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Flamenco

Los profes también bailan

Los profes también bailan

Báilame. 30 Aniversario de la Escuela Carmen de las Cuevas

Ya digo que estoy limitando mi asistencia a espectáculos flamencos. Ya digo que me interesan tres festivales en particular (Flamenco Viene del Sur, Festival Internacional de Música y Danza y Los Veranos del Corral) y algún evento puntual que, con su cantidad y calidad, niega mi primer propósito.

Uno de estos imprescindibles es la muestra de la Escuela Carmen de las Cuevas, ya sea en el festival veraniego, al final del estío, en el Sacromonte, ya sea en cada una de sus incursiones a lo largo del año, como es esta celebración de su 30 Aniversario.

En dicha escuela se dan clases de idiomas y flamenco por igual. Es una buena combinación para el extranjero que pisa nuestras tierras. Su alto nivel es recomendable y su profesorado, al menos el de flamenco, que conozco y puedo evaluar, es excelente.

Los maestros son profesionales y no se limitan a dar clases, sino que noche tras noche, en un tablao o una cueva, expanden su arte y, en cierta manera, ensayan, se reciclan y aprenden, con lo que se crea un feedback encomiable.

El viernes, 25, en el teatro Isabel la Católica, pudimos ver a esta plantilla en conjunto ofreciendo el espectáculo propio Báilame. La obra es rica y variada; dinámica y de gran colorido. Sus coreografías están trabajadas con la perspectiva de los tiempos.

Báilame es un continuo reconocimiento a nuestros mayores, a los flamencos que día a día le sirven de referencia para su quehacer cotidiano. Y, aparte, es un destilado del conocimiento que todos estos profesores-artistas guardan en su cartera.

Consta de siete momentos coreográficos fresquísimos donde los tocaores, Jorge ‘el Pisao’ y Marcos Palometas, se alternan o se complementan en una creación guitarrística francamente sin fisuras y los bailaores, Estefanía Martínez, Judit Cabrera, Pilar Fajardo, Javier Martos y Raimundo Benítez, se imbrican en diferentes parejas o conjuntos o quizá en solitario para vaciar su contenido. Sergio Gómez ‘el Colorao’, al cante, y Antonio Gómez, con el cajón, están presentes prácticamente durante toda la función.

A destacar: su gracia, sus ganas, su versatilidad y, sobre todo, el trabajo que hay detrás. Un buen poso deja por ejemplo, sin menospreciar al resto, el solo de Javier Martos; Pilar por alegrías; la vidalita, Inspiración, que canta Sergio ‘el Colorao’ y baila Estefanía; la farruca que bailan los dos hombres, con las dos guitarras enfrentadas; los Tres cabales, en recuerdo de Enrique Morente y Mario Maya, que baila Raimundo Benítez y, a los postres, apoya toda la compañía…

Pero también censuro: algún momento clásico poco conseguido; el histrionismo innecesario, por ejemplo en el paso a dos; o el sólo correcto vuelo de las batas de cola.

Una buena noche, al fin y al cabo, de calidad, de alegría y de celebración. Brindo por todos ellos. 

* Equipo flamenco del Carmen de las Cuevas, junto a sus directores Carmen y Nacho.

El futuro de hoy

El futuro de hoy

Flamenco Viene del Sur. Gala de ganadores IV Certamen de Jóvenes Flamencos

El lunes, 7 de abril, se presentó en el teatro Alhambra la Gala de ganadores IV Certamen de Jóvenes Flamencos de la Junta de Andalucía, donde tres jóvenes, muy jóvenes, nos mostraron  el acierto de esa concesión. No conozco a los demás competidores, donde supongo habría altibajos razonables, pero sí sé de la juventud flamenca, al menos la de Granada, y creo que el listón se mantiene elevado.

En primer lugar quiero hacer mención de una cuestión sintomática que ya manifiesta mi colega, José Manuel Rojas, en su artículo, y es que los tres laureados son de Andalucía oriental: Rafael Ramírez, de Estepona, Málaga; Antonio García, de Almería; y Álvaro Pérez, de Granada; pero, como él, no quiero profundizar en el dato.

Me entusiasmaron los jóvenes, no sólo por la muestra de arte que nos dejaron, sino sobre todo por su trayectoria, por un futuro que deben ir puliendo y que no defraudará.

Rafael Ramírez, al baile, abrió la noche con farrucas, que encerraban tangos a su final, y cerró con cantiñas, quizá demasiado largas. Me alegró la influencia que rezuma de los maestros granadinos Manolete o Mario Maya; y de su dominio del espacio. Sin embargo, es de los presentados el menos sobresaliente. Su baile, aunque de buena factura, sobre todo en los pies, no guarda sorpresa.

Antonio García, del barrio de la Chanca, de Almería, tiene una voz abierta, potente y muy gitana de la que no abusa. Comenzó por tarantos y, tras un inexplicable intermedio, se volvió a templar por tientos-tangos.

Representando a Granada, Álvaro Pérez ‘el Martinete, nos volvió a convencer de que es posiblemente el mejor guitarrista de su generación. Se ve suelto y seguro, aun estando solo en el escenario. Borda sus temas con fiel reconocimiento a sus forjadores. Puede, en todo caso, que su afán de perfección le abocara a algún desliz, poco apreciable en su conjunto, en la guajira de Paco de Lucía y en la Fantasía de Riqueni. También interpretó Morente, una granaína de Vicente Amigo y la fabulosa rondeña de Ramón Montoya, con un resultado igualmente extraordinario.

* Álvaro Pérez, en una foto de Joss Rodríguez©.

El son naciente

El son naciente

Semana de Japón en Granada. El duende flamenco en Japón 

Como a muchos niños ‘ajenos a ese mundo’, a mi hijo no le gusta el flamenco, pero de cuando en vez me lo tengo que llevar a algún espectáculo a falta de dable alternativa. El viernes pasado fuimos, dentro de la Semana de Japón en Granada, a una muestra de baile.

No obstante, por ejemplo, Tokio es la ciudad del mundo donde más bailaoras hay por metro cuadrado. Sólo en esa capital hay quinientas academias de baile. Por no hablar de la guitarra. La afición en ese país es inmensa y respetuosa.

Tres bailaoras japonesas, Ayasa Kaziyama, Saori Kouchi y Tsuneko Irimajiri, mostraron su arte y maestría en el teatro Isidoro Márquez de CajaGranada.

Juan, tengo que reconocerlo, estuvo gran parte del espectáculo jugando con la Nintendo, aunque sin sonido y solapado, hasta que dije que atendiera a la representación. Con menos interés del deseado, estuvo mirando al escenario y escuchando mis oles esporádicos. De pronto, una de las japonesas apareció con vestido tradicional, interpretando una danza con un par de catanas mientras los cantaores ‘el Galli’ de Morón y Rudi de la Vega entonaban tonás. Y es que Saori encuentra un nexo de unión entre el flamenco y la filosofía bushido. No es la primera vez que la vemos con esas propuestas. ¿Un flamenco y un samurai? Es posible.

A mi hijo le gusto. Le gustó más que una exhibición de artes marciales que habíamos visto días antes en el mismo ciclo. Le impresionaron las dos espadas filosas y, aunque fueran de atrezzo, parecían reales.

Yo me quedé con la gracia de Tsuneko bailando por alegrías y su dominio de la bata de cola; con las intenciones de Ayasa en la soleá y el vuelo de sus manos; con la profundidad de Saori; con la canción que entonaron las tres precediendo la guajira que sirvió de presentación; su roneo por tangos a los postres; y, lamentablemente, pese a su buena voluntad, con la discordancia entre las guitarras, que obligaban que los demás, cante y baile, se adaptaran a ellas y no al revés como mandan los cánones, con su natural desconcierto.

Japón manifiesta un amor al flamenco y un interés extremo. Su nómina de artistas es grande y, sin miedo a la distancia, habría que tomarlos en cuenta (por la cuenta que nos trae).

Una bailaora todoterreno

Una bailaora todoterreno

Semana de Japón en Granada

Ya no nos sorprende nada en Fuensanta ‘la Moneta’. La hemos visto crecer desde que en los años 90 derrochara sus primeras energías en las cuevas del Sacromonte, desde que en 2003, con 19 años, ganara El Desplante en el Festival de Las Minas de La Unión, desde que en 2006 debutara en el cine andaluz (Por qué se frotan las patitas), desde que en 2009 jugara con lo contemporáneo con Rafael Estévez, desde que en 2011 acompañara a Mauricio Sotelo en Ámsterdam con una orquesta detrás, desde que este mismo año bailara sin fin en el mercado y en las calles de Granada…

Ahora, ayer lunes, la vemos colorear a un grupo de tambores tradicionales japoneses en la inauguración de la semana de Japón en Granada, para celebrar los 400 años de relaciones hispano-japonesas.

Después de las obligadas palabras formales por parte de los organizadores y promotores principales; después de un recital de piano (Ángel Conde) sobre obras de un compositor japonés; y después de un intérprete de shamisen (Miyomasa Kineya); llegó el turno del Grupo Seiwa Taiko de tambores japoneses.

Cuatro intérpretes, con sendos tambores, ofrecen un repertorio de temas tradicionales y originales del grupo, por lo que supimos. En un momento dado, el batir monocromo de los tantanes se colorea con sonido del zapateado y el baile flamenco.

Fuensanta no sólo es versátil y catalizadora, sino que su capacidad de adaptación es tan natural que parece que siempre hubiera abordado el baile que estamos viendo en ese momento. Como una suerte de rey Midas, revaloriza todo cuanto toca, de una manera tan natural como la mimesis de un camaleón. Se entrega a cada paso como si no hubiera vida después. Rinde al espectador con su mirada, con su taconeo, con sus contorsiones… y, con un ‘más difícil todavía’, sella el espectáculo y el día o la noche, haciéndonos sentir que otra vez acabamos de ver algo único.

* Foto: Joss Rodríguez©.

La saga continúa

La saga continúa

Morente más Morente. La nueva generación flamenca de Granada

¿Por qué en Granada no se le ha hecho un homenaje a Enrique Morente como corresponde? ¿Por qué no existe ya un festival con su nombre? ¿Por qué no toman sus apellidos las calles y las plazas, los teatros y los encuentros?

Se me ocurren varias repuestas, aunque la razón definitiva va más allá de nuestras especulaciones.

En Granada tenemos miedo de nosotros mismos. Nuestra autocrítica es destructiva. El afán de exhaustividad hace morir hasta el intento. En Granada somos individuales. No nos unimos para crecer. Preferimos ser cabezas de ratón. Somos igualmente envidiosos y siempre vemos la paja en el ojo ajeno. Somos desconfiados. Ninguno queremos dar el primer paso.

Pero también, aterrizando en lo mundano. ¿No existe alguna suerte de desencuentro entre las instituciones granadinas y la familia Morente? ¿No hay rencillas entre los mismos flamencos que donde tú estés yo no? ¿No es verdad que hay quien se alegra con el olvido y el borrón para comenzar de nuevo las cuentas?

Ahora, sin embargo, el hijo de Enrique Morente trae un espectáculo al teatro Alhambra para su gente, para dejar testimonio, para estar entre amigos. Pertenece al ciclo Morente más Morente, que lleva algún tiempo dignificando la figura del maestro desde Madrid hacia el mundo, desde Madrid al cielo.

Es como un premio de consolación. Es la muestra de que con el corazón por delante sobra todo lo demás.

El teatro se llena de amigos y familiares, de allegados y aficionados. Ya no con dolor, sino con esa admiración de saber que se homenajea posiblemente al mayor genio que haya dado Granada en medio siglo.

Lo mejor de la noche, sin lugar a dudas, es Enrique Morente. Sus composiciones, su manera de entender el flamenco, su apertura de miras, su independencia creativa y su espíritu planean de principio a fin.

El subtítulo, sin embargo, La nueva generación flamenca de Granada, puede que fuera pretencioso, pero se comprende. En esta tierra, por suerte, hay multitud de jóvenes flamencos, de todas las disciplinas, dignos de alzar esa bandera.

José Enrique comienza solo, acompañándose de su guitarra, y la percusión de ’el Popo’, interpretando Autorretrato de Pablo de Málaga (2008). Continúa por Málaga, a las que se une la guitarra de Rubén Campos, con Montes de Málaga del mismo disco.

Asesinato es un poema de García Lorca en Poeta en Nueva York musicado y cantado por los hermanos de Lucía para el disco del mismo nombre (1986). Arropa en este tema la guitarra de Pepe Montoya ‘Montoyita’, quien sigue en el escenario para acompañar a su hermano Antonio Carbonell interpretando estremecedoramente El pequeño reloj, de León Felipe, en el disco homónimo, de 2003. Pareja que termina su presencia por seguiriyas.

La segunda parte fue más sorprendente y conseguida. Quizá este sea el camino que deba escoger este joven cantaor. Una orquesta ocupó el escenario, que no por ser de amigos desmerecía en calidad. Hasta tres guitarras, más una eléctrica (fabulosa), más un bajo; una batería y la percusión que ya estaba; y dos palmeros que, a los postres, llegaron a ser cuatro, formaron una grande. Quizá faltó un piano que armonizara de alguna manera las efusiones.

Esta agrupación comienza con los Tangos de la plaza, de Negra, si tú supieras (1992), para seguir con un apoteósico Aleluya de Omega (1996), donde Morente versionó el Hallelujah nº2 de Leonard Cohen. Sólo por este tema hubiera merecido la pena el concierto.

Unas ‘festeras’ seguiriyas preceden unas bulerías con un sabroso rap incorporado, de la mano de ’el Popo’, quien también se da una pataílla, mostrando así su versatilidad.

Termina la noche por tangos que comienzan con Aunque es de noche, un poema de san Juan de la Cruz, que abre el disco Cruz y Luna (1983) y terminan con el son, soniquete, son que Morente comienza a proponer en El pequeño reloj.

Después de los aplausos aún hay tiempo para una rueda de tonás, con la polifonía típica que le gustaba a Enrique.

* Foto de Antonio Conde©.

Las claves de Belén Maya

Las claves de Belén Maya

Flamenco Viene del Sur. Recital flamenco

El objetivo indiscutible de todo artista es tener un lenguaje único, que su obra se distinga a la legua por lo evidente, es decir, por ser clara y distinta. En el flamenco, en gran medida, este fin está logrado. Cantaores, guitarristas y bailaores de todas las latitudes tienen un sello propio, aunque la mayoría entran en una noria común y traslucen de dónde beben y a quien dan de beber.

Metáforas aparte, Belén Maya, a lo largo de los años ha ido depurando unas claves en su baile que son únicas, como decimos, e intransferibles. Por decirlo de otra manera, el baile de Belén nace y muere en ella misma. Conjuga al mismo tiempo una forma muy humana de concebir el flamenco y una manera espiritual de imbricarlo en el cosmos.

Su baile entronca lo terrenal con lo místico, la belleza plástica con el drama interior, la teatralidad con la confesión solapada.

En los simples tangos, con que comienza su actuación, precedidos de unas innecesarias cantiñas que bailan sus palmeras, todas las cartas se voltean y las claves de Belén Maya se solapan. En ella vemos marcar y taconear como una flamenca legítima, ronear como una gitana del Monte, conceder espacio a la danza oriental y al guiño contemporáneo.

Gusta también esta bailaora de bailarle al silencio. Así se entrecorchea en los mismos tangos, antes de volcarse por levante, y comienza un soliloquio con su cuerpo y su mundo, sin músico que la arrope. Y entendemos, quienes seguimos sus huellas, poses y movimientos conocidos. Me aventuro en nombrar el molinillo con los brazos, herencia de su padre, las manecillas del reloj, la cuerda que tira o el muñeco de hilos. (Son denominaciones que convencionalmente le he dado, repito, en ningún momento reciben ese nombre ni Belén las ha firmado como tales.)

José Anillo le acompaña al cante. Voz flamenca de facultades reconocidas que sin embargo, dentro de mi aplauso, alguna vez quiso estar por encima de sus posibilidades. A la guitarra, un tremendo Rafael Rodríguez, desde hace años compone un tándem impresionante con la bailaora. En su sólo de guitarra sin definir, aunque cercano a la zambra por momentos, pareciera que tocaran dos al mismo tiempo. Su rasgueo es rotundo y su pulgar prodigioso.

José Anillo, aguardando la nueva aparición de la protagonista, propone unas malagueñas de Chacón, que se abandonan y se rematan con fandangos del Albaicín.

En las bulerías se aprecia la libertad creadora y el recuerdo de sus mayores. Interactúa con el cantaor y refuerza su lenguaje.

La soleá, apoá a los postres, fue una fiesta que aborda con falda de cola blanquinegra con volantes rojos en su interior, que maneja como pocas. Lleva mantón negro con largo fleco, sobre la blusa roja, que se enreda en su cara y sus zarcillos. Siente el cante y baila para adentro, trasmitiendo al tiempo la fuerza que mana de su interior.

Ante los prolongados aplausos de un teatro lleno, el generoso fin de fiestas por bulerías es obligado.

* Foto de Joss Rodríguez©.

Cincuenta años de aval

Cincuenta años de aval

Flamenco Viene del Sur. Tradición

A Paco Cepero lo avalan cincuenta años en los escenarios, acompañando a multitud de artistas, entre los que destaca quizá ‘el Lebrijano’, y componiendo para otros tantos (Camarón, Terremoto, Juan Villar, Chocolate, Rocío Jurado). Y es esta etapa de compositor en la que tiene un peso innegable, sin ocultar su participación interpretativa tan clásica como sentimental, y su “pulgar de oro”.

Tradición parece que fluye sin ningún plan. Parece que Cerero abre la caja del recuerdo por la que fluyen cientos de melodías de toda una vida. De hecho, el programa de mano, a partir del tercer tema, pasó a ser meramente referencial, pues el orden se invirtió a voluntad, además de ser ampliado a una media hora más de lo anunciado.

El recital comienza con Noche Andalusí, un tema antiguo con ramalazos de fandango, para proseguir con las bulerías Plazuela, que destilan aire jerezano.

En sus particulares tanguillos, Domingo de Carnaval, el sonido le jugó una mala pasada y tuvo que hacer un alto en su mitad. Le siguió la balada Capricho, un tema dedicado a su mujer en sus bodas de oro, y después unos tangos, antes de quedarse sólo para brindarnos unas seguiriyas de gran inspiración jerezana, que se aguajiran a los postres.

Miguel Salado y Paco León, como segundas guitarras, Sophia Quarenghi, al violín, y Pedro Navarro Grimaldi, a la percusión (‘rey del ritmo’, según confesó Cepero), vuelven a escena para acompañar al maestro en una soleá bastante festera y dedicarle a Paco de Lucía la unión de sus dos rumbas Estrella de mar y Varadero.

Los músicos hicieron de nuevo mutis, cuando Paco nos presentó a un cantaor al que él apadrina, que sólo tiene dieciocho años. El joven Samuel Serrano nos recordó en ocasiones a José Mercé y en otras a Juan Talega con un estilo eminentemente jerezano y una voz grave y racial, aunque sus formas están aún por hacer.

Cerero lo acompañó en una alegría y en unos fandangos, donde el mismo guitarrista le hacía los coros. Finalizó con una seguiriya, compuesta exclusivamente para él. Quizá su mejor entrega.

El tocaor jerezano se sentía a gusto, así lo reconoció, y aún quiso interpretar unas bulerías y su ‘buque insignia’ Aguamarina, rumbas con sabor a mar.

Así, pudimos comprobar la vigencia de su legado y una energía llena de frescura para el futuro que nos espera.

Más allá de la epidermis

Más allá de la epidermis

Flamenco Viene del Sur. La otra piel

El flamenco es amplio y bien avenido; es mestizo, hospitalario y tránsfuga. Úrsula López lo sabe bien y, a lo largo de sus años, ha sabido ser camaleónica. Su baile está impregnado de aires de distintas latitudes y, precisamente con el aire como partenaire, presenta en el teatro Alhambra de Granada La otra piel.

El flamenco, la danza española y el contemporáneo se dan la mano continuamente en una obra que no deja resquicios. En el cuerpo de baile, su hermana Tamara López, Mariano Bernal y José Manuel Benítez, están tan preparados como ella, hasta el punto de confundir, si no lo tuviéramos claro, el protagonismo.

El armazón musical lo sustentan Javier Patino y Tino van der Sman, a la guitarra, Gretchen Talbot a la viola y Raúl Domínguez a la percusión.

Las composiciones de Albéniz ocupan igualmente un lugar destacado, salpicando parte de los temas. Así, su obra Asturias aparece en la malagueña, que se abandola por Huelva, con la que comienza el espectáculo. El baile cede el testigo a lo contemporáneo y, poco a poco, a la danza española con profusión de palillos.

Jeromo Segura propone unas tonás antes de la generosa entrada percutida que encabeza las serranas, bailadas de dos en dos. Ellas sin calzar y el ritmo se acerca a otras orillas.

Úrsula López evidencia su cambio de piel desnudándose en el escenario con ayuda de sus bailarines. Igualmente la visten con un fondo de guitarra para abordar unas alegrías con maravillosos arreglos. Es un paso a dos arropado igualmente con las voces imbricadas de los cantaores.

Uno de los momentos más aplaudidos es la farruca propuesta con la sola guitarra de Tino van der Sman y el baile masculino (la farruca es macho) de Mariano Bernal.

También hay tiempo para brindar un homenaje a Enrique Morente, unas bamberas, Alma de Granada, que baila la cordobesa afincada en Algeciras con su hermana Tamara. Es una coreografía de Andrés Marín. 

Otra entrega personal de Jeromo por milongas, suaviza el ambiente para contemplar unas bulerías donde la viola cobra protagonismo.

Úrsula, que no participa en la pieza anterior, hace su aparición con vestido de cola y mantón blancos, manchados de cielo, bailando una caña. Quizá es el corte más flamenco; el que cierra la noche, y en el que también se acuerdan de Morente y de su Ciudad sin sueño.

Úrsula López en el Teatro Central de Sevilla.

Si tú me planchas yo te cocino

Si tú me planchas yo te cocino

Tan Bonicas + Flamenco

En vísperas del Día de la Mujer Trabajadora, en la Sala Botón Room de Granada, se organizó un concierto de rock y flamenco para memorar la jornada en cuestión. Siete mujeres sobre el escenario hicieron que vibráramos por dentro y por fuera.

Ana Sola, al cante, Pilar Alonso, a la guitarra y María Ureña, al baile, abrieron la actuación con unas bulerías de Javier Ruibal. Pilar es precisa, algo clásica, como guitarrista de cámara. Ana, aunque con la voz algo tomada, muestra su versatilidad y las ganas de abandonar los esquemas. Como resultado su bella voz es personal y espontánea, llena de ayes y exceso de agudos tal vez.

Sus temas no son convencionales. Visto el foro en el que actúan, atesoran el flamenco de raíz para hacer maleable su entrega. Una farruca así lo confirma. Que sigue con ricas cantiñas, abiertas con alegrías de Córdoba, para dejarse morir en el Cádiz más profundo.

Agradecí especialmente la versión de La flor de Estambul, un tema clásico del pianista francés Erik Satie y letra de Javier Ruibal.

Unas guajiras incidieron en este espíritu de apertura y una soleá por bulerías, con el baile aplaudido de María, a pesar del poco espacio, culminaron su momento.

La parte rockera, la coparon la agrupación ‘Tan Bonicas’. Estrella, a la voz, Marina, a la guitarra, Nuria Fernández, con el bajo y haciendo los coros, y Estela, a la batería, desde hace ocho años se proponen pasarlo bien y hacerlo pasar bien a los demás. Con un directo rotundo y trabado de guiños a través de los años, van desgranando los temas que sus seguidores casi coreamos. Así suenan, en indistinto orden, La ruina, Una chica con suerte, Mueve el culo, Confía o La reina de la fiesta.

Aunque la sorpresa mayor, sin lugar a dudas, vino a los postres, actuando en conjunto las siete intérpretes sobre escena. El rock y el flamenco se dan de nuevo la mano en femenino plural. El flamenco demuestra nuevamente lo bien que le queda el mestizaje, la sangre pirata que encierra en las venas. El rock, como padre adoptivo de la música en occidente, sigue siendo el aliño que nunca defrauda.

Como primer encuentro de estas dos formaciones, abordan Espabilá, uno de los temas de ‘Tan Bonicas’, cercano a las rumbas. Es una canción de 1968, de la folklórica jienense Antoñita Peñuela, atrevido como él solo y definitivamente gracioso, como el resto de éxitos de este grupo de rockeras.

El punto final, como broche de oro, también en conjunto, fue el Te echo de menos, de Kilo Veneno, que hizo moverse hasta al portero.

 

(Quería que este artículo fuera además una arenga reivindicativa del 8 de Marzo, de ahí el título, pero ha quedado en simple crónica del espectáculo. Simplemente diría que ‘mujer trabajadora’ es una redundancia, y que lo suyo es la colaboración entre hombre y mujer si no queremos que el futuro nos fagocite.)

Cositas de Paco

Cositas de Paco

Más de una semana hace que Paco nos dejó. Más de una semana hace que le doy vueltas para abordar unas líneas que se tracen medianamente derechas ante el maremagno de notas más o menos sentidas, de glosas y pésames en directo y diferido.

Qué escribir entonces que no sea un tópico. Qué escribir que no suene repetido, aunque tan variado como la cascada que nos ocupa. ¿El genio de la guitarra? ¿Máximo embajador del flamenco en el mundo? ¿Pura técnica autodidacta? ¿Los dedos de oro de un muchacho de Algeciras? ¿Un antes y un después en el concepto? ¿El mayor guitarrista de todos los tiempos? ¿La humildad y la coherencia? ¿El dúo imprescindible con Camarón?…

No sé, todo es tan grande y sin embargo tan pequeño.

Borges decía que inmortal es el que no es consciente de que va a morir, como los animales. Ahora lo vuelvo a pensar y creo que la inmortalidad, ya que veo mi fin invariable, está en algunos seres que conforman mi ideario.

Yo pensaba que Paco estaría de por vida en el universo mundano de las estrellas, regalándonos de cuando en vez esas cositas buenas que componía e interpretaba.

Lo vi en directo cuatro o cinco veces (la última, este verano pasado, en el Generalife). Nunca lo traté ni hablé con él. He sabido de su labor independiente. De su escuela. Del trocito de Paco de Lucía que tienen todos y cada uno de los guitarristas que conozco.

Una de las primeras veces que fui a verlo, al Palacio de Congresos, dijo que a Granada venía con miedo, dado el nivel guitarrístico que aquí había. Modesta opinión que, en boca del máximo exponente de la guitarra, cobra doble valor.

La ley de vida es pasar, como el caminante de Machado, pero hay quien deja huella profunda, quien va abriendo camino. Y esos, como dictaba Brecht, son los imprescindibles.

Tocar el cielo

Tocar el cielo

Flamenco Viene del Sur

No podía tener un mejor comienzo “Flamenco Viene del Sur”. La redondez, la delicadeza, la afinación y el milímetro en el flamenco se llaman Mayte Martín. Desde que sale al escenario la cantaora catalana entramos en otro mundo; en el mundo de la sensibilidad y el sosiego, en el mundo alisado de las ideas donde un pétalo doblado de la más pequeña flor no tiene sentido. Es como tocar el cielo con las manos.

Muchos dirán, y están en lo cierto, que el flamenco no es el cielo, sino también el purgatorio y el infierno. Pero de todo tiene que haber para sentir la grandeza del arte. Visitemos el cielo o el infierno, siempre que haya verdad estaremos en la gloria.

Mayte ha querido acordarse de sus mayores. De esos intérpretes que han dejado una huella indeleble, a veces sin saberlo, en su camino y el de todos los aficionados, con sus interpretaciones, con su entrega, con su manera de sentir. Y que, en cierta forma, estamos en deuda con ellos.

Por otra parte, estos forjadores la han acompañado en todos sus recitales, en todas sus grabaciones, pero hasta ahora no ha dedicado un espectáculo específicamente a ellos, con nombres y apellidos.

Quizá, el nombre de la función, Por los muertos del cante, sea poco afortunado, o demasiado visceral para un resultado tan edénico, o demasiado flamenco.

Y, puesto que de esfericidad se trata, los músicos que le acompañan son merecedores de estar a la diestra del padre. José Luis Montón y Juan Ramón Caro, a la guitarra, tan eficaces individualmente como enormes en su conjunto. Perfectamente armonizados. Pareciera que asistíamos a un concierto barroco escuchándolos. A la percusión, el esteponero Chico Fargas, un verdadero deleite, dando el latido justo, poniendo todo el cuerpo en cada nota, dimensionando el vuelo en su conjunto.

No hay que tener prisa, todo se saborea lentamente. Como un prestidigitador seguro, Mayte va encantándonos con su tempo, con su manera de sentir; va mascando los acordes y los momentos, cuidando los detalles y aleccionando con su buen gusto, con la modulación de una voz siempre afinada.

Empieza la noche con Los campanilleros de la Niña de la Puebla y continúa acordándose de Carmen Amaya con el soniquete moruno de la zambra La Tana, que tanto nos suena a esos tangos del camino tan nuestros.

Con la Petenera mejicana comienza a hacer concesiones. Memora un cante, escuchado en México con dejes de petenera clásica, que puede recordarnos a Valderrama.

Los Tientos y tangos de Pastora son conocidos y reconocidos. Letras populares que ya incluyó en su primer disco.

La Guajira marchenera es una delicia, los melismas, la ligazón de los tercios y el deje sudamericano le van como anillo al dedo al paladar de la cantaora. Apuesta que comprobaremos más tarde en la Milonga del solitario, de Atahualpa Yupanqui, claramente alejada del flamenco, pero, como reconoció la artista, el gran cantor argentino es también un ‘muerto del cante’. Como ‘muerto del cante’ también lo fue Antonio Machín, al que canta por cuplé, a los postres de la Bulería al golpe.

Un tema sobresaliente, sin querer destacar nada en especial, fue la Serrana, por su camino creativo. Naciendo como serrana misma, fue pasando a bambera, cabal y remató con fandangos valientes del Albaycín, haciéndole un guiño a Frasquito y con él a toda Granada.

“Amante, amante, amante, que hasta las pestañas me estorban para mirarte”, canta a coro todo el cuadro, a capela y fuera de micrófono, para anunciarnos los Fandangos a Morente, en los que incluye esa rondeña grande que empieza con “La esposa triste se bañaba” y donde se acuerda también de otros nombres del fandango, como el Carbonerillo.

Termina el concierto con Sevillanas a Manuel Pareja Obregón. Creo que un final equivocado en esta plaza. Aunque la pieza, como el resto del recital, es de encaje, en Granada podía haber finalizado con los fandangos o con la zambra.

Como regalo, siempre bienvenido, interpretó el éxito S.O.S., de su primer trabajo discográfico, Muy frágil (1995), que popularizó Falete.

* Foto: Joss Rodríguez©.

Flamenco Viene del Suroeste

Flamenco Viene del Suroeste

Mi presencia en el flamenco, por varias razones en las que tiene mucho que ver el ruido y las nueces, se va limitando. Flamenco soy, sin lugar a dudas, no un aficionado acérrimo, pero sí un vivificador con el cante, con el baile, con la fiesta. Ser flamenco es una forma, más que de vivir, de sentir la vida. Se me viene a la memoria, aunque no tenga mucho que ver, ese chiste tan flamenco de Gila (aunque él no lo supiera) donde uno le preguntaba a otro: “¿no tiene usted frío?”, y ese otro le respondía: “para qué, ¡no tengo abrigo!”.

Estoy discriminando, como digo, las representaciones flamencas a tres festivales imprescindibles en Granada, por su calidad y por su calidez, pero sobre todo por su universalidad. En el flamenco se ejemplifica nuestro himno cuando dice: “sea por Andalucía libre, España y la humanidad”.

Por tercera vez intento hablar de los momentos en los que participaré, intentando no irme nuevamente por las ramas. Estos ciclos son Los veranos del Corral, la presencia flamenca en el Festival de Música y Danza de Granada y Flamenco Viene del Sur. Aparte de esto, acudiré a alguna representación puntual, realizaré la visita a alguna peña y me sumergiré en cualquier sarao que me salga al encuentro. Esperaré que el flamenco venga a mí, no que yo vaya al flamenco, lo cual no es difícil.

El lunes próximo, 24 de febrero, comienza el ciclo Flamenco Viene del Sur, un festival de prestigio que lleva diecisiete años de existencia, donde podremos ver lo más granado del flamenco actual en Andalucía y sus territorios afines (entiéndase Extremadura, Levante, Madrid o Barcelona).

La presencia granadina, por no decir del resto de las provincias orientales, en este festival siempre ha sido escasa, pero en 2014 es prácticamente nula, a excepción de un honroso Álvaro Pérez ‘el Martinete’ que ganó el cuarto Certamen Andaluz de Jóvenes Flamencos, en la modalidad de guitarra. Cuestión que en cierta manera me alarma, pues esta ciudad ofrece flamenco de altura, en todas sus manifestaciones; altamente cualificado y competitivo.

Cuál es el problema entonces. Hay un concurso público para elaborar este programa y, aunque los distintos raseros funcionen en Sevilla, la proporción es mínima. Sólo han partido diez proyectos desde Granada de los más de doscientos que competían para formar parte de este evento. La Junta de Andalucía, el Instituto de Flamenco, se ha cuidado de formalizar unas cuotas. Por ejemplo, se le ha concedido la misma importancia a la novedad y a la veteranía, a la juventud y a los años; a la presencia por igual de voz, guitarra y baile; así como el equilibrio entre hombres y mujeres de las cabezas de cartel. Pero no se ha cuidado en que todas las provincias estén presentes como deberían.

Sus criterios los desconozco. Puede haber distintos motivos, pero el principal quizá sea la escasa presencia. Hay una realidad, y es que en Granada no hay ‘industria’. Los flamencos viven el día a día y no guardan para mañana. Aquí hay mucha vista, pero falta visión.

(En otro momento hablare de este patológico lastre, que el artículo nuevamente se me va del teclado.)

Este lunes disfrutaremos en el teatro Alhambra, como el resto del ciclo, de la voz preciosista y siempre afinada de Mayte Martín, con el espectáculo Por los muertos del cante, nombre desafortunado por muy nobles que sean sus intenciones.

El lunes siguiente, 3 de marzo, daremos paso al cantaor jerezano Jesús Méndez, que nos trae un trocito de su patria chica presentándonos su segundo rabajo discográfico, De la plazuela.

El 10 de marzo, La otra piel es la obra que expone la Compañía Úrsula López.

El 17 vuelve la guitarra. Esta vez añeja y referente. Paco Cerero nos trae Tradición.

Nacida en Nueva York, de raigambre andaluza y muy relacionada con esta tierra, la bailaora Belén Maya dará un Recital flamenco con su Compañía el 24 de marzo.

Un concierto que dará que hablar (ya está dando) es el que el último día de marzo nos ofrecerán Carmelilla Montoya y Remedios Amaya, con el simple nombre de Triana canta y baila.

Entramos en abril, el día 7, con la gala de ganadores del IV Certamen de Jóvenes Flamencos donde, como dije, tenemos la presencia del único representante granadino a la guitarra, Álvaro Pérez. También tendremos a Rafael Ramírez, en la modalidad de baile y Antonio García al cante.

Después del paréntesis de la Semana Santa, el 28 de abril, continuará el flamenco con dos jóvenes veteranos, Jeromo Segura y Eduardo Guerrero, que traen Unión, con sabor a mina.

Para terminar el ciclo, el 5 de mayo, la Compañía Guadalupe Torres, producirá un espectáculo con el nombre tan sugerente de Acuérdate cuando entonces.

De cada una de las funciones iré dando debida cuenta en estas páginas. Ya tenemos con qué entretenernos.

El camino de la poesía

El camino de la poesía

Jugar con Fuego

Tal vez el desaparecido Gerena. Tal vez Menese, el Lebrijano o Calixto Sánchez. Pero para musicar un poema libre o la pura prosa no había nadie como Enrique Morente (sálvense los amos del compás, Chano Lobato, Diego Carrasco, Tomasito… que, en palabras de Murciano, son capaces de meter por bulerías al viento de levante).

Morente lo hacía, y lo ha demostrado en cada uno de sus trabajos y recitales desde que leyó por primera vez Doña Rosita o los telúricos versos de Hernández.

Quién cogerá el testigo, ¿sus hijos?, ¿sus cientos de seguidores?, ¿Quién remeda su cante? Un paisano y agradecido discípulo, no desde ahora, sino desde hace tiempo, apuesta por los poetas y por los pensadores, dándole una nueva voz a sus letras.

Juan Pinilla ha musicado para el flamenco a Nietszche y a Groucho Marx, aparte de Ángel González, José Hierro o Chavela Vargas. Es un cantaor comprometido, de escénica conciencia proselitista, por eso sus coplas, sus declaraciones entre tema y tema no son baladíes, sino que están llenas de mensaje y de intención.

Su voz es poderosa, equilibrada y precisa. Como el ’Ronco del Albaicín’ ha demostrado primeramente que canta por derecho, que conoce y respeta el cante, que sabe de los clásicos en una enciclopedia casi como la de Valderrama.

La unión de la poesía y el flamenco no es nueva. Sin ir más lejos, para el FEX (Festival Extensión del de Música y Danza de Granada), en los años 2011 y 2012, humildemente un servidor y la Asociación del Diente de Oro, organizamos sendos recitales donde se aunaban la voz de los poetas granadinos con el toque, el baile y el cante de nuestros flamencos (en los que participó igualmente el cantaor al que nos referimos).

Ahora, fruto del trabajo y la amistad con el vate granadino Fernando Valverde coedita el disco Jugar con Fuego, que fue presentado el pasado jueves en el teatro Isabel la Católica.

Hay dos formas de acercar la poesía al cante. La primera es dejarse llevar por la rima, cuando el poema lleva la música dentro, como si se escribiera para ser cantada. La segunda es la más difícil, es la creación libre, cuando el poema no es rimado, de ritmo difícil y sentimiento abstruso.

La poesía de Valverde se enmarca en la Nueva sentimentalidad, en la Poesía de la experiencia, es continua y directa y habla de cosas cotidianas, demasiado visceral a veces. Juan lleva ese puñado de obras al flamenco y les ofrece una versatilidad impensable, como si fueran escritas directamente para ser malagueñas, farrucas o granaínas, con las que comienza el recital. Un recital que sorprende y rompe la temida alternancia de recitado-cante. Es flamenco lo que observamos, es poesía del momento lo que aletea, es frescura lo que tenemos, es un producto novedoso lo que nos proponen.

Juan lleva tiempo en la brecha. Posiblemente diré, sin temor a equivocarme, que este es su camino. Un camino tan personal como de abrumada eficacia. Un camino, por otro lado pedregoso, de difícil comprensión para las dos manifestaciones artísticas, flamenco y poesía que, por otro lado, van juntas de la mano desde el principio de los tiempos.

A la guitarra, imprescindible, les acompaña el joven almeriense David Caro, con una sobresaliente asistencia; a la percusión Josué Heredia; y a los coros y palmas Enrique Melgarez y Jony Valle con una memorable alboreá a tres voces y unos fabulosos coros por Huelva al final de la noche, para mí de los mayores logros.

También escuchamos un poquito de campanilleros rematados con farruca; una muy aplaudida vidalita, con guiños a la milonga, donde se acordó de la diosa costarricense; la sentida policaña, que crece con el polo y termina en soleá; los tangos de Málaga, llamados Revolución, que fueron un encargo expreso del cantaor; las alegrías, que no terminan de romper y quedan deliciosamente en el umbral de la fiesta; las agradecidas bulerías; y los fandangos aludidos, los cantes de madrugá, que como guinda recorren Alosno y se acuerdan del 'Niño Gloria' y otros imprescindibles.

Los campanilleros

Los campanilleros

La otra noche, entre los bises del concierto de Miguel Poveda en el auditorio Manuel de Falla de Granada, tuvo el gusto de cantarnos unos campanilleros, que fueron coreados con satisfacción por parte de los presentes. Fue un tema bastante acertado, que pasa por villancico, debido a las fechas que se avecinan.

Pero los campanilleros curiosamente es un palo único dentro del flamenco, del folklore aflamencado, si queremos.

Por campanillero se entiende el individuo de una agrupación, frecuentemente llamada los campanilleros, que en algunos pueblos andaluces y en partes de Extremadura y el sur de Castilla-La Mancha, entona canciones de carácter religioso, en el Rosario de la Aurora, con acompañamiento de guitarras, campanillas y otros instrumentos de percusión.

A este respecto, dice Juanito Valderrama en Mi España querida, compilación de memorias editadas por Antonio Burgos en 2002: “Los campanilleros son un cante popular andaluz, que se cantaba por las Pascuas de la Navidad y en algunos pueblos, como en Mairena del Alcor, por la fiesta de los Difuntos, en los rezos por las ánimas del purgatorio. Se cantaba a coro, con las campanillas haciendo el compás. Los campanilleros estaban también unidos a la devoción del Rosario de la Aurora, que trajeron los dominicos, y en algunos sitios había campanilleros con colas referentes a la Semana Santa, a la Pasión del Señor.

La muestra flamenca más antigua de los campanilleros se debe al cantaor jerezano Manuel Torre, quien hacia principios de siglo realizó una versión, interpretada con dramatismo y hondura, acompañándose de la guitarra de Niño Ricardo, y que dejó grabada en 1929 junto al guitarrista Miguel Borrul con la letra clásica de A la puerta de un rico avariento.

Sobre 1959 La Niña de la Puebla regis­tró de nuevo este cante en una versión más asequible al gran público, con letras compuestas por su padre, Francisco Jiménez Montesinos, obteniendo un enorme éxito que la catapultó definitivamente a la fama.

El tema de las letras suele ser de carácter religioso, aunque admite otros temas, guardando siempre relación con el carácter religioso original.

Se cantan sobre un compás de 3x4 y el acompañamien­to en tonalidad menor. La estrofa es de seis versos asonantados siendo el primero, tercero y quinto decasílabos, y el segundo y cuarto dodecasílabos, aceptando también una cuarteta octosílaba a la que se une otra hexasílaba.

Es un cante de mínima ejecución, muy pegadizo, que ha grabado, siguiendo la pauta marcada por Manuel Torre, por ejemplo, Juan Varea, El Agujeta, José Mercé y José Menese, entre otros interpretes. O artistas más alejados, como pueden ser Rocío Jurado y Rosa López.

Entre las decenas de letrillas, dejo tres, una tradicional y dos compuestas por Jiménez Montesinos para su hija:

A la puerta de un rico avariento
llegó Jesucristo y limosna pidió,
y en lugar de darle una limosna
los perros que había se los azuzó.
Pero quiso Dios,
que al momento los perros murieran
y el rico avariento pobre se quedó.

En los pueblos de mi Andalucía
los campanilleros por la madrugá,
me despiertan con sus campanillas
y con sus guitarras me hacen llorar.
Yo empiezo a cantar,
y al oírme todos los pajarillos
que están en las ramas se echan a volar.

Pajarillos que vais por el campo,
gozando el amor y la libertad,
recordadle al hombre que quiero
que venga a mi reja por la madrugá’.
Que mi corazón,
se lo entrego al momento que llegue,
cantando las penas que he pasado yo.

En 1924, con el mismo canto popular, el compositor Manuel López Farfán realizó una marcha procesional llamada Pasan los campanilleros.

* La Niña de la Puebla (foto de Paco Sánchez©).

Tres años sin Enrique

Tres años sin Enrique

No quiero dramatizar ni me apetece meterme en detalles escabrosos de su ‘mala muerte’, pero hoy se cumplen tres años desde que desapareció el maestro Enrique Morente.

Maestro puesto a conciencia, pues sin querer, sin darle importancia, nos enseñaba continuamente, a sus hijos, a sus amigos, a los más distantes y hasta a sus detractores. Nos enseñaba y sigue dándonos lecciones desde sus discos y declaraciones, desde sus anécdotas y el recuerdo. Porque Enrique era un hombre grande en todos los sentidos. Porque la mayor característica de la grandeza es la humildad. Y humilde era como pocos. Tan sólo verlo tratar con la gente por igual sin atender a su condición, tan sólo verlo con el chándal guardando cola para comprar el pan en la plaza Mariana Pineda, tan sólo verlo conducir en ese coche más pequeño que él, tan sólo asomarse a los bares de madrugada con doce o trece y decir si podían tomarse una copa, tan sólo ir de gira y contar en su cuadro con los más necesitados, tan sólo verlo escuchando a cualquier flamenco, a cualquier músico, a cualquier artista y tomar nota de ello, tan sólo el cantar de forma altruista por una buena causa, tan sólo el intento de colaborar con todos en la grabación de sus discos, tan sólo en la estela tan grande de dolor y admiración que ha dejado, que son miles de seguidores por todo el mundo, que son miles de aficionados que se han acercado al flamenco por él.

Lo recuerdo constantemente y su trabajo es mi música de cabecera, como de libros tengo a Cunqueiro o a Borges. Pero lo recuerdo con alegría, no porque se haya ido, sino porque lo he conocido, porque nos ha dejado un gran legado, como músico y como persona, porque cuando dos o más hablamos sobre él nos parece que estuviera presente, que en un momento dado iba a aparecer por una esquina, con su sonrisa permanente que achica aún más sus ojos y con su pelo rebelde.

Algunas fotos y detalles guardo de Morente entre mis cosas, pero he querido poner la entrada al Primer Concurso Flamenco de Maracena, con él como artista invitado. Tiene mil años. Mi flaca memoria no alcanza a decir la fecha exacta (si alguien que me lea la sabe, rogaría que me la dijera), aunque no sería difícil averiguarlo. Quiero llamar la atención en dos detalles. El primero es que es la entrada número uno (0001). Llegué a la taquilla con tiempo necesario para ocupar el primer lugar y poder escuchar al maestro. Todavía no me ocupaba del flamenco y ni por asomo pensaba que iba a ser crítico o algo parecido. En segundo lugar, derivado del primero, es que como es la entrada número uno (0001) pedí que no me la rasgaran para conservarla de esta guisa.

Ya sé que no es suficiente, pero este es mi pequeño homenaje.

Fandango

No sé lo que has comprendío
de lo que te he comentao
que en cuestiones de flamenco
pocos son los entendíos
y muchos los enteraos.

Poveda por los pelos

Poveda por los pelos

Sin saberlo, los Encuentros Flamencos de Granada terminaron con la actuación de Juan Andrés Maya y Farruquito, el jueves y viernes pasados, pues la presencia de Miguel Poveda no pertenecía a dicho festival, con lo que nos sentimos engañados, y al concierto de Argentina no pudimos entrar (asombrosamente los críticos no estábamos acreditados) lo que redundó en nuestra decepción.

Desde hace años, estos Encuentros, por unos u otros motivos están enrarecidos y, si hay suerte, de ellos sacamos un sabor agridulce que perdura.

Según cartel y promoción, me encaminé al auditorio Manuel de Falla el sábado, 7 de diciembre, confiado como de costumbre. Me extrañó no ver gente en la puerta por mucho frío que hiciera. No sólo había comenzado el recital media hora antes de lo anunciado, sino que mi nombre no estaba en la puerta.

En ese momento me enteré de que el cantaor catalán venía por su cuenta y riesgo, con su personal y su equipo y que no tenía nada que ver con el festival de marras. Con todo y con eso nos dejaron entrar en una esquina que roza el cielo. Desde el palco cinco no sólo se ve sesgado y parcial, sino que el sonido es deficiente.

No pensaba escribir por la afrenta, pero la segunda bofetada sin haber volteado la mejilla terminó por decidirme. No me importa no asistir al concierto de Poveda o el de la onubense, pues ya los he visto y los seguiré viendo, lo que es inadmisible es que se juegue con unos profesionales de esta manera, haciéndonos perder el tiempo y las ganas, partiéndonos el fin de semana y ninguneándonos de esa manera. Más vale que no nos hubieran hecho caso desde un principio, que nos dijeran que no querían cámaras ni críticos y que preferían seguir manteniendo un festival provinciano. Y todo esto con la connivencia feliz de nuestro Ayuntamiento, que no se entera por dónde van los tiros de la cultura.

Miguel Poveda por su parte, excelente. Es un cantaor todoterreno. Es el flamenco más en forma de nuestro país. Capaz de llenar estadios y aplaudido por todos, de ahí su versatilidad.

Como digo llegué tarde y no tomé nota. De todas formas, destaco una primera parte y un colofón eminentemente flamencos. Una de las bazas que atildan a este catalán, hijo de emigrantes levantinos, además de su bella voz, siempre afinada, es el respeto a sus mayores y el fiel remedo a los grandes, no sólo del flamenco, también de la copla y del tango.

Así, tras unas espléndidas alegrías, malagueñas, abandoladas por rondeñas y fandangos lucentinos, y sobre todo por una impresionante soleá, acompañado con la guitarra de Carlos Grilo, uno de sus palmeros, y no su habitual ‘Chicuelo’, le dedicó a su padre unos cantes de levante especialmente sentidos.

Seguidamente interpretó un popurrí sobre los poemas por bulerías de Lole y Manuel.

Las notas a piano de La niña del Albaicín por el maestro Joan Albert Amargós, anuncian una segunda parte de copla (hay que agradar a todos los públicos). A su final se pronunció sobre el error garrafal de anunciarlo en un cartel sin haber contado con su participación). Y remató brindándole un reconocido homenaje a Enrique Morente, con un fandango muy musicado y una recopilación por bulerías.

Tuvo tiempo también, en el apoteosis final de adelantarnos el villancoico Los campanilleros, coreado por el público más avanzado.

El fervor de un público, no demasiado flamenco, y el aroma del ambiente concatenaron un prolongado fin de fiestas donde no paró de bailar.

* Foto: Joss Rodríguez©.

Maya versus Farruquito

Maya versus Farruquito

XIV Encuentros Flamencos de Granada

Si fuera una confrontación, Farruquito habría ganado por goleada a Juan Andrés Maya, el visitante se hubiera alzado con el triunfo ante el equipo local. No obstante el listón estaba alto. No obstante, tanto uno como otro, levantaron pasiones.

Improvisao se llamó el concierto y supongo que de improvisado algo tendría, pero lo que es la esencia, el guión principal, lógicamente venía aprendido. Quizá la idea, como en el jazz, sería recrear sobre una base, sobre ese continuo que sirve de estructura.

Tras una presentación por seguiriyas donde cada cual expuso sus credenciales e incluso se hicieron guiños combinados, cada uno se hizo cargo de su espectáculo, con su cuadro independiente, inundando el pensamiento de que compartirían la escena al menos en algunas piezas.

La primera parte, larga a mi parecer, la ocupó Juan Andrés y los suyos. Comenzó por tarantos, que remató por tangos y un poquito por Huelva. Esta primera entrega fue discreta y levemente redonda. Destaco, como no, su juego de pies y el aire de sus manos, el intento de totalidad y la complicidad con el público, su público.

Para hacer tiempo a que el bailaor regrese con nuevos bríos, se le hace un favor desafinado al No me lo creo de Parrita.

Y, ahora sí, con exceso de minutaje, Juan Andrés Maya aborda una soleá donde saca muestra todas sus cartas. Da lugar al torbellino, a la belleza y al asombro; pero también a la teatralidad inquieta y al remedo de sí mismo. Más suelto (¿resuelto?) llegará a las bulerías que le sirve de fin de fiestas, donde invita a darse una ‘pataílla’ a sus jaleadoras con algún altibajo.

Un breve descanso no anunciado recibe a Farruquito por alegrías con traje inmaculado. Su cuadro es otro: compacto, seguro y efectivo. Con cuatro cantaores, dos guitarras y un percusionista, su espalda está segura.

Juan Manuel Fernández Montoya tiene una agilidad precisa, un buen concepto del espacio, un braceo varonil, una verticalidad envidiable y una música reconocible en los pies. Todo lo cual redunda en su elegancia innata.

Juan Requena, uno de sus guitarristas, plantea bulerías de peso, mientras el sevillano se cambia para reaparecer por soleá, en la que trasciende su herencia y la longitud de su sombra, a pesar, él mismo lo confesó, de sentirse afectado por el frío de Granada.

* Farruquito por soleá (Joss Rodríguez©).

Imágenes de sus mayores

Imágenes de sus mayores

XIV Encuentros Flamencos de Granada

Los retratos de Carmen Amaya, Mario Maya, Manolete y Juan Andrés Maya presidiendo la escena presagiaban en torno a quién giraba el espectáculo a pesar de llamarse Savia nueva. Savia nueva pero de un innegable tronco que les da sustento.

Una solea por bulerías sirve de presentación. Karime Amaya, Iván Vargas y Alba Heredia descubren sus cartas y prometen su entrega como si fuera su última noche.

La canora guitarra de Luis Mariano queda sola sobre las tablas que, tras una armónica introducción, recibe a Iván Vargas por farrucas. La pieza es reconocida. Son los compases que han acompañado desde siempre a Manolete. Pero ya no es la farruca del maestro del Sacromonte, sino la farruca de Iván Vargas, con su sabor personal, con su poquito de lo aprendido y lo mucho de su sangre; con seguridad en su braceo y unos pies de los que ya no tiene que preocuparse; con su rabia Maya, pero son su delicadeza en flor. Lástima los recursos repetidos. Lástima ese rasgueo final en la guitarra de Luis Mariano que ya hemos visto cien veces este año.

Los brazos son sellos indiscutibles de esta saga familiar. Desde el abuelo Raimundo, pasando por todos y cada uno de los Maya, de los Heredia, el vuelo de las manos es todo un espectáculo. Son palomas que sacuden sus alas después de un baño ligero. Posiblemente, empero, quien hereda y concentra, como en un caro perfume, esta habilidad, es Alba Heredia, la más joven de la casa. Alba nos propone seguiriyas con bata de media cola a la que no le sacó el partido deseado.

En Alba hay que pensar a largo plazo. La siembra de una buena semilla, el buen abonado y el buen regadío, auguran una buena cosecha.

De quien se acordará es de su tío Juan Andrés (incluyendo su histrionismo), con detalles personales. ¿Quién negaría sus caídas tan sacromontanas? ¿Quién negaría su baile completo, de pies a cabeza? ¿Quién negaría su estampa? Las muecas de su boca, sin embargo, afean indeciblemente su figura.

Después de una rueda por tonas por parte de los cantaores Manuel tañe y Simón Román, vuelve Alba Heredia, con chaqueta y pantalón blancos, homenajeando a Carmen Amaya por tarantas, arropada por la guitarra Justo Fernández ‘Tuto’. El público agradece sus dotes y su entrega, y así se lo expresa. Grandes sorpresas nos aguardan

Por último Karime Amaya, descendiente de la gran Carmen, a quien ya vimos en el Corral del Carbón, se destapó por soleares. Su baile es redondo y efectivo. Tiene un cierto regusto añejo y un juego de pies vertiginoso.

Todavía Iván Vargas, antes de terminar, apostó por alegrías en una pieza ya conocida donde se acuerda de Mario Maya y combina con guiños a Manolete.

Se despiden todos juntos por rumbas. Pieza que sirve tanto de saludo como de agradecimiento. Son gitanos. Son savia nueva.
* Foto: Joss Rodríguez©.

El sello de una casta

El sello de una casta

XIV Encuentros Flamencos de Granada 

Existe un paralelismo entre la familia de los Farruco y la familia de los Maya: la fuerza o, si quieren, la furia. El primer día del festival de otoño estuvo ocupada por una representación de los sevillanos (Herencia), al igual que el segundo día estaría cubierto por los granadinos (Gitanos: savia nueva), para terminar el jueves y el viernes con el ‘patriarca’ de los dos clanes, Farruquito y Juan Andrés Maya.

Con más de medio aforo y una expectación proverbial comienzan los sones de las bulerías primeras, donde el Carpeta, el más pequeño de los Farruco, y Barullo, trajeados de plata, no dan respiro al aire que los envuelve y derrochan zapateado y compás, con su baile macho de pura raza. A los postres, cuando la fiesta se asoma a Extremadura, hilvana la Farruca, algo más comedida, estos jaleos finales.

Tras un solo de guitarra de Juan Requena, acompañado de percusión, vuelve Manuel ‘el Carpeta’ por alegrías, levantando verdaderas aclamaciones de pasión. Este joven bailaor se ha criado en el escenario y en él, como pez en el agua, se desenvuelve a la perfección. Domina el espacio y racionaliza su quehacer, a pesar de su energía desbocada y vertiginosa, a veces altanera.

Sin embargo, pocas veces, congela su acción y explora el camino que saborean sus mayores. Es cuando se entiende la madera, cuando lo que vemos, además de relucir, a la larga puede pesar varios quilates.

Su primo, Juan Fernández Montoya ‘Barullo’, lo sustituye en las tablas bailando por seguiriyas. El sello es el mismo, el ADN innegable. Parece que cuando baila alguien de de la saga Farruco es como si bailaran todos los demás, que son una extensión de su abuelo, a quien homenajean de continuo. De hecho, cuando termina la pieza, Barullo mira hacia arriba como brindando o agradeciendo. Su baile es radical, con brío y espectáculo, lleno de poses y efectismo. Tiene momentos de verdadero pellizco.

Manuel de Tañé, Quini de Jerez y Mara Rey, los cantaores, abordan unos tangos occidentales bastante aclamados. Esta vez sin baile.

La soleá anuncia un momento grande. Rosario Montoya ‘la Farruca’, la madre del clan, con arte y poderío, sale a escena vertiendo su caudal. Es un baile más repensado y lleno de expresión que, cuando estalla por bulerías, contempla igualmente el desenfreno. Sin duda, aunque breve, la mejor entrega de la velada.

El fin de fiestas por bulerías pone fin, o puntos suspensivos, a una noche que sin lugar a dudas les pertenece.

* Foto: Joss Rodríguez©.