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Flamenco

El baile denuncia de Israel Galván

El baile denuncia de Israel Galván

Festival de Música y Danza de Granada

Lo Real/Le Réel/The Real

A ver cómo lo cuento. Israel Galván no es el único bailaor que abandera la vanguardia del baile flamenco. Ni siquiera es el primero. Lo han precedido Vicente Escudero o Mario Maya, por citar sólo a dos de sus referentes. Pero sí encontramos en Israel una coherencia en sus extremos, otra vuelta de tuerca cuando parece que los pernos están apretados, un trasfondo canastero en tanta avanzadilla, un compás de excelencia en todo el conjunto.

Israel, desde el principio, ha hecho gala de su rebeldía. Obras como El final de este estado de cosas, y su depuración, apellidada redux, basadas en los textos del Apocalipsis, encumbran, no sólo su trasgresión, sino también su compromiso.

En octubre de 2012, se inauguró en Berlín un monumento en memoria de los gitanos víctimas del Holocausto. Según fuentes oficiales, unos 500.000 gitanos de Europa fueron asesinados durante el Tercer Reich por ser racialmente inferiores, como los judíos, los homosexuales, los testigos de Jehová y los comunistas.

El bailaor sevillano recoge el testigo de esta memoria histórica y nos ofrece una obra de poco más de cien minutos donde se mete en la piel de uno de estos gitanos en un campo de exterminio para darnos su especial visión de este suceso.

Como si se tratara de un documental, la función está dividida en partes, que se anuncian conceptualmente en paneles que se alzan al efecto. Así, después de un preámbulo (Se corta el aire), donde vemos todo el escenario lleno de ‘herramientas’ y su esqueleto, es decir, sin bambalinas que oculten el foro, comienza la primera parte: Un hombre, de los muertos crecen flores.

Con el flamenco, en forma de granaínas, malagueñas y verdiales (David Lagos), comienzan el relato. Pero es un flamenco desgarrado, lleno de silencios y estridencias. Como tónica general, la música será interrumpida por miles de ruidos y la impertinencia de instrumentos ajenos. A la guitarra Juan Gómez ‘Chicuelo’ armoniza el conjunto.

Galván es un hombre solo que no entiende nada, que se interroga a sí mismo y a los objetos con que interactúa. A pecho descubierto y con tirantes (a veces descalzo) lanza su discurso epiléptico, lleno de poses y de movimientos imposibles, pero con un compás y un trasfondo de flamencura reconocibles. Un piano desvencijado, al que arrastra y golpea, puede ser la imagen de la burguesía, del fascismo, de su impotencia.

Tomás de Perrate canta en caló, parece, una tona, antes de dar paso a Belén Maya, una mujer: el cielo tiembla y se cae. Con ritmo de tangos la bailaora remeda al bailaor. No se luce, sin embargo. La interpretación exagerada merma su eficacia. (En unas cajas de tablas de madera se proyecta al tiempo el vídeo Canta Gitano (1982), de Tony Gatlif, donde actúa Mario Maya.)

Con soleá y bulerías llega el intermedio, protagonizado por Isabel Bayón: Carmen, la chinche y la pulga. Sus maneras irónicas arrancan sonrisas. Su baile es más lucido y provocador. Hasta canta un poco.

Una gitana entrada en carnes sale a escena y, con las manos, mantiene el mismo lenguaje que sus predecesores. También entona el anuncio de Neoclor por tanguillos. El cuadro de músicos continuará esta cantinela y después el anuncio de Cucal: hay que dejar todo limpio y acabar con las cucarachas.

Unas bulerías nos precipitan al final. La muerte es un maestro bienvenido. El escenario va mudándose con diversos objetos (maderas, columnas y rejillas metálicas…), que sirven para dimensionar los pies de Israel.

Gran protagonismo tienen el resto de actuantes: Juan Jiménez Alba al saxofón, Alejandro Rojas Marcos al piano, Antonio Moreno a la percusión, Eloísa Cantón al violín, Bobote a los jaleos y palmas, Pablo Pujol y Pepe Barea, actores, pero sería interminable una crónica que podía haber contado de mil formas diferentes.

Como fin inesperado, los tablones que han servido para anunciar las partes del drama, se levantan, ocultando el escenario, pero dando la impresión que los cautivos somos los espectadores.

Con Saura llegó la luz

Con Saura llegó la luz

Festival de Música y Danza de Granada

Flamenco hoy de Carlos Saura

Tratándose de Carlos Saura, asistimos a un largometraje. Más de dos horas de función, con su intermedio en el ecuador y unos asientos que se iban trocando en piedra a medida que pasaban los minutos, merman cualquier atisbo de buena voluntad.

Destacamos el juego de luces (Paco Belda y Joaquín Osuna); el aprovechamiento del espacio (Laura Martínez) que, con cuatro grandes bastidores y cuatro espejos, dinamizan la escena con decenas de ambientes; y el vestuario (Antonio Alvarado), más de las chicas que de los chicos, que agrada el conjunto y da versatilidad a ese diseño lumínico. Destacamos sobre todo el armazón musical creado por Chano Domínguez y Antonio Rey, guitarrista sin fisuras del espectáculo, ganador del Premio Nacional de Guitarra en sus tres categorías; la genérica plasticidad coreográfica de Rafael Estévez y Valeriano Paños, dos de los bailaores actuales que más tienen que decir; y la propuesta escénica y primera obra en vivo dirigida por el cineasta español.

Sin argumento reconocible y un afán por mostrarlo ‘todo’ y homenajear al flamenco a través de sus grandes figuras y momentos, se nos presenta una obra sin duda bella pero sobrecargada de intención. Nada menos que diecisiete momentos (a veces subdivididos en varias escenas) constelan la función.

Citando no más a los bailarines de buen nivel: Ana Morales y Rosana Romero, como solistas (además de los coreógrafos aludidos), y como elenco: Carmen Manzanera, Sara Jiménez, Macarena López, Andoitz Ruibal, Oscar Manhenzane, Daniel Morillo, Jesús Perona; a los músicos de altura Javier Galiana (piano), Ernesto Aurignac (saxofón/flauta), Martín Meléndez (bajo/chelo), José Córdoba (percusión); y a los meridianos cantaores: Sandra Carrasco, Blas Córdoba, Israel Fernández; se nos iría un artículo que pretende no ser demasiado ancho.

Así, no desgranaré todo el programa, sino, permitidme,  que dé sólo unas pinceladas. Después de una breve presentación, Sandra Carrasco interpreta unas nanas, Hágase la luz, con una voz tan hermosa y sentida que puede le traicionara en otras entregas (Piensa en mí).

Al mejor Paños lo veremos en la farruca, como al mejor Estévez lo veremos en la zambra caracolera casi a los postres.

La propuesta por sevillanas y su comparación entre las bíblicas de Alosno, con su lentitud acentuada, y las corraleras de Lebrija, con su comicidad vertiginosa. Quizá, la parsimonia de las primeras, hizo alargar innecesariamente una escena que llegará a apuntarse un poco más tarde.

La Danza de los ojos verdes y el Fandango de Bocherini, donde se da paso a la escuela bolera y al clásico español, quizá fueran las piezas más cansinas, aparte del piano de Galiana y las humoradas de Rafael.

La guajira de Ana Morales fue una gozada de sensibilidad y estilo.

En la segunda parte, más deslavazada, tiene lugar hasta el pasodoble. Las bulerías divididas en cuatro (tierra, aire, fuego y agua) también son dignas de mención. La luz, el estilo y la sal de los actuantes (Estévez, Morales, Paños, Romero) ofrecen parte de los mejores minutos.
Aplaudo, como los dos días pasados, la entrega por seguiriyas y la novedosa y eficaz soleá blues masticada gozosamente por el piano, saxo, bajo eléctrico y escobillas de jazz.

Termina el espectáculo por cantiñas. Unas alegrías que vindican más que nunca su hermandad con el pueblo zaragozano, visiblemente en sus letras, y que terminan, para mayor abundamiento, en una jota aragonesa, o sea, en una jota gaditana.

* Uno de los carteles anunciadores de Flamenco hoy de Carlos Saura.

Dorantes iluminado

Dorantes iluminado

Festival de Música y Danza de Granada

Sin muros! 

David Peña ‘Dorantes’ es sobre todo un músico. Su nacimiento y experiencia lo forman como flamenco, pero su apertura de miras lo acunan más allá.

Ayer, en el Palacio de Carlos V, quiso presentar Sin muros!, según dicen, su trabajo más personal. Sin muros! es el delta coherente donde desemboca el río que nos lleva desde que en 1996 grabara Orobroy. Es la culminación de una etapa o el comienzo de otra que rezuma precisamente libertad, ausencia de corsé y de paredes.

El pianista sevillano se rodea de una serie de grandes músicos restándose él mismo un protagonismo tentador y creando así el gran combo necesario para ofrecer su propuesta orbital.

Su incursión en el jazz no es tan profunda como la que concede al clásico contemporáneo en los primeros temas en donde expone su oferta. En la guajira Atardecer el contrabajo de Javier Moreno desentona (se recuperará, aunque no determinante, en los temas sucesivos). La percusión de Javi Rubial se hace tan necesaria como memorable un poco más adelante.

Otro par de temas, Ante el espejo y Errante, para declarar, corto de palabras, no de sentimiento, que dedica el concierto a Enrique Morente y que nos tiene preparada la sorpresa de contar entre sus filas con Marina Heredia, que hará una fabulosa presentación por granaína y media.

Arcángel toma el relevo de la granadina, interpretando Aliento, una seguiriya rica en melodía y con un obstinato a compás digno de elogio.
A partir de aquí, con el sexteto en pleno, se alternarán Marina, con las alegrías Caracola y el onubense con un romance. Un aplauso aparte merecen los músicos, Ricardo Moreno a la guitarra acústica, Faikal Kourrich al violín y sobre todo Marcelo Mercadante al bandoneón, dimensionando toda la obra con sonidos porteños y orientales.

Las bulerías 4 Leguas de amor nos precipitan a un final claramente reconocido con el respetable por derecho aplaudiendo de pie.

Como bis casi obligado, Dorantes interpretó su Orobroy, preñándolo en su mitad con una gavilla de fandangos dichos en alternancia por los dos cantaores. Una delicia.

* Un momento del espectáculo (foto expoliada de la edición digital de Ideal firmada por González Molero).

La Alhambra se tragó a Mercé

La Alhambra se tragó a Mercé

Festival de Música y Danza de Granada

Flamenco del milenio

Hubo varias razones para que José Mercé no diera el cien por cien que se esperaba. A saber: el público no era eminentemente flamenco, sino que respondía a esa heterogeneidad media que acude habitualmente a este Festival; su dinámica, por otra parte, pasa por un respeto rayano en una desconsiderada frialdad; quizá, por último, el Patio de los Arrayanes de la Alhambra terminará por fagocitarlo.

A esto se le debe añadir la elección de un repertorio denominado Flamenco puro ‘Jondo’ que, a los no iniciados, les resultaría distante y a los aficionados se nos podría quedar corto.

No obstante, José, llegó dominando. Con su chaqueta roja y su estampa mediática, prometía arrasar. Reconoció que el sitio le imponía, pero que era un privilegio cantar en él. A la guitarra Diego del Morao, heredero directo del compás jerezano, ofrecía seguridad.

Unas correctas malagueñas, donde Chacón dio el punto de partida, sirvieron para templar al artista. No era mal comienzo. La soleá, que se supone que es uno de sus fuertes, estuvo comedido, sin arriesgar, como cumpliendo un compromiso.

Entiendo que hay cantaores, que hay artistas, que se les debe exigir según su altura y la largueza de su sombra. Un flamenco como Mercé no debe dejar rendijas por donde se cuele el aire; bebe romperse con cada tercio y hacer vibrar a la concurrencia.

La única vez que se nos erizó la piel un tanto así, la única vez que amagó el estremecimiento de un placentero pellizco, fue con la seguiriya. También Morao estuvo extraordinario, alternándose con el maestro, dando dos de cal y ninguna de arena.

Parecía que con esta entrega comenzaba el concierto, que Mercé bordaba de molde las letras que lo preceden. Pero fue el canto del cisne. Un quiero y no puedo, una apatía y un jota, caballo y rey determinaron el resto del recital.

La desgana posiblemente respondiera al efecto pescadilla: no terminaba de conectar con el público, ergo la parroquia no comulgaba con ese oficiante.

Los tientos-tangos fueron de mal en peor. Para el remate le faltó compás. No sé por qué llevó a dos palmeros consigo, Mercedes García ‘Merce’ y Manuel Pantoja ‘Chicharro’, si sólo lo arroparon a los postres. En los naturales se defendió acordándose de los grandes. Y para las alegrías ya se unieron los coros con menos eficacia que de costumbre: sus voces no se escuchaban.

Las bulerías, con las que acabó la función, sirvieron para elevar nuevamente el listón. El soniquete de su tierra se impuso como marchamo indiscutible, en el que Diego, dejando hacer, tuvo un papel protagonista.

Como fin de fiestas, un poquito más por bulerías, fuera de micrófono, pusieron la guinda a un pastel artificiosamente edulcorado.

En general, quizá más por la calidad que por la cantidad, el recital quedó cojo. Así que, después de retirarse y con el público yéndose, regresó para cantar post festum su éxito Aire en el que paradójicamente creí adivinar algunos ahogos.

Sobre el significado de la zambra

Sobre el significado de la zambra

Los andaluces, sobre todo los de aquí; los granadinos, sobre todo los que tienen cierta relación con el flamenco, pueden dar una explicación aproximada de la palabra zambra.

La zambra, genéricamente, es la fiesta de los gitanos andaluces, que aún se cultiva en las cuevas del Sacromonte granadino, basada en la tradicional fiesta morisca con música y algazara, que ya, desde el siglo XV, se manifestaban en festejos castellanos y en procesiones de Corpus, como lo atestigua Francisco Núñez Muley, morisco de 1567 (el arzobispo santo [fray Hernando de Talavera] holgaba que acompañasen al Santísimo Sacramento en las procesiones del día del Corpus Chisti, y de otras solemnidades, donde concurrían todos los pueblos á porfía unos de otros, cual mejor zambra sacaba…).

La actual zambra sim­boliza la boda gitana, que se especifica en tres momentos principales o tres bailes de ca­rácter mínimo: la cachucha o el ‘perdón de la novia’, la alboreá (prueba de la pureza) y la mosca (baile final lleno de picardía).

Estos elementos clave se refuerzan con otros cantes/bailes típicos de Granada (tangos y fandangos) y otros adoptados (bulerías y alegrías). (Por extensión, o deformación, también puede denominarse zambra al espectáculo genérico en la cueva, al baile o a la cueva en sí.)

Zambra también es un toque y cante específico, cercano al tango y de gran influencia morisca, el cual dable es ser acompañado con bandurria, pandero y cascabel.

Rafael López Rodríguez, en un glosario elaborado para Planeta-Agostini apunta que exis­te una versión con acompañamiento de orquesta, creada por músicos profesionales, sobre estos cantes y bailes, popula­rizada en los años cuarenta y cincuenta por Manolo Caracol y Lola Flores, que se presta mucho a la estampa teatral.

Famosas son las zambras que cantaba Manolo Caracol (Carcelero, carcelero, La niña de fuego, La Salvaora...) que, en gran medida, empiezan y acaban en él y remedadas hasta la saciedad.

El Diccionario de la Real Academia Española, define zambra, en su primera acepción, como la fiesta que usaban los moriscos, con bulla, regocijo y baile; y, en segundo lugar, concreta que es la fiesta semejante de los gitanos del Sacromonte, en Granada.

Corominas, por su parte, la hace derivar de la palabra árabe zamr ‘instrumentos musicales’ y la fija como ‘orquesta morisca’, ‘baile de moros’, ‘fiesta morisca con música y algazara’.

Poco más adelante, el filólogo añade que las zambras tenían fama de ruidosas, por lo que le asocia los sinónimos de ‘algazara (del cual el DRAE también se hace eco), bulla y ruido de muchos’.

De zambra deriva a su vez zarambeque, que es el tañido y la danza alegre y bulliciosa de personas de raza negra (¿?).

El primero en utilizar la palabra zambra en documento literario fue Góngora, en un poema escrito en 1586: …quadras espaciosas / do las ramas y galanes / ocupaban a sus Reies / con sus zambras y sus bailes.

Ahora leo en un facsímile de finales del XIX, un artículo periodístico de un cocinero de S.M. Alfonso XII en el que se queja de los extranjerismos en el lenguaje culinario, diciendo: nuestra lengua, tan rica en zambras, bacanales, jaranazos, francachelas y regodeos, tuvo que ir siempre a extraños idiomas para buscar la expresión de sus solaces distinguidos; lo que me ha dado pie para acomodar estos ecos. 

* Danza Morisca en Granada (1529) de Christoph Weiditz.

Un bailaor fuera de lo corriente

Un bailaor fuera de lo corriente

Es siempre un placer escudriñar los pasos del que anda por buen camino. Es siempre agradable el reencuentro con la discreta excelencia.

El viernes, enterado de que Luis de Luis bailaba en Jardines de Soraya, en el Albaicín granadino, y después de un tiempo sin verlo, no dudé en reservar una mesa para disfrutar nuevamente de sus propuestas, mucho más si un cuadro de carácter lo arropaba.

Se distinguía en primer lugar a su compañera Esther Marín que, aunque eché en falta un paso a dos, posiblemente por problemas de espacio, tuvo en solitario momentos memorables.

El aspecto musical lo cubría César Cubero a la guitarra y José Cortés ‘el Indio’ (también bailaor) a la percusión. Hay una pléyade en Granada de guitarristas de oficio que, aun tocando a diario y con decidida eficacia, no destacan como debieran. La tierra de la sonanta es tan rica y extensa que un guitarrista de ‘base’, en realidad es un gran artista.

César rellena el espacio con su toque brioso y seguro, en el que el resto de los componentes almohadan su participación. Como puede serlo David Sorroche, un cantaor de ‘élite’, estudioso y preciso; con esa modulación que quien busca en el flamenco algo más lo encuentra.

Por tarantos empezó la noche. Cantes de levante que terminaron por tangos, asomándose a Morente y al Camino. Que bailó un Luis de Luis personalísimo, estratosférico, creativo como él solo y con un punto de programada improvisación digna de figurar en los anales. (Antes de comenzar el espectáculo, me confesó que estaba afectado de la pierna. No se notó de ningún modo, aún cuando mis miradas se dirigían al apéndice dolorido.)

En los abandolaos, el cantaor se acercó definitivamente a Granada. Recordó a Ganivet y al jabegote de ‘vender los ojillos’ que cantara Paco el del Gas.

La tercera propuesta vino por Cádiz y su presencia más popular. Abordó estas alegrías Esther Marín, con una desenvoltura que no conocía, aunque puede que su atención desmedida le restara frescura. Confianza que fue ganando y, en la preñez por bulerías de este cante, demostró la grandeza de su espontaneidad.

Una pincelada por bamberas principió la soleá que remataba la noche. Una soleá que pronto pasó a bulería, donde Luis ofrece con creces la maravilla de su estilo, el control del espacio, el dominio de su cuerpo, el compás a su servicio, la creación continua, el desapego del convencionalismo, la virilidad extrema, la gracia contenida.

Todo esto cobra un valor añadido con la atención y la sabrosura que se respira en Jardines de Soraya. De hecho, cualquiera que me pregunta para ver flamenco de calidad y trato exclusivo (con muestras a diario) le recomiendo este rincón albaicinero.

* Luis de Luis (foto de su facebook).

Nuestra vanguardia

Nuestra vanguardia

Trisquel Flamenco

A finales de julio del pasado año pudimos ver en Los veranos del Corral esta obra minimalista, de difícil nombre, que se nos presentó como el aire fresco, como la punta de lanza de unas propuestas flamencas que quieren desatarse el corpiño.

La elegancia siempre es discreta. La grandeza está en las pequeñas cosas. La parquedad de un escenario con tan sólo un piano en su centro, un piano en su centro y un solapado juego de luces, nos trae la excelencia. Repito lo del piano porque es el único instrumento, el hilo musical de la obra en sí, que adquiere un protagonismo evidente. Una obra cerrada, medida, perfecta. Una obra sin fisuras. Compleja dentro de su sencillez, que va imbricando su propuesta, preparando el ambiente, hasta el estallido final en forma de romance por bulerías.

Trisquel es un diálogo flamenco a tres voces; un espectáculo nada convencional donde el piano, la voz y el cuerpo se entrecruzan para crear belleza, para convocar al duende.

Antonio Campos, al cante, ideólogo de la obra, quiere reivindicar, sin alardes, sin gritos desmedidos, su origen gitano, su presente flamenco, su destino orbital. Recuerda a su paisano José Heredia Maya y habla en caló, poniendo sus cartas boca arriba, tirando de compás y de buen gusto, haciendo trascender el estudio que lleva detrás.

Pablo Suárez es el pianista. Sensible y pausado (utiliza el pie izquierdo, que amortiza la melodía). Dimensiona el cante de Antonio, llevando todas las piezas a ser obras de museo. A solas se acerca a Debussy.

Con su baile, Manuel Liñán, va entretejiendo la función como si de bolillos se tratara. Su verticalidad, sentido del ritmo y manera de rellenar los silencios, lo hace único. Reciente ganador del premio Max de Danza, domina el espacio y el centímetro. Su visión coreográfica muestra cómo sus intervenciones escalonadas forman parte de un todo.

Entre los tres cierran un círculo difícil de superar. Ora en conjunto, ora por parejas, ora individualmente, proponen, exponen y disponen, sin temor a equivocarme, el camino por el que debe avanzar el flamenco.

* Foto de Antonio Conde©.

Flamenco de élite

Flamenco de élite

Este miércoles, 29, en el Teatro Alhambra se presenta Trisquel flamenco, una obra exclusiva de Antonio Campos, al cante; Pablo Suárez, al piano; y Manuel Liñán, al baile (reciente premio Max de Danza), a la que es imprescindible asistir.

Se estrenó durante la última temporada en la XIV Muestra de Flamenco “Los veranos del Corral” el 25 de julio de 2012. Me atrevo a decir que fue el espectáculo estrella de aquel ciclo, del que escribí un artículo en su día, publicado en granadaesflamenco.com (mi blog no funcionaba en ese momento), el cual reproduzco a continuación:

Antonio Campos es un cantaor inconformista que busca y rebusca hasta encontrar la veta escondida, en palabras de Neruda, la rompe, la besa. Es gran estudioso, asaz sensible y preocupada.

El miércoles 25 quiso estrenar en el Corral del Carbón sus últimas pinceladas. Esto fue un concierto a piano y voz con un artista invitado al baile. El cante nacía de su garganta, de su cabeza y de su corazón; las teclas eran acariciadas por Pablo Suárez; Manuel Liñán, con su baile, ilustraba los momentos.

Como resultado, una obra delicada, intimista y novedosa, redonda e inteligente, que remueve las entrañas al tiempo que eleva al espectador a la suprema belleza.

Antonio comienza con una copla sentida cercana a la zambra acompañada al piano. A su término, Manuel Liñán, uno de los mejores exponentes del baile granadino, desnudo de todo tipo de acompañamiento, se marca un compás por bulerías con simpáticas concesiones a lo contemporáneo, a la manera de Israel Galván. Este zapateado servirá de hilo conductor durante toda la función, dándole unidad y coherencia. Un espectáculo emotivo, con temas bien seleccionados y no habituales, como la milonga Si llegara a suceder, grabada por Encarnita Anillo en su disco Barcas de plata de 2008.

El piano de cola sirve a continuación de elemento percutido, haciendo compás por seguiriyas, asomadas a la fiesta, los tres protagonistas en su madera e incluso tañendo sus cuerdas. El baile es progresivo. Se hace y rehace, bebiendo de sí mismo como un continuo obstinato. La precisión del bailaor, su verticalidad y sentido del ritmo hacen de la parquedad una virtud.

Una generosa entrega al piano, nada convencional de Pablo Suárez, introduce una intachable granaína. Cuando después, a su término, el cantaor anuncia: “A la memoria de José Heredia Maya” y recita unos versos de este poeta gitano. Primero en caló, después traducido, que Liñán borda, pues está hecho a bailar palabras. El mismo poema termina cantado reuniendo a los tres músicos en plena complicidad.

Otra entrega del zapateado alegre, con grave nota final por el mismo bailaor que termina frente al piano, da paso a un extraordinario solo de Pablo Suárez.

La bambera nos acerca al final. El baile termina remedando los movimientos del cantaor en un paralelismo tan cómico como eficaz.

Acaba la función con un romance por soleares sobre la pérdida de Granada por los moros cantado por Antonio a boca de escenario. El baile se le une antes de ser repetido por bulerías, dando sentido cabal a los varios apuntes con los que ha coloreado la escena a lo largo del espectáculo. El piano también se les une cerrando de esta manera el círculo que con tanta maestría desde un comienzo han trazado.

En conjunto es una obra delicada, coherente y sabia, digna de los mejores escenarios y aplausos de calidad.

* Trisquel en el Corral del Carbón (foto de Antonio Conde©).

La parquedad de Rafaela Carrasco

La parquedad de Rafaela Carrasco

Flamenco Viene del Sur

Un anticipo de este espectáculo, De un momento a otro, de Rafaela Carrasco, lo tuvimos este verano en el Corral del Carbón. Ya supimos de su estilismo y su compás; de su preferencia por el juego de pies y el discurso percusivo; de su baile minimalista y desenfadado, quizá demasiado.

Rafaela sabe disfrutar de su baile y sabe rodearse de los músicos versátiles que le almohaden el encuentro. El granadino Antonio Campos, al cante, compañero casi inseparable, es de los granadinos imprescindibles en la escena de atrás. Jesús Torres y Juan Antonio Suárez ‘Canito’, a las guitarras, le dan una vuelta de tuerca al flamenco. Suenan con una acústica especial, se desbordan por los costados y se complementan como si fuera un hombre de cuatro brazos. Y, a la percusión, a ese protagonismo evidente de la percusión, el finlandés Karo Zámpela borda de encajes todo el conjunto.

Es precisamente este percusionista el que abre y cierra la función con un pandero que le da pie a carrasco para exponer su conceptualismo lleno de sensaciones. El pandero introduce fandangos, que llevan sólo compás. Antonio, un cantaor que se sale, atrae el cante a sus melismas, respetando la tradición. Rafaela vuela, vuela Rafaela, y nos trasmite ese aire de libertad.

Serán con este cinco momentos en los que expone su danza de vuelta, el saber acumulado de muchos años, las propuestas que ha ido fraguando para abordar los cantes tradicionales. Son cinco momentos de parquedad generalizada, entre los que se suceden propuestas musicales para alentar los suspiros.

Las bulerías no tienen anverso. Las bulerías no dicen mentiras. En el baile por bulerías, en la simple pataílla, se aprecia todo un conjunto de gracia, compás, espontaneidad y eficacia.

El pasodoble es un clásico en el repertorio de esta bailaora, que interactúa con los músicos como si de improvisados partenaires se tratara. Un pasodoble que se asoma al tango argentino y Antonio lo preña con sabor a fandangos.

Tanto las cantiñas como el tema final, Panderos, viene coreografiado por Manuel Liñan. En el artículo dedicado a este bailaor, hice mención a que componía para bastantes artistas y era un referente en el baile nacional. He aquí la prueba.

Con bata de cola blanca (la única vez que no baila con pantalones), borda la pieza más enraizada de todo el espectáculo. La pausada escobilla es digna de aplauso.

Para terminar, el breve escenario, con cinco panderetas alternas, cobra vida y los cuatro músicos se tornan tamborileros marcando con precisión el romance preferente que Antonio nos dice. Es la guinda de la obra. Es donde Rafaela muestra sus cartas y confiesa su paradero y su trayectoria y el movimiento que la convence.

Todo esto, como en inesperado regalo, se envuelve en el sonido preciso de Juan Benavides, de Juan Benson.

Caminando por Bojaira

Caminando por Bojaira

Seguimos caminando por Bojaira. Jesús Hernández es un pianista de jazz que, desde hace al menos media docena de años, se está acercándo al flamenco, impregnándose de él. No le interesa adoptar las claves del cante y trasladarlas a su música, sino al contrario, emprende el humilde camino de hacer flamenco con las claves del jazz. Así su música es completamente reconocible en nuestros esquemas. Así su toque suena a flamenco.

A principios de año, este pianista granadino lanzó un disco (Bojaira) con todas sus inquietudes. Algunos temas que lleva en cartera unos cuantos años (colombiana) y otros de reciente factura para la grabación. Como resultado, un disco redondo, lleno de verdad y de respeto, que no puede defraudar ni a los amantes del jazz ni a los amantes del flamenco.

Como buen jazzero, concede un amplio margen a la improvisación y a los hados del momento. Como buen jazzero, cada apuesta es distinta dependiendo de la formación de ese momento (los músicos de jazz y los flamencos, en el buen sentido de la palabra, son mercenarios) y del capricho de los vientos, acercándose al dictado machadiano de que los pasos determinan el camino.

La apuesta era segura, no me cabía duda. Mis expectativas, sin embargo, quedaron cortas por la excelencia complice entre una buena interpretación y un sonido impecable.

Comienza la noche con las mismas seguiriyas con las que empieza el disco. Desde un principio se vino a apreciar la perfecta comunión de un baterista completo (Álvaro Maldonado) y de un bajista necesario (Manolo Sáez) con el piano de Jesús, que forman el trío base de la agrupación. La parte melódica, aparte de la voz versátil de Sergio Gómez ‘Colorao’, correspondió al saxo tenor de Paul Stocker, con solos memorables. Los pies (el taconeo) que le aportan a este tema una dimensión más que interesante, arraigada en la madera de la tradición, los prestó José Cortés ‘El Indio’, que, en el resto de la función, va metiendo su preciso juego de tacón punta, a veces olvidándose del resto del cuerpo.

Para los tientos-tangos (Sueño alfa) tiene un particular protagonismo la voz de Sergio, aunque genéricamente la voz se convierte en otro instrumento al servicio del conjunto. El compás es contagioso y la admiración creciente. Admiración que goza de especial aplauso en las variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach por soleares, que no vienen a ser más que unos virtuosos ejercicios para teclado en número de treinta y tantos, a la que Hernández quiso contribuir.

Acaba esta primera parte con la bulería llamada Laura, cargada de remates espontáneos, que se prolongan en la bulería con la que empieza la segunda parte y que le da nombre al disco. El bajo eléctrico ha cambiado por el contrabajo de Nico Langenhuijsen.

La fiesta continúa por alegrías donde se evidencia sin distinción el peso del flamenco y coge las riendas de la percusión Babacar. Hacía tiempo que no veía un baterista con la personalidad de este senegalés. Es un espectáculo verlo tocar, desde la manera de asir las baquetas hasta la contundencia en su toque.

Las colombianas, La risa de Mario, como digo, ya es un clásico; y la granaína, Camino a Mauá, que a su mitad se abandola con guajiras, le debe algo a Debussy.

Por bulerías, fuera de los ocho temas que componen el disco, termina la velada. Expusieron el tema Iris de Whayne Shorter, ya con toda la formación en escena.

Como bis imprescindible, suenan los tangos del saxofonista Paul Stocker, con indiscutibles aires del De Lucía.

El torrente de José Valencia

El torrente de José Valencia

Dueño del compás y del jaleo, José Valencia alimenta los lunes del Teatro Alhambra con su cante estridente, pero no desbocado, al que incluso se le amplifica en demasía.

Conocimos a este catalán hermanado en Lebrija cantando para el baile, donde es toda una eminencia, reconocido y demandado por las grandes compañías de danza, queriendo apostar por un valor seguro. (Últimamente ha venido acompañando a Eva Yerbabuena.)

Hace algunos años, José comenzó a cantar para alante, avalado por su trayectoria y su saber, con resultados más que positivos.

Ahora graba su primer disco Solo flamenco, una declaración de intenciones, un intento de desnudar el cante de influencias externas, a veces nocivas. El resultado viene a presentarlo en este ciclo de la Junta de Andalucía.

Valencia se templa con malagueñas de la Trini y se abandola por Ronda, rematando enérgicamente por el Albaicín (bien ese final valiente). La frialdad del comienzo le pasa factura y la guitarra de Salvador Gutiérrez, normalmente eficaz, no le sirve de ayuda.

El lebrijano continúa sin pena ni gloria por soleá y taranto y levantica. Quizá abuse del mismo discurso en los cortes o en la ligazón de los tercios.

Para las cantiñas, que comienza a firmar con nombre propio, reclama el compás exacto de Juan Diego Valencia y Manuel Valencia. Y de los tientos-tangos pasa a las seguiriyas, que remata por cabales, quizá su mejor entrega, y donde el guitarrista aportó toques merecedores.

José Valencia también fue rey en las bulerías de su tierra, demostrando su dominio de los cantes rítmicos. Termina la fiesta a boca de escenario. (A este cantaor no le hace falta micrófono.)

De regalo, en vez de las prometidas tonás, hizo entrega de tres fandangos naturales, el último de ellos sin megafonía.

Un concierto correcto aunque raspado, quizá por la parquedad en sí, quizá por el desamor de una plaza exigua.

* Foto de Antonio Conde©.

Nuestro hombre en la Corte

Nuestro hombre en la Corte

Flamenco Viene del Sur

Viva Madrid que es la Corte. Siempre que pensamos en Manuel Liñán, lo concebimos como algo nuestro, aunque se encuentre lejos, aunque pase el tiempo… Quizá porque él también siente que nunca se ha ido. Su vinculación con Granada, con su Realejo, con su familia, con sus amigos, es algo que lo lleva y lo expresa. En su baile se nota ese arraigo con su patria chica, en sus maneras y en su habla se conoce ese hilo que, lejos de romperse, se afianza un poco más cada día.

Manuel Liñán es de los bailaores actuales más interesantes del panorama nacional. Es efectivo y convincente; personal e incombustible; y con una creatividad desbordante. Es aclamado por el público, reverenciado por la crítica y admirado por sus iguales. Tanto es así que figuras de primer orden le piden coreografías para sus espectáculos.

En el Teatro Alhambra, el lunes, 29 de abril, presentó su trabajo Sinergia, su último espectáculo en solitario, donde no deja de bailar, tan sólo en momentos puntuales, y acaba como empezó. Parece que no le cuesta trabajo, parece que es un trámite, parece que se divierte y que siempre guarda un poquito por lo que pueda venir, lo que es de agradecer.

Sinergia es la combinación entre un bailaor y su cuadro, la complicidad entre la expresión plástica y la musical, para concluir en un producto superior a la suma de los dos anteriores.

Con unos cantes de labor en diferido comienza la escena con los actuantes repartidos en sillas y ‘vistiéndose’ en turnos para la ocasión, dando paso a las seguiriyas con coda final por tonás. Juego de voces, de Juan Debel y Matías López ‘El Mati’, reconocidas y aplaudidas desde un principio, por lo añejas, por lo complementarias, por lo acertadas, si bien la de El Mati algo cascada, aunque bonita y con intención.

Liñán desde el principio canastero, rompedor, espontáneo y con un toque novedoso que no le hacer caer en el bailaor enigmático que juega con la vanguardia. Su estilismo es encomiable, su ritmo endiablado, su dominio preciso. Y siempre en la cara una sonrisa.

En la soleá por bulerías, en la soleá, en las bulerías, en el solo compás, Manuel juega con el silencio, uno de sus puntos fuertes, uno de los ases en la manga que siempre ha querido mostrar. Acaba bailando de rodillas en un alarde tanto de fuerza como versátil, tanto de hombría como de comicidad.

Un solo de guitarra del buen Víctor Márquez ‘Tomate’ (esta vez sin baile) precede a la rondeña de Ramón Montoya interpretada por este mismo guitarrista de manera ejemplar (¡qué bueno sale el guiso cuando los ingredientes son de primera!).

El bailaor granadino, con un deje bastante clásico, interactúa con una silla hasta presentársela a la sonanta y apuntar el último rasgueo mientras Tomate descansa su mano derecha.

Algo parecido ya vimos en el Corral del Carbón de este verano, con Antonio Campos (espectáculo que volverán a traer próximamente). Aunque el paralelismo más exacto son la serie de los tres solos que van mostrando a capela los pasos estremecedores de los tangos finales. El juego de luces tiene gran importancia.

El preámbulo de las cantiñas son unos segundos de tonás que desembocan en una de las piezas más ricas de toda la obra, donde tiene una participación destacada la palmera y compañera inseparable Ana Romero. (Los encargados de hacer compás en un recital flamenco suelen ser grandes músicos.) Hay silencios, capela, compás, humor, recuerdos…

Liñán interactúa con sus músicos y remeda los movimientos del cantaor, o viceversa, y se queda muchas veces en un segundo plano para demostrar que todo es necesario. Terminan por acordarse de Morente y ese aporte a las alegrías de Rafael Alberti en su Marinero en tierra.

Los fandangos también son cambiantes. Se imbrican las voces, la guitarra y las palmas, los naturales y los de Huelva. Y, continúa la complicidad, cuando a los postres el cantaor hace compás con los nudillos en la suela del danzante.

El segundo gran momento sin baile es una vidalita, donde las voces se alternan con gran belleza, y donde se acuerdan de Valderrama.

El final es en off, como empezó. Los actuantes se ‘desnudan’ de algunas de sus prendas que el bailaor se va calzando. Así, con la camisa de uno de los cantaores, la chaqueta del otro y el lazo del tocaor, Manolo pone la guinda por tangos. Esos tangos que ha venido apuntando con toda intención, y sin música que lo respalde, desde el principio del espectáculo. Que diga quién que no domina por tangos; que diga quién que no ronea como el primero; que diga quién que no le corre la sangre del Camino, de la pita y de la penca por las venas.

Josele entre amigos

Josele entre amigos

Hay conciertos divertidos, muy divertidos, porque disfrutas lo que estás viendo. Hay otros, igualmente divertidos, por el lugar, los actuantes o el ambiente. A veces se combina un poco de todo esto y la muestra se convierte en una función familiar.

El pasado miércoles estuvimos en La Botelleca al filo de la media noche disfrutando de la guitarra de Josele de la Rosa y sus amigos.

Josele avanza. Josele estudia. Josele tiene grandes maestros. Josele goza de una mano derecha notable, sacromontana, apta para el rasgueo y el compás. Josele es de esos guitarristas granadinos, que forman legión y son imprescindibles para formar la base de la pirámide exclusiva de la sonanta.

Con apenas veinte personas de expectación, el guitarrista granadino se encuentra a gusto, dispuesto a disfrutar y hacer disfrutar.

Se desentumece en solitario con una granaína. Una pieza que pule hasta sacar sus brillos más ocultos, hasta llegar a estremecer por momentos. Continúa con una farruca agradecida que le ha acompañado desde que Luis Mariano se la mostró.

A la Isla, son unas alegrías que realmente suenan a Cádiz, que están en deuda con Juani de la Isla. Para ellas requiere el compás de Javier Mota a la percusión, al que se le unirá uno de sus amigos invitados. José Manuel Rojas, escribidor de flamenco y cantante del grupo pop Delapica, presta su voz en Hijo de la Luna, de Mecano, donde Josele nos recuerda sus escarceos con el grupo Yenza.

Este mismo cantante, con otro de los componentes de su grupo a la guitarra, Nino López, le prestan Juanillo, un tema de Delapica con trasfondo de soleá.

Sergio Cuesta, otro incondicional, aportó su conocimento y su saber en unos tangos morentianos, que comenzaron con La Estrella, para seguir con otros imprescindibles del maestro. Y puso su grano y su compás en el final por bulerías.

Lolo Casas, guitarrista versátil y muy flamenco, aunque el flamenco no sea lo suyo, aúna sus seis cuerdas de vez en vez. Digno es destacarlo a los postres, cuando suena las bulerías de De Juani de la Isla y sobre todo con Sultans of swing de Dire Straits, con aires de fiesta, con lo que se cierra el concierto.

El mimo del baile

El mimo del baile

Flamenco Viene del Sur

Málaga tiene un tesoro que se llama Carrete. Carrete es único y es personal; cuenta una historia en cada uno de sus bailes y tiene un sentido del ritmo sobresaliente. A sus 72 años reconocidos (¡quién sabe!) goza de un espíritu joven y de una energía encomiable. Zapatea, se agacha y desafía como un bailaor en sus mejores tiempos. Y, sobre todo, salpica sus bailes de un finísimo humor que lo define y sobrepasa la idea convencional del artista flamenco. Si a esto unimos un cuadro escaso, pero bellamente escogido, tenemos todo un espectáculo: Carrete en vivo, la función que nos brindó este malagueño el lunes, 22 de abril, en el teatro Alhambra.

Rafael Rodríguez abre la noche con un solo de guitarra. Es Momento de calma, una zambra rotunda, muy arabizante y agradecida.

Como artista invitada, Mª Ángeles Gabaldón, aborda unos tangos de málaga, cantados con aire por La Repompa y principiados con guiño a las guajiras. La bailaora sevillana se muestra correcta y académica. Quizá presionada con la frialdad del momento.

Carrete aparece con traje, sombrero y bastón, con el que marca el compás por alegrías y con el que interactúa hasta que lo suelta, lo mismo que se desprende del sombrero y aun de la chaqueta, mientras cuenta la historia que nos trae. Carrete es expresivo como un mimo. Su gracia y su dominio hacen que su baile sea un paseo, un recorrido que alegra y admira, como un artesano al que no puedes dejar de atender.

De nuevo Gabaldón vuelve por seguiriyas con vestido de media cola negra y acompañada por palillos. Es esbelta y rotunda; redonda y entregada, aunque le falta el dramatismo que requiere la pieza, que recuperará hacia el final con el cambio de Curro Durce. Juan José Amador, al cante, no está tan fino como acostumbra.

Para los tarantos, Carrete, con traje blanco, utiliza una silla como estático partenaire, al que después le da alas. Primero convencional, con ese juego de manos (grandes manos) nada ortodoxas, para acelerarse a su mitad y llegar a sentarse, haciendo un alarde de su compás exagerado, y pasear la silla y santiguarse, como al final de cada uno de sus bailes, y brindarnos la faena y rematar dos o tres veces y hacer mutis casi con trabajo.

A la hora exacta llegan los saludos y el generoso y repetido fin de fiestas por bulerías, donde todos, contagiados con la comicidad del protagonista, hacen sus pinitos y donde Mª Ángeles, en su brevedad, se suelta el pelo y podemos atender a su valor y su chispa.

Aquí quedó Carrete, un bailaor elegante, saleroso y personalísimo, como digo, al que, visto lo visto, le quedan aún muchos años para darnos satisfacciones.

* Foto de Antonio Conde©.

Metafóricamente hablando

Metafóricamente hablando

Metáfora / Ballet Flamenco de Andalucía

Con algo de retraso me animo a comentar esta obra dispar del Ballet Flamenco de Andalucía. Su división en dos partes bien alejadas entre sí hacen exceder el tiempo apropiado. Con todo y con eso, el dinamismo y los destellos de luz avaselinan ese minutaje.

La Suite Flamenca, la primera de las dos funciones, que ya pudimos ver en el Generalife el verano pasado, carece de argumento, en tanto que Metáfora (segunda parte) encierra tanto simbolismo que se pierde en el concepto.

Hasta el intermedio, la propuesta es bastante más flamenca, en la que destaca un Rubén Olmo más flamenco que nunca (lo demostrará en su pataílla final por bulerías); una Patricia Guerrero encomiable, nuestra artista local, completa como pocas y con un juego de cintura y de muñecas envidiable, amen de su dominio del espacio y la diagonal y de un palmito más que agradecido (sobresaliente en A mi aire); un cuerpo de baile correcto y bien coordinado, sin destacados ni rezagados mencionables; y, sobre todo, una estructura musical de primera, en la que destacan las composiciones de Diassera y de David Carmona, cuya guitarra se dejó sentir pregrabada en la taranta En sueño, interpretada con un bello paso a dos.

Después del interludio, Metáfora viene como un distinto collar para el mismo perro. El abuso de la música en off se evidencia claramente (remezcla de clásica contemporánea), salvo en los martinetes, con sólo una estridente percusión, y alguna que otra pieza.

El flamenco pasa a un segundo plano y protagonizan la escena el clásico español, la escuela bolera y guiños a los bailes regionales.

Interesante juego de luces y propuestas de vestuario, completamente acertado para las chicas, cuando para los hombres era un parche futurista.

En general, un espectáculo agradable de ver, con buena madera y momentos notables. Lástima que esa madera no arda en fogata de altura.

* Rubén Olmo en la foto, director del Ballet Flamenco de Andalucía.

Morente y Lorca

Morente y Lorca

Con motivo del patrón de la Facultad de Filosofía y Letras, san Isidoro de Sevilla, se han programado una serie de actos conmemorativos. Ayer tuvo lugar una conferencia sobre “Morente, el hermano de Lorca” por el flamencólogo y biógrafo morentiano Balbino Gutiérrez y un recital de algunas piezas del maestro interpretadas por su hija Soleá, acompañada por Juan Habichuela ‘nieto’ a la guitarra.

Fue casi una sorpresa. Me enteré por la mañana poco antes de que diera comienzo (estaba anunciado para las 12,15).

Aparte de Aurora Carbonell, algún que otro familiar, allegados a la familia de Morente, unos cuantos aficionados y algunos alumnos, la sala estaba incomprensiblemente vacía hasta su mitad.

Balbino manifestó con toda razón la hermandad de Enrique y Federico, no sólo en la inquietud musical sino en la visión globalizada de las artes. Morente pasó directamente de las novelas del oeste al universo lorquiano (Doña Rosita la soltera). Desde sus primeros discos lo ha acompañado hasta llegar a fundirse. ¿Cómo dos creadores de Granada, posiblemente los dos más grandes creadores que ha dado esta tierra, no van a estar unidos en espíritu y manifestación artística?

El mismo cantaor expresó en cierta ocasión sentir la cercanía del poeta de Fuentevaqueros que le llegaba a parecer un miembro más de su familia.

El conferenciante desmenuzó las grabaciones de Morente y rescató hasta 38 cortes en los que aparecían los versos de Lorca. Un trabajo concienzudo que, me temo, calaba más en los iniciados que en el público en general.

La segunda parte estuvo protagonizada por el cante de la hija del maestro, con la compañía del último guitarrista que le acompañó en sus giras.

Juan Habichuela rompió el hielo con una recreación de Aunque era de noche. Sus dedos vertiginosos, el soniquete propio de la familia y la limpieza en su ejecución destacan indiscutiblemente.

Soleá se incorpora haciendo la Nana de Oriente, una bella creación paterna que también grabó su hermana Estrella.

Soleá atesora, además de una buena voz, afinada y melodiosa, los registros familiares del tono cambiante. Entre la lírica y el flamenco destaca esta cantaora que llega a estremecer con sus ayeos.

Continúan por bulerías (Señor, que florezca la rosa), para terminar con el Pequeño Vals Vienés, con una magistral introducción a la guitarra.

Fuera de programa y sin ensayo alguno interpretaron los memorables tangos La Estrella, pero que tanto el uno como el otro lo tienen más que asumidos y los han abordado de una u otra manera cientos de veces.

Fue lo que fue, un momento único como tantos otros que, viendo el resultado, me aventuraría a augurar una interesante comunión entre estos dos artistas. El nombre ya es mítico: Morente-Habichuela.

La esencia de Granada

La esencia de Granada

De cobre y lunares

Estamos de suerte, en poco menos de un mes, por nuestros escenarios, ha pasado lo más granado del baile flamenco en nuestra tierra. Ya disfrutamos del baile sin igual de La Moneta, de la bella evolución de Patricia Guerrero y ahora de la esencia de Ana Calí y de su apuesta por la tradición.

El lunes, como viene siendo costumbre en el teatro Alhambra, pudimos contemplar el baile destilado de esta motrileña. Ana es una corredora de fondo, que se auto exige sin hacer ruido. Los momentos inseguros, el amor al terruño y sobre todo la falta de oportunidad la han mantenido en un segundo plano, siendo cabeza de ratón en un corpus local tan aplaudido como cerrado.

Su espaldarazo, el terrón de azúcar, llega después del esfuerzo y la constancia de manos de la Junta y el ciclo Flamenco Viene del Sur. Lástima que sólo tenga una función en Granada. Lástima que fuera de nuestras fronteras no puedan ver lo que esta bailaora encierra.

De cobre y lunares es un espectáculo eminentemente granadino que ya se estrenó en el Museo-Cuevas del Sacromonte. Su deseo es rescatar los bailes tradicionales de nuestra tierra tal y como se hacían en la primera mitad de siglo en las cuevas de Valparaíso.

El baile granadino se caracteriza por la fuerza. La brusquedad en sus movimientos encierra un punto de sensualidad explícita y un tinte racial semi hipnótico. La riqueza de sus formas, cantada por los viajeros desde el siglo XVIII, es un tácito patrimonio digno de ser conservado.

La función empieza con un vídeo con imágenes en blanco y negro de aquél entonces, cuando en el barrio se vivía para la danza, que se dice que las gitanas ni se desvestían para estar preparadas con sus volantes, llegado el momento. Incluso, antes de comenzar, se escuchan unas voces, como debieron ser, alertando la faena.

A partir de aquí se desarrolla un todo continuo con los bailes típicos que, aunque son manifestaciones corales, con varias bailaoras, Ana los reproduce individualmente, concentrados como perfume en pequeño frasco.

La cachucha es el baile típico con el que comienzan las zambras sacromontanas, es decir, el ceremonial de la boda gitana. Su somática alegría desemboca en los tangos del Camino, los incombustibles tangos de Granada, con ese dejillo moro característico. Enrique Morente ha entrado a formar parte de nuestro acervo flamenco. Es difícil que se escuchen tangos sin que sus composiciones aparezcan.

Hay que destacar la eficiente labor de Alfredo Mesa a la guitarra y de su seriedad creativa; y de los cantaores Sergio Gómez ‘El Colorao’ e Iván Centenillo. Precisamente Sergio nos regala una granaína y media llena de color.

En la soleá de Graná se ve a una bailaora más suelta, dominando por fin los nervios iniciales y convenciendo con cada uno de sus desplantes. Rigurosamente de negro, Calí va trasmitiendo todo el sentimiento de esta pieza.

El escenario es parco y la ausencia de luz incide en su pobreza. La fiesta, que se supone envuelve esta manifestación, a veces supone un sobreesfuerzo. Sobreesfuerzo que tanto la bailaora como sus músicos realizan.

Iván se encarga, con gracia y dominio, de interpretar los tangos del Petaco. Unos tangos comúnmente bailados con una cadencia lenta y picarona que en este caso son sólo cantados, aproximándose en su ecuador a los tanguillos típicos que enriquecen este cante.

Dos interludios de la guitarra española de Rafael de la Rosa y de la bandurria de Fernando de la Rosa, que actúan como fiel acompañamiento de toda la obra, aunque de impecable ejecución, cortan el ritmo de la propuesta completa.

En la zambra, con su concesión a la variedad de tangos granadinos, ya admiramos a una bailaora desenfrenada y consciente; reflejo exacto de todas las bailaoras que le han precedido. Ni un detalle le falta a su figura ni a sus movimientos. El compás de ‘El Cheyenne’ y de ‘El Moreno’ son imprescindibles.

Otro cante típico de Granada son los fandangos del Albaicín, un cante valiente que requiere el control y la garganta del ejecutante. Es agradable escuchar estos fandangos cuando suenan por derecho.

Las alegrías, aunque típicas de Cádiz, como sabemos, no pueden faltar en la fiesta granadina. De blanco y repartiendo flores y sonrisas, Ana triunfa indubitablemente. Habrá un antes y un después en su carrera a partir del 8 de abril de 2013.

Como fin de fiestas, la mosca, que suele cerrar el ceremonial de la zambra, es interpretada con todos de pie, en boca de escenario, rodeando a la protagonista. La mosca es una danza llena de picardía, que Ana reproduce castamente, pero que insinúa lo que todos sabemos.

Los aplausos y la satisfacción de la redondez, sin apenas aristas, convencen de la calidad de una artista que siempre ha estado entre nosotros.

 * Foto de Antonio Conde©.

 

Patricia en La Platería

Patricia en La Platería

El sábado pasé por La Higuera para ver a Sara La Samarona. Es increíble la seguridad que ha cogido esta cantaora en sí misma, que hasta en el aspecto físico se le nota, y la expectación que despierta. Tiene salero, aguardiente y maestría en recomponerse cuando los hados le gastan una mala jugada. A su lado, Petete con la guitarra. Para las bulerías se dio una pataílla bien graciosa.

Después en La Platería la sorpresa fue mayúscula. No sólo por la percusión de Miguel ‘El Cheyenne’, el verdadero latido del flamenco; no sólo por la guitarra de Luis Mariano, posiblemente de los mejores guitarristas de acompañamiento; no sólo por las voces exclusivas de Juan Ángel Tirado, con su cajita de música en la garganta y su afinado torrente de voz, y de David ‘El Galli’ y su dominio con los bajos y los medios, que es como duele el cante; sino sobre todo por la bailaora Patricia Guerrero y su especial evolución.

Patricia ha sabido absorber de todos los maestros de los que se ha rodeado la esencia de su verdad y ha sabido adaptarlo a su discurso. Una bailaora, un bailaor, cualquier artista que se suba a un escenario y tiene algo que decir y sabe cómo contarlo, tiene parte del camino hecho. Patricia ha sabido limar asperezas, relajar el ceño y emplear todo su cuerpo para el fin deseado. Su esbeltez, su juego de cintura y sobre todo de muñecas rubrican un estilo eminentemente granaíno pero lleno de aire y de fronteras abiertas.

Un generoso comienzo al cajón recibe a los cantaores haciendo compás y alternándose por cantes extremeños, que dan paso a la guitarra orbital de Luis apuntando por levante y la primera aparición de la bailaora. El taranto pasa a ser tango tras un guiño sobresaliente. Se advierten huellas sacromontanas reconocibles que la adentran en un olimpo particular.

Un interludio sin baile llega por bulerías y después por seguiriyas. Llama la atención cuando los mismos músicos se admiran, se autoexigen y se aplauden entre ellos.

Patricia vuelve con bulerías por soleá. El fuego arde con toda la intensidad y los plateros están encantados con una de sus ‘hijas’. La bailaora se muestra muy canastera y con ganas de agradar, a pesar de las condiciones algo adversas de un escenario pequeño y de unas luces que difícilmente hacen justicia.

Con el fin de fiestas por bulerías vemos que tanta fiesta y tanto compás de doce tiempos va sobrando.

La duración del aplauso final, con los parroquianos de pie, no se ha visto desde hace mucho en la ‘Capilla Sixtina’ del cante.

* Foto de Miguel Clavero (creo).

El sentido de Dani de Morón

El sentido de Dani de Morón

Cambio de sentido

La prueba más fehaciente de la altura de un músico, de un artista en general, es que sea admirado por sus iguales. Ayer, primer día de abril, el teatro Alhambra estaba lleno de guitarristas y guitarreros, de flamencos y aficionados, porque la presentación de un tocaor de altura funciona como un imán.

Ya conocíamos el virtuosismo de Dani, sus devaneos jazzísticos; ya nos familiarizamos con sus vueltas de tuerca y con su toque extraflamenco. Pero ha querido él y el destino que aterrice. Su primer disco en solitario, Cambio de sentido, que presentó el lunes, es un trabajo flamenquísimo, exclusivamente musical.

Quizá el contacto con  Paco de Lucía, en su gira de Cositas buenas, como segunda guitarra, le sirviera para desnudar su argumento, para quedarse en la esencia de las seis cuerdas y en su prolongación en el espacio.

Después de escuchar el disco, después de atender al concierto, sacamos la conclusión de que su trabajo es asequible para el gran público, pero sobre todo es una labor para iniciados. La riqueza de sus piezas, el aprovechamiento de los recursos, el fraseo estilístico… es algo que está pero puede pasar desapercibido; y, por otra parte, la sencillez con la que todo se muestra, alejado de efectismo, es digna de encomio.

Inmigración es un tema libre, dividido en dos partes, que aborda en solitario y se acerca en un principio a los aires de Cádiz para terminar en la fiesta. Para Momento de calma requiere el pandero de Quique Terrón y el bajo de José M. Posadas ‘Popo’. Un bajo eléctrico de seis cuerdas que le aporta una dimensión armónica interesante.

La soleá Siete revueltas es definitiva. Contemplamos a un Dani auténtico e inmerso en la raíz. Como su nombre indica, la amasa a voluntad, la malea y distorsiona para volverla a componer, sonando sin duda al tradicional toque de Morón. Sus silencios, imprescindibles en el flamenco, están llenos de duende.

Sus palmeros, Los Mellis, que en las bulerías (Barrio C) meten la voz, son tan exactos como respetuosos. Estas bulerías son borrascosas y son calmas, como el tiempo en esta primavera cambiante; son tradicionales y son vanguardistas, con sus concesiones al jazz, ejemplarizadas en sus repeticiones de base.

Todas las rondeñas tienen una deuda tácita con Ramón Montoya y …Sólo hay una / Un motivo no es menos, aunque se aleja brindándonos un sonido que posiblemente ya tiene firma de autor. Rúbrica que ya reconocemos sin duda en la seguiriya clásica Morón D.F. interpretada en solitario.

El final, con todos los componentes, apunta festero. Primero unos tangos (), quizá más extensos de la cuenta y, para terminar, las tremendas bulerías que le dan nombre al trabajo discográfico.

Recopilación

Recopilación

No hay nada sobre gustos que no esté escrito ni a nadie que le amargue un dulce. Siempre he defendido mi incondicionalidad hacia La Moneta, hasta el punto de considerarla la mejor bailaora del momento, al menos de su generación (y si me apuran…). Me he entusiasmado con su evolución, con sus logros que, como un escultor, va añadiendo a su obra para crear el modelado perfecto. Paso a paso nos invita a descubrir ese camino. Es una recopilación temprana de la canción de su baile, de la historia de su vida, pues Fuensanta nació con los tacones.

El viernes, 22 de marzo, o sea, ayer, en el Centro Cultural Medina Elvira de Atarfe, para su público y para sus nuevos descubridores, La Moneta se rodeó del cuadro de verdadero lujo, que habitualmente la acompaña, para desgranar esa media docena de espectáculos que han conformado su estado.

La primera propuesta es una farruca con sólo la guitarra de Luis Mariano que desde un primer momento muestra su inmensidad. Luis es un creador; suena a flamenco y suena a granada; es tierra y es agua: el agua que baja por el monte, el agua canora que borbota de los manantiales de Valparaíso.

De rojo aparece la bailaora granadina para afrontar este baile tradicionalmente masculino, pero que ha redondeado sus aristas para expandirse en el género. La Moneta saca su vena contemporánea, que tan bien se adapta a su apuesta.

Manzanita de Santa Fe aborda la malagueña de Manuel Torre, Por buscar la flor que amaba, sólo esta letra, breve en su inmensidad, que la protagonista pinta tan delicada como desafiante.

De nuevo la guitarra de Luis se queda sola, acompañada por el preciso cajón de Miguel ‘El Cheyenne’, arpegiando la melodía de La Estrella. Es un tácito homenaje a los tangos de Morente. También se acuerda de los temas de Sacromonte o de La aurora de Nueva York.

El primer impasse de la noche viene con la voz añeja de Miguel Lavi haciendo el romance de El Chozas, para dar paso al invitado de la noche, Javier Latorre para bailar el silencio. Latorre es el maestro estilizado y calmo que deja huella sin proponérselo. Abre su vuelo y la soleá se impone, con las voces de Lavi y de Juan Ángel Tirado. La Moneta aparece con media cola blanca y mantón a juego. Es un paso a dos, en el que los dos bailaores se alternan, se imbrican, hermoseando el aire.

Jaime Heredia ‘El Parrón’ toma el testigo. Encara una tona y un martinete. Sorprende la templanza de su voz y su control en el decir, aunque, al final de la velada, se traiciona a sí mismo forzando la máquina en demasía.

Los cuatro cantaores, con voces reconocidas, quizá pasen por ser las mejores gargantas de nuestra tierra (incluyendo a Lavi, que es de Jerez).

Un poco de percusión apoya a Juan Ángel cantando por seguiriyas. La granadina surge de negro, y se acompaña con palillos, para ser desgarradora en este baile tan suyo. La seguiriya es rica y acaba con el cambio de Curro Dulce, que repite su último verso como una coda final que rubrica la pieza.

La segunda parte, si se puede llamar así a una obra sin fisuras, comienza con todos los actuantes cantando por granaínas. El toque de Luis Mariano, habitual en esta suerte de libertad, realiza verdaderos encajes con la sonanta. Jaime Heredia y Manzana firman esta la granaína y la media, mientras Lavi y Tirado se abandolan acercándose a la rondeña y a los fandangos del Albaicín, respectivamente.

Y, para terminar, o para terminar de empezar, La Moneta expone sus jugadas actuales, que consisten en un todo continuo, solapando los distintos palos y recogiendo todo el sentimiento con un mismo ‘vestido’.

El toque moruno de la guitarra se asoma a la zambra, antes de plantear los generosos tientos y a continuación los tangos. ¿Se puede ser más graciosa, más canastera, más granadina bailando por tangos? Cada desplante, cada caída, cada paseo, cada golpe de caderas abre los apetitos más viscerales.

Este sabor sacromontano, con una introducción del de Santa Fe, a la manera del poema por bulerías de Manuel Molina, se convierte en un latido por soleá, donde descubrimos, si cabe, a La Moneta más espontánea. Soleares que pasan a ser jaleos extremeños, con los cantaores de pie, en una rueda definitiva que acaba por bulerías, hasta que todos hacen mutis por el foro, dejando a la caja y a Fuensanta, que hacen lo propio, dejando el escenario solo y puntos suspensivos en el ambiente.

* Foto de Miguel Ángel Molina©.