos tenido, una orquesta en su foso. No es lo mismo oír crepitar las hogueras en el tañido de un violín en directo que con la música pregrabada, aunque sea bajo la eficaz batuta de Jesús López Cobos. Se van alternando entonces estos momentos enlatados con escenas flamencas y populares en directo, con el cuadro musical y con un coordinado y bello cuerpo de baile. Así contamos en escena hasta veintiséis actuantes perfectamente aleccionados para dejar huella, para que el éxito brille más que la sombra.

Para los flamencos, Gades era clásico, pero un gran bailaor. Para los clásicos, Gades era flamenco, pero un buen bailarín. Su mezcla es lo que nos queda. Sus principios de equilibrio más que de simetría, de líneas puras más que sinuosas y de parquedad más que evidencia, se respetan al cien por cien. Y, sobre todo, la perfección visual, donde el vestuario otoñal, de tierra y fuego (Gerardo Vera), juega un papel muy importante.

Unos tanguillos, pícaros y alegres, sirven para presentar a los personajes, que sólo con canastas y sillas, componen la agradecida ausencia de un decorado. Los jardines del Generalife, la noche estrellada y la creciente luna sobre las tablas, rellenan con creces la carente tramoya.

La deficiencia acústica, sin llegar a alarmar, es una constante en las muestras flamencas de lo que llevamos de festival. Insuficiencia que, en general, se soluciona a los postres. El uso de sonido ambiente, en cambio, distorsiona en algún momento.

La música de Falla y sus canciones, interpretadas por la sin par Rocío Jurado, se alternan con estas aplaudidas incursiones en directo que abusan de lo popular como los villancicos, que se alargaron con Los peces en el río, los de Gloria y los campanilleros, pero sobre todo cuando nos fuimos a un largo Rocío montados en caballo por parejas (buena alegoría, imitada después por bastantes artistas), con abundancia de sevillanas, cansinamente pausadas, que hacían guiños a Tu mirá de Lole y Manuel, en los pasos de los dos enamorados.

Destaco la actuación individual y por parejas de los cuatro protagonistas y las coreografías de conjunto antes que el drama en sí. La historia hace agua de puro tópico atropellado y sin embargo tan calmoso. Destaco la voz caracolera de Juáñares, sobre todo en las tonás. Destaco la Danza del fuego, con toda la compañía, haciendo de llamas en una explosión de sensible elegancia. Coreografía, esta última, que ha servido de base a todos los ballets que se han acercado a la pieza.

Determinante también la voz de la chipionera en las canciones del fuego fatuo o del amor dolido, cuando el final se precipita con la acusación por bulerías, con solo de palmas, la muerte anunciada y la boda gitana, con los novios sobre los hombros, en una graciosa danza por alboreá, y los tangos finales.
Tras los saludos de rigor y los prolongados aplausos, fuera de programa y como agradecimiento, toda la compañía en fila aplaudieron a su vez por alegrías, dirigidos por el primer bailarín, poniendo una sabrosa guinda a la velada.

* Actuación en La Zarzuela (del blog de Alfonso Armada©).

Los aires de Ángel Barrios

Los aires de Ángel Barrios

Festival de Música y Danza de Granada

Lola Greco en esencia 

El viento no sopla siempre a nuestro favor, y un estreno esperanzado se puede convertir en una obra dispar, en un puzzle en el que no encajan todas sus piezas. Porque la velada del miércoles, en el teatro Isabel la Católica, firmada por Lola Greco, puede que tuviera más de arena que de cal. Su carisma y su trayectoria sustentan una incondicional admiración a su persona que hasta los postres no se vio avalada.

En dos partes se divide la propuesta de la noche. La preciosa y el viento, es el estreno que en conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Ángel Barrios, patrocina el Centro de Documentación Musical de Andalucía y el Patronato de la Alhambra y Generalife.

Fue en los años 20 cuando al alimón imaginaron este ballet Ángel Barrios y García Lorca a partir del personaje de La gitanilla de Cervantes. Federico compuso un poema, Preciosa y el aire, y Barrios le puso música a la delicada escena de una joven que huye del viento, del Céfiro, que le quiere levantar la falda, asociándose tácitamente a un mito clásico, a la sempiterna ninfa perseguida por Apolo o por el dios Pan o por el rijoso Zeus.

Ahora Lola Greco, por primera vez, ensaya una coreografía para la partitura de Ángel Barrios, creada por ella misma y por el coreógrafo Ricardo Cue. Un estreno absoluto, encargo del festival, que sin embargo hacía agua por sus costuras. Una voz en off, en grabación antigua, de difícil entendimiento, recita los versos del poeta granadino y Preciosa (Lola Greco) se columpia en la bamba feliz de su juventud. El piano, envolvente y cálido, lo mejor del estreno sin duda, percutido por José Luis de Miguel Ubago, reproduce con exactitud las notas e intenciones del compositor; limpio y exacto, sin notas falsas y con un buen uso de trémolos, trinos y cromatismos. También es de destacar su dominio en las intensidades (dinámicas) en los tempos (agónicas); aparte del buen empleo de los pedales.

La obra en sí, incardinada en la danza española estilizada, salvo momentos puntuales en la presentación de los personajes sobre todo, se vio enturbiada en parte por la parquedad desnuda del escenario, salvo el columpio ya citado, el desequilibrio en el nivel de los bailarines y en la simplicidad expositiva, e histriónica por otra parte, de la historia contada.

A Preciosa, como dijimos, la acosa el viento (Mariano Cruceta); para evitarlo, se refugia en casa del cónsul ingles (Sergio Bernal); y “los gitanos del agua (Pepa Sanz y José Merino) levantan por distraerse, glorietas de caracolas y ramas de pino verde”.

Después de un prolongado descanso, se plantea una segunda parte de individualidades deslavazadas en su conjunto. La bailarina madrileña, vestida acorde, danza unas acertadas Goyescas de Enrique Granados, dedicadas su madre, Lola de Ronda.

Sergio Bernal, miembro del Ballet Nacional de España, estrena Esplendor, una propuesta coreográfica personal, casi acrobática, basada en la música contemporánea de Coetus, planteando el primer desencaje.

La exquisita pieza Plegaria y nocturno fue la exposición del eficaz dueto Sanz y Merino que, con música de Diego Álvarez ‘el Negro’, constituyó el necesario resplandor que la noche necesitaba.

Lola Greco, con gracia, comienza a danzar el silencio antes de sumergirse en Córdoba de Isaac Albéniz, superponiendo enrarecidamente sus propios palillos a las castañuelas ya grabadas, que complementaban el piano por detrás. Y es que, sólo en la primera parte, con el piano de media cola, y la guitarra que vendría a continuación, toda la música era enlatada, lo que deslució considerablemente la función. La música en directo, salvo exigencias del guión, debería ser una cuestión exigible en un festival internacional de esta categoría.

Casi para terminar, como ya hemos apuntado, José Luis Montón interpreta a la guitarra Dualidad, una obra de su autoría cercana a la fiesta, bailada por Mariano Cruceta en un intento de bulerías. Cualquier eficiente bailaor granadino podría haber firmado ese corte con mayor efectividad. Sólo unos guiños de fantasía y desequilibrio, que en el mejor de los casos nos podría recordar a Joaquín Grilo, el conjunto de su obra estuvo cuajado de falso zapateado, realidad ausente y falta de compás.

Se cierra el espectáculo con El último encuentro, un agradecido paso a dos entre Lola Greco y Sergio Bernal, basado en la música de Alberto Iglesias y Vicente Amigo, que dignificó la noche y justificó, si fuera necesario, los deslices de sus protagonistas.

* Lola Greco bailando las Goyescas de Albéniz (Ahora Granada©).


¡Al abordaje!

¡Al abordaje!

Festival de Música y Danza de Granada

 Tierra a la vista

Marina hace honor a su nombre y se embarca rumbo a las américas; nos propone un viaje imaginario a través del océano, a descubrir un nuevo mundo, guiados por su cálida expresión musical, unos sones que influyeron, que influyen, tanto en el flamenco, aunque a decir verdad, el flamenco tiene buena percha y le queda bien todo lo que se ponga. Marina, de esta guisa, compone un cuadro atlántico, una marina que, como dice en uno de sus temas, sus orillas están separadas pero un mismo mar las une.

Así, como antaño, se hace descubridora y soñadora y hacedora, embarcándose en su odisea personal de ida y vuelta. Lo que pasa, ay, es que la ida duró demasiado.

El Generalife nos saluda con olor a sal y viento de levante. El escenario, con tres grandes franjas de tela blanca, que hacen las veces de velas cuadras y de ondas revueltas, está preparado para recibir a los aventureros, que aparecerán de blanco ibicenco, para dejarse impregnar de todos los sabores. El montaje escénico recae en las sabias manos de Hansel Cereza, que conocimos en la Fura dels Baus, y que también colaboró recientemente con Fuensanta ‘la Moneta’ (De entre la luna y los hombres), y que tiene su momento álgido cuando la granadina abandona el flamenco, cruzando los mares y se hace caribeña.

El concierto es una ecuación; una suma y un resultado; la tesis, que es el flamenco, la antítesis, la música latina, y la síntesis, los cantes de ida y vuelta. Los japoneses tienen una composición poética, llamada haiku, de sólo tres versos, siendo el último el resultado de los dos anteriores. Así, el reposo interiorista del flamenco estalla, o se deja impregnar, con el alegre expresionismo suramericano.

La primera parte, la muestra flamenca, fue impecable. José Quevedo ‘el Bola’, a la guitarra, co-director musical, acompaña a la Heredia, rompiéndose como sabe en la soleá y la seguiriya, con un macho desgarrador; en los tangos de la tierra y, sobre todo, en los cantes libres, a capela, que empiezan en el campo y acaban en la cárcel. Su voz es lujosa de terciopelo y aguardiente; su dejo una gozada; su eco una campana que rompe el cielo y que dura hasta el próximo golpe de badajo.

Es de agradecer que la función no fuera un ‘teatrico’, como muchos flamencos vienen sugiriendo, y sus concesiones dramáticas sólo queden en pequeñas pinceladas tan elegantes como efectivas. Tras estos cuatro cantes por derecho, se embarcan en el mismo bajel el resto de sus grandes músicos. Al piano, los otros creadores musicales, Joan Albert Amargós y Jesús Lavilla, que también soplará la armónica; Alexis Lefevre, al violín, determinante en algunas piezas; Yelsi Heredia, al contrabajo, que ya vimos con Arcángel y con Esperanza Fernández en estos mismos foros; el granadino Julián Sánchez, con momentos brillantes, a la trompeta; Paquito González y Luis Dulzaides, con la imprescindible percusión en cada uno de estos ritmos.

Marina, con ayuda de sus ‘niñas’, Jara Heredia y Anabel Rivera, que también se ocuparán de las palmas y los coros (algo descafeinados, quizá por la sonorización), se metamorfosea, y, de blanco, pasa a grana, se suelta el pelo y adapta su voz a las nuevas costas que la acogen.

Es un ejercicio de control y contención. Salvo determinados momentos, la voz no se rompe, que es como pellizca y como duele. Los altibajos son reconocibles y la huella evidente. Son tangos, rancheras, boleros o chacarreras, de agradable hechizo. Pero, después del cuarto corte, hasta los diez que escuchamos, la sonrisa de un concierto distinto fue desdibujándose. Los aplausos fueron decayendo a medida que los minutos se acumulaban allende los mares, a tantos quilómetros de distancia de los ayes, de los jaleos y las palmas a que estamos acostumbrados.

Hasta que por fin regresa, arriba a nuestras playas cargada de sones, con el sol cubano en la cara y, en su maleta, esos cantes americanos que configuran una de las ramas del flamenco. (Juanito Valderrama decía que sólo eran cantes de vuelta, porque para allá no fue nada.)

Nuestra Heredia, porque es universal, pero es patrimonio de los granadinos, extrae de su equipaje, en primer lugar, las guajiras que explican su proyecto y su ilusión, y que nos permitieron por fin respirar. ¡Bienvenida a casa! Tras un poquito por romances, sorpresivamente interpreta una petenera, que por ningún lado que la miremos está considerada como una canción de ida y vuelta, sino un cante autóctono, derivado de las voces sinagogales del medioevo. El cuplé por bulerías y, para terminar, la rumba, son destellos de color en una noche de asombro y ciega afición.

Y es que el grandioso patio del Generalife estaba lleno de incondicionales, para acoger a una de las hijas más queridas de la ciudad, que presentaba con toda apetencia Tierra a la vista, un estreno absoluto, como se merece este longevo Festival, que cumple 63 años, coproducido por el Festival de la Guitarra de Córdoba, los Jardines Sabatini de Madrid, donde llevará próximamente la obra, y el mismo Festival de Música y Danza Granada.
Un agradable concierto en definitiva que, como experimento es delicioso, pero que si se le piensan perspectivas, puede parecer la historia de un naufragio; la música latina se enriquecerá con otra de las muchas cantatrices, como dice Ortiz Nuevo en el folleto de mano, que ya atesora; pero el flamenco perderá una de las voces más auténticas que en la actualidad conoce.

* Foto de Yahoo! Noticias, México©.

El efecto Sara Baras

El efecto Sara Baras

Festival de Música y Danza de Granada

Suite flamenca

No puedo ser el único que lleve la contraria a los cerca de mil seiscientos sesenta y tres espectadores que caben en el teatro del Generalife y que dedicaron, al final de la Suite flamenca del Ballet de Sara Baras, el sábado pasado, casi tantos minutos de aplausos como duró la bulería postrera. No puedo ser el único que advirtiera una fachada vacía, con blanco de España, y gran aparato de fuegos de artificio.

En general, la obra de la bailaora gaditana es atractiva, muy atractiva. Destacan en ella una estética hermosa de equilibrio y color; destaca una conseguida idea espacial, que en ningún momento, siendo un escenario tan grande, se aprecia desangelado; destacan, como creaciones personales de Sara, un interesante juego de luces y un vestuario exclusivo, basado en tonos pastel con vestidos sueltos de mucho vuelo; destaca un sentido del ritmo acentuado donde la obra no decae en ningún momento de la hora y media que dura el espectáculo.

Por encima de todo, sin embargo, se alza el armazón musical creado por el joven guitarrista, también de Cádiz, Keko Baldomero; una apuesta tan creativa como compleja; aunque siga los cánones básicos de la tradición de estilos. El cuerpo de baile, eficaz y disciplinado, en más de una ocasión se vio encasillado en coreografías simples.

Como artista invitado al baile (el programa advierte que es el ‘coreógrafo de sus intervenciones’, no sé si para alabarlo o para eximir a Sara de responsabilidades), el cordobés José Serrano expone un juego de pies vertiginoso, que concuerda con la misma técnica que la protagonista expone.

Sara Baras es una flor de escaparate; sus tacones tremendamente ágiles, llenos de matices, hablan por ella y su hermosa figura es su seña de identidad. Goza de una técnica trabajada, con un agradable braceo, un seductor movimiento de hombros, un arqueo envidiable, una sonrisa seductora. Pero la necesidad de aplauso, el abuso de los pies y las repeticiones constantes no pasan desapercibidas.

Después del cambio, ‘por motivos laborales’, según la oficialidad, del Ballet Nacional de España, que iba a venir en un principio (incluso, las entradas, todavía anunciaban a esta compañía), por el Ballet Flamenco de Sara Baras, agrupaciones de más o menos igual altura, para presentar la Suite Flamenca, que se estrenó recientemente el 21 de junio en la séptima Noche Blanca de Córdoba, supuso una sorpresa, agradable en general. La mediática compañía gaditana nunca defrauda, aunque sea por la foto y el testimonio.

La original presentación, una pincelada fresca, y un martinete con bastón, en los que diez bailaores y bailaoras, que componen el cuerpo de baile, que son Daniel Saltares, David Martín, Raúl Fernández, Alejandro Rodríguez, Manuel Ramírez, María Jesús García Oviedo, María del Rosario Pedraja, Carmen Camacho, Cristina Aldón, Tamara Macías (sigo el orden del programa de mano), interactúan con sendas sillas, con cinco músicos atrás: dos cantaores, Emilio Florido y Rubio de Pruna, dos guitarristas, Keko Baldomero y Andrés Martínez, y un acertado percusionista, Antonio Suárez Salazar, prometían más de lo que fue.

A este saludo le siguió un curioso y desacostumbrado paso a dos por tangos, donde Sara y José Serrano derrocharon fuerza y diálogo de puro tacón. Llevan varios años trabajando juntos y la complicidad es evidente y acertados sus contactos.

Después los temas se fueron imbricando de forma natural entre el cuerpo de baile y estos dos números uno.

Por Huelva, de verde y violeta, con mantón, bailaron las chicas, para dar paso a una dramática capitana por seguiriyas, en la que, en su largo minutaje, trascendió la teatralidad excesiva, el silencio enigmático y la búsqueda continua del aplauso.

Regresan los bailarines por guajiras y, Serrano, cambia el programa, de farruca, que anuncian los papeles, a jaleos extremeños, quizá más elementales y populosos, donde el brío del cordobés deja su impronta.

Unos tientos anunciados tampoco tienen lugar, y son las alegrías de Sara Baras las que rematan la noche; una pieza de identidad y sabrosura, que asombraría si, después de la segunda escobilla, cambiara de registro. Pero, salvo aportaciones puntuales, se repitió de principio a fin. Sara se mira a sí misma y remeda sus pasos, sus vueltas, que elevan hacia el infinito esa generosidad de vestido blanco, creando la bella imagen de tantos quilates que buscamos.

Las cantiñas se terminan por bulerías, en las que, todos los miembros de la compañía, por orden aleatorio, culminando por Serrano y Baras, se dan una pataílla agradecida.

No, no puedo ser el único que lleve la contraria a tantos cientos de espectadores que ocuparon las localidades del Generalife.

* Sara y José Serrano en Noche Blanca de Córdoba (deflamenco.com©)

Mario vuelve a casa

Mario vuelve a casa

Aunque nació en Córdoba y vivió en Sevilla, el bailaor Mario Maya es de Granada. El Sacromonte fue su primera escuela y las calles del Albaycín, el ruido del agua y la luz de un cielo casi siempre despejado configuraron su ánimo. Fue el paso por Nueva York, sin embargo, lo que despertó la evidente proyección rompedora que este gitano tenía dentro.

A su muerte, tras su desgraciada desaparición en el verano de 2008, en plena efervescencia creativa, justo cuando presentaba su última obra Mujeres, con Merche Esmeralda, Belén Maya y Rocío Molina, en la Bienal de Sevilla, se quiso recoger su legado. La huella imborrable que el coreográfico había sabido sembrar en las gentes y en las ciudades, en el flamenco y en el arte en general, era necesario que no se diluyera en las almas anónimas de los que lo conocimos y admiramos. Hacía falta un gran corazón que aunara su obra y su pensamiento y que, a partir de él, fuera creciendo para las generaciones venideras.

Así, encabezado por su viuda, Marina Ovalle, y por sus hijos, Belén, Mario y Ostalinda Maya, se quiso crear una fundación entre las tres ciudades donde el artista se miró. Por desencuentros y tiranteces, que hoy no me es dable hurgar en ellos, Granada se bajó del carro, y la fundación, en principio soñada como trípode, junto a Córdoba y Sevilla, empezó a caminar con sólo estas dos piernas.

Ahora, la ciudad de la Alhambra, a la que le cuesta reconocer a sus hijos, abre su seno, en un acto de justicia, y le hace un ladito a su memoria. Hasta que, dentro de unos meses la Fundación Mario Maya se trasladará a Granada (Casa de las Chirimías).

Como primer reconocimiento y acto de fe, hace un par de días, el 26 de junio, se inauguró una estatua del bailaor en el Paseo de los Tristes, a orillas del río Darro, bajo el monumento nazarí.

La obra ha sido realizada por el escultor Miguel Moreno, con chapa forjada y fundido en bronce. Ante su calidad artística no deseo pronunciarme, aunque tengo más objeciones que alabanzas. Ante su presencia sin embargo me destoco sin duda alguna.

En Granada hay mucho talento, siempre lo he dicho, en detrimento quizá de otras cuestiones más industriosas o pragmáticas. En todas las corrientes artísticas hay alguien que destaca (a veces multitud). No todos están ni están todos los que son, pero allá vamos. Algunas personas, algunas gotas de este río caudaloso, se hacen universales, traspasan esa frontera que emparenta con la divinidad y se convierten en verdaderos midas, en referentes de una época y de sentimientos orbitales.

Nombrar a todos es difícil; nombrar a algunos es injusto. Mario Maya es una de estas estrellas a las que hay que vindicar siempre, que empieza a ocupar (físicamente) el lugar que le corresponde, para amigos y detractores.

Voces de protesta se oyeron el mismo día de la inauguración, por qué él y por qué no otro, por qué en ese lugar tan emblemático y supuestamente intocable, por qué por iniciativa privada, por qué con respaldo del consistorio, por qué un mecenas japonés  (Teruel Kobaya), por qué un acto tan orillado y humilde, por qué no había micrófonos…

La realidad es que Mario ha vuelto a su tierra por la puerta grande, como grande es la figura que señala al Albaycín, con la Alhambra al fondo; que su legado se materializará en Granada, al igual que ocupa muchos sentimientos; que en su inauguración estaban todos los que tenían que estar; que ya era hora de que los nombres prestigiosos de nuestro entorno “pisen las calles nuevamente”.

* Foto de L.J.L. ©, tomada del diario ABC digital de Andalucía.

Ensayo sobre el frío en la Alhambra

Ensayo sobre el frío en la Alhambra

Festival de Música y Danza de Granada

Mi voz en tu palabra

Nombro el frío porque fue un invitado no querido y sin embargo determinante en la presentación de Esperanza Fernández en el Patio de los Aljibes de la Alhambra el pasado miércoles. Recuerdo cuando las manolas subían a los Festivales con abrigos de pieles, incluso adquirían una de estas pellizas para la ocasión. Eran tiempos de etiqueta local, donde el frío se escribía con mayúsculas y la rivera del Darro era un cañón de corriente gélida. Subir por la Cuesta Gomérez era como una expedición ártica. Ya sé que exagero y el extremo no es tan radical y menos en este mes en que se despereza el verano. Pero los últimos años de especial bonanza y de relajo, nos hacen bajar la guardia y, cuando el concierto es al palio, todavía, pero cuando la actuación se expone en campo abierto la sorpresa no es una sorpresa.

La baja temperatura influyó en el ambiente. El patio de butacas temblaba hasta hacer que algunos espectadores tiraran la toalla antes de tiempo y abandonaran el recinto. Pero lo peor fue que afectó también a la artista y a sus músicos que manifiestamente se quejaban del frío y frotaban sus manos. A mitad de función, como anécdota familiar, Marina Heredia, allí presente, le prestó un mantón a Esperanza. Manila en la que se arropaba y no se volvió a quitar. Pero el frío, y es a lo que voy, posiblemente también incidió en la transmisión y en la aceptación del público. Pocos oles y jaleos partieron de las localidades, pocos aplausos fuera de la norma, que ni siquiera hubo fuerzas para pedirle un bis a los postres, pensando que el himno de los gitanos, Gelem-Gelem, siempre es un as en la manga de esta intérprete. Y es que Mi voz en tu palabra con poemas de Saramago no es una apuesta fácil, casi tan ardua como cuando Juan Peña ‘el Lebrijano’ presentó Cuando Lebrijano canta se moja el agua, en 2008, con textos de La candida Erendira y su abuela desalmada de García Márquez.

El trabajo discográfico de esta gitana de Triana, con música de Dorantes, Luis Pastor y José Miguel Évora, es intachable. Rodeada de grandes músicos y una trayectoria, no sólo de tablas, grabaciones y eficacia, sino también de acertados devaneos por otras corrientes jazzistas y clásicas (recordemos cuando interpretó El amor brujo en el Palacio de Carlos V, en 2001, con la Orquesta Nacional de España, dirigida por Rafael Frühbeck, con reconocido éxito), ya era tiempo que rebuscara en palabras mayores y reconocidas.

Nunca es fácil musicar en flamenco a alguien ajeno. Adaptar la palabra, el verso, al compás de bulerías, malagueñas o tanguillo, no está en la mano de todo el mundo. Sin embargo hay autores que encuentran su medio en la poesía culta y comprometida, llámese Enrique Morente, Manuel Gerena o José Menese.

Esperanza Fernández tras un encuentro con el Nobel portugués (1998) y apoyado por su viuda, nuestra paisana Pilar del Río, ha querido compartir esa “corriente de sensaciones” que le trasmitió el narrador. Y, en esto veo el pequeño primer problema (que me perdonen los ortodoxos), José Saramago era sobre todo prosista, como vate, prevalece su intento y su compromiso.

Esperanza, de blanco intenso, sale al escenario leyendo, sin destreza un texto del escritor sobre el odio de los hombres, que desemboca en un martineta llamado Dimisión. No abandonará la chuleta en toda la noche, los papeles lazarillo de quien no está seguro de su memoria, lo que afea su presencia. (Presentó el disco a final de enero de este año.)

Su voz es clara y canastera; es uno de los ecos flamencos más hermosos que tenemos. Su presencia es segura y contundente. Su carisma indiscutible.

Los músicos comienzan a subir a escena, el granadino Miguel Ángel Cortés, que recibió una de las mayores ovaciones, no por ser de la tierra, sino por su brillante actuación, destacando en la granaína rematada por bulerías, en solitario, y el sevillano Eduardo Trassierra a la guitarra; Francisco José al contrabajo; Jorge Pérez ‘el Cubano’ y José Fernández en la percusión y las palmas; y ‘Los Melli’ a los eficacísimos coros.

Madrigal es una lenta bulería al golpe. Ha de haber continúa el tiempo de bulerías. Para En esta esquina del tiempo, uno de los mejores aportes del disco, con ritmo de tanguillos, se precisa la presencia del pianista cubano Rafael Garcés, donde la pieza cobra una pronunciada dimensión jazzística.

Unos solos de guitarra permiten a la cantaora cambiarse de vestido y entrar con una nueva lectura de Ensayo sobre la ceguera de Saramago, que, viendo el resultado, bien la podría haber previsto en off.

Pastora Galván, como artista invitada, bailó Alzo una rosa remedando abiertamente a su hermano, cuando la preferimos bailando flamenco, flamenco por derecho, con su sal y su habitual energía. No me extraña que sea Israel el que haya montado la coreografía de estos temas. Con todo y con eso, la sevillana tiene arte y gracia; es precisa y acompasada. La volveremos a ver en Balada, una malagueña y abandolaos, rematada en fandangos del Albaycín, con ritmo desenfrenado, donde, con bata de cola estampada y palillos, demuestra su control y se alza calladamente en lo mejorcito de la velada.

Entre estas dos piezas se escuchan Dijeron que había sol, por soleares, y Alegría, unos tangos aplaudidos con merecimiento.

Acaba la noche con unas grandiosas bulerías al golpe (Intimidad), con una generosa aportación de solo de bajo y respaldadas por el piano que las acerca al son de Cuba; y con A ti regreso mar, con todos los músicos, el garrotín que se ha convertido en el buque insignia de un gran trabajo que las circunstancias no ayudaron a cuajar.

* Esperanza Fernández y Miguel Ángel Crtés (foto de Ideal.es©).

De este a oeste en palacio

De este a oeste en palacio

Festival de Música y Danza de Granada

Estruna - Nuevas Voces Búlgaras ‘Laletata’ y Arcángel

Sencillamente genial. Desde el primer momento que vimos subir al escenario del palacio de Carlos V, el pasado domingo, a los miembros del coro de las Nuevas Voces Búlgaras ‘Laletata’ capitaneados por su director, Georgi Petkov, y, en su medio, al cantaor Arcángel, entendimos que esa noche podría ser única. Pero, fue abrir las bocas, entonar ese breve murmullo que se imbrica en el decir del compañero, así, hasta nueve voces femeninas, más un chico, con la complicidad del timbre flamenco, bien afinado y en plenas facultades, del onubense, supimos de parte a parte que el concierto sería emocional y exitoso.

Arcángel, “la voz más optimista y esperanzadora de los jóvenes”, según la crítica, no es un cantaor al uso que se contenta con cuatro discos ortodoxos. Admirador de Enrique Morente y del nuevo flamenco, tiende su cuerpo y sus ganas en esa borrasca controlada, dejándose impregnar de todas las corrientes musicales y aun de todo arte en sí.

Desde aquel pasado próximo de 1992 que el Ronco del Albaicín quiso unir su tesitura a una coral de voces de Bulgaria con un óptimo resultado de eficacia conmovedora, el joven cantaor andaluz ya barajaba en su magín la posibilidad de hacer algo parecido.

No es hasta este año 2014 que Arcángel trae a nuestro encuentro las herederas de esas primeras voces del este europeo y, en el mismo proyecto, concibe la idea acertada de que el arte no tiene fronteras, de que la música es el idioma universal, y dimensiona su espectáculo con el guitarrista italiano Antonio Forcione, que se complementa con Dani Mendez, Dani de Morón, una de las guitarras más prometedoras de nuestro joven panorama flamenco, y con el contrabajista cubano Yelsy Heredia, que ya trabajó con Bebo Valdés y Diego el Cigala en su magistral comunión. (Para otras muestras de esta obra también contaría, a los vientos, con el kavalista búlgaro Theodosii Spassov o el saxofonista flamenco Jorge Pardo.)

Estrenada en la sala ‘Bulgaria’ en Sofía, el 24 de abril de 1913, lleva ya el rodaje suficiente para alcanzar la madurez que se precisa. Ha pasado por Huelva, cómo no, y continuará por el Teatro Español de Madrid, hoy mismo, 24 de junio, cuando ustedes leen este artículo, en el marco de la Suma Flamenca.

Estruna es el río en que fluye agua de dos tradiciones, es un encuentro, la encrucijada del arte, es un suspiro vocal”, podemos leer en el programa de mano, al igual que, en búlgaro, Estruna significa ‘cuerda’ (quiero pensar en las cuerdas vocales, aunque también podría ser el hilo tenso de la instrumentación).

Pura polifonía es lo que empezamos apreciar, con un gusto formidable. Las disonancias pueden ser perfectas y, al mismo tiempo, paradójicas, como resultado de esas mezclas de acordes de séptima y de novena, creando un espacio mágico y generoso. Mágico porque nos eleva el espíritu; generoso porque, prácticamente, de principio a fin, los dieciséis músicos que componen esta experiencia no abandonan el escenario, tan sólo para piezas puntuales.

Así, tras esta presentación, con valientes cabales por parte del cantaor, éste se queda solo interpretando la caña tradicional, como la grabara don Antonio Chacón en su tiempo, pero con un tempo más vivo. Para este corte ya se han unido los músicos, profesores todos ellos y emparentados de una u otra forma con el flamenco. Sus sombras son alargadas como las del ciprés.

Una mariana, llamada Agua dulce, con todo lo que puede tener de tango, con un ritmo muy marcado por el bajo y la percusión (Agustín Diasera), que termina versionando La Estrella de Morente con gran aparato de juego vocal, culmina el momento más ortodoxo de la noche.

Otra canción sobrada de armonía oral y la Nana del Cangrejo Chico en la que las jóvenes búlgaras ensayan su cante en español, preceden unas alegrías para ser escuchadas (Enamorado), que terminan con recreos onomatopéyicos que discriminan las voces, desde las más agudas, a nuestra izquierda, hasta la belleza grave del único varón en el extremo diestro.

A modo de sorpresa, ya bien pasado el ecuador de la velada, Francisco José Arcángel Ramos, anuncia y dedica a Enrique Morente La aurora de Nueva York, que grabara el artista desaparecido en su disco Omega, que vio la luz en 1996, con letra de García Lorca y música de Vicente Amigo, donde apreciamos la queja sin igual, el grito controlado del cantaor de Huelva. Ciudad a la que tácitamente le ofrece el próximo tema; unos fandangos llamados Quijote, inserto en su trabajo Quijote de los sueños (2011), que preludian con atino la traca final del concierto.

Arcángel presenta y elogia a sus músicos, bromeando sobre su voz en pleno uso, y reserva para los postres a otra de las almas con las que cuenta. El guitarrista Antonio Forcione cumple el doble sueño de volver a la fortaleza roja, después de veinte años, e interpretar dentro de sus muros Alhambra, pieza que compuso ad hoc y, dicen, se ha convertido en himno de la agrupación, un tema que goza de aires festeros, donde se aprecia un verdadero diálogo improvisado de los instrumentos entre sí, y donde Arcángel recuerda los versos también de Lorca (Doña Rosita la soltera) que Morente cantaba por abandolaos.

Fue un buen presente para el italiano, pero en realidad es la Alhambra, y la ciudad, la que tiene que estar agradecida por contar con una composición de tantos quilates.

Tras unos minutos de aplausos, llegó el programado bis, reproduciendo La leyenda del tiempo de Camarón (1979), aderezada con una preciosista coda en castellano, flotando como un velero, esperanzada en diez voces que desembocan en el himno aludido en la melodía anterior.

La Moneta en la cumbre

La Moneta en la cumbre

Paso a paso 

Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que escuche, quien tenga corazón que sienta, pues no fui yo solo quien disfrutó con el espectáculo Paso a paso de La Moneta, sino que fuimos cerca de ochocientos sesenta y tres asistentes los que ocupamos las tantas localidades de la bella Sala Roja de los teatros del Canal de Madrid este sábado, 14 de junio, en el que la granadina nos mostró el verdadero baile del siglo veintiuno, en el que se aúna el contemporáneo con el flamenco, sin que sea un postizo, sino formando parte de él como un apéndice imprescindible; y la implicación de todo su cuerpo como si de un todo se tratara, pies y manos, hombros y cintura, ojos y sonrisa, y la fuerza permanente, y la técnica que está tan solapada que parece que no existiera sólo cuando el sonido del compás se impone con esa naturalidad como si viésemos jugar a un niño; y la música que la rodea y la envuelve y la guía, con números uno, con Luis Mariano a la guitarra y Miguel ‘el Cheyenne’ a la percusión, un tánden eficacísimo de la creación y el poso cálido con que impregna Granada a sus muchachos y la escuela sacromontana, con su rasgueo impagable y el sonido del agua en cada nota, y Miguel Lavi, Morenito de Íllora y el Mati al cante, con el aguardiente preciso y la admiración mutua, con la voz abierta, tranquila, segura, cantando para la señora, que también sabe ser canastera, y nos hace llorar con la seguiriya y reímos con los tangos, cuando su sonrisa abierta sorprende el guiño, quizá espontáneo, de un quiebro, y, desde el principio, con su farruca redonda, austera, y su paso a dos, más adelante, con Javier Latorre, la verticalidad personificada, el maestro tranquilo, impasible, que con parco zarandeo quiebra el azogue, y vibramos con los jaleos y con la mirada hipnótica de Fuensanta que hace cómplices, mientras la luz la persigue y la caja refuerza su propuesta como si fuera un tercer tacón y la guitarra, espectacular en ella sola, va hilvanando los retales hasta encontrar la pieza delicada, el bordado exquisito de una noche sin fisuras, porque quien no quiera ver que no vea, quien no quiera oír que no escuche, quien no quiera sentir que no sienta, pero yo, que tengo ojos, que tengo oídos, que tengo corazón, que estuve allí, quise reír y quise llorar, vibré y me estremecí, como tan sólo con unos pocos flamencos se consigue.

* Foto: deflamenco.com©.

Granada habla con el cuerpo

Granada habla con el cuerpo

Gala final de temporada – Granada en danza

Existe una iniciativa en Granada, respaldada por el Ayuntamiento, para apoyar los movimientos dancísticos de la ciudad y exponerlos como un todo a la ciudadanía. Se llama Granada en Danza y aúnan a una gran parte de compañías locales de todos los estilos, y, me imagino, está abierta para incluir a nuevas agrupaciones que enriquezcan la propuesta.

Es el segundo año que funciona, con gran éxito e ilusión. No conozco en demasía sus objetivos y actividades, pero, lo que sé, merece todo mi respeto y apoyo. Por ejemplo, uno de estos domingos pasados, hicieron un recorrido por los museos y rincones de Granada ofertando de forma gratuita una pincelada de sus montajes.

El domingo pasado, 25 de mayo, tuvo lugar, en el teatro Isabel la Católica, la Gala final de temporada, donde cinco compañías se dieron cita. Fueron tres compañías de flamenco y dos de contemporáneo.

Empezaron estos últimos con “Lo Nuestro”, una propuesta de los alumnos del Taller Coreográfico del C.P.D. Reina Sofía. Siete chicas y dos chicos sobre el escenario (Celia Fajardo, Noemí Gómez, Alba González, Violeta Iriberri, Cristina Millán, Carmen Pascua, Laura Vargas, Diego Martínez y Alejandro Parodi) manteniendo la tensión a través de una música minimalista e interactuando en pequeño y gran grupo. Una obra enigmática, pero estéticamente bella y emocionante, donde manda el movimiento continuo, la compenetración y la asimetría.

Segundamente, la Compañía Da.Te.Danza intervino con un único actor/bailarín. Omar Meza rellena el escenario con su propuesta de fantasía, “Fragmento Taller/espectáculo”, en la que viene a decir que todo está en los libros. Así va jugando con volúmenes diversos, donde sus páginas le dan juego. Todo esto con una buena apuesta teatral, un baile desahogado y una extrema comicidad.

Después de un breve descanso, sorprende la Compañía Carmen de las Cuevas con una “Analogía de los elementos”. Cuatro bailaores, sin abandonar el escenario, se respaldan entre sí, dándole protagonismo a la fuerza natural que se impone en ese momento. Así Raimundo Benítez, con tonos ocres, es la tierra por soleares; Judit Cabrera, vestida de blanco, es el aire que sopla por tangos; de azul, Pilar Fajardo, es el agua que suena por alegrías; y Estefanía Martínez, de rojo, representa al fuego, crepitando por bulerías. Una muestra tan sencilla como eficaz; una pincelada esférica y de gran dinamismo. Hay que destacar por ultimo a los guitarristas Jorge ‘el Pisao’ y Marcos palometas, creadores de la intachable música original. Al cante, Sergio ‘el Colorao’, con temas alusivos también a los elementos antedichos. A la percusión, reforzando el conjunto, Antonio Gómez.

La Compañía Oscar Quero presenta “Wô rènshi lu” (Yo sé el camino). Baila el mismo Oscar Quero y Virginia Abril, en los papeles protagonistas, que proponen un sucesivo paso a dos; apoyados a los postres por Cristina Aguilera y María Sánchez. Para mí, la intervención menos conseguida de la velada; desde el desafortunado vestuario hasta las incursiones en el baile ajeno al flamenco. A la guitarra, un correcto Paco Chorobo, que destacó en el guiño a la zambra caracolera. Percusión, Pablo Martínez.

La guinda literal fue Lucía Guarnido con su “Nana Minera”. Embarazada de varios meses, montó una coreografía en honor a la maternidad y al hijo por nacer. Una minera se prolonga de principio a fin, comenzando con aires de nana. Cuando ves un montaje de Lucía parece estar viendo un producto manufacturado, donde todo encaja, cada cosa está en su sitio; ni falta ni sobra nada. Todo eso aliñado con una delicadeza, un flamenco textual y un conocimiento admirables. Destacan sobremanera, el tocaor, Luis Mariano, que hoy por hoy se puede considerar el referente de la guitarra sacromontana de acompañamiento, sin desmerecer a sus compañeros (me faltarían dedos para contarlos);  y Sergio ‘el Colorao’ (que hace doblete esa noche), quizá de los pocos cantaores que pueden defender con dignidad el Compañero de Enrique Morente, con la letra de la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández.

* Omar Meza en la foto.

Granadinos en los XV premios Flamenco Hoy

Granadinos en los XV premios Flamenco Hoy

2013. El año pasado —venimos anunciándolo desde hace tiempo— el flamenco que se hace en Granada demostró su buena salud, pues eclosiona en estos tiempos la cantera que se ha ido fraguando en la última década. Es indiscutible el buen hacer y las trayectoria endógena de los artistas, que destacan contrastadamente en el panorama flamenco nacional.

Son, como digo, carreras de fondo, carreras individuales y tremendamente coherentes. La política del ‘pelotazo’ en el flamenco no existe. Hay que demostrar la madera, el estudio, la perseverancia…

El público aficionado es quien en realidad importa y evalúa, aunque son los concursos quienes empujan y elevan el listón. Un comité de entendidos hace de jurado, más o menos local, para otorgar en galardón por la muestra in situ del arte de cada cual. Pero hay unos premios, Flamenco Hoy, que concede la prensa especializada y los estudiosos del flamenco en toda España (más de 60 individuos), por el trabajo realizado el año anterior.

Doce son los premios que se ofrecen, más un “Premio Especial” por su labor continuada y por la trayectoria del personaje, que este año ha recaído en Ricardo Pachón.

Entre estos doce galardones, el premio por excelencia es el “Mejor Disco de Cante”, que le será entregado a la granadina Marina Heredia por A mi tempo. Da la casualidad que, por este disco, también ha sido premiado su productor, José Quevedo ‘Bolita’.

Como “Mejor Bailaor” y “Mejor Bailaora” igualmente han sido dos granadinos: Manuel Liñán y Eva ‘Yerbabuena’.

Otros triunfadores son Juan Manuel Cañizares, “Mejor Disco de Guitarra Solista” por Falla por Cañizares; “Mejor Disco de Cante Revelación”, o sea, primer disco, otorgado a Joaquín de Sola por Principio; “Mejor Guitarra de Acompañamiento” a Jesús Guerrero; “Mejor Disco Instrumental” al pianista Diego Amador por Scherzo Flamenco.

También se otorgan premios a la “Mejor Labor de Promoción del Flamenco”, que ha recaído en el Festival Flamenco de Jerez; la “Mejor Labor de Difusión en Medios” a Flamenco Radio de Canal Sur; el “Mejor Libro”, por La correspondencia de Sabicas, nuestro tío en América. Su obra toque por toque de José Manuel Gamboa; y el “Mejor Dvd” por La Reina del Embrujo Gitano de Carmen Amaya.

Por último quiero decir que siete de los premios concedidos entran dentro de la votación personal que realicé en su día.

* Marina Heredia en la foto.

Buenas intenciones

Buenas intenciones

Flamenco Viene del Sur. Acuérdate cuando entonces

No es la primera vez que un cuadro supera al titular. Cuando una bailaora se rodea de músicos de primera línea, si no es ella misma número uno, si no es rompedora y sin fisuras, si no irradia gracia y frescura, pellizco y nostalgia, suele ser así. El lunes pasado terminó el ciclo Flamenco Viene del Sur con la Compañía Guadalupe Torres abordando un espectáculo con intención de recordar los grandes nombres del cante en su época dorada.

Guadalupe, para la ocasión, cuenta con dos bastiones de altura en el cante de atrás: Pepe de Pura y Moi de Morón; y con una guitarra sobresaliente, Antonio Sánchez, que, como referencia, es sobrino de los Lucía, Paco, Ramón y Pepe.

Comienza el espectáculo con los dos cantaores por soleá, acompañados por el solo compás de sus nudillos sobre una mesa orillada a la izquierda del escenario. Desde ese momento, todo son homenajes, a Terremoto de Jerez, a Manolo Caracol, a Tío Borrico, a Pastora Pavón , a Pepe Pinto, a Chocolate, al Chozas…, que van apareciendo de vez en vez, sus rostros y declaraciones, proyectadas en el fondo del escenario.

Pepe de Pura hizo alante cantiñas del Pinini y los dos se rompieron por seguiriyas. El guitarrista, por su parte y en solitario, abordó un compendio excepcional con aires de levante, donde no faltó un remate por granaínas.

También se pudieron escuchar tangos de Triana, fandangos y balerías, como fin de fiesta.

La bailaora madrileña lo bailó casi todo pero con un tempo muy reposado y carente de transmisión. Parecía sólo ilustrar el cante, que oía y bailaba como dejándose llevar. A veces faltaba sangre, manos y cintura. Su rostro era expresivo y sus intenciones eran buenas.

* Foto: Joss Rodríguez©.

El ojo de Eva

El ojo de Eva

Flamenco Viene del Sur. Unión 

Sobre el escenario del teatro Alhambra se alzan tres personalidades que muy bien pueden representar la actualidad del flamenco. Dos de ellos, el cantaor Jeromo Segura y el bailaor Eduardo Guerrero, han sido ganadores del concurso de la Unión de este pasado año; el tercero es el guitarrista Salvador Gutiérrez, está relacionado directamente con ellos, porque los tres han formado parte de la compañía de Eva Yerbabuena.

Tanto a Salvador como a Jeromo los hemos visto bastante a menudo a lidiar en las plazas granadinas, con resultados más que notables. La sorpresa de la noche (28 de abril) fue el bailaor gaditano.

La velada fue dinámica, a pesar de los sesudos planteamientos. Proviniendo de la Unión se esperaba un espectáculo más cerrado y ortodoxo. Y, aunque hubo tres incursiones en la mina, no les faltó color.

La guitarra de Salvador no tuvo fisuras. Puedo afirmar incluso que, en algunos momentos, fue lo más granado sobre el escenario. Jeromo sólo estuvo correcto. Correcto sobre todo porque lo hemos visto romperse en otras ocasiones y anudarnos la garganta con su quejío. No obstante, el onubense es un cantaor de atrás que, gracias a este premio y otras oportunidades, se está lanzando a boca de escenario con merecido aplauso. A destacar por soleá y por Huelva, aparte de la bondadosa apuesta del cuplé.

Eduardo Guerrero, por su parte es un bailaor con garra y estilo. Muy femenino en sus formas, aunque más bien quebrado que redondo, y con una vena contemporánea que nos puede recordar a Belén Maya o a Israel. Bailaor completo, técnico y sensible, pero algo bastante exagerado.

* Eduardo Guerrero (foto sacada de su twitter).