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Poetas versus narradores

Poetas versus narradores

El 10 de mayo de este año jugué conscientemente el segundo partido de fútbol de mi vida. Quiero decir que, desde que dejé los estudios primarios, no he tocado un balón ni por suerte. De hecho, le tengo cierta aversión a ese deporte alienante y a todo lo que le rodea. También confieso sobremanera mis limitaciones para el juego.

Se presenta éste como un divertimento donde jugamos poetas contra narradores. Gente de letras que, se supone, estamos alejados del sudor de la camiseta. Digo ‘se supone’ porque la mayoría, si no todos, son futboleros, consumen fútbol televisado o escrito o lo han practicado de forma más o menos habitual (lo que me orilla casi definitivamente).

Mi actuación, como no podía ser de otra manera, fue desastrosa, aunque, a la larga, cargada de comicidad y compromiso. En su conjunto, contemplé con más tristeza que temor, que fácilmente puede ser un paralelismo de mi vida toda, un arrostramiento claro en mi valle de lágrimas.

Sin orden determinado expondré las características principales que observo y padezco.

En principio, la apariencia puede dar el pego —quizá demasiado delgado pero puede que en forma—, aunque en general ni profeso ni convenzo. La equipación no estaba mal, pero el pantalón era prestado (el año anterior jugué con un bañador liso) y las zapatillas, del todo inapropiadas, son las habituales de cordones que tengo para salir a la calle; entré y salí con ellas.

Confieso, por otro lado —o principalmente— un desconocimiento completo de las reglas del juego, así como de las estrategias y otras cuestiones futbolísticas. Me siento inseguro y lo digo. Hasta el árbitro se ve obligado a darme alguna recomendación o consejo.

No suelo tocar la pelota. Al principio puedo dar confianza, me toman en cuenta y hasta me combinan el balón, pero después, contemplando mis limitaciones, no me lo pasa nadie. Si por casualidad lo toco, no sé lo que hacer, lo pierdo en seguida. Veo pasar el balón por mi lado o entre las piernas como algo ajeno. Cuando viene con fuerza me aparto. Pierdo todas las oportunidades.

Desde que empieza el partido ya tengo ganas de que se acabe. Me muevo poco, me canso mucho y normalmente me hago daño de alguna forma (aún se resiente un talón).

Pienso que soy perjudicial para el equipo al que pertenezco y, para los otros, una ventaja. Los contrarios saben que soy inofensivo, por muy bien colocado que esté, como una piedra en mitad del campo que a veces, sólo a veces, estorba, pero se le puede esquivar fácilmente.

Durante el partido hago pasar un buen rato a los espectadores, lo que es de agradecer, y enervo a mis compañeros, lo que es de sancionar. Sin embargo, para la ducha y la cerveza de después, doy la talla sin discusión.

* ¡Ahí está el tío!

Yvonne Vladislavich

Yvonne Vladislavich

Entre mis apuntes, aparece una curiosa anécdota que leí no hace mucho, que quisiera compartir.

En junio de 1971 o en septiembre de 1972 (las fuentes no se ponen de acuerdo), Yvonne Vladislavich y otras siete personas navegaban en un yate por el Océano Índico, frente a la costa oriental de África, cuando de repente se produjo una explosión a bordo que terminó por hundir la nave. Las olas superaban los cinco metros. Ella salió despedida o nadó en busca de ayuda, mientras el resto de la tripulación esperaba agarrada a los restos flotantes del barco (las crónicas que he encontrado —sin ninguna exhaustividad, es cierto— no dicen nada de su destino). A los pocos minutos, se vio rodeada por numerosos tiburones. Aterrorizada, flotando en el agua en espera de una muerte segura (O God, if I must die, let it be quick!), vio a tres delfines acercarse a ella. Uno de ellos nadó por debajo hasta levantarla. Ella se aferró fuerte a su cuerpo, cual Afrodita uraniana. Los otros dos nadaron en círculos a su alrededor para protegerla de los feroces escualos. Durante más de 200 millas marinas, los tres delfines no se separaron de la nadadora sudafricana hasta dejarla en una boya de la que pronto fue rescatada por un buque que por allí pasaba.

Recuerda al dios Dionisos (o Cupido), a menudo representado cabalgando a lomos de un delfín.

La mitología griega cuenta —resumiendo— que estos animales, antes de ser delfines, eran hombres, unos piratas que intentaban vender a Dionisos como esclavo. El dios, como castigo, los convirtió en dichos cetáceos, condenados a rescatar marineros en dificultades en el océano.

Hay también un bello mito que cuenta que, muerto Aquiles, fue arrojado sobre una pira flotante a las azules aguas egeas frente a Ilión y sus soldados mirmidones corrieron tras él con las armas desenvainadas y sus cuerpos desnudos dispuestos a ahogarse. Poseidón, apenado por el gesto valiente de amor abnegado, quiso transformarlos en peces espada.

* Cupido montado sobre un delfín, Casa de Anfitrite. Túnez.

El matrimonio (4)

El matrimonio (4)

Hay quien ha estado toda su vida emparejado y no conoce el amor. A veces, en una pareja, el amor es unilateral, como el goce, aunque puede que se goce sintiendo gozar a tu lado.

También entendemos que el amor es una delgada línea roja que, como el olvido se puede quebrar, por interferencia de un amor ajeno; por desinterés o hastío; o por desuso; o por su contra, como cantaban las niñas de Utrera en bellos endecasílabos por bulerías: Se nos rompió el amor de tanto usarlo.

El amor extramuros ha sido de corriente tráfico. El o la amante siempre ha estado presente. La querida, el pecado; la luz o las tinieblas; la deliciosa Madame Bovary o la triste Lady Chatterley.

Por otro lado, nuestro amigo puede convertirse en nuestro enemigo (durmiendo con...). El amor se convierte en odio (o en desprecio, como acertadamente califica Eduardo Punset a su antagónico).

Aguantamos, en el mejor de los casos, por simple cariño, por costumbre, por conveniencia, por comodidad o por terceros (familia, hijos). El matrimonio así se establece como un pacto de no agresión, como una guerra fría, en donde el muro, el telón de acero, son los hijos o las familias o la sociedad en general. El maridaje termina siendo una relación diplomática, un equilibro político. Aunque Groucho Marx decía: “La política no hace extraños compañeros de cama. El matrimonio sí”.

El problema puede que sea el día a día, la convivencia y el entorno. “El roce hace el cariño”, dicta nuestro refranero, pero también: “La confianza da asco”, o “Cuando la miseria entra por la puerta, el amor salta por la ventana. Nietzsche, en Humano, demasiado humano, reconoce: “Si los esposos no viviesen juntos, los buenos matrimonios serían más frecuentes”.

Sin embargo, se hace necesaria esa unión, ante el altar o ante los hombres, muchas veces por curiosidad o por necesidad, pero, las más, por amor (o por lo que tenemos por 'amor'). La necesidad del otro es, como bien, como posesión ‘imperdible’ es una cuestión vital. (Ahora, los Reyes de España, se han hecho reyes por lo civil.)

Hay escépticos que lo han probado y otros en teoría. Oscar Wilde dice: “Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, con tal de que no la ame”; y Nietzsche insiste (Más allá del bien y del mal): “También el concubinato ha sido corrompido por el matrimonio”.

Leon Tolstoi aconseja, en Ana Karenina, por medio de su personaje Serpujovskoy: “Es difícil amar a una mujer y hacer a la vez algo útil. Para ello hay un remedio: desviar el amor por ellas casándose. (…) Llevar un paquete en la mano y hacer algo a la vez no es posible, pero sí lo es si te lo echas a la espalda”.

El matrimonio Arnolfini, Jan van Eyck, 1434

La Moneta en la cumbre

La Moneta en la cumbre

Paso a paso 

Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que escuche, quien tenga corazón que sienta, pues no fui yo solo quien disfrutó con el espectáculo Paso a paso de La Moneta, sino que fuimos cerca de ochocientos sesenta y tres asistentes los que ocupamos las tantas localidades de la bella Sala Roja de los teatros del Canal de Madrid este sábado, 14 de junio, en el que la granadina nos mostró el verdadero baile del siglo veintiuno, en el que se aúna el contemporáneo con el flamenco, sin que sea un postizo, sino formando parte de él como un apéndice imprescindible; y la implicación de todo su cuerpo como si de un todo se tratara, pies y manos, hombros y cintura, ojos y sonrisa, y la fuerza permanente, y la técnica que está tan solapada que parece que no existiera sólo cuando el sonido del compás se impone con esa naturalidad como si viésemos jugar a un niño; y la música que la rodea y la envuelve y la guía, con números uno, con Luis Mariano a la guitarra y Miguel ‘el Cheyenne’ a la percusión, un tánden eficacísimo de la creación y el poso cálido con que impregna Granada a sus muchachos y la escuela sacromontana, con su rasgueo impagable y el sonido del agua en cada nota, y Miguel Lavi, Morenito de Íllora y el Mati al cante, con el aguardiente preciso y la admiración mutua, con la voz abierta, tranquila, segura, cantando para la señora, que también sabe ser canastera, y nos hace llorar con la seguiriya y reímos con los tangos, cuando su sonrisa abierta sorprende el guiño, quizá espontáneo, de un quiebro, y, desde el principio, con su farruca redonda, austera, y su paso a dos, más adelante, con Javier Latorre, la verticalidad personificada, el maestro tranquilo, impasible, que con parco zarandeo quiebra el azogue, y vibramos con los jaleos y con la mirada hipnótica de Fuensanta que hace cómplices, mientras la luz la persigue y la caja refuerza su propuesta como si fuera un tercer tacón y la guitarra, espectacular en ella sola, va hilvanando los retales hasta encontrar la pieza delicada, el bordado exquisito de una noche sin fisuras, porque quien no quiera ver que no vea, quien no quiera oír que no escuche, quien no quiera sentir que no sienta, pero yo, que tengo ojos, que tengo oídos, que tengo corazón, que estuve allí, quise reír y quise llorar, vibré y me estremecí, como tan sólo con unos pocos flamencos se consigue.

* Foto: deflamenco.com©.

Un conductor simpático

Un conductor simpático

No soy yo quien lo dice, muchos de los usuarios coincidimos, cualquier foráneo que quiera reconocer y experimentar la tristemente famosa mala follá granadina sólo tiene que subirse a un autobús urbano y observar el carácter y los modales de su conductor.

Puede que sea difícil de conseguir que prácticamente ninguno se libre. Parece que hacen un test de simpatía antes de otorgar definitivamente el trabajo y, si por casualidad, lo superan no son contratados.

Llevamos un tiempo con conductoras en determinadas líneas. Ellas, en su mayoría, por la experiencia que he tenido, se salvan de esta lacra. Aunque no sé lo que durarán.

En otras profesiones se puede observar también esta característica, como en las cafeterías o el funcionariado. Siempre en puestos de atención directa al público donde las caras, los gestos y las contestaciones son dignas de batir record o de ser enmarcadas, otorgándoles el premio a la sequedad y arruinarle el día al usuario en cuestión.

Una vez hallé un conductor simpático, no sólo con buena cara, sino con respuestas bondadosas y gratuitas. Coincidí con él tan sólo tres o cuatro veces. Después no lo vi más, y eso que me muevo bastante en el transporte urbano. Supongo que lo habrían expulsado del cuerpo de conductores por no observar debidamente la primera regla.

El hombre que no se parecía a su fotografía o la fotografía que no se parecía a su hombre

El hombre que no se parecía a su fotografía o la fotografía que no se parecía a su hombre

Ya está dicho. El título cuenta el cuento. Así es. Resulta que un hombre va a renovarse el carné de identidad. Le hace falta una foto reciente y decide hacérsela ese mismo día, en el establecimiento fotográfico que hay en la puerta, que dan las fotos al instante. Qué más reciente que aparecer con la misma ropa y con la misma cara de lunes que ese lunes. Espera su turno y, cuando el funcionario, en este caso una mujer rubia y cansada, de mediana edad, le pide su fotografía y éste se la entrega, le dice, mirando alternativamente al positivo y al usuario, que no se parece. Pero, si se la acaba de hacer, responde. Que es muy parecido, asiente ella, que las ropas coinciden y algunos rasgos, pero que definitivamente él no es el de la instantánea. Jura y perjura el individuo que sí que es, que la fotografía le pertenece, que se la acaba de hacer aquí en la puerta, que, aunque no es muy fotogénico, su nombre es la persona que mira desde el retrato. La funcionaria admite que sí, que evidentemente la fotografía coincide con el nombre indicado, que quien no coincide es él, se ponga como se ponga. Pero bueno, dice el hombre, si soy yo quién ha venido a renovarse el carné, la foto es circunstancial, es lo que yo aporto, como mi huella o mi firma. Imposible, opina la rubia, dígale al titular que venga, hay mucho engaño y suplantaciones últimamente. Esto es absurdo, se indigna el señor, y hace venir a los inmediatos superiores para dilucidar el tuerto. El jefe de negociado y el inspector jefe coinciden con la mujer, el hombre es un impostor que no coincide con su fotografía. Cada vez menos. Un agente de paisano, que también se ha acercado, comienza a dudar y, al punto, los demás lo censuran, mandándolo a otros menesteres. Ese no reconocería ni a su madre. El hombre dice de hacerse nuevas fotos allí mismo, acompañado por alguien de la comisaría. No tienen tiempo para eso. Además, el problema no es el retrato, sino el hombre que lo porta. Váyase, concluyen, y cuando venga el titular, le daremos su carné y sus fotos. ¡Qué pase el siguiente!

Yo soy muy tolerante

Yo soy muy tolerante

Mal, mal y mal.

Frase, políticamente correcta, que se pronuncia de forma gratuita y, se supone, comprometida.

Mal dicha porque la tolerancia es la tolerancia, ni más ni menos. Se es tolerante o no se es tolerante, y punto. Sería un superlativísimo (que tampoco existe, pues atenta contra sí mismo, pero que refleja lo que quiero decir). Es como los carteles que se encuentran en las marquesinas de los autobuses solicitando trabajo para cuidar ancianos o niños o limpieza de hogar, que pone: “Persona muy responsable se ofrece…”. Es lo mismo. Si eres responsable, no es necesario sublimarlo ni darle énfasis.

En segundo lugar, si eres tolerante no lo digas. Hay que demostrarlo. Y eso se nota en la actitud. Como el que dice que es humilde. Sólo el hecho de decirlo le resta humildad. Dejemos que lo digan los demás. Que nuestros semejantes nos tilden de buenas personas, de carismáticos, de sabios, de simpáticos… que es como se confirman nuestros dones. Que nuestra actitud nos avale. "Obras son amores y no buenas razones".

Es muy normal, en las artes, autoproclamarse ‘artista’. "Yo soy artista de cine". "Yo soy artista de la pluma". No; usted es actor y usted escribe. La extensión de artista se lo dan los de alrededor o, mejor, el tiempo que es lo que permanece.

Otra cosa, quizá, es emplear la voz ‘artista’ como sinónimo profesional. Así, un puñado de músicos, se autodenominan ‘artistas’, como si dijeran ‘flamencos', por ejemplo.

Aproximación a la Rueda

Aproximación a la Rueda

Todo fue redondo en un principio, después se quebró. El círculo, la esfera, es un símbolo de perfección. Hasta el cristianismo, todas las religiones habían basado sus creencias en un redondel, como el sol, como la luna cuando esta llena, como la Tierra antes de que empezara a ser plana.

Cuenta Gore Vidal, en Creación, que Pitágoras creía que, entre todos los sólidos, la esfera era el más hermoso; y que de todas las figuras planas, la más sagrada era el círculo, donde todos los puntos están unidos y no hay principio ni fin.

Así, Pitágoras simbolizó todos los acontecimientos del universo, incluidos los del hombre en los planos material y espiritual, con un círculo. Consideraba que todo en el universo se repite y el hombre al morir debía regresar a la vida para cerrar nuevamente el círculo.

Pero llegó san Agustín que escribió que Jesús era la vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos. Y se impuso la recta y la cruz. El arte renacentista promulga que “lo que distingue la cultura clásica ante la barbarie es el uso sistemático de la línea recta sobre la curva”.

Nicolás de Cusa afirmaba en cambio que “la línea recta no es sino el arco de una esfera infinita”, como Dios que, según el Maestro Eckhart (dominico alemán del siglo XV) “es una esfera espiritual infinita, cuyo centro y circunferencia están en todas partes”.

Así la línea recta no existe. El norte no es un punto, sino una dirección. Nuestro avance es radia, lo más parecido a la recta son los caminos borgianos.

Torrente Ballester lo comprendió cuando dijo: “El Destino es circular, hay que contemplarlo dando vueltas o desde el centro”. Allan Poe consideraba la esfera como “la más perfecta y comprensiva de todas las formas”.

José Nieto poetiza:

Es el triunfo arrogante de la estética
la pura simetría de la recta
fracaso y vocación de curva rota.
 

Fray Julián, fraile y pintor, personaje de Terra Nostra de Carlos Fuentes, refiriéndose a su pintura dice: “Sólo lo circular es eterno y sólo lo eterno es circular, pero dentro de ese eterno círculo caben todos los accidentes y variedades de la libertad que no es eterna sino instantánea y fugitiva”.

Para ser un poco más enigmático, Isak Dinesen profundiza, en Siete cuentos góticos, cuando escribe: “Enseñó a la muchacha griego y latín. Trató de inculcarle la idea de belleza de las matemáticas superiores, y cuando le dio explicaciones sobre la infinita belleza del círculo, la muchacha le preguntó. —Si fuera realmente tan bello y tan perfecto, ¿de qué color sería? ¿No sería azul? —Ah, no —contestó—. No tiene color”.

* Nicolás de Cusa, en la imagen.

Granada habla con el cuerpo

Granada habla con el cuerpo

Gala final de temporada – Granada en danza

Existe una iniciativa en Granada, respaldada por el Ayuntamiento, para apoyar los movimientos dancísticos de la ciudad y exponerlos como un todo a la ciudadanía. Se llama Granada en Danza y aúnan a una gran parte de compañías locales de todos los estilos, y, me imagino, está abierta para incluir a nuevas agrupaciones que enriquezcan la propuesta.

Es el segundo año que funciona, con gran éxito e ilusión. No conozco en demasía sus objetivos y actividades, pero, lo que sé, merece todo mi respeto y apoyo. Por ejemplo, uno de estos domingos pasados, hicieron un recorrido por los museos y rincones de Granada ofertando de forma gratuita una pincelada de sus montajes.

El domingo pasado, 25 de mayo, tuvo lugar, en el teatro Isabel la Católica, la Gala final de temporada, donde cinco compañías se dieron cita. Fueron tres compañías de flamenco y dos de contemporáneo.

Empezaron estos últimos con “Lo Nuestro”, una propuesta de los alumnos del Taller Coreográfico del C.P.D. Reina Sofía. Siete chicas y dos chicos sobre el escenario (Celia Fajardo, Noemí Gómez, Alba González, Violeta Iriberri, Cristina Millán, Carmen Pascua, Laura Vargas, Diego Martínez y Alejandro Parodi) manteniendo la tensión a través de una música minimalista e interactuando en pequeño y gran grupo. Una obra enigmática, pero estéticamente bella y emocionante, donde manda el movimiento continuo, la compenetración y la asimetría.

Segundamente, la Compañía Da.Te.Danza intervino con un único actor/bailarín. Omar Meza rellena el escenario con su propuesta de fantasía, “Fragmento Taller/espectáculo”, en la que viene a decir que todo está en los libros. Así va jugando con volúmenes diversos, donde sus páginas le dan juego. Todo esto con una buena apuesta teatral, un baile desahogado y una extrema comicidad.

Después de un breve descanso, sorprende la Compañía Carmen de las Cuevas con una “Analogía de los elementos”. Cuatro bailaores, sin abandonar el escenario, se respaldan entre sí, dándole protagonismo a la fuerza natural que se impone en ese momento. Así Raimundo Benítez, con tonos ocres, es la tierra por soleares; Judit Cabrera, vestida de blanco, es el aire que sopla por tangos; de azul, Pilar Fajardo, es el agua que suena por alegrías; y Estefanía Martínez, de rojo, representa al fuego, crepitando por bulerías. Una muestra tan sencilla como eficaz; una pincelada esférica y de gran dinamismo. Hay que destacar por ultimo a los guitarristas Jorge ‘el Pisao’ y Marcos palometas, creadores de la intachable música original. Al cante, Sergio ‘el Colorao’, con temas alusivos también a los elementos antedichos. A la percusión, reforzando el conjunto, Antonio Gómez.

La Compañía Oscar Quero presenta “Wô rènshi lu” (Yo sé el camino). Baila el mismo Oscar Quero y Virginia Abril, en los papeles protagonistas, que proponen un sucesivo paso a dos; apoyados a los postres por Cristina Aguilera y María Sánchez. Para mí, la intervención menos conseguida de la velada; desde el desafortunado vestuario hasta las incursiones en el baile ajeno al flamenco. A la guitarra, un correcto Paco Chorobo, que destacó en el guiño a la zambra caracolera. Percusión, Pablo Martínez.

La guinda literal fue Lucía Guarnido con su “Nana Minera”. Embarazada de varios meses, montó una coreografía en honor a la maternidad y al hijo por nacer. Una minera se prolonga de principio a fin, comenzando con aires de nana. Cuando ves un montaje de Lucía parece estar viendo un producto manufacturado, donde todo encaja, cada cosa está en su sitio; ni falta ni sobra nada. Todo eso aliñado con una delicadeza, un flamenco textual y un conocimiento admirables. Destacan sobremanera, el tocaor, Luis Mariano, que hoy por hoy se puede considerar el referente de la guitarra sacromontana de acompañamiento, sin desmerecer a sus compañeros (me faltarían dedos para contarlos);  y Sergio ‘el Colorao’ (que hace doblete esa noche), quizá de los pocos cantaores que pueden defender con dignidad el Compañero de Enrique Morente, con la letra de la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández.

* Omar Meza en la foto.

Impresiones de Alice Munro

Impresiones de Alice Munro

Sin querer hacer una crítica, reseña o nada parecido, quiero a vuelapluma apuntar algunas impresiones de Alice Munro, Premio Nobel 2013, recién acabado el libro Demasiada felicidad.

Demasiada felicidad es el primero y el único libro que me he leído de esta autora canadiense, que, si bien tuve referencias de ella, hace relativamente poco tiempo, cuando recibió el galardón más importante de las letras universales, su nombre sonaba nítido en mi cabeza.

La Academia sueca destacaba “su maestría en el arte del relato” y Carmen me la recomendaba fervientemente, pues ocupaba un lugar privilegiado en su cabecera.

Compré el volumen en los descuentos (10 %) de San Jorge de este año (fecha inexcusable para visitar alguna librería y regalarme lectura). Con todo y con eso, adquirí el más barato.

Tuve que leer tres o cuatro cuentos para introducirme realmente en la poderosa construcción de la autora. Sus cuentos son más bien largos y cada uno de ellos corresponde a una vida. Son verdaderas sagas, donde todo está relacionado. A veces, la mayoría, no cuenta nada específico, si no que va relatando, y, el mismo relato, los mismos personajes son excusa para exponer argumentos colaterales que recuerdan a un extenso Carver.

Es consecuente y fácil de leer. Es voz femenina sin ambages. Incluso, cuando se mete en el papel de un hombre, tiene esa inclinación al delicioso detalle tan coloquial que sólo una mujer o un ser afectado puede exponer con toda naturalidad.

Es rica en imágenes y anécdotas. Sus títulos son simples y a veces alejados de la idea del cuento en sí. Los finales, aunque trabajados, a veces intrascendentes. La sorpresa no es siempre su punto fuerte.

Hay dos cuestiones empero que me descolocan en su narración. La uno es lo poco creíble que se me hace en los relatos de época (me parecen todos contemporáneos); y, segundo, el baile arbitrario de los tiempos verbales.

No obstante, acabo su lectura con entusiasmo y deseando retomar de nuevo otra de sus obras.

El calor del amor en un bar

El calor del amor en un bar

—Buenos días. Me pone un café con leche muy caliente.

—Buenos días, señor. ¡Marchando un café con leche muy caliente! ¿Quería algo más?

—¿Qué?

—Si quería algo de comer. Una tostada, algo de bollería… Una magdalena quizá.

—No, gracias. Sólo el café. ¿Tiene usted el periódico deportivo?

—No, lo siento. Sólo compramos el periódico local. Ahora se lo llevo.

—Gracias. ¿Siempre está tan vacío?

—¿Me decía algo?

—No, sólo preguntaba si siempre está tan vacío el local.

—No me lo explico. El único cliente que ha entrado por esa puerta en toda la mañana ha sido usted…

—¿Siempre es así?

—¡Qué va! Esto se pone de bote en bote los días de diario. Pero se ve que los domingos se nos pegan a todos las sábanas.

—No es tan temprano.

—Para un domingo, las nueve de la mañana, es temprano.

—A mí me gusta madrugar cuando no trabajo. Es como si tuviera más tiempo de descanso.

—Dormir es descansar.

—Sí. Parece una paradoja: “madrugar para estar más tiempo sin hacer nada”.

—Es una buena forma de verlo. Aquí tiene su café.

—Gracias.

—¿Y dónde dice que trabaja?

—No se lo he dicho. Soy bombero. Normalmente trabajo los domingos, pero hoy me ha tocado librar.

—Ya decía yo, con esos brazos, tenía que tener un trabajo poco convencional.

—Me puede dar otro sobre de azúcar.

—¿Le gusta dulce?

—No especialmente. Es que la taza es muy grande. Un azucarillo se queda corto.

—Y es verdad que son grandes las tazas. Lo hago por mi madre que le gusta el café en un buen recipiente. Cuando abrí la cafetería, fue lo primero que me dijo. “Compra tazas grandes, que no se quede nadie con falta”. Y así lo hice.

—Está bien pensado.

—Claro. Tratándose de mi madre. Pero así gasto el doble de azúcar.

—Eso sí.

—Ah, el periódico.

—Sí. Estaba a punto de recordárselo.

—Aquí lo tiene y su azucarillo extra. Será el primero en leerlo.

—El azúcar ya me lo he leído.

—Es usted ocurrente.

—Sólo le devuelvo la broma.

—Aunque no crea. Algunos sobres son interesantes.

—A veces ni los leo.

—Se repiten mucho y, además, la mayoría de las frases están sacadas de contexto y parecen ñoñas.

—Eso me parece…

—Te preguntas, por ejemplo, cómo Shakespeare pudo decir esa chorrada.

—Una vez leí una de Machado que hablaba de las mujeres. No me imagino yo a don Antonio diciendo esas frivolidades.

—Es lo que le digo… Pero, tómese el café, que se le va a enfriar.

—No. Por eso lo pido muy caliente.

—Y muy caliente se lo he puesto.

—Sí. Ya veo. Y es de agradecer, porque no en todos sitios entienden el concepto de ‘muy caliente’.

—Le importa que me siente.

—No. Qué va. Tómese un café aquí conmigo, si quiere. Prefiero desayunar acompañado.

—No es mala idea. Hasta que no entre nadie…

—Bueno. Me llamo Pablo.

—Y yo Ángel. Encantado. Pero no te levantes. Voy a por un café para mí.

—De aquí no me muevo.

***

—He traído algunas galletas también, por si acaso.

—Gracias. Menuda trifulca se está liando entre el entrenador del Atlético y el presidente.

—Yo no entiendo de fútbol. Me tiene sin cuidado.

—Según como lo mires, puede ser muy interesante. ¡Con la cantidad de dinero que mueven y que se líen por cuestiones de entrepierna!

—¿Cómo?

—A ver quién los tiene más gordos.

—Ya.

—Los jugadores y la afición están con el mister; pero la directiva, que es la que maneja la pasta, tiene todas las de ganar.

—Eso pasa.

—¡Qué asco!

—A mí también me han jugado una mala pasada.

—...

—Mi socio se ha ido con todo el dinero.

—¿Y eso?

—Nos peleamos el mes pasado. También éramos pareja, ¿sabes?

—Entonces es más grave.

—El local es mío, pero el trabajo lo compartíamos.

—Una pelea laboral.

—No. Sentimental. Se fue con otro.

—De veras que lo siento.

—No te preocupes. Llevábamos ya tiempo mal. Somos muy diferentes.

—Suele pasar en las parejas. A veces buscas alguien distinto y, cuando lo tienes, te quejas y quieres cambiarlo.

—Me gustaba su forma de ser. Nos complementábamos bien. Pero Alfredo es muy promiscuo. Hombre que se le insinúa; hombre para el que va.

—Sí, hay gente así. Muchas veces son problemas de la adolescencia.

—¿Cómo?

—Sí. Mi mujer, por ejemplo, desde niña ha sido gordita. En ella no se fijaba nadie, hasta que empezó a salir conmigo. Se le cambió el metabolismo, pero el trauma la persigue. Necesita que la quieran y tiene facilidad para dejarse querer.

—¿Y tú que haces?

—Bueno, yo soy muy abierto. Hasta que no haya vuelta de hoja, hasta que no me abandone…

—…

—Lo siento. No quería decir eso.

—No pasa nada. Tienes razón. Cuando ya no hay vuelta de hoja lo mejor es pasar página.

—Verás como todo se arregla.

—Qué manos tan frías tienes.

—Siempre.

—Pues, para ser bombero…

—No es fácil de creer, pero, incluso en un incendio, tengo las manos frías.

—Manos frías, corazón caliente.

—Pues las tuyas están bastante calientes.

—Quizá porque estoy contigo.

—¿Y si cierras el local y desayunamos tranquilamente?

Islas flotantes

Islas flotantes

Hay islas dotadas de vida propia, que se escapan cuando son avistadas por el vigía, para emerger cientos de millas más lejos. 

El Pez-Isla es uno de estos fenómenos fantásticos. San Brandán, en las leyendas celtas, avista un pez llamado Jasconius, grande como una isla, que trata de morderse la propia cola continuamente.

«Brendan y sus compañeros llegaron a una isla, en la que desembarcaron. Estaba llena de árboles y otros tipos de vegetación. Celebraron misa, y de pronto la isla comenzó a moverse. Se trataba de una gigantesca criatura marina, sobre cuyo lomo se encontraban los monjes.»

También encontramos la isla pez en la obra de Jonh Milton. En la séptima parte de El paraíso perdido se puede leer: “mientras el leviatán, mayor que ningún otro viviente, tendido como un promontorio sobre aquel abismo, dormita o nada y se asemeja a una flotante playa sorbiendo y arrojando alternativamente todo un mar por sus agallas”.

En su versión poética, Milton escribe:

El rey del mar, el animal gigante,
la Ballena entre todos dominante
por su grandeza, el Leviatán horrendo,
ya en las olas, de espaldas extendiendo
su longitud, parece un elevado
promontorio de lexos; ya una inmensa
aleta desplegando a cada lado,
que es una isla flotante se diría.

Borges cuenta que, en el primer idioma vernáculo en el que hay un Physiologus o Bestiario, es el anglosajón. En él se habla de la ballena, a la que llama Fastitocalon, diciendo que es un símbolo del Demonio y del Mal. «Los marineros la toman por una isla, desembarcan en ella y hacen fuego; de pronto, el Huésped del Océano, el Horror del Agua se sumerge y los confiados marineros se ahogan».

En el primer viaje de Simbad, en la noche 292 de Las Mil y Una Noches, Sherezade cuenta:

«Un día en que navegábamos sin ver tierra desde hacía varios días, vimos surgir del mar una isla que por su vegetación nos pareció algún jardín maravilloso entre los jardines del Edén. Al advertirla, el capitán del navío quiso tomar allí tierra, de­jándonos, desembarcar una vez que anclamos.

»Descendimos todos los comerciantes; llevando con nosotros cuantos víveres y utensilios de cocina nos eran necesarios. Encargáronse algunos de encender lumbre, y preparar la comida, y lavar la ropa, en tanto que otros se contentaron con pasear­se, divertirse y descansar de las fa­tigas marítimas. Yo fui de los que prefirieron pasear y gozar de las bellezas de la vegetación que cubría aquellas costas, sin olvidarme de co­mer y beber.

»Mientras de tal manera reposába­mos, sentimos de repente que tem­blaba la isla toda con tan ruda sacudida, que fuimos despedidos a al­gunos pies de altura sobre el suelo. Y en aquel momento vimos aparecer en la proa del navío al capitán, que nos gritaba con una voz terrible Y gestos alarmantes: “¡Salvaos pron­to, ¡oh pasajeros! ¡Subid en seguida a bordo! ¡Dejadlo todo! ¡Abandonad en tierra vuestros efectos y salvad vuestras almas! ¡Huid del abismo que os espera! ¡Porque la isla donde os encontráis no es una isla, sino una ballena gigantesca que eligió en medio de este mar su domicilio des­de antiguos tiempos, y merced a la arena marina crecieron árboles en su lomo! ¡La despertasteis ahora de su sueño, turbasteis su reposo, exci­tasteis sus sensaciones encendiendo lumbre sobre su lomo, y hela aquí que se despereza! ¡Salvaos, o si no, os sumergirá en el mar, que ha de tragaros sin remedio! ¡Salvaos! ¡De­jadlo todo, que he de partir!”».

* Montaje del artista sueco Erik Johansson.

Curiosas desviaciones (con la ‘a’)

Curiosas desviaciones (con la ‘a’)

Desde hace algún tiempo encontramos palabras, popularizadas por los mass media, que definen usos (o abusos) cotidianos. Estos términos, la mayoría de nuevo cuño, nos acerca a la exactitud de los conceptos.

Me gustó en su día el término sueco Ombudsman que quiere decir ‘defensor del pueblo’ y que El País y otros periódicos lo utilizan verosímilmente como ‘defensor del lector’.

Lamentablemente también conocemos el vocablo inglés bullying para referirse cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre escolares de forma reiterada. Cuando este acoso se produce a través de las redes sociales se conoce como ciberacoso

Selfie es la palabra inglesa para referirse a las fotos tomadas por uno mismo con el móvil alejado o frente al espejo, con más o menos ropa.

El balconing, castellanizado como ‘balconismo’, es una práctica entre los jóvenes que se hizo notar en el verano de 2010 en España y que consiste en saltar entre los balcones de un hotel. (A veces tienes sólo una oportunidad para practicarlo.)

El crowdfunding sirve para financiar trabajos culturales a través de la red por donantes anónimos.

Así podíamos seguir hasta hacernos un enorme glosario, que no es mi actual intención, pero me hace recordar cientos de voces que compilé en su día para definir las más diversas parafilias.

Dada la abundancia, e incluso la inutilidad de citarlas todas, me acojo a la primera letra de nuestro abecé y redacto algunos términos harto curiosos:

La actirastia es la excitación sexual proveniente de la exposición a los rayos del sol. Y la albutofilia es la excitación proveniente del contacto con el agua. Siendo la alveofilia el gusto de tener relaciones sexuales en una bañera y la amomaxia, realizar la relación sexual dentro de un automóvil estacionado. (Recuerdo a los Inhumanos con su Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000.)

La altocalcifilia es la atracción por zapatos altos de tacón. Es una suerte de fetichismo que se asocia a prendas de vestir, en particular el de calzado de trágica altura, conocido también como retifismo.

La amaurofilia hace referencia al placer que genera vendarle los ojos a la pareja mientras se está practicando la relación sexual. Y la amiquesis se refiere al hecho de rascar a la pareja durante el acto sexual.

La antolagnia es la excitación por oler flores; la avisodomía es la relación sexual con aves; y la aracnofilia es el juego sexual con arañas (no sé si son Spiderman valdrá).

La autoasasinofilia es la fantasía masoquista de ser asesinado. Y Cela recoge en su Diccionario del erotismo la autonecrofilia, que denomina como el deseo de comportarse como un cadáver en las relaciones sexuales.

Por su parte, la autonepiofilia es el estímulo de utilizar pañales y ser tratado como un bebé.

Como vemos, hay una definición para cada uso, para los más rebuscados, y a veces me pregunto si no fue antes el vocablo y después lo que nomina.

Ispahán

Ispahán

Persia, fantástica tierra de apariciones y milagros antes de convertirse en oscuridad inestable de Irán, plagada de leyendas y cuento sin fin, donde el genio es tan habitual como la alfombra volante y el castillo, el dragón o la dama encantada, con sus largas trenzas doradas, corren de boca en boca por los contadores de historias que se reunían a la caída del sol en las plazas.

Releo en estos días algunos cuentos de todas las latitudes que me siguen maravillando. Los compilo en mi cabeza con un nexo común y pienso que una literatura oral estableció el suceso en los distintos pueblos y algún escribiente, tan luego, lo redactó.

Pienso también que hay puntos de luz, rincones del espacio, donde es dable que intervenga lo extraordinario con fehaciente credibilidad.

Uno de estos resguardos se ubica en Ispahán (Isfahán o Isfaján), la perla de Persia, la tercera ciudad más grande del ancho Irán.

Remito a los breves lectores de este blog un par de pequeños cuentos que se localizan en ese enclave, donde todo es posible por gracia de los noventa y nueve nombres del antiguo Allah.

La primera de estas historias, curiosamente, no se aleja de nosotros en el tiempo en demasía. Pertenece a Le Gran Ecart, traducido al español como La gran separación, escrito por el polifacético francés Jean Cocteau en 1923.

El gesto de la muerte dice así:

«Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

—Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan.»

La segunda historia la recoge Jorge Luis Borges en una especie de apéndice llamado Etcétera de su Historia Universal de la infamia (1935), que después también formaría parte de Cuentos breves y extraordinarios (1955), del mismo Borges y Bioy Casares, y aún en la Antología de la literatura fantástica, a la que se unió a estos dos argentinos Silvina Ocampo, que vio la luz en 1977.

Borges asegura que esta fantasía fue contada por Sherezade al infortunado sultán de Shahriar la noche 351, pero, reviso algunas versiones de Las mil y una noches, y el texto que acude es diferente.

En cualquier caso, reproduzco a continuación la deliciosa Historia de los dos que soñaron, puesta en boca del historiador arábigo El Ixaquí:

«Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: ’Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla’. A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: ’¿Quién eres y cuál es tu patria?’ El otro declaró: ’Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí’. El capitán le preguntó: ’¿Qué te trajo a Persia?’ El otro optó por la verdad y le dijo: ’Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste.’

»Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: ’Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de una mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete.’

“El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.»

* El sultán conmuta la pena a Sherezade.

Granadinos en los XV premios Flamenco Hoy

Granadinos en los XV premios Flamenco Hoy

2013. El año pasado —venimos anunciándolo desde hace tiempo— el flamenco que se hace en Granada demostró su buena salud, pues eclosiona en estos tiempos la cantera que se ha ido fraguando en la última década. Es indiscutible el buen hacer y las trayectoria endógena de los artistas, que destacan contrastadamente en el panorama flamenco nacional.

Son, como digo, carreras de fondo, carreras individuales y tremendamente coherentes. La política del ‘pelotazo’ en el flamenco no existe. Hay que demostrar la madera, el estudio, la perseverancia…

El público aficionado es quien en realidad importa y evalúa, aunque son los concursos quienes empujan y elevan el listón. Un comité de entendidos hace de jurado, más o menos local, para otorgar en galardón por la muestra in situ del arte de cada cual. Pero hay unos premios, Flamenco Hoy, que concede la prensa especializada y los estudiosos del flamenco en toda España (más de 60 individuos), por el trabajo realizado el año anterior.

Doce son los premios que se ofrecen, más un “Premio Especial” por su labor continuada y por la trayectoria del personaje, que este año ha recaído en Ricardo Pachón.

Entre estos doce galardones, el premio por excelencia es el “Mejor Disco de Cante”, que le será entregado a la granadina Marina Heredia por A mi tempo. Da la casualidad que, por este disco, también ha sido premiado su productor, José Quevedo ‘Bolita’.

Como “Mejor Bailaor” y “Mejor Bailaora” igualmente han sido dos granadinos: Manuel Liñán y Eva ‘Yerbabuena’.

Otros triunfadores son Juan Manuel Cañizares, “Mejor Disco de Guitarra Solista” por Falla por Cañizares; “Mejor Disco de Cante Revelación”, o sea, primer disco, otorgado a Joaquín de Sola por Principio; “Mejor Guitarra de Acompañamiento” a Jesús Guerrero; “Mejor Disco Instrumental” al pianista Diego Amador por Scherzo Flamenco.

También se otorgan premios a la “Mejor Labor de Promoción del Flamenco”, que ha recaído en el Festival Flamenco de Jerez; la “Mejor Labor de Difusión en Medios” a Flamenco Radio de Canal Sur; el “Mejor Libro”, por La correspondencia de Sabicas, nuestro tío en América. Su obra toque por toque de José Manuel Gamboa; y el “Mejor Dvd” por La Reina del Embrujo Gitano de Carmen Amaya.

Por último quiero decir que siete de los premios concedidos entran dentro de la votación personal que realicé en su día.

* Marina Heredia en la foto.

Servicios públicos

Servicios públicos

Paquillo, cuando camarero en La Tertulia (debía ser a finales de los ochenta o principios de los noventa, cuando pusieron en Granada las cabinas para miccionar en las paradas del autobús), me comentó que querían editar una revista. Los detalles no los recuerdo, pero sí que me pidió que colaborara con alguna columna fija de contenido social, centrado en la ciudad, y que le pusiera un nombre a esa sección. A los pocos días, le entregué un texto de prueba, con su cabecera y el tono irónico que pretendía. Le gustó, así me lo dijo, pero tanto el proyecto como mi texto se volatizaron. No sé si pregunté una vez o una docena de veces por el tema en cuestión. Ante las continuas subidas de hombros, me olvidé yo también del tema. Al tiempo, el título que había pensado para que encabezara mis artículos, La ventaja de ser ciego en granada, se lo escuché a Paquillo como una ocurrencia suya.

Ahora encuentro este texto en una antigua carpeta:

Soy poco aficionado a la ciencia-ficción. Pocas veces he leído sobre ese asunto. Quizá porque no tengo le mente suficientemente abierta ni una capacidad de abstracción lo bastante amplia como para asimilar vidas paralelas a la nuestra, en diferentes e invisibles dimensiones, o para concebir guerras interestelares entre superiores seres alienígenas con forma de patata fláccida con dos cabezas cristalinas o de llave inglesa burbujeante con siete u ocho brazos prensiles que pasan todos ellos de firmar la declara­ción de hacienda. Estoy muy lejos de pensar que seremos dominados por orates cerebros manipuladores de las débiles mentes de una humanidad robotizada o que nos visitarán y destruirán criaturas informes salidas del híbrido de una rata sidosa y el aborto de una planta carnívora en descomposición, semejantes a mi primo Felipe cuando acaba de pisar una boñiga de perro, pero con dos narices y con antenas en vez de las protuberancias cómicas que adornan su frente desde la pasada navidad.

No, no suelo leer relatos de este tipo. Sin embargo, reconozco que existen obligados ejemplares que hay que abordar tarde o tem­prano por su reputación, interés literario o hipotético, o bien por las insistentes recomendaciones del amigo que juega a Jiménez del Oso o a psicoanalista-futurólogo cuando bebe algo más de un par de copas, conduzca o no.

Pues bien, uno de esos libros comprometidos fue (y cayó hace poco), La guerra de los mundos de H.G. Wells. La abordé como una obra necesaria de leer, aunque sólo fuera por ser el relato que estremeció a América. Y la verdad creo que el joven continente se estremece por nada. El cuento trata de la invasión de los marcia­nos. Que al final fueron destruidos por nuestros pequeños aliados, las bacterias.

Recién acabada la lectura salí de mi casa y entré en Granada. Avancé por la avenida y al llegar al Triunfo me pareció ver uno de los “cilindros” con que vinieron los atacantes de Marte, en plena parada del autobús. Me acerqué a la nave con reconocido miedo, pues opino como Woddy Allen que los cobardes viven más, y me coloqué junto a varios desocupados más de estas mañanas invernales.

Pronto me di cuenta de que no eran OVNIS invasores, sino inofensi­vos retretes individuales en los que, previo pago ranural de cinco duros, puedes higiénicamente (eso sí) aliviar la vejiga. Lo cual es uno de los mayores placeres del ser humano. Además de ilustrar con bella música la actuación más ensayada del día, te regala el olfato con un penetrante olor a flores artificiales.

En ese momento se desmoronó la concepción romántica que tenía de los servicios públicos. Idea que me fue inculcando el maestro Henry Miller a través de sus libros. A estos urinarios, él se iba a leer a Melville, a James, a Lawrence, a London o a Rimbaud. Se sumergía a escrutar a otros grandes desaguadores, mientras conversaba con ellos o se jactaba, una vez más, de ser un hombre que orinaba mucho y que eso era señal de una gran actividad mental.

En mi niñez, conocí vagamente los retretes públicos de Plaza Bib-Rambla y ahora soy asiduo visitador de estos en otras ciudades, en sus plazas o estaciones para relajarme contemplando esa obra de arte que le da identidad al lugar. Subterráneos o al aire libre, están siempre impregnados de romanticismo, de ese sabor añejo a necesaria complicidad, orinando de pie, con otros semejantes que te dan la espalda con el pantalón desbraguetado y, si hay suerte, con algún viejo mirón sediento de contemplar carne joven, de no importa que sexo, pues no logra ejercer la pederastia. Viejos que se consuelan, como el personaje de Nabokov, esperando a las colegielas en el portalón de la escuela.

Unos váteres así, sí encantan. Retretes colectivos. Antros meato­rios de banal perversión. No como las cápsulas que nos ofrecen como modernas alternativas de aquel entrañable meódromo. Cabina que se higieniza automáticamente después de cada úrica evacuación.

Y encima anuncian “W. C.”, como si en castellano no existieran apela­tivos y sinónimos suficientes para designar a ese lugar.

La explicación puede ser que ya somos europeos, aunque tengo entendido que en los servicios del Reino Unido su cartel reza “Toilettes”.

Sobre la traducción

Sobre la traducción

Aunque no le he prestado nunca demasiado interés a los traductores de libros, le he tenido siempre mucho respeto y admiración. No sólo deben trasladar, de una manera fidedigna, el texto original a nuestro idioma, sino que deben de saber escribir coherentemente, deben construir las frases correctamente y, lo más difícil, deben trasmitir el espíritu del libro original y el pulso narrativo del autor original.

Cualquier lector, mínimamente atento, advierte estos extremos y, si sabe disfrutar, disfruta doblemente con una traslación cuidada que con una literal.

Anécdotas tengo unas cuantas. Por ejemplo, cuando quise leer por primera vez gran parte de los escritos de Nietzsche, que me compré parte de su edición en una feria del libro. Nada más empezar (por El crepúsculo de los dioses, creo que fue), su prosa pueril y mal construida vetó mi lectura.

Con Dublineses, de James Joyce, me pasó algo parecido, aunque culminé sus páginas. El texto estaba lleno de leísmos y de laísmos, y de algún otro atentado a las buenas formas.

También abordé, en este mismo año, una revista dedicada al plagio y a sus afueras, donde una de sus propuestas era un poema de Shakespeare con al menos una docena de traducciones distintas, y posiblemente todas eran exactas.

Disfruté en su día cuando pude ver la película de Cyrano de Bergerac (uno de mis héroes), donde Gerard Depardieu hacía el papel protagonista, sobre todo por sus diálogos versificados. La autoría de la exquisita traducción recayó en el poeta catalán Pere Gimferrer y, al decir de los entendidos, en este aspecto era mejor la versión española que la original francesa.

¿Puede, de esta forma, una traducción superar a su modelo en lengua vernácula? Es posible, si no cierto. Depende mucho de la altura del intérprete. En música puedo decir que prefiero a Antonio Vega cantando el Romance de Curro el Palmo que el mismo Serrat o que Enrique Morente dignificó a don Antonio Chacón con su disco homenaje.

Ahora he leído, a modo de experimento, un mismo cuento, de Truman Capote, traducido por dos personas diferentes. Las diferencias son mínimas, pero muy interesantes y aclaratorias. Desde el mismo título, que uno traduce Ataúdes artesanos y otro Ataúdes tallados a mano hasta que el primero traduce los nombres propios y el segundo los deja en su idioma. ‘Prairie Motel’ es en el primer cuento ‘Motel Pradera’.

Curiosamente, hallo entre mis papeles sin fin, un texto de juventud que puede concatenar con este post. Apunto su comienzo a continuación:

«Ocurrió después de leer Alicia en el País de las Maravillas y me preguntaron ¿qué? (quizá fuera yo mismo el que pedía mi opinión, posiblemente mi subconsciente interrogaba a mi consciente).

Ese qué aislado, único y concreto, en realidad abarcaba un número indefinido de preguntas, un cuestionario cargado de items agudos y perfectamente estructurados para explicar mis más ínfimas apreciaciones sobre el libro de Carroll.

Argumente una gran impresión al enfrentarme con el libro y un buen sabor de boca al mismo tiempo. Me sorprendió gratamente, pues no era ni mucho menos lo que yo esperaba. Alicia llegó a ser un compañero de mi niñez, como Gulliver, Blancanieves o el Oso Yogui, y lo identificaba con un personaje bastante etéreo y divertido, un vapor rosa que pulula por un mundo al revés, medido y rimado como un soneto, con ritmo, como un vals... Sin embargo lo encontré real. Vi una niña actual, con sus preocupaciones y con sus sueños (todo fue un sueño). En realidad, pensé muchas cosas, pero sólo dije (sólo me dije): es inglés. Es un cuento anglosajón, de la segunda mitad del siglo pasado. Es una respuesta comprometida, resbaladiza. ¿Es que se caracterizan los cuentos según dónde se hayan escrito? ¿La literatura, desde el momento que puede ser traducida, no pierde la nacionalidad, no distingue fronteras y pasa a formar parte del patrimonio de la humanidad? Y si fuera eso, ¿los autores no están por encima de los rasgos distintivos nacionales, no pasan a ser espíritus libres, personas apátridas, ciudadanos del mundo, capaces de hablar un idioma internacional? Pisaba en tierras movedizas, en una especie de gelatina que me envolvía y amenazaba con no dejarme salir.

Pero de pronto me sentí muy seguro en mis afirmaciones. Mi intención traspasaba el plano de la hipótesis y pasaba a ser una teoría muy certera. Como comparar la prosa nórdica de Laguervich, Hesse, Mann, Grass o Ende, con la latina de Pirandello, Euxepery, Mendoza, Pessoa o Seferis, o con la suramericana de Borges, Márquez, Rulfo, Carpentier o Allende, o con la eslava de Dostoyesky, Tolstoy, Makarenko o Pasternak...».

* Alice Liddell. Fotografía: Lewis Carroll.

Buenas intenciones

Buenas intenciones

Flamenco Viene del Sur. Acuérdate cuando entonces

No es la primera vez que un cuadro supera al titular. Cuando una bailaora se rodea de músicos de primera línea, si no es ella misma número uno, si no es rompedora y sin fisuras, si no irradia gracia y frescura, pellizco y nostalgia, suele ser así. El lunes pasado terminó el ciclo Flamenco Viene del Sur con la Compañía Guadalupe Torres abordando un espectáculo con intención de recordar los grandes nombres del cante en su época dorada.

Guadalupe, para la ocasión, cuenta con dos bastiones de altura en el cante de atrás: Pepe de Pura y Moi de Morón; y con una guitarra sobresaliente, Antonio Sánchez, que, como referencia, es sobrino de los Lucía, Paco, Ramón y Pepe.

Comienza el espectáculo con los dos cantaores por soleá, acompañados por el solo compás de sus nudillos sobre una mesa orillada a la izquierda del escenario. Desde ese momento, todo son homenajes, a Terremoto de Jerez, a Manolo Caracol, a Tío Borrico, a Pastora Pavón , a Pepe Pinto, a Chocolate, al Chozas…, que van apareciendo de vez en vez, sus rostros y declaraciones, proyectadas en el fondo del escenario.

Pepe de Pura hizo alante cantiñas del Pinini y los dos se rompieron por seguiriyas. El guitarrista, por su parte y en solitario, abordó un compendio excepcional con aires de levante, donde no faltó un remate por granaínas.

También se pudieron escuchar tangos de Triana, fandangos y balerías, como fin de fiesta.

La bailaora madrileña lo bailó casi todo pero con un tempo muy reposado y carente de transmisión. Parecía sólo ilustrar el cante, que oía y bailaba como dejándose llevar. A veces faltaba sangre, manos y cintura. Su rostro era expresivo y sus intenciones eran buenas.

* Foto: Joss Rodríguez©.

Vale

Vale

La interjección vale se usa, según el Diccionario de la Real Academia, para despedirse en estilo cortesano y familiar. Y, Gregorio Sánchez Doncel, en el Diccionario de latinismos y frases latinas, sigue el dictado de Corominas, traduciéndolo como ‘adiós’, comentando que es una forma de saludo, usada en singular.

Cervantes se despide así en el Quijote, como muchas obras de la época, y, en La Galatea escri­be: “Hizo una sepultura en el mesmo lugar do el cuerpo estaba y dándole el último vale, le pusieron en ella”.

Asimismo Suárez de Figueroa, en El pasajero, expone: “Besé mil veces el mármol, y dejándole anegado casi todo con mis lágrimas, vio las amadas reli­quias el último vale con una canción...”.

‘Último vale’ también lo recoge el DRAE, como voz en desuso, referida al “adiós o despedida que se da a un muerto, o el que se dice al remate o término de algo”.

Sin embargo, Néstor Luján, con justa indignación, reconoce, en Cuento de cuentos, que vale significa en latín ‘consérvate sano’, y no se explica cómo “muchas gentes desconocedoras de la etimología creyeron, sobre todo a partir del siglo pasado, que la palabra vale puesta al final de las posdatas de las cartas y sin repetir la firma y rúbrica, quería decir que lo añadido valía; o sea que vale, en este caso era del verbo valer”.

El filólogo catalán, Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, hace derivar esta partícula del verbo valer, y lo traduce como ‘adiós’, avalándose en Calderón y en el Diccionario de Autoridades, pero que deriva del imperativo latino valere, ‘estar sano’.

Hoy se desacredita igualmente toda etimología y vale vuelve a provenir del verbo valer, con el significado de ‘de acuerdo’.

El hombre que aprendió a enamorar sirenas

El hombre que aprendió a enamorar sirenas

Delfino. Se llamaba Delfino Sanabria y desde siempre había creído que su nombre encerraba alguna suerte de premonición. Aunque era de interior (había nacido en un pueblo de la Alpujarra granadina), el mar le llamaba la atención sobremanera. Desde muy niño, quizá de bebé, había aprendido a nadar y a sumergirse como si el agua fuera su elemento vital. Cuando podía, conforme iba creciendo, bajaba a la costa y se familiarizaba con todo lo que tuviera que ver con el azul.

En La Herradura, una playa aneja al municipio de Almuñécar, relativamente próxima a su vivienda, entró a formar parte de un club de submarinismo donde descubrió la grandeza y el colorido de los fondos marinos. Nunca quiso utilizar el arpón. Mientras algunos de sus compañeros simpatizaban con la pesca subacuática, Delfino se inclinó por la fotografía. Llegó a participar en alguna exposición colectiva.

Las bombonas de oxígeno le proporcionaban una gran autonomía en el fondo, pero su peso relativo y sus burbujas continuadas, mermaban su libertad, espantaban sus modelos y enturbiaban sus instantáneas. Pronto, a raíz de este impedimento, aprendió a bucear a pelo y a aguantar la respiración como un cazador de perlas micronesio.

Aunque no era rico, sus padres, desaparecidos en un accidente múltiple cuando Delfino era todavía un niño, le habían dejado una pequeña fortuna en tierras e inmuebles, lo que le permitió dedicarse a la mar por completo. Se hizo con un pequeño velero, donde estableció su habitación, en el que salía a navegar días y semanas, casi siempre de cabotaje, aunque alguna vez se aventurara piélago adentro casi hasta Alhucemas, ya en costas africanas.

También fue componiendo una biblioteca especializada para reconocer lo que la práctica le había enseñado. Así supo ponerle nombre a todos los seres que contemplaba y que aparecían de vez en vez en sus retratos oceánicos. La gaviota también se llamaba larus y los mejillones mytilus; el cangrejo ermitaño eupagurus y el pulpo octopus. También aprendió de botánica. Se familiarizó con el musgo de Irlanda y con las lechugas de mar, con los sargazos vejigosos y con las anémonas.

Por el oeste atravesó el Estrecho de Gibraltar y conoció el océano abierto, y, por el este, intimó con una tortuga mediterránea (testudo hermanni) en las islas Baleares, donde arribó un día de mar en calma. Pero donde más disfrutaba era en las aguas límpidas de Cabo de Gata, donde escasísimo se le presentó la foca Monje (monachus monachus) y donde le pareció ver fugazmente los cabellos azules de una breve sirena.

En vano persiguió la estela blanca de su cola plateada, mientras su mente le repetía una y otra vez que no era posible. Un banco de atunes tergiversó su huella y al cabo dio con la aleta dorsal de una tollina que emergía para tomar aire.

Desde ese momento, a Delfino Sanabria no le quedó más entendimiento que para aprender abundoso sobre la sirena. Llegó a conocer desde su nacimiento vivíparo, por eso carecen de ombligo, hasta su canto, distinto para cada ejemplar; desde el color de su cabello y su peine de nácar hasta los arrecifes donde viven y atraen a sus enamorados; desde sus avistamientos más recientes hasta el conocimiento de las sirenas que han existido, tanto de mar como de torrentera.

Supo también de su escasez o de su existencia ajustada a la hagiografía, a la que se resistía a creer, o a no creer, que en este caso es lo mismo. De quedar ejemplares en las costas españolas, aparte de la joven almeriense de cabello índigo, que no volvió a ver, se hallarían en el norte de Portugal y en el litoral gallego, próximo a las rías. También entendió que aún existían entre sus habitantes descendientes de sirenas, desde que el paladín Roldán tuvo tratos con una sirena en la playa de Arosa, que actualmente abrazan los apellidos Mariño de Lobeira o Cunqueiro.

Se interesó por varias cuestiones. Cómo encontrarlas, cómo comunicarse con ellas y cómo enamorarlas, moría por averiguar el sabor de sus besos. Terminó de esta guisa siendo gran experto, no sólo en lo referente a sirenas, sino de todo el litoral que ellas contemplaban.

Había aprendido sin ningún género de dudas minuciosamente sus detalles, incluso a enamorarlas como ambicionaba. Pero el joven Delfino, que ya no era tan joven, nunca vio sirena alguna que no fuera el recuerdo del destello blanquiazul que prendió en el Mediterráneo.

Ya viejo e impedido para el mar, se sentaba en la marquesina de su casita costera, viendo a las olas romper contra las rocas o morir en la orilla, a los pescadores atentos a su faena y a los barcos que fatigaban sus sueños, mientras en un bastidor de bolillos practicaba el arte de componer encajes.

* Playa Dos Espiños, a illa de Arousa.